En menos de una década, China será la segunda potencia económica mundial, desbancando a Japón, y sólo superada por EEUU. Antes de dos años, es probable que adelante a Francia y a Gran Bretaña alcanzando la cuarta posición en el imparable ascenso que la ha llevado a su actual sexta posición con un crecimiento medio anual del 9%.

Este crecimiento, desde 1979 a 2005, tan sostenido como vertiginoso ha sido posible por el genio político del sucesor de Mao, Deng Xiaoping, llamado el Arquitecto de la Reforma. Compañero del Gran Timonel desde la Larga Marcha y en la fundación de la República Popular, el Pequeño Timonel lanzó el desafío de reformar la Agricultura, Industria, Defensa y Ciencia y Tecnología. Nadie en el resto del mundo creyó que sería capaz de despertar de su letargo al inmenso dragón que guarda en su seno el Gran Imperio del Centro. Ese es el nombre de China en mandarín, Imperio del Centro, que mantuvo su poder durante milenios, mientras el resto de los pueblos apenas eran conocidos más allá de los límites de sus correrías.

China fue humillada por las potencias occidentales y por Japón a lo largo de los siglos XIX y XX mediante prácticas vergonzosas y de explotación con guerras y ocupaciones que les llevaría al colmo de la vergonzosa guerra del opio. Nadie debería olvidar esta realidad en la cosmovisión china que mantiene un fundamento taoísta que desafía a cualquier planteamiento filosófico y religioso occidental. Los chinos cuentan su historia por milenios, no por siglos. Por eso fueron capaces de adaptarse a la revolución comunista del Gran Timonel Mao que, al fin y al cabo, no duró más de medio siglo. Por eso, los politólogos occidentales se ven desbordados por la implacable realidad de los hechos.

Un pueblo disciplinado, (nosotros diríamos sometido pero ellos responderían "qué han sido las religiones en la historia de la humanidad sino el sometimiento de la razón"), ha despertado y va camino de recuperar su puesto de Imperio del Centro del mundo, mientras el resto de las potencias discuten, se contradicen ante el fenómeno del terrorismo fundamentalista y el no menos fundamentalista del pensamiento único.

Deng Xiaoping acometió la Segunda Revolución sirviéndose de las armas de sus adversarios. Lanzó el increíble slogan "enriquecerse es bueno" que asombraría a los demócratas occidentales pero que el pueblo chino comprendió y acató con esa profunda sabiduría que le hace comprender otra consigna del Pequeño Timonel "gato blanco, gato negro, lo que importa es que cace ratones", y ¡vaya si los caza! Consiguió el puesto permanente con derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU que detentaba la denominada "isla rebelde de Taiwán".

Con un 80% de sus ahora mil trescientos millones de habitantes dependiendo de la agricultura y la ganadería, no vaciló en declararlas prioritarias, al tiempo que utilizaba todos los resortes del capitalismo para ir desarrollando de manera imparable regiones como las de Shanghai y Cantón, que actúan como imanes para atraer las mayores inversiones de capitales en el mundo, entre ellos de Taiwán, y que posee las reservas en dólares más grandes del mundo que le dan una maniobrabilidad sin ataduras en los mercados del mundo. China financia con decenas de miles de millones de dólares el imparable y gigantesco déficit de EEUU, que permanecen atentos a las posibles consecuencias dentro de las reglas del mercado que tanto les han reprochado desconocer.

Caso insólito en un país comunista: sus emigrados que ocupaban puestos de relieve en la investigación y en el desarrollo de las naciones más poderosas y avanzadas de Occidente, regresaron a China con todos sus saberes y relaciones para cooperar en la reconstrucción de ese Imperio del Centro cuyo símbolo milenario ha sido la Gran Muralla.

Como ya son noticia los espectaculares avances económicos, industriales, financieros, tecnológicos y de la investigación más puntera, así como en arte, música, cine, deportes y todo el espectro que en Occidente constituyen las patentes de crédito del desarrollo, parémonos en lo que ha sido denominada la Nueva Gran Muralla China: la presa de las Tres Gargantas sobre el río Yangtsé, el tercero más largo del mundo. Era el sueño de los Emperadores de las diversas dinastías: domeñar sus terribles inundaciones que acabaron con millones de vidas de campesinos y ciudades ribereñas.

Las 26 turbinas producirán tanta electricidad como 15 centrales nucleares, 85.000 millones de kilowatios hora para sostener el desarrollo del país y, sobre todo, para comunicar fluvialmente al emporio de Shanghai con el corazón del país representado por Chongqing, con 32 millones de habitantes y un área metropolitana similar a Portugal.

Buques transoceánicos podrán navegar por el río durante más de 1.500 kilómetros extendiendo el desarrollo al centro del inmenso país y abriendo un mercado de centenares de millones de consumidores que eran la gran incógnita para los occidentales ¿Cómo sobreviviría Shanghai, la ciudad más densamente poblada del mundo, y con una riqueza acumulada y sostenida por inversiones del exterior demás de 20.000 millones de dólares anuales? China es el mayor receptor del mundo en inversión exterior: pronto alcanzará los 100.000 millones de dólares al año.

Aquí está una de las respuestas inimaginables para una mente occidental: despertando al dragón dormido en el río Yangtsé para convertirlo en el difusor de industrias, fábricas, polos de desarrollo tecnológico y de servicios que alivian el exceso de crecimiento económico de Shanghai, Cantón y Hong Kong, invirtiéndolo en sus propias regiones. China nunca dejará de sorprendernos y lo más prudente es seguir su consejo: no te enfrentes al dragón, adáptate a él.

Adital