Cuando, en la convención republicana el ex alcalde de NY Rudy Giuliani, lanzó
un fervoroso elogio al vicepresidente Dick Cheney, parecía el más aventajado
"don" de la mafia -en el más expresivo estilo del escritor Mario Puzo- aspirando a convertirse en el futuro "padrino", algo que tiene visos de novela fantástica de gángsteres norteamericanos, pero es la mas pura realidad de este capítulo de literatura de serie negra que vive hoy la política de EE.UU, principal factor del desorden global del Siglo 21.
Giuliani se hizo famoso como alcalde de Nueva York aplicando una política represiva de "drogadictos" no violentos, familiares de esos presos dejados sin padres, madres abandonadas por un sistema de seguridad social achicado mientras crecían los presupuestos de la policía, indigentes acusados y condenados irregularmente, ya que Giuliani desató una guerra a los defensores de oficio.
Este artículo se basa en datos recopildos por el investigador mexicano Edgar
González Ruiz y difundidos por internet, también en artículos de los famosos tabloides neoyorquinos Daily News y New York Post. Y en los libros De como Giuliani limpió Manhattan de Charles O’Byrne y All the Dictator’s men de Mitchel Cohen.
Sólo después de la salida de Giuliani de la alcaldía, prosigue Friedsky, estos efectos comenzaron a aparecer en los titulares los detalles de su ruda y mafiosa política, mientras los presos demostraban su inocencia mediante pruebas de ADN, luego de pasar una década en prisión y mientras una cultura de poder policial e inmunidad ya se había revelado a través de históricas acciones de brutalidad policiaca, como la tortura a Abner Louima.
Louima, inmigrante proveniente de Haití, fue arrestado en 1997, golpeado y sodomizado en una estación de policía en Brooklyn; asimismo, Amadou Diallo,
otro inmigrante, a pesar de estar desarmado fue asesinado a balazos por agentes de policía en 1999, que equivocadamente creyeron que portaba un arma; Patrick Dorismond, guardia de seguridad afroamericano fue asesinado también por la policía en el año 2000 luego de un malentendido acerca de una transacción de drogas.
En casos como los mencionados, de Louima y de Diallo, la reacción de Giuliani fue solapar esos abusos, dando una clara impresión de reticencia a hacer declaraciones o tomar medidas que pudieran perjudicar al Departamento de Policía. Cuando la Comisión de Derechos Civiles de los Estados Unidos realizó una investigación a raíz de la paliza que recibió Louima, el alcalde testificó que el Departamento de Policía era "dedicado, profesional y comedido en el uso de la fuerza", pero el fiscal General del Estado llegó a la conclusión de que la mayoría de los registros llevados a cabo por la
policía dependían de un criterio personal del agente y afectaban a un gran número de personas de color e hispanos que no estaban cometiendo ningún crimen.
De hecho, Giuliani se esforzó por ratificar en los hechos sus tendencias racistas, no sólo en el plano policial sino en aspectos como la educación y otros servicios públicos.
Según reportó el New York Post el 23 de septiembre de 1999, Herman Badillo,
presidente del sistema universitario municipal, declaró que los estudiantes de origen mexicano y dominicano "no tienen una historia de educación en sus culturas", que sólo toman espacio en las aulas sin aprender nada, y que no aprenden porque no tienen antecedentes educativos, porque "provienen del campo y la montaña, y en el caso de los mexicanos, son todos indios".
Haciendo gala de su propia ignorancia, -narra González Ruiz-, Badillo, el colaborador de Giuliani, quien aspiraba a ser candidato a la alcaldía por el partido republicano, dijo también que los mexicanos son mayormente de origen maya e inca y que ya no reconocía al Barrio (el este de Harlem) porque en vez de puertorriqueños, muchas partes de ese vecindario neoyorquino, estaban "repletos de de mexicanos".
En 1998, funcionarios municipales obstaculizaron la colocación de cartelones en protesta por la muerte de los jóvenes Nicholas Heyward, Jr., Anthony Báez y Kevin Cedeno, asesinados a sangre fría por la policía de Nueva York. Cuatro años antes, Anthony Báez, fue estrangulado por el policía Francis Livoti, luego de que por un descuido, una pelota de fútbol cayó en la patrulla.
De acuerdo con defensores de los derechos humanos, de 1994 a 1996, la policía de Nueva York mató a 75 personas (los baleó en la espalda, en la cabeza, boca abajo en el suelo; los asfixió; los maniató de manos y pies a la espalda y los pisoteó; los mató a golpes; etc. Por todos esos hechos sólo tres policías fueron declarados culpables y ninguno de ellos por homicidio. (Obrero Revolucionario # 970, 23 de agosto, 1998), dice el informe de González Ruiz.
Uno de los aspectos más criticados de la gestión de Giuliani fue su lucha contra las personas que no tienen techo. Repitiendo un patrón de su historia, el siniestro personaje se dedicó a perseguir encarnizadamente a ese sector de personas marginadas, incluso enfrentando fallos judiciales adversos.
Giuliani decidió que los refugios para los "sin techo" no podían seguir ofreciéndose gratuitamente y exigió que los solicitantes de refugio debían pasar evaluaciones obligatorias para buscar empleo. De hecho, en su libro Liderazgo, Giuliani alardea de que su reforma al sistema de asistencia social implicó una reducción del presupuesto para ayudas sociales de aproximadamente un 60 por ciento y que el ayuntamiento se esforzó por "la realización de revisiones y comprobaciones a fin de evitar el fraude", como si la ayuda brindada a un mendigo pudiera compararse con préstamo bancario.
Nueva York, por su complejidad étnica y variedad cultural, fue siempre una ciudad de mafias gangsteriles, como lo sugirió con maestría Martin Scorsese en su película Gangs of New York, pero nunca se llegó al nivel de un personaje, siniestro y ambicioso, como Giuliani, que además, ahora tiene ambiciones presidenciales para el 2008. Ese era el mensaje oculto en sus exagerados elogios para el presidente Bush y su vice Dick Cheney, quien con su empresa Halliburton maneja los negocios sucios post guerra contra Irak./ BIP
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