A partir de 1997, cuando los gobiernos neoliberales abrieron sigilosamente la puerta a la anticonstitucional inversión privada a través del denominado Proyecto de Inversión de Infraestructura Productiva con Registro Diferido en el Gasto Público (Pidiregas), y otra clase de contratos igualmente espurios, la inversión total de Petróleos Mexicanos (Pemex), que incluye también a la de la exparaestatal, ascenderá a 3.3 billones de pesos reales acumulados, monto que considera los 308.3 mil millones aprobados para 2014. Esa cantidad equivale a 185 mil millones de pesos reales de 2010 en promedio anual.

Ese monto acumulado en 1997-2014, de acuerdo con datos de la Secretaría de Energía y de Pemex, supera en 117 por ciento al registrado entre 1977 –cuando se iniciaron las inversiones importantes en la aventura de la petrodependencia– y 1996, el cual fue de 1.5 millones de pesos, o 76 mil millones en promedio anual.

Medido en dólares corrientes, la inversión petrolera en el primer lapso citado es de 251 millones acumulados, o 13 mil millones por año. En el segundo, de 53 mil millones de dólares, o 2.6 mil millones anuales.

La apertura a la inversión privada ha sido justificada por los gobiernos priístas-panistas como la única forma para “modernizar” al sector petrolero y revertir la caída de las reservas de hidrocarburos, de la extracción del crudo y el gas, de la producción de petrolíferos y de petroquímicos y de las exportaciones. Lo anterior debido a las supuestas limitaciones financieras de Pemex para cumplir con sus responsabilidades constitucionales.

Sin embargo, con menores inversiones, y cuando todavía era la única empresa pública encargada de los hidrocarburos, Pemex logró mejores resultados. Elevó las reservas totales de 46 mil millones de barriles equivalentes de crudo (mmbec) a 72.5 mmbec; y las de petróleo de 10 mmbec a 50 mmbec entre 1979 a 1983, alcanzando estadísticamente ambos indicadores su máximo histórico –aunque se ha señalado que el gobierno de José López portillo infló dichas estadísticas por cuestiones mercadotécnicas–, así como la producción y las ventas externas de crudo.

Las posteriores dificultades de la empresa coinciden con la crisis productiva y de la deuda externa; la aplicación de las políticas fondomonetaristas de estabilización y de ajuste estructural; el agravamiento de la expoliación fiscal del Estado a Pemex; la sobreexplotación de los recursos y los altibajos del mercado petrolero internacional, entre otros factores.

En la lógica oficial, la declinación de las reservas o de la producción de hidrocarburos y sus derivados debió revertirse con la participación privada, sobre todo la foránea, que tendió a sustituir a Pemex. Pero ha sucedido exactamente lo contrario. En especial en las zonas petroleras regenteadas por las empresas trasnacionales, como Chicontepec, Burgos, Veracruz, los campos maduros, o con las plantas reconfiguradas como Ciudad Madero o Cadereyta. El caso más notable es la tendencia declinante de la producción de gas natural y el consecuente aumento de sus importaciones a mayores precios, gracias a las ganancias especulativas (diferencial entre los precios comprados externamente y vendidos internamente) obtenidas por las empresas privadas encargadas de su adquisición.

Pese a esos resultados, después de la contrarreforma histórica energética, Emilio Lozoya, director general de Pemex, vuelve a hacer cuentas alegres. Espera que durante la próxima década las inversiones privadas en el sector petrolero asciendan a unos 76 mil millones de dólares. De esa cantidad, empero, ya existen 44 mil millones de dólares, en forma de contratos de servicios integrales privados y de obra pública financiada. Los restantes 32 mil millones de dólares (3.2 mil millones de dólares en promedio anual) se integrarán con los contratos de “asociación estratégica”, parte de los cuales servirán para la perforación de pozos petroleros en las aguas profundas del Golfo de México, en “una reserva prospectiva” (10 por ciento de posibilidad de explotarse).

Desde luego la danza de números de las inversiones privadas esperadas es mayor a lo señalado. Como con la contrarreforma Pemex se quedará con los campos petroleros y gasíferos clasificados como “reservas probadas”, el 83 por ciento de las “reservas probables” y el 21 por ciento de las “reservas posibles”, según Lozoya, se espera una mayor inversión del capital foráneo en los espacios que le serán despojados a la exparaestatal (además, hay que considerar que las marcas de las firmas privadas se verán en otras esferas de la cadena productiva: producción, importación y distribución de petrolíferos, petroquímicos básicos y petroquímicos).

Con las asignaciones de las zonas de explotación, Pedro Joaquín Coldwell, secretario de Energía, señaló que se espera una inversión total de 50 mil millones de pesos para el periodo 2015-2018, los cuales se obtendrían con los contratos de asociación que realice Pemex y los nuevos campos que explorará y explotará.

Eso dicen Lozoya y Codwell.

Pero la senadora perredista Dolores Padierna señala que, en realidad, a Pemex se le despojará de casi la mitad de las reservas totales y que serán entregadas a los empresarios.

En términos contantes y sonantes, Pemex dejó cerca de 78 mmbce, el 69 por ciento de las reservas prospectivas del país, para que el sector privado pueda explotarlo a través de licitaciones que la Secretaría de Energía (Sener) espera que se den cada año a partir del primer semestre de 2015. Pemex ha estimado reservas prospectivas cercanas a 112 mil millones de barriles, de los cuales, cerca de 50 mil millones se encuentran en la zona del Golfo de México en aguas profundas (http://www.cnnexpansion.com/economia/2014/08/11/pena-acelera-licitacion-petrolera ).

Lozoya ya mostró la generosidad estatal neoliberal en la llamada Ronda Cero. Voluntariamente, debe suponerse que en nombre del pueblo, decide ceder a sus próximos socios el 3 por ciento de los campos de reservas probadas, bajo el argumento de que carece de la capacidad tecnológica y de los recursos financieros para explotarlos.

Más allá del catálogo oficial de buenos deseos, hasta el momento la huella del capital privado en el sector petrolero es deplorable. En el mejor de los casos, forzando el razonamiento, sólo han contribuido a atenuar limitadamente la acelerada caída de las reservas y de la producción de hidrocarburos y sus derivados. En sentido estricto, sin embargo, ha tendido a desplazar a la inversión física de Pemex.

La inversión pública y privada muestra un sesgo hacia la exploración y la producción, descuidándose al resto de los petrolíferos y los petroquímicos. En 1997 el gasto en esa actividad representaba el 72 por ciento del total; en 2008, el último año en que se registran los Pidiregas, se elevó al 88 por ciento, nivel que se mantiene en 2014. En contrapartida, la inversión en refinación cayó del 16 por ciento al 9 por ciento del total entre 1997 y 2014. En gas y petroquímica básica de 8.7 por ciento a 1.6 por ciento; y en petroquímica de 2.1 por ciento a 1.2 por ciento.

La reorientación de la inversión física petrolera muestra otro detalle nada despreciable.

Entre 1997 y 2008 el total de dicho gasto creció a una tasa media real anual de 10 por ciento. Pero la pública se desplomó 8.1 por ciento cada año y los Pidiregas aumentan en 30 por ciento. En el caso particular de la inversión en exploración y la producción, el total se expandió en 12 por ciento, la de Pemex decreció 13 por ciento y los Pidiregas subieron 29 por ciento.

En 1997 los Pidiregas equivalieron al 14 por ciento de la inversión total durante ese año, y en 2008 al 88 por ciento. En 1997 el total de los Pidiregas se orientan a la exploración y explotación, y en 2008 equivalieron al 95 por ciento. La diferencia de ese capital privado, marginal y declinante, se emplea en la refinación, gas y petroquímica básica.

Se supondría que el sacrificio de los petrolíferos, los petroquímicos básicos y los petroquímicos redundarían en una mejoría en las reservas y la producción, bajo el esquema petrolero primario-exportador.

Pero no sucedió así.

Sobreexplotadas, las reservas totales de hidrocarburos siguieron su fatídica declinación. En 2014 ubicaron en 42.2 mmbec, 39 por ciento más bajas respecto de 1983, con una duración estimada de 32 años. Las probadas, de 13.4 mmbec; con una vida de 10 años. Cada una cayó a una tasa media anual de 2.3 por ciento y 4.4 por ciento entre 2000 y 2014. Las reservas totales de crudo cayeron a 29 mmbec, 41 por ciento menos, y las probadas a 9.8 mmbec y cuya duración es estimada en 10 años.

El desplome más dramático corresponde a la Región Marina Noreste, que incluye al salvajemente sobreexplotado Cantarell. Su reserva total cayó 41 por ciento, de 20.5 mmbec a 12.2 mmbec. Y la probada 54 por ciento, de 13.4 mmbec a 6.1 mmbec.

Raras veces se señala que la cuantía de las reservas totales actuales de hidrocarburos y petroleras son similares a las estimadas en 1978: 40 mmbec y 27 mmbec, respectivamente. Pero en ese momento se calculaba su duración en 61 y 62 años. Ese año las reservas habían aumentado espectacularmente, 151 por ciento, y se iniciaba la alocada persecución de la quimera del desarrollo con las alegres cuentas de las futuras cotizaciones del crudo, antes de que las alas de Ícaro nacionalista se fundieran en la hoguera de los petroprecios de 1981-1982 y se estrellara en el abismo de la crisis de la deuda externa. Ahora el Ícaro neoliberal, con las reservas cuesta abajo, pretende remontar las alturas con las alas prestadas de las corporaciones.

Ésa es la magnitud del retroceso.

La inversión extranjera nada pudo hacer por restituirlo.

¿Cómo puede suponerse que lo que no sucedió se logrará en los próximos años?

Lo curioso es que, pese a los diversidad creativa de los contratos concedidos al capital privado, entre 2009 y 2014 se observa una disminución en actividades tendientes mejorar las reservas y la producción, o al menos a compensar su declinación. Los equipos de perforación empleados cayeron 32 por ciento entre 2009 y 2014 (de 176 a 121); los pozos perforados 81 por ciento (de 1 mil 490 a 280), y los terminados en 78 por ciento (de 1 mil 150 a 247). El porcentaje de éxito de éstos últimos, además, ha declinado sensiblemente entre 1997 y 2013: de 70 por ciento en 1997 a 55 por ciento en 2013. Los aspectos anteriores son un fenómeno común a todas las regiones petroleras: la Norte, la Sur y las marinas Noreste y Suroeste.

La reducción de tales trabajos en el periodo señalado, y en particular en lo que va del peñismo, tiene una explicación: inflar artificialmente la imagen de la incapacidad de Pemex para cumplir con su responsabilidad histórica-constitucional, por responsabilizarse de ese sector exestratégico para el desarrollo y la soberanía nacional, castigándolo deliberadamente.

Cumplida esa tarea que ha cumplido escrupulosamente por los directivos de la exparaestatal reciclada a una ambigua “empresa productiva”: el peñista y Chicago boy Emilio Lozoya, al alimón con el gasolinero Pedro Joaquín Coldwell, Juan José Suárez Coppel, Jesús Reyes-Heroles González-Garza (chicago boy), Luis Ramírez Corzo, Raúl Muñoz Leos o Rogelio Montemayor, apestados con el aroma de la corrupción.

Lo anterior es parte de la coartada de largo plazo impuesta por los neoliberales para forzar la reprivatización y extranjerización. Enrique Peña Nieto y el chicago boy Luis Videgaray impusieron un castigo adicional. Un compás de espera paralizante desde 2013, definido por el tiempo que se requirió para armar el proyecto reprivatizador, diseñar la estrategia para imponerlo y la culminación del circense proceso legislativo para validar el retorno al Porfirismo, con un barniz de legalidad espuria, el cual substraerá parte de las actividades de Pemex para entregarlas al pillaje de los grandes capitalistas locales y multinacionales.

La contracción de las actividades petroleras, como dijo Pedro Martínez Lara, de la consultora internacional IHS-Cera, ha sido estimulada por la incertidumbre que priva entre los hombres de negocios. Primero, porque esperaban el desenlace de la contrarreforma. Después, porque esperan saber con precisión qué parte del pastel les corresponderá y en qué términos. La prestadora de servicios Key Energy, por ejemplo, una de las mayores operadoras en la zona de Chicontepec, recién declaró que sus operaciones disminuyeron en el cuarto trimestre de 2013, que sólo cinco de sus 41 perforadoras en México se encontraban funcionando y que había retirado 12 de sus máquinas (http://www.cnnexpansion.com/negocios/2014/07/23/la-falta-de-pozos-perfora-a-pemex ).

Alguien dijo alguna vez: “No es nada personal, son sólo negocios”.

Pero la espera terminará pronto. Enrique Peña y Luis Videgaray llevan prisa y ya iniciaron el frenético baile de las rondas concesionarias.

Mientras se ponen de acuerdo los hombres de los negocios públicos reprivatizados, la producción y las exportaciones se han ido al abismo, y las importaciones a las nubes.

La producción de hidrocarburos líquidos, que incluye al petróleo crudo y los condensados y líquidos del gas, disminuyó 26 por ciento en 2004, cuando alcanzó su máximo histórico a la primera mitad de 2014. Pasó de 3.8 millones de barriles diarios (mbd) a 2.8 mbd. La de crudo cae 27 por ciento y los condensados 18 por ciento, al pasar cada uno de 3.4 mbd a 2.4 mbd, y de 442 mil barriles a 363 mil. La extracción de hidrocarburos y de crudo es comparable a la alcanzada en 1986, lo que implica un retroceso de 28 años (ver Gráfica1).

Cantarell, ubicado en la región Marina Noreste, representa uno de los casos dramáticos de la esquizofrenia extractivista neoliberal. Su precipitada extracción alcanzó su máximo en 2004, con 2.1 mbd; 10 años después cayó a 404 mil barriles, lo que significó un desplome de 81 por ciento, de 1.7 mbd. El gas natural que sale con el crudo es quemado en la atmósfera. El nitrógeno comprado para inyectarlo al yacimiento, con el objeto de aumentar la presión que impulsa al combustible hacia afuera, reduce el periodo de vida del yacimiento.

“Lo que se hace en países más civilizados y menos corruptos –dice el especialista Antonio Gershenson– es no quemar el gas, sino inyectar una parte del mismo a los yacimientos, y no andar comprando nitrógeno en cantidad. El uso del nitrógeno fue resultado de un ‘consejo’ de un ‘experto’ estadunidense” (La Jornada, 3 de agosto de 2014).

La oficialmente festejada producción de crudo en Ku-Maloob-Zaap (KMZ), la segunda zona más importante del país, y en el litoral de Tabasco no ha logrado compensar la pérdida. En conjunto aportan 1.2 mbd. Desde 2004 ésta aumentó 795 mil barriles, equivalente al 46 por ciento de los barriles perdidos en Cantarell. Entre 2013 y el primer semestre de 2014 la extracción en KMZ bajó de 864 mil barriles diarios a 857 mil.

La historia se repite con la producción de gas natural, que decreció 7 por ciento entre 2010 y 2014, al pasar de 7 mil millones de pies cúbicos diarios (mmpcd) a 6.5 (mmpcd). Su baja es explicada por el gas no asociado (es el que se encuentra en depósitos que no contienen petróleo crudo), que desde 2007 ha declinado en 38 por ciento. Otro capítulo de la infamia es la Cuenca de Burgos, repartida entre siete empresas trasnacionales (Repsol, PetroBras, Teikoku, Tecpetro y D&SPetroleum, entre otras), con contratos de 15 y 20 años para que extrajeran el gas natural. Entre 2007 y 2014 su producción fue nada menos que de 30 por ciento (ver Gráfica 2).

La producción de petrolíferos y gas licuado y de petroquímicos no corre mejor suerte. De 2004 a la primera mitad de 2104, la del primero cayó 10 por ciento y el otro 55 por ciento. En 1994 el índice de utilización de la capacidad instalada de la petroquímica era de 91 por ciento. En 2013 bajó a 68 por ciento (ver Gráfica 3).

Del lado de los petrolíferos sobresale la contracción de la producción de gasolinas en 5.4 por ciento entre 2004 y 2014. La Pemex-Magna decreció 1.8 por ciento, la Premium 32 por ciento y Pemex-Diesel 39 por ciento. Esa situación determina sus crecientes importaciones que, combinada con el crecimiento vehicular desenfrenado, la gradual eliminación de los subsidios y la política de precios impuesta por Videgaray, tienen irritados a los automovilistas, particulares y públicos, así como a los usuarios del transporte colectivo.

El grado de dependencia de las importaciones ha alcanzado niveles graves que difícilmente podrá ser revertido con la contrarreforma petrolera. Ello está asociado a una estrategia energética basada en los intereses nacionales y no en la lógica de la rentabilidad del capital.

El consumo nacional aparente (producción más importaciones menos exportaciones) ilustra esa dependencia. El peso de las importaciones en los petrolíferos totales se elevó de 9 por ciento a 31 por ciento entre 1995 y 2013; en las gasolinas de 14 a 47 por ciento (aumentaron de 65 mil barriles diarios a 336 mil); en el diesel de 0.5 por ciento a 25 por ciento; en el gas licuado de 14 por ciento a 25 por ciento (ver gráficas 4 y 5).

El conjunto de datos anotados en este trabajo dejan en una posición incómoda a los gobiernos que apostaron por el estrangulamiento de Pemex y su desplazamiento por el capital privado.

El comercio exterior en el inicio de la reprivatización tampoco arroja resultados halagüeños.

El volumen de las exportaciones de petróleo crudo disminuyó de 1.9 mbd a 1.3 mbd entre 2004 y la primera mitad de 2014; bajaron 39 por ciento, en 745 mil barriles diarios (ver Gráfica 1).

El deterioro comercial petrolero es ostensible desde 2006. Ese año su saldo fue superavitario en 27.4 mil millones de dólares y en 2013 fue por 20.3 mil millones de dólares, lo que equivale a una reducción de 26 por ciento. En la primara mitad de 2014 fue de 8.2 mil millones de dólares. De mantener ese ritmo, podría cerrar por debajo de los 20 mil millones, su nivel más bajo desde 2004.

La declinación comercial se debe a las menores ventas externas de crudo, la declinación gradual de los precios promedios de exportación (de 102 dólares por barril en 2012 a 94 en lo que va de 2014, pero sobre todo a las crecientes importaciones de petrolíferos y petroquímicos, que en 2000 sumaron 4.7 mil millones de dólares y en 2014 cerrarán en el orden de los 29 mil millones de dólares –siete veces más que en 14 años–. Del último dato, 25.7 mil millones de dólares, el 90 por ciento, corresponden a los petrolíferos.

Es el costo que se paga por la apuesta primario-exportadora, que privilegia la producción y la venta de productos de menos valor agregado y abandona los que requieren una mayor industrialización.

Fuente
Contralínea (México)