En el inicio del nuevo milenio, el petróleo ha adquirido una indiscutible relevancia geopolítica, geoestratégica y militar.
Dada la relevancia económica de esta materia prima con relación a otras fuentes de energía, la lucha por la posesión o control de los yacimientos ha vuelto al mundo más convulso y lo tornará aún más violento, a medida que transcurra el presente siglo y tiendan a agotarse las reservas en diferentes regiones del planeta. Lo anterior por varias razones:
1) El voraz y derrochador ritmo de la demanda del crudo entre 2000 y 2008 (1.6 por ciento, en promedio anual), que ha superado a la dinámica de la oferta oficialmente reconocida (1.3 por ciento), cuya capacidad de ajuste es limitada, dadas las cuantiosas inversiones que se requieren para satisfacer holgadamente el consumo mundial, al margen de otros factores contingentes (mayor crecimiento mundial, interrupciones temporales en el suministro por accidentes, fenómenos climáticos o conflictos, entre otros).
En 2000 la demanda total mundial fue de 76.2 millones de barriles diarios (MBD). Para 2008 se estima que será de 87 MBD y para 2030 su dinámica se habrá elevado a 117 MBD, según las proyecciones más conservadoras, aun cuando se pronostica un bajo crecimiento internacional (3.5 por ciento en promedio anual) de 2008 a 2030. (OPEC, World Oil Outlook, 2007).
Estados Unidos y China constituyen la principal fuente de presión en el frágil equilibrio entre la oferta y la demanda del petróleo. Pese a su mediocre crecimiento económico (tasa media anual de 3 por ciento en los últimos 20 años), las importaciones de Estados Unidos equivalen, en promedio, a casi el 19 por ciento de la demanda mundial en 2000-2008 (15.4 MBD). Su consumo es cercano al 30 por ciento del total (unos 26 MBD) si se considera que parte de ella se satisface con la producción local). Para 2030, se estima que su consumo rondará los 29 MBD (25 por ciento del total). Por su parte, China, cuya economía ha crecido a una tasa media anual de casi 10 por ciento entre 1977 y 2007, casi ha duplicado su demanda mundial de crudo entre 2000 y 2008 (de 4.7 a 8 MBD); su tasa media anual es de 7.3 por ciento. Para 2030 se calcula que podría duplicarse (16.4 MBD), aunque su ritmo disminuiría sensiblemente (3 por ciento en promedio anual). En conjunto, ambos países podrían representar hasta casi el 39 por ciento de la demanda mundial en 2010, proporción que se mantendría hasta 2030.
2) El fracaso mundial de los programas de conservación y ahorro de energía, que se extraviaron desde 1986, cuando declinaron sustancialmente los precios del crudo (1986-1998), y que no se han recuperado una vez que éstos se han elevado extraordinariamente (2002-2008). El ostensible atraso o retroceso en el desarrollo de las fuentes alternas que podría asegurar una transición energética relativamente tranquila, a medida que tiendan a agotarse las reservas petroleras. Se estima que para 2010 el crudo cubrirá el 38 por ciento de la demanda; los sólidos, 28 por ciento; el gas, 23 por ciento, y la hidroeléctrica, la nuclear y las fuentes renovables, 9.6 por ciento. Hacia 2030 el 36.5, 28.6, 27.4 y 9.2 por ciento, respectivamente. (OPEC, World Oil Outlook, 2007).
3) El menor ritmo de incorporación de nuevas reservas petroleras a escala mundial: en 2000 aumentaron 2.2 por ciento, 1.090 billones de barriles (BB), y en 2006 apenas 0.52 por ciento (1.195 BB). Su tasa de reposición es menor al ritmo del consumo y la producción. De 2000 a 2006 las reservas aumentaron a una tasa media anual de 1.6 por ciento, la demanda lo hizo en 1.7 por ciento y la oferta 1.8 por ciento. Actualmente se observa un gradual proceso de agotamiento de la productividad en diversas regiones del mundo (Asia, América del Norte, África, Mar del Norte), lo cual se agudizará en el transcurso del presente siglo.
4) La concentración de los yacimientos más importantes en zonas altamente conflictivas (Medio Oriente y la zona del Mar Caspio, Rusia), que agudizará la dependencia mundial de ellas en tanto se agote en otras regiones o sus costos de extracción y producción sean onerosos. Actualmente los países agrupados en la Organización de Países y Exportadores de Petróleo (OPEP) concentran el 77 por ciento de las reservas totales (Irán, Irak, Kuwait, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Venezuela concentran el 67 por ciento), y participan con el 37 por ciento de la oferta total; para 2030 esta última podría subir hasta el 42 por ciento.
5) El fin de la era del petróleo y sus derivados baratos. Luego de tocar fondo en 1998, los precios se han elevado incesantemente, pese al bache de 2001. En 1998 la tarifa del crudo de referencia de la OPEP fue de 12.28 dólares por barril (DB), el árabe ligero de 12.12, el Brent 12.71 y el West Texas Intermediate (WTI) 19.36. Al cierre de diciembre se ubicaron en 86.29, 88.75, 92 y 92.87 DB. Hacia mediados de marzo de 2008 el de referencia subió hasta 102.39 DB, el Brent a 110.23 y el WTI a 107.54. Nada impedirá que continúen ascendiendo en el futuro inmediato. Un menor crecimiento inflacionario podría atenuar parcialmente su ritmo. En 1981 el crudo medio de la OPEP alcanzó su máximo histórico nominal, 32.51 DB, o 14.81 si se quita la inflación, y 15.55 si se combinan los precios y las variaciones cambiarias. En 2007 en nominal llegó a 69.12 DB y ajustado a 13.81 en cada caso. En su nivel de marzo ya superó el máximo histórico referido. La mejoría en los precios ha proporcionado cuantiosos recursos a los productores. Por ejemplo, el valor nominal total de las exportaciones de la OPEP ascendió a 322.1 mil millones de dólares (MMDD) en 2001; en 2006 pasó a 868.4 MMDD y posiblemente en 2007 llegó a cerca de 1 billón.
6) La lucha por el control de la producción y los yacimientos de los hidrocarburos. La ausencia de reservas petroleras, o su limitada disponibilidad para cubrir sus necesidades y su proceso de agotamiento, han orillado a diversos países, en especial a los industrializados del Grupo de los Siete, a tratar de ejercer un control, directo o indirecto, sobre los productores y su política petrolera y energética. Ya sea para asegurar un abastecimiento seguro y estable, garantizar los menores precios posibles o para tratar de traspasar la propiedad de yacimientos, la producción, la distribución y la generación de los derivados a sus empresas. Del lado geopolítico, quien controle las reservas y la industria petrolera mundial, en un escenario de agotamiento y escaso desarrollo de fuentes alternas de energía, podrá imponer sus condiciones hegemónicas al resto del mundo.
Para ello, como lo han demostrado Estados Unidos y el Reino Unido, se empleará cualquier método, independientemente de que se genere una mayor inestabilidad e incertidumbre mundial, con altos costos productivos, financieros, de destrucción material y ambiental y muertes humanas masivas, tal y como ha iniciado el presente milenio. Los procedimientos son variados. Desde la influencia o “asistencia” económica, financiera y militar neocolonial de los gobiernos y las naciones productoras, como lo ejemplifican los siervos neoliberales priistas-panistas de México o los árabes. La promoción de golpes de Estado, como los recientemente fallidos en contra de los gobiernos democráticamente electos de Hugo Chávez, en Venezuela; Evo Morales, en Bolivia, o Rafael Correa, en Ecuador. La desestabilización de diferentes regiones del mundo: América del Sur, por medio del plan Colombia y el peón Álvaro Uribe, en contra de aquellos regímenes, además del de Brasil o Argentina, cuyos gobiernos han obstaculizado el control hegemónico estadunidense de América Latina; el Medio Oriente, acompañado con los genocidas de Israel y Turquía; Asia Central (en Mar Caspio, la lucha por apoderarse de las reservas petroleras y de gas de Azerbaiyán, Uzbekistán y Kazajstán, entre otros países); la zona del Kosovo, con la independencia unilateral Serbia, donde pasarían oleoductos y gasoductos de Asia Central hacia Europa; en África (Mar de Guinea, Nigeria); hasta las amenazas, agresiones bélicas o las sangrientas invasiones, como padecen Siria, Irán, Afganistán o Irak.
En ésas y otras regiones del planeta se disputa cruentamente el presente y el devenir de la humanidad, la recomposición geopolítica y el nuevo reparto del mundo entre la decadente hegemonía del imperialismo estadunidense y su patiño el Reino Unido, otras naciones industrializadas como Francia, las potencias emergentes como Rusia o China, y otros países que tratan de distanciarse del vasallaje de Estados Unidos y su modelo neoliberal globalizado. Es la época del interregno histórico del que hablaba Antonio Gramci, de los sucesos mórbidos, donde todo imprevisto puede desencadenarse.
Gobiernos como los de Irán, Asia Central, el de Vladimir Putin y su sucesor Dmitri Anatolyevich Medvedev –en Rusia–, Hugo Chávez, Evo Molares, o Rafael Correa, han comprendido la importancia geopolítica y económica de contar con importantes reservas de hidrocarburos, de nacionalizar sus industrias petroleras y gaseras y de disponer las cuantiosas divisas recibidas desde 2002. Ello para desafiar y alejarse de la órbita hegemónica estadunidense, ayudar al desplome económico y financiero del imperio, tratar de superar las formas más salvajes de la acumulación neoliberal del capital y explorar nuevas formas del desarrollo de acuerdo con sus intereses nacionales y que atiendan las necesidades de sus mayorías empobrecidas.
En cambio, el neoliberal Felipe Calderón, emulando a sus homólogos priistas-panistas Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo y Vicente Fox, ha optado por sabotear los esfuerzos de los gobiernos latinoamericanos que se alejan del Consenso de Washington, así como por una política en general, y energética en particular, definida por el entreguismo abyecto, la reprivatización petrolera y energética, el derroche de los recursos obtenidos por las exportaciones del crudo, la rapiña y la corrupción de la industria. Con ello se perderá la última oportunidad histórica de México por aspirar a un eventual desarrollo, relativamente autónomo de Estados Unidos, sustentable y socialmente incluyente.
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