(Por: Humberto Musacchio)
Como pocos, Benito Alazraki representa el cine mexicano de la década de 1950, cuando acabó la llamada “época de oro” y la producción nacional empezó a deslizarse en un tobogán que la llevó hasta el estercolero en el que después de varias décadas de revolcarse acabó podrida en dinero –menos del que hubieran generado buenas cintas– y en una maloliente descomposición.
Lo curioso es que de aquella materia corrupta, de esas aguas estancadas periódicamente surgían de entre los miasmas algunas películas decentes, obras que merecían reconocimiento internacional, golondrinas que no hacían verano, pero calentaban una industria que tendía a enfriarse, a estirar la pata. Benito Alazraki fue el realizador de una de esas cintas “de aliento”, sólo de una, pero esa bastó para darle en la cinematografía un lugar que no supo respetar.
Capitalino nacido en 1923, era un chamaco cuando en 1946 produjo Enamorada, cinta en la que actuaron María Félix y Pedro Armendáriz y fue, como tantas otras de la época, un éxito de taquilla en todo el mundo de habla hispana. Pero lo mejor llegaría después, cuando fungió como director de la cinta Raíces, la que en 1955 obtuvo en Cannes el Premio de la Federación Internacional de Prensa Cinematográfica.
En ese momento se abrió para Alazraki un amplísimo horizonte en el mundo del cine que respeta la inteligencia del público, pero lejos de intentar nuevos aportes para enriquecer la sensibilidad colectiva, prefirió renunciar a cualquier pretensión artística. Todo lo que a partir de entonces escribió, produjo o dirigió conforma una larga lista de churros, churrazos y una que otra película poco menos que decorosa, bodrios nacidos del más zafio mercantilismo, timos que le llenaron los bolsillos de dinero.
Cuando uno repasa las películas de Alazraki inevitablemente se pregunta cómo un director tan malhechote pudo hace algo como Raíces. La respuesta está en que Benito reunió un equipo humano extraordinario, con talentos conocidos y otros que muy pronto se darían a conocer.
Para empezar, Raíces se estructuró con historias tomadas de El diosero, de Francisco Rojas González, las que adaptaron el propio Alazraki, Fernando Espejo y –ahí está la clave- Carlos Velo, Manuel Barbachano Ponce que también fue productor; María Elena Lazo de la Vega, quien no es otra que la académica y periodista Elena Urrutia, y Jomi García Ascot (sí, el mismo al que Gabriel García Márquez dedicó Cien años de soledad).
La música se tomó de Silvestre Revueltas, Rodolfo Halffter, Blas Galindo y José Pablo Moncayo, ni más ni menos. El rodaje se efectuó en El Mezquital, en Chiapas, Yucatán y Veracruz, donde hicieron su trabajo los fotógrafos Ramón Muñoz, homónimo del José Córdoba del foxiato; Hans Beimler y el legendario Walter Reuter.
Y algo más: detrás de Alazraki estuvo un “consejo artístico” del que formaban parte los citados Carlos Velo y María Elena Lazo de la Vega así como el célebre museógrafo Fernando Gamboa. Tal vez haya que atribuirle a ese equipo el mérito de Raíces.
No casualmente, Alazraki acabó su carrera en el sexenio de José López Portillo como director de Conacine, acompañando a la princesa Margarita en su tarea de destruir lo que quedaba de la cinematografía mexicana, tarea que cumplió a cabalidad en aquellos años de nepotismo, tráfico de influencias y escandalosa corrupción.
Benito Alazraki murió hace unos días, cuando por extraña paradoja ya no tenemos industria cinematográfica, pero sí la más brillante generación de actores, realizadores y técnicos que cada año se traen carretadas de premios internacionales. Con ellos se levantará la nueva industria.
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