Los agricultores acogieron con gran esperanza al algodón transgénico Bt Bollgard al comienzo de su comercialización en la India, en junio de 2005. Teóricamente, usarían menor cantidad de pesticida en el cultivo, ya que la principal cualidad del algodón Bt era la de autoprotegerse contra los ataques del gusano americano de la cápsula, la principal plaga del algodón. Los anuncios de televisión mostraban animaciones de fuertes plantas de algodón esgrimiendo espadas y ahuyentando a los insectos.
Las primeras pruebas aprobadas en 1998 por el gobierno hindú funcionaron bien al principio. Los primeros meses las plagas estaban ausentes de los cultivos transgénicos y no se necesitó la aplicación de pesticidas. Luego comenzaron los problemas.
El algodón no se adaptó al clima: las plantas eran más pequeñas, los copos menos numerosos y más difíciles de recoger que los de campos sembrados convencionalmente. Al final de la temporada, los agricultores emplearon la misma cantidad de pesticida porque el algodón Bt atraía nuevas plagas que el algodón convencional no. Los ingresos de los agricultores de algodón Bt fueron un 8 por ciento inferiores respecto de los que cultivaron el algodón convencional.
El responsable de este escenario fue la empresa Mahyco Monsanto Biotech, una fusión de la multinacional Monsanto y Mahyco –proveedor hindú de semillas– quienes, tras la aprobación de 1998, ampliaron a mayor escala sus pruebas en 2000 aun con las demandas de diversas organizaciones civiles para que se verificara la inocuidad del producto.
A pesar de ello, Monsanto logró comercializar la semilla transgénica aludiendo en 2003 a un artículo publicado en la revista Science que determinaba que el algodón Bt era capaz de aumentar los rendimientos hasta un 88 por ciento. Después se descubriría que el artículo había sido elaborado en su mayoría con datos de Monsanto.
La empresa fue obligada por la Comisión para los Monopolios y Prácticas Restrictivas de Comercio del país asiático a disminuir el precio de su semilla transgénica, solución que no duraría mucho ya que de inmediato introdujo nuevas variedades que obtuvieron los mismos resultados.
El currículo de Monsanto
Monsanto fue constituida en San Luis Missouri en 1901. A lo largo de toda su historia, la comercialización de sus productos se esconde detrás del lema “Alimentación, salud y esperanza”, cuando la verdadera cara que han revelado Deborah Koons, Marie Monique Robin y otros investigadores es la de una empresa preocupada por una sola cosa: hacer dinero.
La historia oscura de Monsanto comenzó en 1927 al iniciar la fabricación de los bifenilos policlorados, compuestos altamente tóxicos que fabricaron desde ese año hasta su prohibición en 1970 y que provocaron el envenenamiento de la gente del pueblo de Anniston en Alabama, hecho por el cual fueron demandados en 2002 y condenados a pagar 700 millones de dólares a las víctimas.
En la década de 1950, llegaron a un acuerdo con el gobierno estadunidense para fabricar el agente naranja –un potente herbicida basado en la mezcla de los compuestos químicos 2, 4, 5-T y 2, 4-D, desarrollado para hacer desaparecer las selvas vietnamitas durante la guerra–. Las impurezas de fabricación del 2, 4, 5-T incluyen dioxina, uno de los tóxicos más potentes conocido hasta la fecha. Actualmente, Monsanto comercializa en México el 2, 4-D, uno de los componentes del agente naranja con el nombre comercial Defensa, que si bien no presenta la peligrosa dioxina, teóricamente podría tener un compuesto residual llamado 2,7-DCDD con propiedades cancerígenas.
En 1958 finalizaron el desarrollo del Posilac o la hormona de crecimiento bovino, que produce una mayor producción de leche en las vacas, pero que les ocasiona alteraciones reproductivas y mamitis –infección en las ubres que obliga al granjero a administrar antibióticos con la posible contaminación de la leche–. Monsanto, hasta la fecha, se niega a diferenciar la leche obtenida de vacas inyectadas con Posilac alegando que no existe diferencia entre esta leche y la obtenida de forma convencional, y ha llevado a juicio a varios ganaderos por diferenciar sus productos.
También está involucrado en la comercialización del Nutrasweet, cuyo principio activo es el aspartame –un endulzante artificial estudiado por el italiano Morando Soffritti durante ocho años en 1 mil 800 ratas de laboratorio. En 2005 publicó los resultados de su estudio: el aspartame es un potencial agente cancerígeno.
Posteriormente desarrollaron su producto estrella, y sobre el cual basan alrededor del 30 por ciento de su negocio: el Roundup. Este herbicida es el más vendido en los últimos años. Es fabricado a partir del compuesto químico llamado glifosato. Este herbicida es no selectivo, es decir que gracias a su particular modo de acción mata cualquier planta que toca. Monsanto lo promovió hasta el cansancio como biodegradable y amigable con el medio ambiente, hasta que se demostró que su tasa de degradación era de 2 por ciento en 30 días, lo cual es mucho tiempo para un producto supuestamente biodegradable. La empresa perdió un juicio por publicidad engañosa en 2007 y se le obligó a quitar la leyenda “biodegradable” de los envases de Roundup y pagar 15 mil euros de multa.
El francés Robert Bellé y su equipo del Centro Nacional de Investigación científica del país europeo realizaron pruebas para determinar la toxicidad de algunos herbicidas. Los resultados fueron que el Roundup no sólo era más toxico que los otros herbicidas, sino que promovía las primeras etapas del cáncer.
Actualmente, Monsanto comercializa los transgénicos en todo el mundo, con sus variantes By y Roundup Ready para soya, algodón, trigo y maíz, entre otros. El debate está abierto, muchos los consideran la solución a la crisis alimentaria mundial; sin embargo, organismos civiles como Greenpeace, los consideran prácticamente los jinetes de Apocalipsis.
Los organismos transgénicos
En el núcleo de nuestras células se encuentra el ADN, una larga tira de información con instrucciones para sintetizar las proteínas pertenecientes al organismo que posee la célula. Una serie de instrucciones para fabricar una sola de estas proteínas se conoce como gen.
Las técnicas actuales de manipulación genética permiten aislar e intercambiar genes entre diferentes especies, vegetales o animales. Recortando genes de acá y pegándolos allá ha sido posible, por ejemplo, aislar de la luciérnaga el gen que produce la luciferina, la proteína fluorescente que le da su luz al insecto, e incrustarlo en una planta cualquiera. El resultado es una planta que brilla. Al gen extraño que se incluye en el genoma de un organismo huésped se le llama transgen.
Basado en este esquema, Monsanto desarrolló los organismos genéticamente modificados (OGM). Así, el maíz y algodón transgénicos de la familia Bt no son otra cosa que la inserción en el genoma de la planta de los genes de una bacteria llamada Bacillus thuringiensis, los cuales le permiten al maíz y algodón fabricar una serie de proteínas tóxicas para los insectos.
Sin embargo, mediante el mismo principio que hace resistente a las cucarachas a los insecticidas en aerosol y a los microorganismos a los antibióticos, las plagas se volvieron resistentes a los efectos de las proteínas Bt al estar constantemente expuestas a ellas.
La tecnología Roundup Ready
Otra variante de manipulación genética es la de inducir en el genoma de la planta la capacidad para tolerar un herbicida específico. Es así como Monsanto culminó en 1994 el desarrollo de su soya Roundup Ready, literalmente “lista para el Roundup”.
Este logro que realmente se opacó cuando se determinó la toxicidad del Roundup y cuando se comprobó la posibilidad de generación de supermalezas por intercambio genético entre la soya y sus parientes silvestres, hecho confirmado por el Centro Británico para la Ecología y la Hidrología, quien afirmó que en Estados Unidos ya se han producido intercambios genéticos entre la soya Roundup Ready y el amaranto, una planta que los agricultores consideran una maleza, proporcionándole resistencia al herbicida.
Otros inconvenientes de los OGM
El primer problema de transportar genes es que en muchos casos se produce un rearreglo en el genoma alterado del huésped. Esto quiere decir que el transgen se puede ubicar al azar en cualquier sitio. Se ha descubierto que los genes en un organismo mantienen estrecha interrelación: el hecho de insertar un transgen en un organismo huésped no asegura la expresión genética de la proteína que codifica.
Los resultados de este rearreglo no son controlables y pueden dar lugar a plantas con malformaciones aberrantes, como las plantas de maíz halladas en Oaxaca gracias a los descubrimientos de Ignacio Chapela y confirmados por los estudios de Elena Álvarez Buylla, del Instituto Nacional de Ecología en plantas de Arabidopsis thaliana.
El segundo problema tiene que ver con la inocuidad alimentaria. Es un hecho que consumimos ADN todo el tiempo, pero el consumir ADN que posee genes extraños en nuestra dieta puede causar desde simples alergias hasta enfermedades. Tal es el caso del L-triptofano, fabricado por la empresa japonesa Showa Denko KK, que en 1984 comenzó a producir este aminoácido mediante ingeniería genética.
El L-triptofano es un precursor químico de la serotonina –un neurotransmisor cerebral–, por lo que es frecuentemente recetado en casos de depresión, estrés e insomnio. Durante 1989, murieron 30 personas y 1 mil 500 quedaron discapacitadas de por vida en Estados Unidos debido a un trastorno denominado Eosinofília Mialgia. Se descubrió que sólo los afectados habían consumido el aminoácido. Un examen posterior revelaría que el aminoácido estaba contaminado con al menos cinco transgénicos, lo que obligó a la empresa a pagar más de 2 mil millones de dólares por daños y perjuicios.
Al otro lado del Atlántico, Arpad Pusztai, investigador del Instituto Británico Rowett, considerado el mejor laboratorio europeo en nutrición, constató que alrededor de 1 mil 995 ratas de laboratorio alimentadas con papas transgénicas presentaron diferentes trastornos: cerebros y testículos menos desarrollados, tejidos atrofiados en el páncreas y el intestino, además de proliferación de células en el estomago, situación que podría llevar fácilmente al desarrollo de tumores.
Algunas consideraciones legales
La Food and Drug Administration (FDA) y Monsanto intercambian ejecutivos en los puestos clave, como es el caso de Michael Taylor, exabogado de Monsanto, para quien la FDA creó un puesto especial que le permitió participar en la elaboración de la reglamentación de los organismos transgénicos en Estados Unidos y quien dirigió a James Maryansky, coordinador de biotecnología de la FDA en la elaboración de la directiva de 1992.
Gracias a estos intercambios, Monsanto logró en Estados Unidos que los OGM fueran excluidos de la categoría de aditivo alimentario y entraran en otra categoría muy distinta denominada generalmente reconocido como seguro (GRAS, por sus siglas en inglés). Según la FDA, cualquier adición de una gota o gramo de algún compuesto químico (por ejemplo un colorante) sobre un alimento es objeto de una serie de rigurosas evaluaciones toxicológicas para verificar su grado de inocuidad antes de su venta al público.
Un producto reconocido como GRAS (como la sal o la pimienta) está exento de evaluaciones de toxicidad, puesto que por definición es obvio que no presenta riesgos para la salud humana.
La FDA, en una especie de galimatías técnico, ideó el Principio de equivalencia sustancial, la base sobre la cual descansa toda su justificación de la inocuidad de los OGM y el centro alrededor del cual gira la polémica mundial acerca de los OGM. Este principio dice que las proteínas codificadas por un organismo transgénico son, grosso modo, iguales a las de su homólogo no transgénico, por lo tanto no requieren de una evaluación toxicológica. Basándose en este argumento que carece por completo de sustento científico e ignorando lo acontecido con el L-triptofano japonés y las papas transgénicas de Pusztay, es como la FDA ha aprobado la comercialización de los transgénicos en Estados Unidos.
Un argumento que esgrimen los que están a favor de los OGM es que en Estados Unidos ya se ha consumido al menos por 10 años productos transgénicos sin consecuencias. En el caso del L-Triptófano se necesitaron varios años para identificar la epidemia, finalmente descubierta gracias a su particularidad y a que provenía de una fuente única.
James Maryansky, entrevistado por Marie Monique Robin para el documental El mundo según Monsanto, aceptó en una declaración sin precedentes que la ley sobre transgénicos se definió con base en criterios políticos y no científicos. En otras palabras, debido a la necesidad de comercializar los transgénicos. Suena absurdo, pero para James Maryansky y la FDA, la introducción en un organismo de un gen procedente de una bacteria fue a priori menos peligrosa que una gota de agente colorante.
El maíz transgénico Bt llega a México
Ahora nos enfrentamos ante la perspectiva de una situación similar a la que ocurre en India con la reciente aprobación por parte de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa) de las pruebas de maíz transgénico Bt y Roundup Ready en territorio mexicano. Los beneficiarios de esta aprobación serán Pioneer, Dow Agrosciences y Monsanto.
El maíz es una planta de polinización abierta, es decir, que no puede polinizarse sola, sino que para reproducirse poliniza a otra. Es así como se han generado tantas variedades de maíz a partir de su antepasado, el teocintle. Éste es el primer inconveniente de sembrar maíz transgénico: teóricamente podría mezclarse con las variedades nativas acabando con la biodiversidad nacional forjada a lo largo de varios siglos. Es por eso que había una moratoria para su siembra experimental que duró 11 años.
Segundo inconveniente. En su solicitud de permiso de liberación de organismos transgénicos en etapa experimental, realizada al Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Alimentaria el 19 de octubre de 2009, Monsanto dice claramente que el maíz Bt ha sido desarrollado para generar resistencia específica a las larvas de lepidópteros. Los lepidópteros son un orden de insectos que agrupa a polillas y mariposas, y la mariposa monarca forma parte de los lepidópteros.
Fabrice Salamanca, director de Agrobio, una empresa representante de Monsanto y Syngenta en México, dice que no hay argumentos científicos sólidos que sustenten las negativas a los permisos de experimentación, ¡pero tampoco hay argumentos científicos sólidos a favor! La misma Organización Mundial de la Salud, en un documento de 97 páginas acerca de la biotecnología moderna de los alimentos, establece que no se puede asegurar la inocuidad alimentaria de los OGM, e incluso llega a reconocer que las evaluaciones del riesgo implicado a su consumo pueden no estarse haciendo rigurosamente.
Ilse Aigner, ministra de agricultura de Alemania, prohibió la siembra de maíz transgénico en ese país en abril de este año con una afirmación opuesta a la de Salamanca: “Hay razones suficientes para considerar que el maíz transgénico pone en peligro el medio ambiente”. Lo mismo opinan los gobiernos de Francia, Austria, Luxemburgo, Grecia, Hungría y Polonia. Italia tiene una prohibición general a todos los OGM.
La Comisión Federal para la Prevención de Riesgos Sanitarios (Cofepris), en su Procedimiento de Evaluación de Inocuidad de Organismos Genéticamente Modificados destinados al uso o consumo humano, dice: “El concepto de equivalencia sustancial es uno de los principales componentes que rigen la evaluación de la inocuidad de los alimentos derivados de OGM. Este concepto incorpora un criterio de base científica por el que se compara un alimento derivado de un organismo genéticamente modificado con el homólogo apropiado existente y consumido en México”.
Otra vez el principio sin fundamento de la FDA. Cofepris también argumentó en 2004 y fue ratificado por la Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados de 2005, popularmente conocida como la “Ley Monsanto”, que “se someterá a un etiquetado diferencial de estos productos sólo cuando exista una modificación nutrimental con respecto al homólogo convencional, previa evaluación científica de riesgos”. Esto es el principio de equivalencia sustancial aplicado al etiquetado de los alimentos, y es grave puesto que privan al consumidor del derecho de saber lo que se está llevando a la boca. Por casualidad, es la misma postura ante el etiquetado que exhibe Monsanto en su página en internet.
La idea de disponer de una red de laboratorios que sean capaces de detectar organismos transgénicos es acertada, pero no realizada en un orden lógico. Antes de aprobar las pruebas de experimentación con maíz transgénico se debería verificar que estos laboratorios estén funcionando y sean capaces de detectar estos organismos.
Según la ley de bioseguridad, la secretaría correspondiente podrá negar el permiso para liberar al ambiente organismos transgénicos cuando la información proporcionada por el interesado, incluyendo la relativa a los posibles riesgos que pudieran ocasionar los OGM sea falsa, estuviera incompleta o sea insuficiente. ¿Cómo vamos a determinar estas irregularidades si no tenemos el sistema de medición?
Ahora deberemos enfrentar el resultado de una decisión que es unilateral, ya que se ha descuidado el punto de vista de expertos de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, como José Sarukhan y José Antonio Serratos, quienes recomendaron reestablecer la moratoria a la siembra experimental de maíz transgénico en México.
Es comprensible que ante la grave crisis alimentaria que sufre nuestro planeta sea necesario buscar alternativas para alimentar a una población creciente. En los próximos 50 años, el desafío será alimentar a más personas con alimentos cultivados con menos tierra y menos agua; es el papel de la ciencia buscar esas alternativas. No sólo es bueno, es necesario probar los transgénicos, avanzar en la investigación en campo como dice Francisco Mayorga, el titular de la Sagarpa, pero dentro de un marco experimental riguroso y libre de riesgos para los cultivos convencionales.
La discusión obligada una vez aprobada la siembra de un maíz en nuestro suelo es: ¿Tiene Monsanto derecho a usar a México y al mundo como laboratorio de pruebas?
*Químico por la Universidad Nacional Autónoma de México; jefe del Laboratorio de Investigación y Desarrollo en Plaguicidas y Nutrientes Vegetales de Ultraquimia Agrícola
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter