La puertorriqueña isla de Vieques intenta reconstruirse luego de que la Marina estadunidense la utilizara, por décadas, como zona de prácticas de bombardeos. La basura militar no fue el único legado castrense: la precariedad de la infraestructura de transporte y la depresión económica son otros de los desafíos a los que hacen frente los pobladores. Los agricultores locales han echado a andar un sistema de producción orgánico, sustentable ecológica y económicamente. Aún por verse, si las cosechas estarán exentas de los residuos tóxicos que dejaron los militares
Carmelo Ruiz-Marrero/IPS
Vieques, Puerto Rico. Una década después del repliegue de la Marina de Estados Unidos, la isla puertorriqueña de Vieques afronta nuevos desafíos, entre ellos el renacimiento de su sector agrícola, que se ve amenazado por un legado de basura militar tóxica con inciertas consecuencias.
Entre 1999 y 2003, Vieques, con apenas el doble de tamaño de la isla neoyorquina de Manhattan, fue escenario de una masiva campaña de desobediencia civil en contra de la presencia de la Marina estadunidense que usaba la isla como lugar de práctica de bombardeos desde la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Puerto Rico es oficialmente un territorio de Estados Unidos con estatus de autogobierno.
En 2003 se clausuró el campo de bombardeos. Pero Vieques afronta ahora otros desafíos, como el desempleo y problemas básicos de infraestructura, salud y transporte.
El principal medio de transporte entre Vieques y la isla principal de Puerto Rico es un ferri que viaja 30 kilómetros entre la localidad de Fajardo y el muelle de la aldea viequense de Isabel Segunda.
Pero el servicio sufre frecuentes averías y demoras, situación que desalienta al turismo y dificulta la vida diaria de los viequenses que necesitan viajar a la isla principal puertorriqueña.
“El transporte aquí es un desastre”, dice Robert Rabin, un estadunidense que se mudó a Vieques en 1980 y fue una de las principales figuras del movimiento contra la Marina.
“Esta situación atenta contra el desarrollo económico de la isla y contra la salud de sus residentes. Cuando los ancianos y los enfermos tienen que viajar a la isla mayor para citas médicas, no pueden llegar a tiempo debido al pésimo servicio del ferri”, afirma.
Rabin, quien trabaja en el museo histórico de El Fortín Conde de Mirasol, en Isabel Segunda, y en Radio Vieques, una estación comunitaria recientemente creada, dice que la isla de Culebra, unos 15 kilómetros al Norte de Vieques, sufre problemas de transporte similares.
“Esto demuestra que el gobierno de Puerto Rico no está comprometido ni con el desarrollo económico de Vieques ni con el de Culebra”, sostiene.
Habitantes de ambas islas se sienten desplazados por el masivo ingreso de nuevos residentes acaudalados, en su mayoría ciudadanos estadunidenses, en lo que parece constituir un proceso de “aburguesamiento”.
Rabin dice que este desplazamiento también se produce en la isla principal de Puerto Rico y en las cercanas Islas Vírgenes.
“Veo un aumento en el control del turismo local por parte de extranjeros, particularmente estadunidenses. El gobierno no ha respondido al problema. Y la comunidad local no ha sido capaz de responder de forma coherente debido a la falta de organización”, afirma.
“Hay algunos extranjeros que establecieron negocios aquí y ofrecen buenos empleos a los residentes, pero son la excepción. La mayoría les dan trabajo a amigos que traen de Estados Unidos y les ofrecen a los residentes de Vieques sólo los empleos con salarios más bajos, como los de mantenimiento”, añade.
Los habitantes locales llaman aves de paso a muchos de esos extranjeros, pues no permanecen en Vieques más de 6 meses al año.
“Cuando se van, alquilan sus propiedades en miles de dólares la semana, o incluso a [1] mil dólares la noche. Algunas de esas casas son verdaderos palacios”, dice Rabin.
Pero no todas las aves de paso son estadunidenses acaudalados. Algunos llegan en busca de un mejor empleo en el turismo o en la construcción, y otros trabajan como carpinteros o electricistas. Los más pobres viven en tiendas de campaña en la playa de Bahía del Sol, en la costa Sur de la isla.
Vieques experimentó un renacimiento en su sector rural. Nuevas operaciones agrícolas, tanto convencionales como orgánicas, florecieron en los últimos años.
Una de éstas es la pequeña compañía Hydro Organics, que trabaja una granja de 12 hectáreas llamada La Siembra de Vieques, ubicada entre los sectores de Luján y Esperanza.
La Siembra produce calabazas, alubias, papayas, aguacates, cocos, berenjenas, piñas, guayabas, lechugas y otros productos. Parte de la labor la hacen mochileros extranjeros, que viajan de una granja a otra trabajando por comida y alojamiento temporal.
La granja se gestiona según los principios de la permacultura, una disciplina que combina el diseño ecológico con la agricultura sostenible.
“Estamos comenzando con la agricultura apoyada por la comunidad”, dice Vanessa Valedon, de Hydro Organics. “Tenemos consumidores-inversores que pagan nuestra cosecha 6 meses por adelantado”, afirma.
En Monte Carmelo, un área cercana al antiguo campo de bombardeo de la Marina estadunidense, se encuentra la granja de Jorge Cora. No tiene agua ni electricidad, y no hay caminos pavimentados que conduzcan a ella. Cora planta lechuga, ocra, pimientos, tomate, albahaca, nim, tabaco y remolacha; todo, sin usar agroquímicos.
“No recibo ningún tipo de ayuda del gobierno, ni siquiera cupones de alimentos”, dice Cora, orgulloso de su independencia. “Si puedo hacer todo esto sin químicos ni ayuda del gobierno, reto a los agricultores industriales convencionales a que hagan lo mismo”.
Pero hay un debate sobre si realmente la producción de Vieques es segura para consumir. Algunos señalan que todos los asentamientos agrícolas de la isla están a sotavento respecto del antiguo campo de bombardeo, donde durante 60 años se dispararon distintos tipos de proyectiles, lanzando polvo y escombros contaminados con químicos y transportados por el viento a las áreas civiles.
En la década de 1990, el Departamento de Salud de Puerto Rico determinó que la incidencia de cáncer entre los viequenses era de 26.9 por ciento por encima del promedio nacional. El movimiento contra la Marina estadunidense atribuyó esta anomalía a la contaminación con tóxicos generados por las actividades militares.
El biólogo Arturo Massol, profesor en la Universidad de Puerto Rico y voluntario en la organización no gubernamental Casa Pueblo, realizó estudios validados por otros expertos sobre la contaminación militar en Vieques. En ellos demuestra cómo esas toxinas se transmiten a las cadenas alimenticias marina y terrestre.
El experto considera que hay motivos para preocuparse, pero recomienda realizar más estudios.
“Los suelos en Vieques podrían ser seguros para la agricultura, o quizás no. No está claro”, dice a Inter Press Service.
Massol ha declarado que el gobierno puertorriqueño tiene el deber de realizar estudios a los suelos para constatar si hay algún peligro tóxico.
Por su trabajo con el pueblo de Vieques y en el movimiento de protesta contra la Marina estadunidense, Casa Pueblo ganó el prestigioso Premio Ambiental Goldman en 2002.
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