Gutiérrez-candidato tipificó como autodestructivo -un “suicidio”, según su expresión- a un eventual acuerdo de integración con Estados Unidos. Gutiérrez-dictador, en ador, en cambio, declaró sin inmutarse que “La alternativa al TLC es el TLC”; y, en una nueva prueba de autismo político, demandó el apoyo unánime de ecuatorianos para la suscripción del ya celebérrimo acuerdo con la superpotencia, soslayando que supondría el genocidio de tres millones de indígenas y campesinos compatriotas y la liquidación del fragilizado Estado-nación. ¿Cómo explicar esta última postura del ex edecán de Abdalá Bucaram frente a la propuesta recolonizadora de Washington?
Una parte de la respuesta se encuentra en que el líder de la “Sociedad Patriótica”, luego de la ruptura con la CONAIE, adhirió sin reservas a las tesis librecambistas de los agroexportadores e importadores costeños y serranos, representados en el gabinete por la ministra de Comercio, Ivonne “Malinche” Baki; la otra, y acaso la más determinante, habría sido el enciclopédico desconocimiento oficial de las implicaciones para el país de la firma de un TLC con la superpotencia, lo cual quedó en evidencia cuando Cristian Espinosa, el jefe negociador nacional, reconoció sin ruborizarse que el Ecuador no disponía de ninguna estrategia para las tratativas con Washington, ignorando que la suscripción del TLC de marras culminaría la reestructuración subordinada impuesta al país por el capital financiero internacional y sus acólitos nativos -los Robalino, Dahik, Armijos, Pachano, Pozo,Yépez desde hace un cuarto de siglo.
El defenestrado mandatario nunca pudo -o quiso- percibir que los TLCs que promueve la Casa Blanca comportan instrumentos geoestratégicos de la potencia unipolar encaminados a consolidar su hegemonía productiva, comercial, financiera, científica, tecnológica, ambiental, política, legal, institucional, ideológica y cultural de cara a la competencia con la Unión Europea y los gigantes asiáticos.
A partir de ese desconocimiento, el enfoque “gutierrista” del TLC se limitó a la cuestión comercial en su connotación más restringida. De hecho, la expectativa máxima del régimen del PSP se constriñó a preservar lo logrado con las preferencias arancelarias andinas (ATPDEA), las insignificantes compensaciones tributarias decididas por el Congreso norteamericano por el involucramiento de nuestras naciones en la fementida cruzada contra el narcotráfico.
Al obrar de ese modo, ¿qué aspectos específicos de la dominación de amplio espectro impulsada por Washington y Wall Street fueron soslayados por el folklórico “dictócrata”? A la luz de los tratados ya suscritos por Estados Unidos con México, Centroamérica pueden apuntarse, al menos, los siguientes:
La liberalización de los mercados de bienes, servicios, inversiones y derechos de propiedad intelectual solo puede conducir a una integración favorable a las corporaciones yanquis y, en contrapartida, a una mayor desarticulación de la economía, la sociedad y la cultura nacional, así como a una escalada en la depredación medioambiental, al imponerse los derechos privados de las empresas transnacionales por encima de la Constitución y leyes locales.
El TLC Ecuador-Estados Unidos extendería el desempleo como una pandemia implacable, a la par que, en la medida que las inversiones se implanten en la maquila y las zonas francas, fomentarían la sobreexplotación de los trabajadores que serían pagados con salarios varias veces inferiores a los que las corporaciones solventan en la metrópoli.
Ampliaría los flujos migratorios y profundizaría la sobreexplotación, la discriminación, la persecución y la represión a los trabajadores migrantes e indocumentados.
Precipitaría al país en el foso de la subordinación financiera, agravada por el peso de una deuda externa-interna que más crece mientras más se paga, haciendo que el Estado nacional pierda hasta la menor capacidad de resistencia a las corporaciones y bancos internacionales y criollos. ° La agricultura quedaría expuesta a una competencia ruinosa frente al tecnificado y subsidiado agrobussines norteamericano. Los trabajadores rurales se verían compelidos a una muerte lenta y/o a una vida miserable en las ciudades. La riqueza cultural y multiétnica del Ecuador sería destruida sin contemplaciones. El petróleo y los minerales, la biodiversidad, las reservas de agua y forestales serían apropiados por el Gran Capital y los comisionistas nativos. El trabajo agrícola como fuente fundamental de empleo y de sustento alimentario se convertiría en un hecho pretérito.
El TLC llevaría al grueso de la industria sobreviviente y a la mayoría de ramas artesanales a su ruina definitiva, retrotrayendo a remanentes de la población rural a un estadio agropastoril, dentro de un curioso proceso de modernización que avanza hacia atrás.
Correlativamente cobraría impulso un sector terciario lumpen, responsable de actividades reñidas con valores que el establecimiento dice defender, como la prostitución, el turismo sexual, el coyoterismo, el sicariato, el tráfico de drogas y órganos vitales, la compraventa de armas, la deforestación... En una frase, el Ecuador se convertiría en un gigantesco gueto socioeconómico.
Los derechos de propiedad intelectual se constituirían aún más en un monopolio de las corporaciones estadounidenses. Aparte que el TLC está diseñado para que se explote el conocimiento tradicional de los pueblos vernáculos que se verían despojados de su riqueza cognitiva y cultural.
La conversión de los derechos sociales en pura mercancía profundizaría la exclusión que ya padecen los contingentes poblacionales mayoritarios en rubros como la educación, la salubridad y la salud.
Las transnacionales y los inversionistas podrían presentar demandas en contra del gobierno ecuatoriano, a dirimirse en tribunales arbitrales internacionales, cuando consideren que el interés corporativo ha sido lesionado por alguna decisión de las autoridades locales.
Al parecer, la maldición de Gutiérrez, Baki y su alegre muchachada sigue planeando en el horizonte del atribulado Ecuador. Malabarismos orwellianos mediante, la Tierra Prometida por el TLC parece haber sido incorporada a su agenda por el nuevo inquilino de Carondelet, Alfredo Palacio, quien accediera al poder el pasado abril en la cresta de vastas y policlasistas movilizaciones que, principalmente en las calles de Quito, enarbolaron la ética y el nacionalismo defensivo como valores absolutos.
¡Cosas verás, Sancho!
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