Todas las miradas se hallan actualmente sobre Egipto, vitrina internacional de las operaciones de cambio de régimen de la llamada primavera «árabe». El entusiasmo de los medios occidentales que propagandizan la «revolución» es más que suficiente para que el observador medianamente atento abrigue serias dudas sobre la verdadera naturaleza de ese cambio. La realidad es que el Imperio llegó a la conclusión de que los árabes ya están maduros para la entronización del sistema de control social más eficaz que existe: un régimen de alternancia esencialmente bipartidista.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, fue el primero en felicitar al nuevo presidente egipcio, Mohamed Morsi. Fue una llamada telefónico de tono muy amigable en la que Obama aseguró Estados Unidos «seguirá apoyando la transición de Egipto hacia la democracia» y que la gran nación estadounidense quiere «promover los intereses comunes sobre la base del respeto mutuo». Ambos presidentes, anuncia la Casa Blancha, se comprometieron a «desarrollar la asociación entre Estados Unidos y Egipto, manteniéndose en estrecho contacto durante los próximos meses».
¿Significa eso que Estados Unidos está dejando de lado a la casta militar, que desde hace más de 30 años sirve de sostén a la influencia estadounidense en Egipto, y que ahora apoya a la organización islámica conocida como Hermandad Musulmana, a la que hasta hace poco consideraba hostil? Por supuesto que no.
Inmediatamente después de su conversación telefónica con Morsi, Obama llamó también al general Ahmed Shafik, el candidato de los militares a la presidencia, y lo alentó a continuar su compromiso político «de apoyo al proceso democrático». Compromiso que los militares demostraron cuando disolvieron el parlamento. Con la determinante ayuda de Washington: La asistencia militar de Estados Unidos a Egipto, subraya el Departamento de Estado, es «un pilar importante de las relaciones bilaterales».
Egipto recibe anualmente una ayuda militar estadounidense de unos 1 500 millones de dólares. Goza además de un privilegio reservado a muy pocos países: los fondos están depositados en una cuenta del Federal Reserve Bank, en Nueva York, donde producen intereses nada despreciables. Esto aumenta el poder adquisitivo de las fuerzas armadas egipcias, cuyas compras en el supermercado estadounidense del armamento incluyen: tanques MIA1 Abrams (coproducidos en Egipto), cazas F16 y helicópteros Apache, entre otros tipos de armamento. Por otro lado, el Pentágono les ofrece el armamento que tiene registrado como sobrante, por un valor de un centenar de millones al año. A cambio de lo anterior, las fuerzas armadas estadounidenses tienen libre acceso al territorio egipcio, donde se desarrolla cada 2 años la maniobra militar Bright Star (Estrella Brillante), catalogada como la más grande de la región.
Igualmente generosa es la «ayuda económica» de Washington. Egipto está en plena crisis: el déficit publico se ha elevado a 25 000 millones de dólares y la deuda exterior a 34 000 millones, mientras que las reservas en divisas extranjeras descendieron de 36 000 millones en 2011 a 15 000 millones en 2012. Y en ese preciso momento aparece la generosa mano de Estados Unidos. La administración Obama ha asignado 2 000 millones de dólares para la promoción de la inversión privada estadounidense en la región, principalmente en Egipto. En ese país se efectuarán además otras inversiones estadounidenses, facilitadas por El Cairo a cambio de la anulación de mil millones de dólares de la deuda exterior egipcia. Egipto recibirá además un crédito de mil millones de dólares, garantizados por Estados Unidos, para recibir nuevamente «acceso a los mercados de capitales». También gracias a Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional (FMI) está dispuesto a abrir a Egipto una línea de crédito. Mientras que la embajada estadounidense en El Cairo emprende un nuevo programa para ayudar a jóvenes empresarios egipcios a que inicien o desarrollen sus propios negocios.
Vemos así todas las cartas de Washington que están sobre la mesa: económicas, para estrangular a Egipto y favorecer el ascenso de una clase de empresarios proestadounidenses; políticas, para dar al país una imagen de democracia que no haga peligrar la influencia estadounidense en el plano interno; y la carta militar, que le permitirá implementar un golpe de Estado si fallan las demás cartas.
Queda, sin embargo, un importante factor por tomar en cuenta: un sondeo de la firma Gallup indica que, en 10 meses, el porciento de egipcios contrarios a la ayuda estadounidense pasó del 52 al 82%.
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