Miguel Hernández escribió el poema ‘Nanas de la cebolla’ al enterarse de que la madre de su tierno hijo no comía más que pan y cebolla, y que, por consecuencia, su tierno niño lactaba leche materna que le sabía amarga… Compuso los versos en la cárcel, donde lo recluyeron por militar activamente en el bando republicano, durante la guerra civil española.
Allí estabas, Miguel, encerrado por la dictadura del carcelero, prisionero porque creíste y luchaste por la dignidad de tu pueblo, por la libertad de la vida… Allí estabas, Miguel, el de Orihuela, el que empezó adorando a su tierra, su campo y sus cabras; el que después descubrió la pasión del cuerpo, la inquietud del alma, y arrimó su corazón a otro latido… Allí estabas, Miguel, mirando a la luna a través de las rejas (a la que tanto cantaste y soñaste tocarla como si fuera un enorme y voluptuoso seno)… Allí estabas, Miguel, privado de sonreír y caminar por el mundo junto a la revelación más lúcida del amor, los hijos; comenzando a morir de a poco, inmortalizado por tus sentimientos e ideología, ¡que tanto acariciaron a la poesía!
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar
cebolla y hambre.
Allí, exiliado de la alegría, leíste una carta de tu compañera (Josefina Manresa se llamaba los latidos conjuntos de tu corazón), en la que te contaba que, afectada también por la miseria del poder, sólo comía pan y cebolla, y que por lógica cruel de la subsistencia, Manuel Miguel, tu tierno niño de apenas ocho meses, lactaba tierna leche materna que sabía a lágrimas, a penas, ¡al agrio fermentado de las cebollas!
Una mujer morena
resuelta en lunas
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete niño
que te traigo la luna
cuando es preciso.
Allí, Miguel, en los muros de la injusticia, fuiste rehén de la impotencia y soportaste una tristeza tan amarga, que convirtió a tu corazón en una coladera de aflicciones y desesperanza. Ni siquiera toda tu bondad, Miguel, ni siquiera todas las cenizas de tu hombría derramadas en llanto, pudieron aplacar tan infinita pena…
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
No te quedó otro recurso, Miguel, que visibilizar las huellas de tu agonía y de tu esperanza: convertiste el dolor en poema y, desde tus versos jamás encarcelados, acariciaste la ternura de tu hijo; enamoraste a la tragedia vívida con palabras sencillas y hermosas, que quisieron arrancar, ¡de cuajo!, la melancolía del alma.
Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
Miguel, así surgieron las ‘nanas de la cebolla’, y no hubo paredes ni barrotes que pudieran detenerlas: de un disparo certero de ternura, justicia y libertad, hirieron irremediablemente al corazón de un compromiso de vida llamado dignidad; atravesaron tantos sentimientos, tantas fronteras de emociones, que la sangre de cebolla sirvió para amasar el pan del nuevo día.
Desperté de ser niño:
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Miguel: Poeta de verdad. De esos pocos que conmueven por haber hecho de su vida una responsabilidad con los demás; por haber hecho de sus versos un tributo al arte… Miguel, el de Orihuela, fuiste de los que empuñó el fusil y cantaste la verdad en poesía… Miguel, allí estabas, en la celda de Alicante, tu última morada, donde la tuberculosis escupió tu aliento a los 31 años de edad… Miguel, allí estabas y aquí estás, todavía joven en la memoria de tu pueblo, todavía vigente en la historia de la libertad… Miguel, militante comunista, ¡jamás arrugaste en este compromiso hermoso y necesario con la vida!
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
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