La Habana, Cuba. La segunda quincena de julio de 2007 fue calificada por varios economistas de diversas partes del mundo como el inicio de la actual crisis económica global, vista por ellos mismos como la mayor desde la gran depresión de la década de 1930.
Por esos días, el estallido de la especulativa burbuja inmobiliaria en Estados Unidos provocó un efecto dominó en la economía mundial y dio origen a una complicada situación cuyo final aún es incierto.
Dice un viejo refrán que “recordar es volver a vivir”; pues bien, en julio de 2007 estallaron una serie de descalabros económicos, financieros e inmobiliarios en las naciones más desarrolladas, que completaron episodios comenzados y no concluidos.
Recuérdense la crisis mexicana de 1995 (“efecto tequila”) y la asiática de 1997, con repercusión y resonancia en otras regiones del mundo. También la crisis rusa de 1998, la brasileña en 1999, conocida como “el efecto samba”, y la argentina, de la cual se habló mucho con su “corralito financiero”.
En 2001 la economía estadunidense fue muy afectada por la crisis de las empresas punto com y de las nuevas tecnologías, seguida del trance inmobiliario de 2007 que explota con la burbuja financiera y da rienda suelta en septiembre de 2008 a la presente recesión económica global.
Justamente hace dos años empezó la quiebra de los cinco grandes bancos de inversión, considerados por el economista cubano Osvaldo Martínez el brillante símbolo de la floreciente industria de la especulación desbordada: Lehman Brothers, Merril Lynch, Goldman Sachs, Morgan Stanley y Bearns & Stern.
Algunos de ellos como Lehman Brothers tenían 158 años de existencia y habían logrado sobrevivir a la crisis de la década de 1930. De ellos quedan, con vida recortada, Morgan Stanley y Goldman Sachs como simples bancos comerciales y sin hacer operaciones de titularización de valores que fueron sus grandes aventuras especulativas.
También quebraron las dos enormes agencias inmobiliarias conocidas como Fannie Mae y Freddy Mac, que financiaban la mitad de las viviendas estadunidenses y que el gobierno intervino y refinanció con 200 mil millones de dólares para evitar su colapso total.
Se derrumbó la gran aseguradora de hipotecas American International Group y fue necesario su rescate con 85 mil millones de dólares, de los fondos gubernamentales. Además, ocurrió con el banco comercial Washington Mutual, uno de los mayores de Estados Unidos.
En igual situación están hoy otra veintena de bancos comerciales y un centenar se encuentra bajo examen de supervivencia por la Corporación Federal de Seguros de Depósitos. En Europa, Inglaterra nacionalizó dos importantes bancos, además de quebrar otros cuatro, dos en Dinamarca y cinco en Alemania.
Por la gravedad de la situación, la Reserva Federal de Estados Unidos inyectó al sistema financiero varios cientos de miles de millones de dólares desde que comenzó la crisis, y otros bancos hicieron algo similar.
Solamente el día 1 de octubre de 2008, el Banco Central Europeo colocó 50 mil millones de dólares, el Banco de Inglaterra, 30 mil millones; el Banco Suizo, 10 mil millones, y el Banco de Japón, 5 mil 300 millones de dólares.
Por la dimensión de lo ocurrido, comenzaba así la crisis financiera actual, la más severa desde 1929 y que abrió una interrogante hacia adelante en cuanto a su duración e intensidad.
Analistas del mundo occidental dicen que lo peor pudo haber pasado, pero la realidad es que las noticias, a pesar de que muchos se empeñan en hacerlas halagüeñas, aún no muestran el verdadero fondo y mucho menos su desenlace final: un desenfrenado aumento del desempleo y la pobreza a nivel planetario.
Al compás de las ilusiones, hace apenas unos días el jefe del Banco Asiático de Desarrollo, Jong-Wha Lee, consideró que las economías del Este de Asia entraron en la transición de la recesión hacia la recuperación.
De acuerdo con sus opiniones, ese proceso marcha en las economías más grandes de la región que han aplicado paquetes fiscales de estímulo, de forma notoria en China.
Lo peor podría haber pasado. Con esa creencia algunos empiezan a ver los primeros brotes verdes en la economía, por lo que muestran cómo los índices bursátiles remontaron un 30 por ciento en los cuatro primeros meses de este año. Los grandes bancos centrales y los organismos internacionales (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional) afirman también que las fuertes alzas han permitido recuperar 7.5 billones de dólares a las bolsas europeas y estadunidenses.
Con todo, los parqués aún pierden 22 billones de dólares desde el comienzo de las turbulencias, cifra casi equivalente al Producto Interno Bruto (PIB) de la eurozona y Estados Unidos, que será de 24 billones de dólares al final de 2009.
Así, gobiernos e instituciones insisten en que las economías están encaminadas hacia la recuperación y aseguran que el crecimiento regresará a finales de año o a principios de 2010. Sin embargo, economistas y gurús no lo ven tan claro. Creen que inversores y autoridades se están aferrando a previsiones y estimaciones, en vez de a datos definitivos y mejoras concretas.
Desde que estalló la crisis, la economía frenó en seco. El PIB de Estados Unidos cayó en el primer trimestre del año 5.5 por ciento.
Para 2009, las previsiones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico apuntan un descenso del 2.8 por ciento.
La situación es más complicada en Europa, donde se espera una contracción del PIB para este año de 4.3 por ciento, y un estancamiento económico para 2010.
Estos movimientos son sólo la punta del iceberg de una crisis que ha sacudido los cimientos de la banca mundial en los últimos dos años.
Según el propio Fondo Monetario Internacional, entre 2007 y 2010 las entidades financieras estadunidenses, europeas y japonesas registrarán pérdidas por 4.1 billones de dólares.
El alcance de estas cifras también ha provocado que las ayudas de los Estados a la banca y a la propia economía se hayan multiplicado desde el inicio de la crisis.
Hasta la fecha, los gobiernos han inyectado 447 mil millones de dólares en los bancos y sólo Estados Unidos ha empleado casi 1 billón de dólares en combatir la recesión, con el correspondiente fuerte aumento del déficit público.
Cierto es que dos años después nadie es capaz de vislumbrar la solución ni el fin de la crisis.
Lo único acertado es la creación de un nuevo orden económico mundial más justo y humano, como reclamaron en abril de este año varios jefes de Estado en el Foro Económico Mundial para América Latina y más recientemente en la Cumbre de Naciones Unidas sobre la Crisis Mundial.
En el primero de los foros, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, reclamó que los países más ricos del mundo, desarrollados y emergentes, tienen la responsabilidad de crear esa nueva estructura financiera.
“El mundo espera mucho de nosotros. Nuestro principal error sería no actuar en forma audaz y reformadora para enfrentar la crisis global”, subrayó.
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