A raíz de una campaña de apoyo que ha llevado a cabo Pronatura, para involucrar a las personas (especialmente jóvenes y niños) en el rescate del jaguar, una de las especies más emblemáticas de México que lamentablemente se encuentra en peligro de extinción, surgió un inesperado comentario de una niña de siete años que originó una serie de reflexiones de nuestra parte sobre lo que hasta ahora parece que todos nos habíamos negado a reconocer: la ecofobia.
24. junio, 2012 Autor: Paulina Martínez* Opinión
Cuando se les preguntó a los pequeños si querían apoyar la conservación del jaguar esta niña levantó la mano y dijo: “Estamos destruyendo su hogar, se está muriendo porque ya no va a tener donde vivir y comer, yo no quiero saber qué le va a pasar y cómo se extingue”.
La sensibilidad y empatía de los niños es un don que, al parecer, estamos distorsionando. Es preocupante cómo se educa a los menores y se desarrollan sus percepciones sobre el medio ambiente, donde se fomenta el miedo al mundo natural.
Como organización, siempre hemos impulsado la sensibilización y concientización en los más pequeños, quienes en 15 años se convertirán en los responsables de abanderar las iniciativas más fehacientes de protección al medio ambiente. Sin embargo, vale la pena cuestionarse la pertinencia de que, a tan corta edad, sean bombardeados con mensajes directos y crudos sobre el destino de nuestro planeta.
Nos hemos topado con anuncios, presentaciones y discursos de otras fuentes que describen procesos crueles o demasiado complejos sobre los daños a la biodiversidad. Claro que queremos niños informados y conscientes que promuevan el cambio positivo en sus padres, amigos y hermanos, pero definitivamente no se merecen crecer rodeados de tragedias ambientales que les infundan miedo a visitar un parque, porque no quieren destruirlo, o de viajar a una playa donde su imaginario guarda el terror de observar por cualquier parte un delfín atrapado en redes.
Estamos completamente seguros que nadie desea que nuestros niños crezcan con el miedo recurrente de convivir con la naturaleza y mucho menos que se alejen de todas las actividades que pueden realizar al aire libre, reemplazadas actualmente por juegos virtuales, donde el mayor contacto que tienen con la naturaleza es en granjas o safaris simulados.
Este miedo irracional hacia las tendencias, acciones y contexto en el que se encuentra el medio ambiente debe ser contrarrestado y de ninguna manera la solución se plantea en términos de eliminar todo dato negativo u omitir situaciones escabrosas, sino regresando a los principios de la infancia de quienes han tenido la fortuna de formar pasteles de tierra, participar en la búsqueda de un tesoro por el bosque y grabando sus iniciales en el tronco de un árbol.
Los buenos recuerdos, las añoranzas de momentos felices ligados emocionalmente a las experiencias de la infancia lograrán entonces dejar un sentimiento tan profundo y arraigado que el deseo de preservar ese bosque, el árbol, todo un campo de flores con aromas del pasado fungirán como el mayor potencializador de una acción de conservación. El deseo de conservación y no el miedo de la pérdida es lo que necesitamos.
El activismo de queja y demanda siempre ha sido concebido como uno de los mejores recursos para obtener atención, pero deberíamos plantearnos la alternativa de abandonar el estado pasivo de quienes esperan una respuesta, para dar pie a una verdadera participación activa impulsada por una fiel convicción de defender lo que es propio.
El verdadero ecologista no es aquel que lucha o confronta para defender, es quien ama lo que tiene y replica su sentimiento con quienes están a su alrededor, porque es lo positivo lo que puede generar cambios positivos.
Un activista es un niño que admira una tortuga, la dibuja y escribe al pie una nota de “ayudemos a conservarla”, y espera que todos a su alrededor admiren lo mismo que él ve. Quizá no es ecologismo, pero es el instinto de un niño que debe ser reforzado y protegido, no amenazado.
No dejemos a los niños la carga de lidiar con situaciones precarias y pesimistas, porque incluso ellos son conscientes de los problemas ambientales que nos aquejan, no son ajenos a la falta de agua, montones de basura, muerte de animales y daño de ecosistemas; comencemos entonces a involucrarnos con ellos en experiencias que les dejen buenos recuerdos para que comiencen a involucrarse así en diferentes actividades de conservación.
No fomentemos el miedo a la naturaleza.
*Comunicación de Pronatura
Fuente: Revista Contralínea Fecha de publicación: 24 de Junio de 2012
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