Y al final, triunfó el miedo, en una nación secuestrada por el terrorismo, a través de los mensajes subliminales de sus agentes sembradores de pánico, que no son otros que el presidente Bush y su propio entorno.
Desde la primera enorme mentira de la existencia en poder de la dictadura de Irak de armas de destrucción masiva, hasta la más reciente afirmación del vicepresidente Dick Cheney que esparció la alarma con la boca torcida, como gángster de novelitas policiales la serie negra, de que los terroristas podrían detonar en cualquier ciudad de EEUU un artefacto nuclear, todo el mensaje del gobierno republicano que ahora la globalidad tendrá que capearlo por cuatro años más, estaba destinado a sembrar el miedo, el pánico o el terror frente a un eventual ataque terrorista, con las imágenes de las torres gemelas de Nueva York todavía humeando en la memoria de una sociedad que sobrevive atosigada de perspectivas de desastre, ante un incrédulo mundo global.
Y tres días antes de la votación apareció la imagen de un robusto y amenazante Osama Bin Laden, vía la inefable televisora árabe Al Jazeera, que hasta ahora no se sabe para quién trabaja, advirtiendo que, gane quien gane, Bush o Kerry, Al Qaedda atacaría otra vez a la superpotencia.
Coincidiendo, la campaña de Bush se orientó a mostrar un líder fuerte, dispuesto a llevar la guerra a todos los confines del mundo para darle seguridad al pueblo norteamericano.
Kerry aceptó la derrota con hidalguía -olvidando la promesa de mantenerse firme hasta que se cuente el último voto-, y recordándole sutilmente a Bush que el país estaba muy dividido; al comienzo de su primer período Bush había prometido unir a la nación, asunto que, como otras promesas, pronto olvidó en su gestión.
Al tomar nota del mensaje de Kerry, Bush dijo jubiloso: ¡Es cierto. Si
estamos unidos, podemos hacer cualquier cosa! ¡Así que mundo, preparate!./BIP
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