Historia tan dulce y amarga…


a historia de la caña de azúcar es empalagosa y antigua como el hombre… La Saccharum Offisinarun, de la familia de las gramíneas, llegó a América de las manos de Cristóbal Colón y creció en las Antillas para luego llegar a México y después a todo el continente americano.

Ya en nuestra patria, desde los serraniegos valles del Chota hasta los de Loja, acogieron a la generosa planta de largas hojas y de blanca pulpa, madre de la miel, que pintó de verde la tierra, y aromó al Ecuador entero con la dulce fragancia del azúcar.
Yunguilla y Paute en el Azuay, y La Merced y Los Bachirines en Cañar, así como en otros territorios del Ecuador, desde la colonia ya se producía panela y, principalmente, aguardiente en sus fecundos valles, pasando a ser un importante renglón en la economía; como respuesta, la Corona española introdujo la ley de las Alcabalas y Estancos, que desembocó en el levantamiento conocido con eses nombre.

Después de la revolución liberal, Alfaro construyó el ferrocarril que unió la costa con la sierra, por el eje Naranjito – Bucay. El intercambio comercial dio origen a una época de bonanza, a la aparición del Banco Comercial y Agrícola; se estructuró la burguesía agroindustrial.

Recordados inversionistas, como el Sr. Rafael Valdez, que en el año de 1884 creó el primer ingenio del país en Milagro, y el Sr. Carlos Lynch, que organizó el ingenió San Carlos, allá por el año 1882, fundaron la agroindustria azucarera, que trajo por primera vez el fenómeno de la migración interna: grandes masas de campesinos paupérrimos, solos al inicio, y después con sus familias, con el grito de “a la Costa”, poblaron los alrededores de los ingenios, favorecidos por la prosperidad económica, y por el ferrocarril, caballo de acero, que en sus lomos transportaba la dulce mercancía.

Pronto entraron en la competencia Luz María, Santa Rosa de Chobo, Supaipungo, El Cóndor, Eulalia, Chonanana, Esperanza, San Pablo, La Compañía y otros ingenios.

A mediados del siglo pasado, un grupo de empresarios comandados por Alfonso Andrade Ochoa, Ernesto Jouvin Cisneros, José Salazar Barragán, Rafael Andrade Ochoa y Juan Eljuri, fundaron la Compañía Aztra, con un capital de 425 millones de sucres (17 mil dólares), y lo afincaron en la zona cañarí, beneficiándose de una ley especial dictada con el afán de permitir el desarrollo de la zona centro norte sur del Ecuador.

La consolidación de la industria azucarera trajo como consecuencia los asalariados agrícolas, casi esclavos en sus inicios, y que nosotros conocimos de cerca aquí en La Troncal, cuando llegaron por miles para sembrar con su esfuerzo, con músculo y machete, desde mayo hasta diciembre, para después cosechar casi nada por sus esfuerzos.

Los truncos sueños de días mejores, trajeron el descontento y el levantamiento de los trabajadores en busca de mejoras salariales y otras justas reivindicaciones, que fueron brutalmente reprimidos el 18 de octubre de 1977.

Azúcar y sangre derramadas


El Segundo Contrato Colectivo firmado entre los trabajadores y la Compañía Aztra garantizaba en el Art. 39 que éstos percibirían el 20% de la elevación del precio de quintal de azúcar; se había autorizado jurídicamente de parte de la dictadura militar que nos gobernaba, elevar de 135 a 220 sucres; lo cual significaba 85 sucres de alza, que multiplicado por la producción del ingenio, esa zafra llegaba a la suma de 28.171.176 sucres, que debían constituir las regalías para los trabajadores y sus familias. Pero jamás se reconoció este derecho de parte de los ejecutivos de la empresa.

Luego de agotar todo el trámite jurídico, el martes 18 de octubre, a las seis de la mañana, las diferentes organizaciones sindicales, especialmente la Asociación de Trabajadores Agrícolas (ATA), tomaron las instalaciones del ingenio Aztra, respaldados jurídicamente según el Código de Trabajo vigente en aquella época.

A las seis de la tarde de ese mismo día, previa orden policial, se produjo el desalojo brutal e inhumano, violento y sanguinario… El 19 de octubre, muy por la mañana, empiezan a flotar en el canal del ingenio Aztra los múltiples trabajadores mártires de esta fecha histórica y dolorosa, que es necesaria recordarla en la memoria colectiva para que jamás se vuelva a repetir.

¿Existió justicia?


Treinta años después reflexionamos: el proceso judicial que se instauró contra esta masacre, jamás condenó a culpable alguno; el crimen permanece impune… Sólo quedaron las lágrimas, el dolor y el recuerdo de aquellos mártires sin tumbas, cuyo grito de protesta aún resuenan en nuestros oídos.

Mas, desde la privatización de lo que fue Aztra, los salarios son peores, el hambre nuevamente enarbola su insignia, su bandera de muerte y de incertidumbre. Ya no existen senderos de esperanza para el montubio, para el cortador de la caña; sólo le quedan su vieja camisa empapada de sudor y lágrimas, y su machete con el que corta la caña, humedeciendo la tierra con su dulce néctar, junto con su sangre, su lucha y su esperanza…