Con 21 años cumplidos, Jacobo Silva Nogales se encontró en la Sierra de Guerrero solo y con la noticia de que él era el único integrante de “la columna”, aquella inspiración que lo animó por más de 1 año cuando, ya integrado al Partido de los Pobres (PDLP), comenzó a acudir a las “escuelas de formación político-militar”. Corrían los primeros días de 1979.
“Debes seguir aprendiendo; todavía te falta para entrar a la columna”, le decían sus mentores con frecuencia. Se referían con respeto a “los compas” de Guerrero, los que estaban en la sierra, y le inculcaban el tesón de estar entre ellos. A diario se esforzaba para ser digno integrante. Ahora le revelaban que él tenía que empezar el reclutamiento.
“¡¿Entonces no hay columna?!”, les dijo. “Como quiera, está la columna en espíritu, porque estamos dispuestos a irnos [a la sierra] cuando sea necesario”, recibió como respuesta.
En entrevista con Contralínea, Jacobo Silva Nogales recrea los diálogos que sostuvo con sus mentores y jefes.
—No podíamos decir que no hay columna. Imagínate. Hay que mantener el ánimo alto –se justificaron.
—¿Pero entonces no hay columna?
—No hay. Tú vas a llegar a iniciar una columna.
—¿Yo? Pero si estoy bien chavo. Cómo voy a formar una columna. Nunca he formado una ni he andado en una.
—¿Crees que no puedes?
—…Tengo que poder…
Antes de “la columna”
Había pasado poco más de 1 año de su ingreso al PDLP. Su formación hasta ese momento había sido primordialmente teórica y en el ámbito urbano. Las experiencias en campo eran pocas. Explica que desde que ingresó al partido clandestino todo habían sido lecturas y clases para él. Las misiones que se le encargaban eran enseñar el marxismo y las luchas políticas a grupos de colonos en algunas ciudades. Consideraba que “ya era mucho de estudiar y estudiar pero, en fin, una característica básica es la disciplina”.
Ante la insistencia de Jacobo de incorporarse a “la columna” (pues “ya no me bastaba andar en las zonas urbanas organizando y enseñando a los muchachos y a las señoras”), se le envió “a una zona que no era el estado de Guerrero; otra, a la que no puedo referirme por seguridad”. Le dijeron que comprara una mochila “muy grande, apta para guerrillero” y unas botas.
—No compré las botas: me llevé las de mi hermano, que había sido militar –confiesa–. Eran de vaqueta con protectores de metal. Hice el ridículo con los compañeros que llegué, pues me resbalaba en las piedras, hacía un escandalazo… Pero, bueno, fueron mis primeras botas y se las robé a mi hermano: me las llevé a escondidas.
Sin embargo, tampoco encontró a “la columna” ahí. De nueva cuenta le asignaron tareas de alfabetización y formación política; ahora, de campesinos.
—¿Qué les enseñabas?
—A leer y escribir. Y también les explicaba las causas de la miseria en que ellos vivían y que sí era posible cambiar la situación.
—¿Fue difícil explicar a los campesinos?
—No; por el contrario, fue bastante fácil. Ya luego vino el entrenamiento. Recibí un adiestramiento que les transmití a ellos. También realizaba conocimiento del terreno, caminando mis montes con mis botas todas horribles que me provocaron muchos golpes y que me hacían el hazmerreir de mis compañeros. En algún momento alguien se compadeció de mí y me regaló un par de las buenas. De repente me dijeron que había que irme para Guerrero. Creí que me incorporaría a “la columna”; no sabía que apenas se estaban haciendo las fuerzas…
Adiós a la familia
Desde que Jacobo Silva Nogales ingresó al PDLP comenzó una doble vida. Cada vez se ausentaba más de su casa. Del Partido recibía educación para no ser descubierto, pero cada vez se le dificultaba más justificar sus constantes salidas, las cuales, además, eran por tiempos más prolongados. Hasta que finalmente se fue. Un día no regresó más a su casa. Sus hermanos sabrían de él hasta que se anunció la detención.
—¿Cómo se conduce un joven de bachillerato, casi adolescente, en la clandestinidad?
—Era ocultar lo que estaba viviendo. Era también tener mucha precaución: saber no dejar huella; era incluso cuidarme de no delatarme ante mi propia familia o conocidos.
—Pero en tu casa tal vez sospechaban que algo ocultabas…
—En la casa nadie supo jamás [que estaba en la guerrilla]. Veían que leía muchos libros; que llegaba muy tarde a veces porque me iba a algún lugar a dar clases, a alfabetizar en cuestiones políticas. Les decía que me iba de vacaciones a algún lugar, pero en realidad iba a una escuela político-militar, un lugar en donde se daban cursos intensivos, a veces en el campo, a veces en una casa de seguridad.
—¿Y solamente un día ya no llegaste a la casa?
—Cuando ya fue la incorporación definitiva, para no regresar, no le dije a nadie en la casa. Lo que hice fue decirle a la familia que iba estudiar a un estado de la República [Mexicana].
En efecto, Jacobo dijo a su madre y a su hermano mayor que se iría de la casa porque se matricularía en una universidad del interior del país: la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. De inmediato su madre lo increpó: “pero por qué no estudias aquí, en el Politécnico”. Estaba preparado: respondió que en Puebla le ofrecían trabajo y que para su formación representaba mejor opción esa institución.
“Bueno, no está tan lejos: vas a poder venir cada semana”, le insistiría su madre. Objetó que estaría muy ocupado con los estudios y el trabajo y que, si acaso, podría visitarla cada mes.
—Le dije eso porque cada mes yo tenía que venir a informar [a sus superiores del PDLP] cómo iba el trabajo que iba yo realizando.
Sólo regresó a su casa en tres ocasiones. Sus hermanos y su madre le solicitaban un domicilio para poder visitarlo. Inventó una dirección. Veía que se preocupaban y lo colmaban de preguntas, a las que respondía con toda tranquilidad y seguridad. En la última ocasión que los vio, les dijo que ya no estudiaría en Puebla, que ahora iría a un lugar con una mejor oferta de empleo y de estudios para él, Chiapas (“el lugar más lejano que se me ocurrió”). Y que tardaría mucho en volver, pues el pasaje era caro; que después les enviaría los datos de su paradero.
—Me dije: No, así no va [bien] esto de ir y regresar. Tarde o temprano me van a caer en la maroma, pues me preguntaban mucho. Me desaparecí definitivamente diciéndoles que estaba yo estudiando en Chiapas. Así desaparecí durante casi 15 años. Tenía 21 años cuando di el salto.
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