Autor: Yenise Tinoco /
Sección: Ocho Columnas /
1 Enero 2009 /
Con una infraestructura visiblemente deteriorada, sin formación especializada en el ámbito rural ni módulos de producción, los 252 alumnos de la Normal de El Quinto buscan cumplir su meta de convertirse en profesores. La represión sufrida durante años por parte de las autoridades de los tres órdenes de gobierno y la distancia que guardan con el resto de las normales hermanas terminaron por separar a la Normal Rural sonorense de la FECSM.
Etchojoa, Sonora. Tímido, sonríe. Enseguida alardea del orden en el comedor, del que es responsable; su voz sobresale del bullicio que genera un centenar de jóvenes hambrientos. Camina unos pasos y se sienta en la silla más cercana. Su mirada se pierde. Igual ve la mesa o el techo como si buscara algo.
Con la vista puesta en sus manos, como si el movimiento rápido de éstas lo transportara en el tiempo, dice: “Fue en octubre, no recuerdo el día, pero el frío ya pegaba con ganas. Un compañero y yo pedimos al director que nos dejara pasar la noche en la escuela; sólo quedamos nosotros, el resto se había ido a sus casas”.
El recuerdo se hizo presente y el brillo en sus ojos regresó. “Ya en el dormitorio empezamos a escuchar ruidos, pasaban de las 10 de la noche. Al levantarnos de la cama, vimos una decena de militares frente a nosotros; nos sacaron de ahí. Tenían el control de la escuela”, recuerda Vidal Carlón, exalumno de la Escuela Normal Rural Plutarco Elías Calles, conocida como El Quinto.
Luego de 24 años y convertido en subdirector administrativo, Carlón recuerda cómo el Ejército tomó el plantel, tras la participación del alumnado en un movimiento en el municipio de Cajeme. Esta movilización derivó en el cierre temporal de la Normal y la expulsión definitiva de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM).
Enclavada en el municipio más pobre de Sonora, Etchojoa, a unos 300 kilómetros de la capital política y económica del estado, la Normal alberga el sueño de 252 alumnos que buscan convertirse en profesores.
Visiblemente deteriorada, la escuela cuenta con un comedor para 300 personas; almacén, lavandería, peluquería, enfermería, biblioteca, un auditorio, 12 aulas, 12 dormitorios, sala audiovisual de maestros, danza, ajedrez, pintura, cómputo y medios audiovisuales.
Entre bromas y sonrisas, Carlón prosigue el relato. Hasta octubre de 1984, la Normal perteneció a la FECSM, y es que en aquel año la base estudiantil participó en un movimiento que perdió; entró el Ejército y tomó el control.
Recuerda que la escuela estuvo cerrada de octubre de 1984 a enero del año siguiente. Fue por la intervención de los padres de familia y sus negociaciones con las autoridades que se logró su reapertura. Para no perder el ciclo escolar, de finales de enero a junio, se hicieron dos semestres en uno.
Fuera, la FECSM
“Las negociaciones fueron con autoridades del gobierno estatal y la Secretaría de Gobernación. Las mesas eran enormes. Nuestros padres firmaron una serie de acuerdos para la posteridad, con el fin de que se reabriera y mantuviera la escuela. Uno de los puntos fue la salida de la FECSM”, comenta.
El hoy directivo recuerda que el movimiento se originó en apoyo a dos colonias en formación en Ciudad Obregón, una de éstas, la Cajeme. Los colonos invadieron tierras particulares y los querían desalojar para regresar el predio a los dueños. “Ahora que lo pienso, no tenía mucho sentido nuestra movilización”.
Carlón explica que, en aquel momento, cualquier intento por volver a ser miembro de la FECSM, dar apoyo a otras normales rurales o realizar movimientos internos implicaba el cierre de la institución.
Andrés Navarro, estudiante del tercer año y encargado de la cartera de raciones, considera que el quinteño es pasivo, no por convicción sino por disposición. Las condiciones que han prevalecido a lo largo de 72 años de historia no dan pie para pensar en cosas ideológicas, movimientos, protestas, todo lo que se ve en el resto de las normales rurales del país.
“El quinteño es pasivo, en ocasiones a niveles muy altos, porque pueden estar sucediendo cosas en escuelas hermanas y nosotros no nos enteramos. Los principales factores son el ánimo y la cuestión geográfica. Somos una Normal que se encuentra, en comparación con el resto, muy aislada. Son muchas horas de camino al centro del país y se pierde la intensidad de las noticias”, reflexiona Andrés.
Dice que para el quinteño la prioridad son las cuestiones académicas, más allá de la formación política e ideológica que tiene el resto de las escuelas normales que pertenecen a la FECSM.
Andrés comenta que sí hay relación con la Federación en cuestiones académicas, culturales o deportivas; pero no en lo político o ideológico. “La escuela está sancionada; con cualquier movimiento o huelga se cierra el plantel, así se estableció en un convenio firmado por las generaciones anteriores”.
Sus inicios
En 1931, la Escuela Normal Rural Plutarco Elías Calles inició labores en la Casa Corrección en el municipio Ures, Sonora. El alumnado estaba integrado por hombres y mujeres.
La Normal contaba con dos tipos de alumnos: internos, provenientes de distintas partes de Sonora y Sinaloa, y externos, de Ures y lugares cercanos. Uno de los principales requisitos para entrar era que los interesados fueran hijos de campesinos y con precarios recursos económicos. La duración de la carrera era de dos años; al terminar sus estudios, los alumnos salían a fundar escuelas primarias.
En 1934, la Normal se trasformó en Escuela Regional Campesina y sus estudios tenían una duración de tres años. Las doctrinas desfanatizadoras que patrocinaban los planteles del sistema federal hicieron decaer notablemente el prestigio de la institución.
En aquel mismo año, los maestros y alumnos de la Normal, cobijados por la bandera rojinegra, se apropiaron del templo de San Miguel Arcángel en la cabecera municipal. Este acto hirió a los creyentes del lugar, levantándose una época de encono en contra de los “quema santos”, como se les apodó a los normalistas.
Este periodo de persecución religiosa fue el fin de la escuela en Ures. Las aulas estaban vacías y el gobierno federal se vio obligado a retirar parte del personal. Los edificios quedaron desolados.
Lo anterior motivó a la Secretaría de Educación Pública y al Departamento de Enseñanza Agrícola y Normal Rural a dar la orden de que la escuela se cambiara al sur del estado. El cambio tenía que ser acatado a más tardar el 1 de abril de 1937, su destino: El Quinto, Etchojoa.
El traslado se realizó en dos carros de redilas. En uno subieron todas las herramientas de labranza, imprenta y utensilios de cocina; en el otro viajaron los alumnos y los víveres. Llegaron a El Quinto el 2 de abril en la madrugada; en el lugar sólo había un galerón de madera y todo el campo enmontado. Las clases se reanudaron el 7 de abril de 1937.
En un principio, la Normal fue dotada de 165 hectáreas, pero el 29 de marzo de 1940, por presiones de ejidatarios avecinados del lugar, se les concedió 82 hectáreas pertenecientes a la institución. Desde 1988, la escuela cuenta con sólo 50 hectáreas, es decir, 30 por ciento de la superficie otorgada en 1937.
En abril de 1941, la escuela recibió nuevo plan de estudios y programas, convirtiéndose en Escuela Práctica de Agricultura. A partir de esa fecha, el internado quedó formado únicamente por hombres.
De octubre de 1958 a abril de 1959, la Normal se convirtió en Escuela Agrícola Vocacional. En septiembre de 1988, la institución pasó a un nivel de educación superior en licenciatura de educación primaria, con planes y programas de estudios de cuatro años.
Una oportunidad
Inquieto y extrovertido, habla sobre su sueño de estar frente a un grupo de primaria. Alto y muy delgado, no deja de sostenerse en un pie y en otro mientras habla, tal vez en busca de una pequeña rama que mitigue el calor que supera los 41 grados centígrados, o para espantar los pequeños insectos que revolotean cerca de él. Andrés es originario de Ciudad Obregón y cursa el tercer año.
Su rostro se ilumina cuando dice que su madre es obrera en una fábrica de galletas, y que tiene dos hermanos más: un varón que hace un año terminó sus estudios en la Normal, y una mujer que cursa el segundo año de secundaria. “Por cuestiones económicas, mi padre se fue a Estados Unidos hace muchos años; mi historia no es distinta, ya saben lo que pasa. Mi madre se hizo cargo de nosotros tres”.
En esa última frase le regresa la alegría al rostro. “Pude intentar entrar a la universidad en Ciudad Obregón, pero con las limitaciones económicas que tenemos en mi casa, no alcanzaría para cubrir los gastos. Desde pequeño siempre quise ser maestro”.
En busca de una oportunidad, Raúl Jurado dejó a su familia para estudiar en El Quinto. Su padre es profesor de primaria y su madre, secretaria. Ni al juntar ambos sueldos alcanzaban a costearle sus estudios en otra institución.
Con su sonrisa inocente y sus ojos achispados, Raúl da la impresión de ser un niño, tiene 18 años y cursa el primer año. Es originario de Agua Prieta. Para visitar a sus padres tiene que viajar más de 700 kilómetros, por lo cual sólo va en vacaciones o en puentes largos.
Lo mismo le ocurre a Domingo Bárbaro, quien, como su hermano mayor, estudia el tercer año. Ambos tienen como meta ser profesores y ayudar a su familia a salir adelante.
Domingo es originario del ejido Juan G. Cabral, en el municipio de Caborca. Visita a sus padres sólo en vacaciones: el traslado le resulta oneroso, sin contar que tiene que viajar por más de 10 horas. Al terminar el bachillerato, estuvo impedido económicamente para estudiar en otra universidad; es hijo de jornaleros.
Sólo locales
Manuel Antonio Argüeyes, director del plantel, dice que el principal requisito para ingresar a la Normal es que los interesados sean originarios de Sonora, incluso, que hayan cursado la preparatoria y secundaria en alguna institución local. Se hacen excepciones de ingreso cuando se comprueba que hay un cambio de residencia al estado, pero se tiene que demostrar que ya son residentes.
Agrega que esto obedece al Acuerdo para la Modernización de la Educación Básica, firmado en 1992, que establece que cada estado forme los docentes que necesita para atender a la población de educación básica.
Hasta hace un año, para obtener un lugar en la Normal, se requería que el interesado presentara una constancia de ser hijo de una familia de bajos recursos. De acuerdo con el directivo, hoy la matrícula está abierta a cualquier aspirante que quiera estudiar en la escuela.
“Afortunadamente, para bien de la institución y para abrir más el campo a otros aspirantes, se omitió ese requisito. Puede solicitar inscripción quien lo desee, solamente con haber culminado el bachillerato y no tener más de 21 años de edad”, dice Argüeyes.
La matrícula actual está formada por 252 alumnos. En promedio, egresan e ingresan 50 estudiantes (por año), aunque los espacios dependen de la necesidad del estado en cuanto a maestros en educación primaria.
La vida dentro del internado
Juan José Vargas, presidente de la sociedad de alumnos, dice que la jornada inicia a las 6:00 con el aseo personal. Las clases comienzan a las 7:00 y no existen los retardos. Después viene el desayuno, de las 7:00 a las 8:40 horas.
La comida se sirve a partir de las 13:00 y las clases se reanudan hasta las 15:00 horas. A las 17:00 horas inician los talleres: danza, ajedrez, música, rondalla, música latinoamericana y teatro. También hay clubes deportivos: taekwondo, voleibol, básquetbol, futbol y beisbol.
Al término de éstos, se sirve la cena de 18:30 a 19:30 horas. Luego tienen tiempo libre para descansar o hacer sus labores escolares.
Juan José explica que los alumnos reciben una beca semestral de 360 pesos, equivalente a 15 pesos semanales. Es un apoyo retroactivo para comprar útiles escolares, material y artículos para aseo personal.
Agrega que a los estudiantes de cuarto año, quienes realizan sus prácticas profesionales, se les entrega cada mes, en efectivo, lo correspondiente a su ración diaria, 38 pesos, que consideran es suficiente para tener una buena alimentación.
El líder estudiantil comenta que se planea rehabilitar unos terrenos para plantar frutas de autoconsumo; pero, para lograrlo, buscan los recursos.
La Normal no cuenta con módulos de producción desde hace más de una década, y los actuales alumnos “creen” que los que existían tenían que ver con la agricultura. La escuela tiene un tractor que hoy es utilizado para podar el césped de la cancha de beisbol y futbol.
A diferencia del resto de las normales rurales, ésta no se distingue por los murales de tinte político e ideológico. La escuela, que fue pintada recientemente, es de colores blanco y salmón, a excepción del área de dormitorios, que es de color azul.
Éstos están divididos por grupos: una extensión de tres por tres metros alberga dos literas, donde duermen cuatro alumnos; todos tienen aire acondicionado, que recién donó el gobierno estatal.
Necesidades
Juan José considera que una de las principales necesidades es la infraestructura. La mayoría de las instalaciones tienen más de 30 años, otras son de hace 60. Pese a las remodelaciones, hay espacios deteriorados y poco atendidos.
Agrega que en la lavandería regularmente las máquinas no sirven, la mayoría tiene más de 30 años de vida, por lo cual se necesita renovar los servicios asistenciales para tener mejor atención.
Manuel Antonio Argüeyes considera que las necesidades más urgentes que tiene la escuela son de orden material, mantenimiento y conservación de los edificios, sobre todo en el área de dormitorios y aulas.
El último año, dice, fue beneficioso para los alumnos y la escuela en general. Con recursos del Programa de Fortalecimiento de la Escuela Normal se adquirió equipo electrónico; todas las aulas cuentan con dispositivos de cómputo, pizarrón electrónico y proyector.
Argüeyes desconoce el presupuesto anual asignado a la Normal. Explica que al pertenecer la escuela al sistema federal, los recursos para el pago de la nómina de profesores y administrativos, así como el sostén de la institución proviene de la federación; pero son administrados por el estado, a través del Centro Pedagógico de Sonora.
Plazas
El directivo dice que cuando los alumnos egresan no tienen ninguna plaza segura. Con la firma de la Alianza por la Calidad de la Educación, entre el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y la Secretaría de Educación Pública de Sonora, a partir de este ciclo escolar, se ajustó a la política nacional de que todos los interesados en obtener un lugar dentro del magisterio participen en el examen de oposición.
Aclara que, previo a la firma del acuerdo, los egresados no tenían la seguridad de salir ya con una plaza, sólo se manejaban los interinatos. Posteriormente obtenían un lugar, que dependía de las posibilidades en el sistema educativo estatal.
Antonio García Salinas, catedrático de primer semestre, dice que, desde hace tres años, la Normal ha tenido cambios sustanciales en infraestructura, mantenimiento y cuestiones administrativas; se exigió a la vida académica mejores resultados.
El profesor comenta que el examen de oposición de 2008 lo hicieron 55 alumnos egresados de la Normal; de éstos, 35 consiguieron una base magisterial.
Anteriormente, dice, los resultados que se obtenían en los exámenes que cada año aplica el Ceneval (Centro Nacional de Evaluación) a los estudiantes del plantel, no eran favorables.
Contralínea solicitó entrevista con el secretario de Educación Pública en el estado, Víctor Mario Gamiño, sin que al cierre de esta edición se diera respuesta.
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