No es de poca importancia para un príncipe la elección de sus ministros; que son buenos o no según la prudencia del príncipe. Y el primer juicio que nos formamos sobre la inteligencia de un señor se basa en los hombres que le rodean; y cuando son competentes y fieles se le puede reputar sabio porque ha sabido reconocer su capacidad y conservar su lealtad. Pero cuando son de otra manera hay siempre motivos para formar un mal concepto de él, ya que su primer error ha sido precisamente esta elección…
…Para que un príncipe pueda conocer a su ministro hay un procedimiento que no falla nunca: cuando veas que el ministro piensa más en sí mismo que en ti, y que en todas las acciones persigue su propio provecho, puedes estar seguro que no será nunca buen ministro ni podrás fiarte jamás de él; porque quien tiene en sus manos el gobierno de otro no debe pensar jamás en sí mismo sino en el príncipe, ni recordarle jamás cosa alguna que no sea de su interés. Y por otro lado, el príncipe, para mantenerle fiel, debe pensar en el ministro honrándole, enriqueciéndole, obligándole, confiriéndole honores y cargos para que vea que no puede vivir sin él; y al mismo tiempo los muchos honores no le hagan desear más honores, ni las muchas riquezas ambicionar más, y los muchos cargos le hagan temer los cambios. Cuando, pues, los ministros y los príncipes actúan así, pueden confiar unos en otros, si no, las cosas acabarán mal o para uno o para otro. (Nicolás Maquiavelo, “De los secretarios de los príncipes”, en El príncipe, Estudio preliminar de Ana Martínez Arancón, traducción de Helena Puigdomenech, Madrid, Tecnos, 1993, pp. 96 y 97).
Revista Contralínea / México
Fecha de publicación: 15 de Abril de 2008
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