La llamada globalización de la economía acentuó la globalización de la pobreza y el hambre. Al inefable Henry Kissinger se le ocurrió que las hambrunas podían ser un buen instrumento para el “control de la población”. (…) Hace años ya, en una pared de Buenos Aires, alguien pintó este consejo: “Combata el hambre y la pobreza. Cómase a un pobre”.
Juan Gelman, Página 12, Buenos Aires, 25 de mayo de 2008
Las balas cubiertas de azúcar del “libre mercado” están matando a nuestros hijos. El acto de asesinar es impremeditado, (por parte de) un pequeño número de corporaciones e instituciones financieras globales que manipulan el alimento, el agua y el combustible, (en complicidad con) el Estado y las organizaciones internacionales. Los precios de esas tres variables han aumentado dramáticamente en el ámbito global, con devastadoras consecuencias económicas y sociales. En términos muy concretos, estos aumentos de precios empobrecen y destruyen vidas humanas.
Michel Chossudovsky, La crisis global: alimento, agua y combustible, Global Research
Con su plan de “apoyo a la economía familiar”, Felipe Calderón Hinojosa vuelve a dejar al descubierto el lado más siniestro de la estrategia neoliberal impuesta en México a partir de 1983 y de la cual el michoacano, como legatario, se ha mostrado como un feroz cancerbero. Su supuesta defensa de “las familias mexicanas, en especial de las más pobres”, frente al “alza internacional en el precio de los alimentos”, como bien sabe Calderón, no es más que una perversa burla que sólo les es útil para jugar con las carencias y las expectativas de millones de mexicanos, que han sido condenados a sobrevivir en la miseria y la pobreza por ese proyecto de nación, cuyos costos recuerdan las formas más salvajes de la acumulación capitalista, que fueron atenuadas mientras funcionó el llamado estado de bienestar, hasta su desmantelamiento a escala mundial por la contrarrevolución neoconservadora.
Dicho programa, como parte de la política social, evidencia la ruindad antisocial del populismo derechista de Felipe Calderón. Es populista en el peor de los sentidos: es manipulador. Ante todo, busca manejar a los pobres con fines electorales, contrarrestar su progresivo descrédito ante las mayorías y desactivar el descontento y la demanda de aumentos salariales. Es mezquino, porque Calderón sabe perfectamente que las limosnas (subsidios) asistencialistas de su iglesia neoliberal, inauguradas por Carlos Salinas –quien ahora trata de lavar su imagen presentándose como antineoliberal–, unos cuantos pesos más, de julio a diciembre, son absolutamente inútiles para evitar un mayor deterioro en la dieta de la población, el hambre, la desnutrición, la pérdida en su calidad de vida. Es despectivo, porque Calderón Hinojosa no ha propuesto alguna medida para impedir el aumento generalizado de los precios, en especial el de los alimentos y los bienes básicos.
Con esas subvenciones Calderón no aspira a cambiar radicalmente los factores que han colocado en la mendicidad y la pobreza a las mayorías. Sólo perpetuará esa condición y tratará de mantenerlas encadenadas a la bondad gubernamental. Un mejor futuro implicaría abandonar el neoliberalismo, anteponer el crecimiento socialmente incluyente por encima de la estabilidad de precios, la creación de empleos decorosos, salarios con mejor poder adquisitivo, regulaciones, una política social no asistencialista y un cambio en la genocida política económica (monetaria y fiscal restrictivas, el tipo de cambio sobrevaluado, la ausencia de programas sectoriales, la apertura comercial y financiera). Pero Calderón y los neoliberales huyen ante esas propuestas como si fuera la peste. Como el diablo ante la cruz. Una cosa en la moral católica, con todo y lo embustera que sea, y otra la amoral acumulación capitalista, que condena a la hambruna y la muerte a la población damnificada por la acumulación privada neoliberal.
Es siniestro, porque aprovecha las penurias de los pobres para recetarnos una dosis adicional de la terapia neoliberal, causante de los problemas: una mayor apertura comercial y la compra de más alimentos foráneos: trigo, arroz, frijol, maíz blanco y maíz amarillo, justo cuando éstos suben especulativa y desmesuradamente en el mercado mundial; y entregar y subsidiar a los oligopolios –como Cargill, Archer Daniels Midland, Minsa, Maseca, Distribuidora Fortimex, Suministros de Maíz del Mayab (Sumasa), Columbia Intergranos de México o Consultoría de Mercados– la comercialización de esos bienes para que especulen mejor, bajo su protección. Por su viaje a la tierra de su añorado facho Franco y sus falanges, nos enteramos que Calderón Hinojosa quiere entregar el servicio del agua potable a la voracidad empresarial, como ya lo hace Aguas de Barcelona en Coahuila, por ejemplo. Es criminal porque ha condenado a una mayor penuria e irremisible muerte de los pequeños y medianos productores empobrecidos, es decir, una parte de los afectados que, supuestamente, dice que va a ayudar. Ante el riesgo de que se derrumbe su obsesión reprivatizadora de la industria petrolera, Felipe Calderón devela su rostro despótico: nos amenaza con un ejemplar castigo: el recorte del gasto social.
Como ha señalado el prestigioso economista y sociólogo argentino Bernardo Kliksberg, asesor principal del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, cuando una población es pobre, padece hambre y tiene deteriorada sus condiciones de vida (educación, salud, etcétera), se debe a los problemas de empleo, al bajo poder adquisitivo de sus salarios y a los tecnócratas neoliberales. Esa situación “va a reproducir ese destino de pobreza en la generación siguiente. A eso llamo la ‘trampa de la pobreza’. Nunca el mito del derrame ha sacado a los pobres de esa situación”, es decir, la política calderonista. Eso es una verdadera “bomba de tiempo –agrega Kliksberg–; eso llevó a revueltas populares en 23 países en los últimos tres meses”.
¿Cómo pretende Calderón “proteger el ingreso y fortalecer la economía de las familias más pobres”?
Además de una mayor importación de los granos básicos citados, manteniendo el kilo de harina de maíz “Mi Masa” en cinco pesos y el litro de leche en cuatro pesos, en las zonas más pobres del país. Con una reserva “estratégica” de maíz de medio millón de toneladas; un mayor apoyo a la cadena maíz-tortilla y la “modernización” de tortillerías. Con el apoyo al precio de la gasolina, el diesel y el gas LP para todos los mexicanos (alrededor de 200 mil millones de pesos al año). En pesos constantes y sonantes, los subsidios a los miserables pasarán de 535 a 655 pesos mensuales, en promedio (el complemento a su gasto en alimentos subirá a 365 pesos mensuales). Globalmente, implicará un esfuerzo presupuestal por 4 mil 500 millones. El universo de beneficiarios será de 5 millones 280 mil hogares, 25 millones 600 mil mexicanos.
Hagamos cuentas. Los 535 pesos representan 17.83 diarios. La simple división entre el total de mexicanos afortunados y los hogares implica 4.8 personas en cada uno de ellos. Por mes, a cada miembro le corresponde 110.54 pesos y 3.69 por día. Con el “generoso” subsidio adicional mensual por 120 pesos (poco más de dos salarios mínimos), cuatro pesos diarios, de julio a diciembre, cada familia podrá comprar casi medio kilo de tortillas más, por ejemplo, hasta que su precio se eleve. Claro, siempre y cuando se lo permita el alza generalizada de los alimentos, el gas, la luz o el agua. A cada familiar le tocará 24.79 mensuales, 83 centavos diarios. Ni siquiera para un triste bolillo o telera, según las veleidades de cada paladar. Con el apoyo añadido, cada hogar recibirá 655 pesos al mes o 21.83 por día. Si la familia es equitativa, cada uno se verá favorecido con 135.33 mensuales o 4.51 diarios. Si esa cantidad no les sirve de nada, al menos queda un consuelo: no subirá la leche y las tortillas, al margen de su calidad. Personalmente no tengo la menor duda que esas familias brincarán como enanos, de pura felicidad. Evadirán el hambre y la desnutrición. No serán más miserables como lo son ahora. Al menos en lo que resta del año. Nadie sabe qué sucederá después.
Seguramente se mostrarán más que agradecidos, en ese tiempo, con la desinteresada bondad de Calderón Hinojosa y los chicago boys (siempre y cuando Calderón no monte en cólera y retire ese respaldo, en caso que a los priistas se les ocurra desertar y dejen sólo al émulo de Santa Anna en su intento de traicionar a México: reprivatizar la industria petrolera).
Desdichadamente, la misericordia tiene sus límites fiscales. Según los dudosos datos de la Comisión Nacional de Evaluación de la Política Social, en México viven –valga el eufemismo– 14.3 millones de indigentes o “pobres en alimentos”. Felipe Calderón dice que apoyará a 25.6 millones. Esos serán los agraciados por el reino de los cielos calderonistas. De acuerdo con la Encuesta de ingresos y gastos de los hogares de 2006, ellos se ubican entre las que ganan hasta tres veces el salario mínimo (VSM): 5.2 millones de hogares o 20.3 millones de personas (18 por ciento de la población total). Sin embargo, los que perciben de tres a cinco VSM tampoco la pueden adquirir: 6.2 millones de hogares o 24.2 millones de individuos (23.4 por ciento del total), que ya resienten los estragos de la carestía. Los miserables y los pobres sumarían el 43 por ciento de los mexicanos, 11.4 millones de hogares y 44.6 millones de personas. Si se toma en cuenta la canasta alimentaria básica de INEGI-Cepal, los pobres se calcularían en 30.2 millones de nacionales y 44.7 de damnificados.
El problema es que la difusa “clase media” tampoco tiene la manera de evadir los efectos de la inflación. El deterioro del poder adquisitivo de los ingresos ya es epidemia. De los 26.5 millones de hogares registrados, sólo 8.9 millones o 34 millones de personas (33 por ciento de la población) ganan más de ocho VSM. Pero con un ingreso de poco más de 12 mil pesos mensuales, difícilmente puede decirse que una familia viva sin sobresaltos. Lo anterior parece confirmar lo que se ha dicho: el neoliberalismo no alcanza para 70 millones de mexicanos.
Si se toma en cuenta el gasto de los hogares por deciles, los tres más pobres (7.9 millones de hogares, 30.9 millones de personas) destinan del 42.1 al 46 por ciento de sus recursos a la compra de alimentos. Si se agrega el agua, el gas, la electricidad y el transporte público la cuantía se eleva del 55.9 al 59.7 por ciento. Con esos añadidos, cinco deciles, 13.2 millones de hogares, 51.6 millones de personas, destinan al menos la mitad de su dinero a tales bienes y servicios. De ellos, 25.6 millones tendrá el consuelo del óbolo calderonista. El resto que se atenga a su desdichado destino de náufrago.
Si se considera la renta de la propiedad (los ingresos recibidos por la posesión de activos), sólo 919 mil hogares (3.5 millones de personas) concentran el 92 por ciento de los ingresos recibidos por ese concepto.
Lo único claro es que son menos de 1 mil familias las que no resienten ni resentirán la carestía. Incluso, ellas, con la manipulación de los precios o la especulación financiera, entre otros mecanismos, ganarán con la carestía. Esas familias que se sienten las dueñas de México. Entre ellas se encuentran los que financiaron la campaña de Calderón, las que le respaldan actualmente y las que se benefician con sus políticas. Como se ve, no todos son desagradecidos.
VER TABLA: HOGARES POR LA COMPOSICIÓN DE LAS PRINCIPALES FUENTES DE SU INGRESO
VER TABLA: HOGARES: DISTRIBUCIÓN GASTO CORRIENTE MONETARIO
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