En el avión que me lleva a Corea del Sur -un país que se ha proyectado a vertiginosa velocidad, y en muy poco tiempo, hacia un futuro de ciencia ficcion- releo, porque me parece de circunstancias, el gran clasico de Aldous Huxley, Un mundo feliz.
Pero me pregunto: ¿es conveniente releer Un mundo feliz hoy? ¿Es acaso necesario retomar un libro publicado en 1932, hace más de 70 años, en una época tan alejada de nosotros que incluso la televisión aún no habia sido inventada? ¿Es esta novela algo más que una curiosidad sociológica, un best seller ordinario y efímero, del que se vendieron en el año de su publicación, en inglés, más de un millón de ejemplares?
Estas cuestiones me parecen tanto más pertinentes cuanto que el género al que pertenece la obra -la fabula de anticipación, la utopía cientifico-técnica, la ciencia ficción social- posee un grado muy alto de obsolescencia. Nada envejece con mayor rapidez que el futuro. Sobre todo en literatura.
Superando estas reticencias, me he vuelto a sumergir en las páginas de esta novela. Y me he quedado estupefacto por su sorprendente actualidad. Constatando que, por una vez, el pasado ha atrapado el presente. Recordamos que Huxley narra una historia que se desarrolla en un futuro muy lejano, hacia el año 2500, o, con mayor precisión, "hacia el año 600 de la era fordiana", homenaje satírico a Henry Ford (1863-1947), pionero estadounidense de la industria automovilistica (de la que una célebre marca de coches lleva aún su nombre), inventor de un método de organización del trabajo para la construcción en serie, y de la estandarización de las piezas. Método que transformó a los trabajadores en poco menos que autómatas o en robots que repiten a lo largo de la jornada el mismo gesto. Lo que suscitó violentas críticas. Pensemos, por ejemplo, en las películas Metrópolis (1926) de Fritz Lang o Tiempos modernos (1935) de Charles Chaplin.
Aldous Huxley escribió esta visión pesimista del porvenir y esta crítica feroz del culto positivista a la ciencia en un momento en el que las consecuencias sociales de la gran crisis de 1929 afectaban de lleno a las sociedades occidentales, y en el que la credibilidad de los regímenes democráticos capitalistas parecía vacilar.
Antes de la llegada de Adolf Hitler al poder, en 1933, Un mundo feliz denuncia la perspectiva de pesadilla de una sociedad totalitaria fascinada por el progreso científico y convencida de poder ofrecer una felicidad obligatoria a sus ciudadanos.
Presenta una visión alucinada de una humanidad deshumanizada por el condicionamieto a lo Pavlov y por el placer aportado por una píldora euforizante (el soma). En ese mundo perfecto , la sociedad ha disociado por completo, con fines eugenésicos y productivistas, la sexualidad de la procreación.
En esta novela, como ya casi en nuestro mundo de hoy, la americanización del planeta ha terminado. Todo ha sido estandarizado y fordizado, tanto la producción de seres humanos, resultado de puras manipulaciones genético-químicas, como la identidad de las personas, producida durante el sueño por hipnosis auditiva, la hipnopedia, que un personaje del libro llama "la mayor fuerza socializadora y moralizadora de todos los tiempos".
En esta novela, que es ante todo un manifiesto humanista, algunos han visto -de modo acertado- una crítica vitriólica de la sociedad estalinista. Pero cuando uno se pasea por este planeta globalizado, también puede ver una sátira muy pertinente de la nueva sociedad delirante que se está contruyendo hoy día en nombre de la modernidad neoliberal.
La Voz de Galicia
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