La lucha por la independencia de México, iniciada por Miguel Hidalgo y Costilla el 15 de septiembre de 1810, tuvo continuidad en los combates entre liberales y conservadores, cuyas secuelas continúan hasta nuestros días.
15. septiembre, 2013 Edgar González Ruiz *. Opinión
Dentro de la literatura sobre la Independencia destaca la novela Gil Gómez el Insurgente, de Juan Díaz Covarrubias, quien medio siglo después sería uno de los mártires de la Guerra de Reforma.
Juan Díaz Covarrubias
Nacido en Xalapa, Veracruz, en 1837, el escritor liberal Juan Díaz Covarrubias fue asesinado el 11 de abril de 1859 en la masacre de Tacubaya, perpetrada por el general conservador Leonardo Márquez.
Covarrubias estudiaba medicina y prestaba socorros urgentes a los heridos del general liberal Santos Degollado cuando fue apresado y fusilado por los soldados de Márquez; a raíz de su asesinato, Manuel Acuña lo llamó el Poeta Mártir.
Díaz Covarrubias fue discípulo de Ignacio Ramírez y de Ignacio Manuel Altamirano, así como amigo del joven abogado Manuel Mateos, quien fue otro de los mártires de Tacubaya y hermano del famoso escritor Juan A Mateos (Antonio Fernández del Castillo, Los mártires de Tacubaya y otros temas, Departamento del Distrito Federal, México, 1974, página 91).
Este último relató así la muerte de Díaz Covarrubias, quien fue fusilado, pero que las balas no lo mataron, por lo que “agonizante, fue arrojado sobre un montón de cadáveres; algunas horas después aún respiraba… ¡Entonces lo acabaron de matar, destrozándole el cráneo con las culatas de los fusiles!”.
Añade Mateos: “[…] Los médicos asesinados en Tacubaya son mártires de la ciencia y del deber. Sus verdugos, que defienden los fueros de clérigos y frailes, han atropellado los fueros de la humanidad, las leyes de la civilización […]”.
Hijo del poeta veracruzano José de Jesús Díaz, Juan Díaz Covarrubias inició su carrera literaria en 1855, con poesías y composiciones de corte sentimental en el periódico La Blusa y posteriormente en El Monitor, El Siglo, El Heraldo y otros.
Compuso un himno patriótico que se cantó el 15 de septiembre de 1855; y en 1857, cuando tenía sólo 20 años, escribió la novela Gil Gómez el Insurgente, una historia de amor e idealismo ambientada en la época de la Independencia.
En los proyectos del joven autor (que la muerte truncó) Gil Gómez sería el primer ensayo de una gran obra literaria sobre “la historia de nuestro país, desde nuestra emancipación de la corona de España, hasta la invasión americana de infeliz memoria”.
El Santo Oficio de los realistas
En su novela, Díaz Covarrubias transcribió documentos originales de la lucha de Independencia, como la condena que hiciera el virrey Javier Venegas a Miguel Hidalgo y sus seguidores, el 27 de septiembre de 1810, y donde ofrecía 10 mil pesos, así como “los demás premios y recompensas debidas”, a quien entregara vivos o muertos a Hidalgo, Allende y Aldama, principales dirigentes de la rebelión.
Hoy en día, instancias de la jerarquía católica intentan soslayar o justificar la persecución que Hidalgo sufrió por parte de obispos e inquisidores de la época, pero Juan Díaz transcribió el edicto del Santo Oficio, emitido el 13 de octubre de 1810, donde se condenaba a Hidalgo como “hereje”, “apóstata de nuestra santa fe católica”, “sedicioso” y “cismático” y se le citaba a comparecer en un plazo de 1 mes bajo pena de “excomunión mayor”.
Además, le advertían a Hidalgo que serían castigados con excomunión mayor y multa de “500 pesos aplicados para gastos del Santo Oficio”, todas las personas “sin excepción que aprueben vuestra sedición, reciban vuestras proclamas, mantengan vuestro trato y correspondencia epistolar y os presten cualquier género de ayuda o favor, y a los que no denuncien y no obliguen a denunciar, a los que favorezcan vuestras ideas revolucionarias, y de cualquier modo las promuevan y propaguen, pues todas se dirigen a derrocar el trono y el altar” (Gil Gómez el Insurgente, Porrúa, México, 1991, página 133).
En una carta remitida el 31 de octubre por el arzobispo de México Francisco Javier de Lizana y Beaumont, se ordenaba a los curas y vicarios de la diócesis:
“Digan ustedes, pues, y anuncien en público y en secreto que el cura Hidalgo y los que vienen con él intentan engañarnos y apoderarse de nosotros, para entregarnos a los franceses y que sus obras, promesas y ficciones son iguales o idénticas con las de Napoleón, a quien finalmente nos entregarían si llegaran a vencernos; pero que la Virgen de los Remedios está con nosotros y debemos pelear con su protección, contra estos enemigos de la fe católica y de la quietud pública” (obra citada, página 134).
Cabe recordar que en aquella época Napoleón había invadido España, que luchaba contra los franceses, quienes estaban bajo el mando de José Bonaparte, hermano del emperador.
Mientras la iglesia excomulgaba a Hidalgo y lo despojaba de su investidura sacerdotal, el rector de la Real y Pontificia Universidad de México disponía contra Hidalgo –a quien públicamente se le llamaba “doctor”– que “se le depusiese y borrase el grado si lo había recibido en esta Universidad […] que hasta ahora tiene la gloria de no haber mantenido en su seno, ni contado entre sus individuos, sino vasallos obedientes, fieles y patriotas y acérrimos defensores de las autoridades y tranquilidad pública, y que si, por su desgracia, alguno de sus miembros degenerase de estos sentimientos de religión y honor que la Academia Mexicana inspira a sus hijos, a la primera noticia le abandonaría y proscribiría eternamente” (páginas 131-132).
*Maestro en filosofía; especialista en estudios acerca de la derecha política en México
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