El desmonte indiscriminado para la crianza de ganado se revela como una de las principales amenazas a los ecosistemas de Brasil y una de las principales causas del cambio climático mundial
Río de Janeiro, Brasil. El ganado bovino debería tener en el debate mundial la misma prioridad que las armas nucleares, las guerras y, en especial, el cambio climático, por su incidencia; pero no está en la pauta, lamenta el activista brasileño João Meirelles Filho, autor de dos libros sobre la ocupación amazónica.
Esta actividad agropecuaria es en Brasil la mayor causa de emisiones de gases invernadero: es responsable de los cuatro quintos de la deforestación de la Amazonia y de tres cuartos de la quema de bosques y vegetación en todo el país, además de generar el grueso del gas metano en el proceso digestivo del vacuno.
No se puede creer en la promesa brasileña de reducir los gases contaminantes, porque se basa en contener la deforestación, sin tocar la verdadera causa que es la ganadería extensiva de vacunos, dijo Meirelles a IPS.
Sin afrontar esa cuestión, Brasil no llevó a la 15 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se realizó en Copenhague ni ninguna política para el clima, sino sólo cifras y metas irreales, sentenció este experto, presidente del Instituto Peabirú y promotor del desarrollo sustentable y social de la Amazonia.
José Miguez, coordinador de la Comisión Interministerial de Cambio Climático, difiere radicalmente de esta posición: “La producción pecuaria no es la mayor responsable de la emisión de gases invernadero en Brasil”, sino las “alteraciones en el uso de la tierra y los bosques”, que incluyen la deforestación, aseguró el funcionario a IPS.
Pero la diatriba de Meirelles, solitaria años atrás, fue confirmada ahora por 10 investigadores de varias universidades e institutos gubernamentales y una organización ambientalista de este país, quienes estimaron que por lo menos la mitad de los gases dañinos para el ambiente emitidos en Brasil de 2003 a 2008 está asociada a la ganadería.
El estudio Estimación de emisiones recientes de gases del efecto invernadero por la pecuaria en Brasil, que fue presentado en Copenhague, advierte que hay una subestimación por parte de las autoridades y algunos expertos sobre cuáles son los responsables de la contaminación ambiental.
Y es que en los papeles oficiales sólo se consideran tres fuentes contaminantes, como son la deforestación, la quema de bosques y pastizales y la fermentación entérica de los vacunos, omitiendo otros factores, como praderas degradadas, los alimentos de los animales, el transporte y la industrialización.
La Amazonia brasileña, que concentraba cerca de 1 millón de vacunos en 1970, hoy tiene 80 millones, con una “productividad” de sólo uno por hectárea, destacó Meirelles, para mostrar la correlación con el avance de la deforestación en las últimas décadas.
En todo el país hay casi 200 millones de vacunos, uno por cada brasileño, que ocupan un cuarto del territorio nacional y que suman tres veces el área sembrada.
Pero éste no es solamente un problema amazónico, ni siquiera brasileño, sino mundial. La Organización de las Naciones Unidas parar la Alimentación y la Agricultura estima que la ganadería ocupa 40 por ciento del área agrícola global, recordó Meirelles.
Los más de 1 mil 200 millones de vacunos existentes en el mundo consumen más alimentos que los 6 mil 800 millones de humanos, la mitad de los cuales no consume su carne. Un millón de personas no lo hace por razones religiosas y casi todas las demás por insuficiencia de ingresos para comprarla, acotó.
Es insustentable la tendencia creciente al consumo de carne bovina que se registra especialmente en China, donde aún se limita a 6 kilogramos anuales por persona, lejos de los 36 kilogramos que muestra Brasil y más de 60 en Argentina, explicó Meirelles.
Además de ineficiente productor de proteína, exigiendo 8 kilogramos de forraje por cada uno de carne, el vacuno es un depredador ambiental y social. En Brasil, el mismo gremio de grandes agricultores y ganaderos calcula que hay 70 millones de hectáreas de pastizales degradados.
La expansión de la ganadería extensiva de vacuno constituye, de hecho, el único ciclo económico de Brasil, la forma principal de ocupación de todo el territorio nacional, según Meirelles, dejando a un lado los del oro, del azúcar o del café de los que hablan los historiadores, porque fueron locales y limitados.
El ganado fue el instrumento histórico de ocupación de la Mata Atlántica, la extensa área boscosa cercana al litoral Este de Brasil que ya perdió 93 por ciento de sus florestas originales, y de otros ecosistemas, como el Cerrado, la sabana central del país cuya mitad ya fue deforestada. Esa depredación se repite en la Amazonia, advirtió Meirelles.
A la deforestación y degradación de las tierras se suma la erosión, la sedimentación de los ríos y otros daños.
Los 3 millones de vacunos que pastan en la inmensa y húmeda isla de Marajó, en la desembocadura del río Amazonas, “alteran los llanos, abren riachuelos y cambian el régimen hídrico”, según el activista. Máxime si se tiene en cuenta que una buena cantidad de ellos son búfalos, los más terribles destructores de la naturaleza.
Además, el avance del ganado vacuno tiene costos sociales absurdos, fomentando los más numerosos casos de trabajo esclavo moderno y los cruentos conflictos por la tierra, al ser usado por empresarios y potentados para asegurar la posesión ilegal de grandes latifundios con mínimo empleo.
No es, por otra parte, una actividad rentable, observó Meirelles.
En su opinión, habrá que reducir drásticamente el ganado vacuno en Brasil y en el mundo, generando conciencia para un menor consumo de su carne. Ese proceso cultural exige un tiempo, que la humanidad no dispone, para mitigar el cambio climático, reconoció. Por ende, acciones y liderazgo gubernamentales se hacen urgentes para impulsar soluciones.
Brasil, al asumir el compromiso de reducir en 80 por ciento la deforestación amazónica para 2020, debería poner a la ganadería bovina en la pauta de negociaciones climáticas y promover políticas que eviten esa catástrofe visible, pero escamoteada por “alguna ceguera inexplicable”, concluyó Meirelles.
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