El 4 de abril de 2003, yo estaba en la azotea de la oficina de Al Jazeera en Bagdad. El horizonte estaba cubierto de edificios en llamas y de columnas de humo negro cuando vi un misil crucero elevarse sobre el Tigris, pasar silbando por debajo de uno de los puentes y desaparecer a lo lejos. Bajé a buscar al jefe de la oficina, el palestino de Jordania Tariq Ayub y le dije que él dirigía probablemente la oficina más peligrosa de la historia de la humanidad. A los norteamericanos les sería fácil hacer cesar sus transmisiones, seguidas en todo el mundo árabe, y que mostraban a las víctimas civiles de los bombardeos anglo-norteamericanos. «No te preocupes, Robert», me respondió, «estamos en contacto con los norteamericanos y les hemos dado la ubicación exacta de nuestras oficinas para que no nos bombardeen». Tres días más tarde, estaba muerto. El 7 de abril, cuando Tariq Ayub transmitía en directo desde la azotea del inmueble, un jet norteamericano solitario llegó sobre él «volando tan bajo que por un instante creí que iba a aterrizar en la azotea» explica el colega de Tariq, el periodista Tayseer Alluni. El avión disparó un solo misil, directamente sobre las oficinas de Al Jazeera, matando de inmediato a Tariq. No fue una equivocación.
Para Tayseer eso no es nuevo, pues él era el corresponsal de Al Jazeera en Kabul en 2001 cuando un misil crucero hizo impacto en sus locales, que afortunadamente estaban vacíos. Nadie dudó de que este ataque contra una cadena que difundía los mensajes de Bin Laden fuese totalmente intencional. En Bagdad, el día de la muerte de Ayub, un tanque Abrams M-1 A-1 lanzó un obús contra el Hotel Palestina, matando a tres periodistas. El Pentágono afirmó que se había disparado contra él desde el hotel, una mentira que refutan todos los testigos allí presentes.
Para mí eso tampoco es nuevo. En Belgrado, en 1999, yo estaba presente cuando la aviación norteamericana bombardeó los locales de la televisión nacional. Una acción que –como escribí al día siguiente– significaba que la OTAN se reservaba el derecho de atacar a las personas a causa de las palabras que proferían más que por las acciones que habrían cometido.¿Qué significaba eso para el futuro? Debía haberlo sospechado.
Cuando surgió Al Jazeera, los norteamericanos la elogiaron mucho, viendo en ella la llegada de la libertad entre las dictaduras del Medio Oriente. El editorialista mesiánico del New York Times, Tom Friedman la describió como un faro de la libertad –lo que es siempre un halago peligroso en boca de Friedman. Para la Casa Blanca, la cadena de televisión era prueba de que los árabes querían la libertad de expresión. En efecto… y los árabes también querían ver y escuchar las verdades que sus líderes políticos les habían ocultado. Así, cuando la televisión libanesa se negó a difundir una serie en 16 episodios sobre la guerra civil, fue en Al Jazeera que pudo verse…
Pero cuando Al Jazeera empezó a difundir los objetivos planteados por Bin Laden, todo el entusiasmo de Friedman y del Departamento de Estado desapareció. En 2003, el subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz –ese modelo de democracia que incitó a los generales turcos a manifestarse cuando el gobierno democráticamente electo de Turquía negó el paso a las tropas estadounidenses para invadir a Irak– alegó abiertamente que los periodistas de Al Jazeera «ponían en peligro la vida de los soldados estadounidenses». Su jefe, Donald Rumsfeld, dijo una mentira mayor aún: Al Jazeera estaba en connivencia con la rebelión y sus periodistas estaban prevenidos de antemano sobre las emboscadas contra los soldados norteamericanos. Yo pasé días enteros investigando eso, era falso. Pero ya era una costumbre mentir. Y lo primero que hizo el nuevo gobierno iraquí fue mostrar cuán democrático era al expulsar a Al Jazeera de Bagdad, como ya lo había hecho Sadam Husein en 2001 y en 2003.
Por supuesto, Al Jazeera no es un modelo de periodismo. Pero es una voz independiente en el Medio Oriente –y es por ello que los Estados Unidos han tratado de silenciarla en Kabul y en Bagdad. Y también, quizás, en Qatar. Y es por ello que varios periodistas británicos han sido llevados ante los tribunales por Lord Blair por haberse atrevido a revelar un aspecto del lodazal tenebroso y sangriento en que nos han sumido los señores Bush y Blair.
«No wonder al-Jazeera was a target», por Robert Fisk, The Independent, 26 de noviembre de 2005.
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