Valery Rosero Cartagena nació hace 42 años en el barrio San Roque de Quito. Estudió la primaria en la escuela Vicente Rocafuerte; de su infancia recuerda a las vendedoras del mercado, el vuelo de las cometas, el baile de los trompos y las primeras asociaciones de madres que se organizaron para que los juegos infantiles populares como la tabla encebada no se perdieran.
Culminó la secundaria en el Colegio Indoamericano y antes de ingresar a la Universidad Central viajó para conocer los países vecinos. Por el lapso de tres años estudió obstetricia porque siempre consideró que la ciencia médica es para ayudar a los demás pero se dio cuenta de que la Medicina se ha ido tornando en un negocio deshumanizado por lo que la abandonó para estudiar Sociología.
“Las Ciencias Sociales son como las amantes ocultas a las que visitas en la noche, que te incitan a pensar y reflexionar, a entender cómo camina el mundo y cómo se lo puede conducir por medio de los sueños”.
Por muchos años trabajó como cantinero en el Mayo 68, un bar de salsa que fuera ahora sitio de reunión de artistas e intelectuales. “Laborar como bartender te permite ver lo hipócritas que son las personas en el día y lo sinceras que se vuelven en la noche. El bartender se transforma en refugio de la desolación de esos personajes que se reunen en la noche porque no cuajan en el día, para intercambiar ideas innovadoras y reunificar amarguras, fracasos y desaciertos.
“Entre esas y las otras descubrí mi faceta gringuera. La palabra “gringuero” no se la debe tomar como peyorativa. De pronto sea que al gringuero le gusta lo supuestamente exótico, lo adverso, el haz y el envés de una hoja, las dos caras que permiten saber a quienes no tienen la posibilidad de viajar a Europa qué pasa con otras culturas, que más hay por descubrir de la sexualidad y de la sensualidad del opuesto femenino; pero el gringuero no es oportunista, vividor o sanguijuela, para eso hay que tener talento, honestidad y solidaridad con lo extranjero; aunque eso también puede producirte una gran derrota. El amor gringueril permite consolidar una cierta visión de la aldea global”.
En esas noches tasmánicas es que se incubó su libro de relatos “¡Oh qué será!”, el cual se consolidó en su viaje a Europa.
“Viajé escapando de mí mismo. El ser humano es un continuo viajero, un amante de lo desconocido, los viajes te permiten conocer distintas necesidades, anhelos, soledades, desesperaciones, y allí pude comprobar que la gente del otro lado del charco siempre anda en búsquedas teniendo todo. Nosotros tenemos casi nada, pero eso nos permite hallar una América Latina llena de inquietudes, de poetas, pintores, músicos, de pensadores que sienten la necesidad de cambiar las cosas, de ser honestos, de defender principios ideológicos y políticos. Mi convicción es de izquierda, quizá porque desde niño mis padres me inculcaron a defender no las causas nobles sino las causas perdidas”.
“¡Oh qué será!” es un canto de amor al desamor con esperanza. No es un libro de lamentos es un libro de pasiones diversas, es la posibilidad de admitir que podemos volver a abrazar la tierra siendo agricultores, un encuentro con nuestro mestizaje profundo el cual debería convertirse en una gran fortaleza histórica porque recoger aceitunas en Andalucía, lavar platos en Londres o jugar al gato y al ratón con la policía española, además del espíritu inquieto que siempre tenemos los ecuatorianos nos hace descubrir que somos buscadores del oro social de los caminantes del cual no deberíamos tener vergüenza: la escritura.
“El acto de escribir me da pánico cada vez que me siento a hacerlo. Me acuerdo de esas películas psicológicas y de alucinaciones; entonces el público no interesa, y le escribo a algo que se está perdiendo, a la ternura, a la alegría, al dolor. Jamás escribiría un texto con calumnia, con doble sentido, un libro irónico sí, pero siendo frontal cueste lo que cueste, desenmascarando lo que nos sucede en el interior. Están matando las utopías, no debemos permitirlo, son como el vino de la vida”.
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