Estamos en uno de esos raros momentos en que las grandes potencias cambian de políticas al mismo tiempo. Y no es momento de cometer errores. Quien deje pasar este tren… ya tendrá que esperar el siguiente. La reelección de Donald Trump, a pesar de la campaña que realizaron contra él casi todos los intelectuales de Occidente, es un hecho que viene a redistribuir las cartas.
Las relaciones internacionales están cambiando extremadamente rápido y en varios frentes al mismo tiempo.
En las dos últimas semanas hemos mostrado como Irán abandona su ideal revolucionario y se aleja de sus aliados sunnitas del Hamas y de la Yihad Islámica palestina e incluso de sus aliados chiitas del Hezbollah libanés, del Hachd al-Chaabi iraquí y del movimiento yemenita Ansar Allah [1]. Esos cambios se ven ampliamente confirmados por el hecho que el líder libanés Hassan Nasrallah fue asesinado por Israel “gracias” a la delación de una fuente iraní que sabía que el secretario general del Hezbollah iba a reunirse con sus principales comandantes en el sur de Beirut. También lo confirman las confusas declaraciones del ayatola Alí al-Sistani en Irak y el reforzamiento en Yemen de las medidas de seguridad en previsión de un probable intento de asesinato contra el líder de Ansar Allah, Abdel Malek al-Houthi [2].
También mostramos como el grupo BRICS reafirmó, en la Cumbre de Kazán, su posicionamiento en favor del derecho internacional frente al «orden basado en reglas» de los anglosajones [3].
Ahora, en Estados Unidos, la victoria aplastante de Donald Trump en la elección presidencial marca el triunfo de los jacksonianos sobre los demócratas… pero también sobre los republicanos, a pesar de que Trump se presentó a la elección como candidato del Partido Republicano. La consecuencia más probable debería ser el cese de las guerras estadounidenses en Ucrania y en el Medio Oriente, y la sustitución de esos conflictos armados por una guerra comercial generalizada.
De este lado del Atlántico ya vimos, en Reino Unido la caída del gobierno de Rishi Sunak, y su sustitución por un gobierno encabezado por un miembro de la Comisión Trilateral, Keir Starmer, que no es más que un peón de los intereses de los grandes empresarios estadounidenses. Y ahora se espera, en Alemania, la caída del canciller Olaf Scholz, mientras que en Francia se anuncia el derrumbe del casi recién creado gobierno del primer ministro Michel Barnier, sin que se sepa quiénes van a reemplazarlos.
En Occidente, esos acontecimientos tienen, en todas partes, la misma significación: la ideología neoconservadora y la religión woke están condenadas y tendrán que ceder a la defensa de las naciones el espacio que todavía ocupan. Lo que puede verse en los países occidentales que acabamos de mencionar es una revuelta generalizada de las clases medias, que no son xenófobas y que ya no aceptan que se les sacrifique en nombre de la especialización del mundo impuesto por la globalización de los anglosajones.
De manera general, puede decirse que nos dirigimos, en los próximos años, hacia el abandono de la voluntad imperialista de los anglosajones. Pero también estamos siendo testigos del abandono del ideal antimperialista en Irán. Simultáneamente también debería producirse un fortalecimiento del derecho internacional… aunque sin que lo reconozcan los jacksonianos. Sin embargo, los jacksonianos reconocen al menos, en el plano comercial, la importancia de los compromisos firmados. Después de haber obligado Ucrania a reconocer su derrota ante Rusia, es probable que Washington estimule la Iniciativa de los Tres Mares, lo cual traerá un fortalecimiento del papel de Polonia, en detrimento de Alemania, y un debilitamiento de la Unión Europea. Estados Unidos y los BRICS podrían coincidir en cuanto a la necesidad de cooperar, pero se enfrentarán sobre el estatus del dólar como moneda de referencia.
Esos cambios importantes todavía no se ven como necesarios porque no hay una comprensión clara de cómo reflexiona cada uno de los diferentes actores. Por ahora, lo que cada uno de ellos dice y hace se interpreta erróneamente en base al lugar que ocupan en el mundo que ya va quedando atrás.
En lo tocante a la comprensión del papel de Estados Unidos, esa ceguera es provocada por el hecho que muchos siguen viendo a Washington como el amo. Sólo se tiene en cuenta la doxa neoconservadora y muchos se imaginan que esta sigue siendo el reflejo del pensamiento estadounidense.
La elección, o más bien la reelección, de Donald Trump, su victoria aplastante, tanto en la carrera por la Casa Blanca como en el control del Congreso, marca la rebelión de la clase media estadounidense contra los intelectuales occidentales que quisieron derribar al ex presidente.
Es importante recordar que, siendo promotor inmobiliario en Nueva York, Donald Trump fue la primera personalidad que cuestionó públicamente –en la tarde del 11 de septiembre de 2001– la versión oficial que ya se perfilaba sobre el origen, supuestamente islamista, de los atentados que marcaron aquella fecha. Posteriormente, Trump financió, en el seno del Tea Party, el cuestionamiento sobre la legitimidad del presidente Barack Obama. Y finalmente se apoderó del Partido Republicano, venciendo la resistencia del ex vicepresidente Dick Cheney –quien era miembro del «gobierno de continuidad» (continuity government), importante estructura de lo que el propio Trump llama el «Deep State» o “Estado Profundo”.
Tampoco debemos olvidar que Donald Trump hizo campaña de una manera nueva, basándose en la observación de las redes sociales y respondiendo simbólicamente a los anhelos de la clase media. Desde el momento mismo de su elección e incluso antes de que pusiera un pie en la Casa Blanca, el Partido Demócrata emprendió contra él una campaña mundial de difamación [4]. Durante todo su mandato presidencial, Trump tuvo que enfrentarse incluso a sus propios colaboradores, que no vacilaron en mentirle y en hacer lo contrario de lo que él les ordenaba, llegando después a jactarse de ello. Pese a todo eso, Donald Trump, solo contra todos, logró interrumpir la «guerra sin fin» en el Medio Oriente y el apoyo militar y financiero que la CIA aportaba a los terroristas de al-Qaeda y Daesh.
El siguiente inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, por el contrario, conformó su equipo con personal proveniente del Center for Strategic and international Studies (CSIS), el Center for a New American Security (CNAS), la RAND Corporation y de las grandes compañías del complejo militaro-industrial –General Dynamics, Raytheon, Northrop Grumman y Lockheed Martin. Joe Biden reactivó las guerras en el Medio Oriente e inició una nueva, en Ucrania.
No sabemos por ahora si Donald Trump tratará de continuar durante su próximo mandato presidencial lo que había comenzado durante el primero. Ahora conoce las artimañas y golpes bajos de Washington y se ha rodeado del equipo que no tuvo la primera vez. La incógnita está en que no sabemos qué concesiones ha tenido que hacer esta vez para alcanzar la victoria. Antes, su política en el Medio Oriente consistió en sustituir la guerra por el comercio mediante los Acuerdos de Abraham. Aquella política fue mal interpretada porque el yerno de Trump, Jared Kushner, encargado de ponerla en práctica, es profundamente racista. También durante su primer mandato, Trump trasladó la embajada de Estados Unidos a Jerusalén, haciendo ver que esa ciudad es la capital únicamente del Estado judío. Esta vez, durante su campaña electoral, Trump aceptó donaciones de considerable importancia de la viuda de Sheldon Adelson, una incondicional de los sionistas revisionistas. Nadie sabe si, a cambio de esas donaciones, Trump se ha comprometido a respaldar el Estado de Israel o el proyecto colonial de Zeev Jabotinsky.
La victoria de Donald Trump no pondrá fin a los conflictos, pero los desplazará del campo de batalla militar al de la economía. Y ¡mucho cuidado! Para analizar su política, ya no servirán las categorías y esquemas políticos que han modelado nuestra reflexión desde el siglo XVIII. Trump no tiene intenciones de escoger entre el proteccionismo y el libre intercambio sino entre dos sectores económicos: los productos que defenderá imponiendo el pago de derechos de aduanas –porque no son capaces de rivalizar con los productos de la competencia– y los productos que son capaces de inundar el mercado global. Es importante entender que Trump está lejos de ser el “amigo de todos los empresarios”. En realidad se opone a los empresarios que viven a costa del Estado, vendiéndole productos de mala calidad… como viene haciéndolo el complejo militaro-industrial desde hace 30 años.
Las nociones al uso, como las de “derecha” e “izquierda” o las de “intervencionismo” y “aislacionismo” son también obsoletas. Lo que hoy está en juego es de una naturaleza diferente.
[1] «Mientras Israel e Irán intercambian amenazas, hay una redistribución de alianzas en Medio Oriente», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 5 de noviembre de 2024.
[2] هل ينجح الاحتلال باغتيال قادة "أنصار الله" على غرار حزب الله اللبناني؟"
عدن" – عربي21- أشرف الفلاحي، 30 أكتوبر 2024
[3] «La Cumbre de Kazán ha cambiado el orden del mundo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 29 de octubre de 2024.
[4] «El “aparato Clinton” para desacreditar a Donald Trump», por Thierry Meyssan, Al-Watan (Siria), Red Voltaire, 28 de febrero de 2017.
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