En estos momentos quedó claro que el principal enemigo de Felipe Calderón no es Andrés Manuel López Obrador ni sus seguidores; es él mismo, después su propio gabinete y de los empresarios que lo encumbraron. Su actuación ante el desastre del paciente americano, la crisis financiera mundial y sus secuelas para México no dejan lugar a equívocos. Ellos son responsables de su pérdida de credibilidad ante la sociedad. Desde que los panistas llegaron a Los Pinos, una pregunta flota constantemente en el ambiente: ¿quién gobierna realmente a la nación? Porque, según las evidencias, no han sido Vicente Fox ni Calderón. En particular, la economía navega a la deriva, peor que el buque del holandés errante; o, mejor dicho, se hunde en su propia recesión inflacionaria con desempleo.
El mito de la fortaleza económica y financiera fue desbaratado espectacularmente por la brutal orgía especulativa de quienes menos esperaban –es un decir– los calderonistas: 16 consorcios, entre ellos Telmex, Televisa, TV Azteca, Femsa, Comerci-Banorte y Cemex. Es decir, la oligarquía mexicana para quien Felipe Calderón ha gobernado. En sólo 72 horas, 8.9 mil millones de dólares de las reservas del banco central pasaron a sus bolsillos, gracias al “libre mercado”. Ante una arremetida similar, Luis Echeverría expropió algunas tierras y las repartió entre los campesinos, unas fueron del panista Manuel J. Clouthier.
José López Portillo, en un agónico acto que restauró la dignidad del Estado, nacionalizó la banca, el símbolo de la oligarquía que había saqueado al país y hundido en una de sus peores crisis. ¿Calderón Hinojosa tomará una medida similar o seguirá siendo el hazmerreír del empresariado y la población?
Ante las evidencias de una crisis mundial que se agudizaba, Calderón y su gabinete elaboraron una estrategia económica para 2009, donde el mundo parecía disfrutar de una plácida tranquilidad. Una vez que la desaforada manada de especuladores colapsó los circuitos financieros mundiales, en especial los de Estados Unidos, los calderonistas se dijeron sorprendidos, como si hubiera caído un relámpago en pleno cielo sereno –recuérdese la fisonomía fantasmal de Calderón, Agustín Carstens y Guillermo Ortiz cuando presentaron a su nueva criatura–, y tuvieron que aceptar que su plan inicial era inviable. Quedó en calidad de nonato. La emergencia asociada a los “coletazos” de la crisis sobre nuestra “fuerte economía” –según las palabras de Agustín Carstens–, que tundieron al peso, los obligaron a replantear las directrices básicas. En su lugar parieron otro atildado engendro, llamado aparatosamente “programa para impulsar el crecimiento y el empleo”, cuyo improvisado disfraz, por el lado que se le vea, nada tiene que ver con lo que podría denominarse plan anticrisis. Cinco son los principales rasgos del programa.
1) Carece de medidas inmediatas para contrarrestar el desplome ya registrado por la economía mexicana, por lo que éste se profundizará en lo que resta de 2008. El gasto adicional en infraestructura por 53.1 mil millones de pesos (MMDP) –publicitado engañosamente con pompa y circunstancia por Calderón y sus chicago boys– empezará a ejercerse en 2009. Mientras tanto, persistirá el subejercicio en el gasto público actual, por encima de la Ley de Egresos aprobada por el Congreso para 2008, estimado en al menos 30 MMDP, parte de los cuales serán utilizados en el futuro programa. Si ese dinero se hubiera empleado oportunamente, como estaba presupuestado, eventualmente las tendencias recesivas de la economía serían menos acentuadas. Por desgracia, la persistente restricción fiscal y monetaria, que afecta la demanda interna (el consumo y la inversión productiva), sumada a la recesión de Estados Unidos, que inhibe las exportaciones, tenderá a profundizarlas. La economía caerá sin paracaídas. En los Criterios de Política Económica (CPE) de 2007, se había previsto que este año se crecería 3.6 por ciento. En los de 2008 se redujo la meta a 3.5 por ciento. En los de 2009 a apenas 2.4 por ciento, aunque el Fondo Monetario Internacional (FMI) la estima en 2.1 por ciento (World economic and financial surveys, octubre de 2008).
2) Contra la ortodoxia se acepta que el déficit fiscal de cero por ciento se convierta en desbalance de 1.8 por ciento del PIB. En gran medida, esto se deberá a las actividades y el cambio en el trato fiscal de Petróleos Mexicanos (Pemex), la exclusión de su inversión en el balance presupuesto, que incluye la desaparición de sus Pidiregas (la inconstitucional obra privada realizada en nombre del Estado) y su consolidación de sus pasivos en deuda pública. No deja de ser llamativa la decisión de utilizar el Fondo de Estabilización de Pemex (12 mil millones de pesos) para la construcción de una nueva refinería, ya que los calderonistas siempre dijeron que se carecía de recursos para ella y justificar la reprivatización disfrazada de la paraestatal.
Todo lo anterior me lleva a una presunción: que constituye el caballo de Troya que formaliza la reprivatización de la industria petrolera, la traición a la nación; que Felipe Calderón, a través de uno de los depredadores de Pemex, Juan Camilo Mouriño, ya negoció con los priistas del Congreso, encabezados por Manlio Fabio Beltrones, para violar la Constitución y abrir las puertas a la inversión privada, contrarreforma que se impondrá después de la discusión presupuestal.
3) La dosis adicional de desgravación arancelaria y de liberalización de los mercados para supuestamente hacer más competitiva a la economía. Justo en el momento en que la desregulación financiera y la “ética” empresarial y de los cancerberos encargados de supervisarlas han sido duramente criticadas y responsabilizadas de la crisis financiera mundial, por su voracidad y sus prácticas delincuenciales. En 1982-1983 los aranceles cubrían el ciento por ciento de las importaciones. Es cierto que se propició un aparato productivo ineficiente y una elite empresarial parasitaria; pero, la economía creció a una tasa media real anual de 6.1 por ciento entre 1950 y 1982, con el modelo de economía cerrada o de industrialización. Con la reducción de aranceles iniciada en 1984 y que en este momento sólo afectan al 11.4 por ciento de las compras externas (el arancel simple total es de 10.2 por ciento y el ponderado, es decir, el realmente aplicado, es de 2.3 por ciento), ¿qué economía “competitiva” se generó? Los nuevos empresarios son iguales o peores de ineficaces y parasitarios.
La rápida apertura comercial, en plena crisis productiva e inflacionaria de la década de 1980, destruyó gran parte de las empresas locales al someterlas a una competencia externa desleal y al abandono gubernamental, lo que profundizó nuestra dependencia estructural del mercado mundial. No mejoró el crecimiento, al contrario, el modelo neoliberal de economía abierta contribuyó al dilatado estancamiento de 1983-2009, donde la tasa media de crecimiento anual será de 2.5 por ciento, comparable a la existente a principios del siglo XX. Calderón quiere más apertura, mientras los países industrializados refuerzan sus aranceles y subsidian a su aparato productivo, las bases de su poderío económico y su desarrollo.
Cabe preguntarse: ¿qué áreas pretenden descobijar aún más Felipe Calderón y sus chicago boys? El margen es limitado. El arancel menos alto corresponde a las compras externas de bienes de consumo (el simple es de 21 por ciento y el ponderado de 5.9 por ciento). Por sectores, el mayor ponderado es el del sector agropecuario (5 por ciento), y las industrias del papel (5.9 por ciento), minerales no metálicos (3.5 por ciento) y alimentos (3 por ciento). ¿Pretenden desproteger más al sector agroalimentario para completar la pérdida de la soberanía en ese renglón? ¿Logrará que ahora sí sea eficiente la economía, cosa que no se logró entre 1984 y 2008?, ¿productivamente hablando, cuándo serán marginales e indiferentes las reducciones? En ausencia de programas públicos sectoriales se dejará todo al “mercado” y las llamadas “ventajas comparativas”, basadas en productos tradicionales (energéticos, minerales, agroexportaciones, mano de obra esclava), como ya sucede y que en nada benefician al desarrollo.
Lo que busca Felipe Calderón es terminar por destruir a la economía y desaparecer a los productores rurales más pobres. Ellos tienen la palabra: aceptan sumisamente su condena a muerte o buscan su supervivencia a costa de Calderón y los neoliberales. Ante la guerra de tierra arrasada que les han decretado, con el respaldo del Congreso, cualquier método que adopten será legítimo.
4) El programa económico para 2009 acepta tácitamente que no es para el crecimiento. En los CPE de 2007 y 2008 se propuso una meta de crecimiento de 3.6 por ciento para el próximo año. En el mal parido, de 3 por ciento; y en el nuevo engendro, de 1.8 por ciento. Se cayó a la mitad. En los hechos se reconoce que probablemente el producto interno bruto se derrumbe en los dos primeros trimestres (en una tasa de alrededor de cero por ciento o menor a ella). Luego se mantendrá aletargada y acaso tienda a recuperarse en el último trimestre. Sólo así puede explicarse el promedio anual de 1.8 por ciento. Apenas un estertor, producto de la simple inercia.
En ese tenor puede suponerse legítimamente que el “programa” de marras, con todo y sus 53.1 MMDP adicionales, no apuesta por el “crecimiento y el empleo”. Es el plan que oficializa la recesión y ata de manos los instrumentos contracíclicos: el gasto público y el relajamiento de la política monetaria. El crecimiento se deja a la venia del redentor “mercado”, la “creatividad” empresarial y la esperanza remota de la reactivación de Estados Unidos. Por desgracia, el FMI ha estimado que Estados Unidos se hundirá en la recesión: le calcula un crecimiento de 1.3 por ciento en 2008, 0.1 por ciento en 2009 y sólo hacia 2013 mejorará a 2.3 por ciento. Paul Volcker, que ocupó la Reserva Federal con Carter y Reagan, uno de los artífices del desastre neoliberal, acaba de señalar: “La economía (de Estados Unidos), creo, está en recesión”.
Difícilmente podría arrastrar al cadáver de la economía mexicana. La tasa de 1.8 por ciento equivaldrá a un año más de estancamiento en el largo plazo. El 27 consecutivo desde que los neoliberales usurparon el poder. Según los CPE, Calderón soñaba con una tasa media anual sexenal de 4 por ciento y a la mitad de nuestra pesadilla será de 2.5 por ciento. Fox nos decía que terminaría en un nivel de 7 por ciento y apenas promedió en su mandato 2.3 por ciento. Felipe Calderón dice que cerraría en 5.2 por ciento. La realidad ha sido cruelmente veleidosa con los “planeadores”.
El programa no es para el crecimiento. Está diseñado para tratar de estabilizar nuevamente los mercados financieros y, por enésima vez, alcanzar la meta de inflación de 3 por ciento, el eje rector de todos los CPE calderonistas. La política monetaria (altos réditos de 8 por ciento, 4-5 por ciento reales, 4-5 veces mayores a los de Estados Unidos) y fiscal se mantiene atada a muerte al dogma neoliberal.
El pobre objetivo de crecimiento –por llamarlo de alguna manera– para 2009 es un símil de la tragedia calderonista: sus expectativas se han desinflado estrepitosamente en escaso tiempo.
5) Tampoco es un programa para el empleo y el bienestar. Hasta septiembre, la tasa de desempleo abierto llegó a 4.5 por ciento, contra la de 3.4 por ciento de diciembre: aumentó 22 por ciento. En lo que va del mandato del “presidente del empleo”, los arrojados a la calle han subido 20 por ciento. Martín Werner, subsecretario de Ingresos de la Secretaría de Hacienda, reconoce que se crearán 300 mil nuevos empleos de los 800 mil prometidos, pese a que se requieren 1.3 millones. Eso en el mejor de los casos, porque pueden ser menos. ¿Mantendrán Mouriño, las policías y los militares el suficiente vigor en los músculos para imponer toda la fuerza del Estado para los nuevos candidatos a delincuentes, tal y como lo hicieron en contra de los maestros en el estado de Morelos?
Mientras el sistema financiero mundial se desplomaba, Gerardo Ruiz, secretario de Economía, dijo ante los pasmados congresistas que el gobierno no pensaba “tomar medidas extraordinarias porque sería anticiparnos a algo que todavía no pasa”. Sólo se tomarían hasta ver cuál es impacto en el bolsillo de los mexicanos. Es decir, en pleno desastre. Sólo le faltó aclarar a qué “bolsillos” se refería. Si eran los de Elba Esther Gordillo y personajes similares, tenía razón. No hay por qué preocuparse. La despótica aliada de Calderón puede darse el lujo de regalar 59 Hummers –valuados entre 22 y 30 millones de pesos– a sus capos del sindicato, para que transiten tranquilamente entre la floreciente delincuencia y los vejados y apaleados maestros, que deben de estar más irritados por el obsceno destino de sus cuotas sindicales o por el posible pago calderonista de los sucios servicios prestados por la señora, o ambas cosas. Si pensaba en los trabajadores, le faltó aclarar de qué magnitud tiene que ser la horadación en sus miserables bolsillos para que se tomen la molestia de inventar algo. La paupérrima alza en los salarios mínimos de este año ya se perdió dos veces. El poder de compra de los contractuales ha perdido el 25 por ciento de su aumento, más lo que se acumule, en ambos casos, en lo que resta de 2008.
Según la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales, en septiembre las ventas en las cadenas minoristas cayeron 6.5 por ciento; en las de autoservicios, 4.4 por ciento, y en las departamentales 13.8 por ciento. Desde luego, Gerardo Ruiz no es una pitonisa, pero no necesitaba estrujarse demasiado el cerebro para imaginárselo. Pero eso no le inquieta. Al contrario, es lo esperado por la política monetaria y fiscal que buscaba reducir el consumo para tratar de controlar la inflación. El posible descontento será controlado por la “tiranía” del “mercado libre”, es decir, Javier Lozano, secretario del Trabajo, los empresarios, el temor al desempleo abierto y los garrotazos, si es necesario.
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