Atrabancados, ante las jugosas expectativas de que las cotizaciones aumentarían indefinidamente, debido al voraz e insaciable consumo mundial del energético proyectado, supuestamente respaldado por un mejor crecimiento económico internacional, aceleraron la producción del crudo desde aquel año citado, sobre todo la del esquisto, la cual posibilitó que Estados Unidos revirtiera la tendencia declinante de la extracción tradicional interna, que en 2008 llegó a su nivel mínimo, comparable a la de finales de 1940.

Que ese país recuperara sus niveles producidos a mediados de 1985, que fue de poco más de 9 millones de barriles diarios (mbd), según datos de la Agencia Internacional de Energía (AIE), el brazo estadístico del Departamento de Energía que, además, asesora a 28 países industrializados en la materia.

Que arañara el anhelo por alcanzar y superar la extracción histórica obtenida en octubre-noviembre de 1970, que fue de poco más de 10 mbd, meta planeada hacia 2017 o 2018, de acuerdo con dicha Agencia, así como el de desplazar a los dos productores más importantes del mundo. Primero a Arabia Saudita, el segundo lugar, en 2016, cuya producción al cierre de 2014 fue de 9.7; y después a Rusia, cuya extracción fue de 10.6 mdb.

Que se insuflara la ambición por la independencia energética. Ese delirio que persigue y atormenta a los estadunidenses desde 1973, cuando los productores árabes rechazaron violentamente su papel de colonizados, de sumisos oferentes de petróleo cuasi regalado, le decretaron el embargo de esa materia prima juntos a sus socios israelitas y europeos, y contribuyeron a profundizar la recesión inflacionaria que, como lepra, azoló al capitalismo mundial durante esa década.

Casquivano en sus juicios, como siempre, Bloomberg señaló que esa potestad está al alcance de la mano estadunidense. Aventuró que en unos 20 años podría ser un sueño realizado. Siempre y cuando no se modificaran los factores que facilitaron la rápida producción de hidrocarburos. Entre ellos, la tendencia ascendente de los precios, el acceso al crédito fácil, la pasividad de los demás oferentes por aceptar la pérdida de sus cuotas de mercado, sus petrodivisas y petroingresos fiscales, ante un cambio desventajoso en el funcionamiento estructural de la industria de los hidrocarburos, la transformación en el equilibro geopolítico del mundo y actual, y el nuevo sometimiento a la hegemonía energética estadunidense.

Es menester destacar que la acelerada expansión de la producción del crudo de esquisto fue facilitada por la política monetaria laxa o “acomodaticia” –tasa de cero o casi cero por ciento de las tasas de referencia– aplicada por los principales bancos centrales, la Reserva Federal, el Banco Central Europeo, el Banco de Japón y el Banco de Inglaterra, a raíz del colapso de 2008.

Esa medida redujo el costo del crédito bancario empleado por empresas del esquisto, lo que explica la ampliación de oferta del crudo no convencional cuyo desarrollo demanda grandes gastos de capital. Lo anterior es complementado con los apoyos gubernamentales: tanto por el lado fiscal como por las políticas energéticas.

Por desgracia, esa política monetaria contracíclica, de dinero casi regalado, ha tenido otros efectos perjudiciales para el mercado petrolero internacional y la energía.

Uno de ellos es que, al menos durante un tiempo, la producción del crudo de lulitas, cuestionado por sus devastadores secuelas ambientales, afectó la expansión de las llamadas fuentes alternas de energía limpia (la solar o la eólica). Se reprodujo la situación ocurrida en la década de 1980, cuando se desplomaron los precios del petróleo.

Otro es que parte de los capitales baratos no se destinaron hacia las inversiones productivas. Volvieron a orientarse especulativamente hacia las inversiones en coberturas y en los mercados de materias primas, en especial del petróleo y el oro. Ello agregó un componente artificial a la tendencia ascendente del precio del crudo, entre la segunda mitad de 2009 y la primera de 2014, la cual no puede ser explicado exclusivamente por la demanda de hidrocarburos. Porque ese periodo se caracteriza por la recesión, el estancamiento internacional y una enclenque reactivación, en particular de los países industrializados, voraces consumidores de hidrocarburos (según la Organización de Países Productores de Petróleo, OPEP, los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos demandaron la mitad del total en 2014: 46.7 mbd de 91.1 mbd; Estados Unidos participó con 19 mbd o el 21 por ciento y los países en desarrollo con 30 mbd o el 33 por ciento).

La rápida caída de las cotizaciones puede ser razonada por la especulación. La peor baja de los precios en 2004 fue en diciembre (en 21 por ciento respecto del mes anterior; una pérdida de 16 dólares por barril) se debió a la venta masiva en los mercados de futuros del petróleo. La revaluación del dólar estadunidense, motivada por la especulación, se ha sumado al deterioro de los precios.

Un tercer aspecto pernicioso es que la estrategia de los bancos centrales ha sido inútil para estimular la reactivación de las economías industrializadas y, con ello, la demanda de crudo. Si acaso fue contracíclica, sus efectos fueron anulados por el retorno a la austeridad fiscal y sus secuelas contraccionistas. La caída de los precios del crudo reavivó el fantasma de la deflación europea: recesión con decremento de la inflación. Según la OPEP, Europa es responsable del 33 por ciento de la demanda mundial de petróleo, 13.4 mbd.

Para complicar el panorama, China disminuye su crecimiento y el consumo de crudo. Y el Fondo Monetario Internacional proyecta una menor expansión mundial en 2015.

Bajo la lógica de Bloomberg, de la AIE y otros optimistas que se creen festivamente esa onírica narrativa de largo plazo, o la profesaban, ello implicaría que, al menos en el caso del petróleo, la producción estadunidense tendrá que elevarse en promedio en al menos 7 mbd por año, volumen que corresponde a las importaciones netas de ese producto, adicionales a los 8.7 mbd extraídos actualmente, de acuerdo con las estadísticas de la AIE. Ambos conceptos sumaron 16 mbd en 2014. Si se considera al petróleo y otros líquidos, el consumo fue de 19 mbd. De ellos, 13.7 mbd fueron cubiertos localmente y el resto con las compras externas.

La cuantía de las importaciones representa la magnitud del reto, en caso que quiera eliminarse completamente su dependencia de ellas. Naturalmente, la cantidad sería menor si sólo se desea reducir la vulnerabilidad ante los choques petroleros, y cuyas secuelas perniciosas podrían manejarse sin graves sobresaltos a través del empleo de las reservas estratégicas, o del desarrollo de otras fuentes alternas de energía como la solar o la eólica. Lo que sí es claro es que la ampliación anual de la demanda nacional exigirá la correspondiente ampliación de la oferta interna.

Mientras se realiza el sueño, la rápida extracción ha contribuido a que la nación imperial redujera su dependencia de las importaciones petroleras a su nivel más bajo desde 1994-1995, en términos de volumen; y desde principios de la década de 1990, en términos relativos, si se considera su participación en la demanda nacional de crudo (incluye la producción local y las compras externas, menos las ventas foráneas). También a que ampliara sus exportaciones desde septiembre de 2013 y que a finales de enero de 2015 sumaron 502 mil barriles diarios, en su mayor cuantía desde 1952, hecho que haya llevado al gobierno de Barack Obama a tomar en consideración de eliminar la prohibición de sus ventas externas como estableció la Ley de Conservación y Política Energética de 1975.

Todo lo anterior, gracias al milagro por medio del oil shale y el gas shale.

El mercado petrolero era una fiesta hasta junio de 2014; y la burbuja de los precios era estimulada complementariamente por la especulación en los mercados de futuros, pese al desfase ostensible entre la oferta y la demanda petrolera.

En las cuentas alegres que realizaban los productores por esas fechas, en especial los no convencionales, se suponía que no tardaría demasiado tiempo en recuperarse el precio medio (del West Texas Intermediate, el Brent y el Dubai Fateh) observado al momento del colapso sistémico del capitalismo neoliberal, en 2008. En julio de ese traumático año, el crudo había llegado a su cúspide: 132.55 dólares por barril (db). Cinco meses después se desfondó hasta los 41.53 dólares. No obstante, para junio de 2014 recupera una parte nada despreciable del terreno perdido, al ubicarse en 108.37 db.

Lúbrico, el precio histórico del petróleo de 2008 volvió a brillar. A una distancia cada vez más cercana, los productores casi podían acariciarlo con sus manos codiciosas, como si fuera el idolatrado becerro de oro.

Al menos así se lo imaginaron los oferentes de esquistos que, al igual que sus publicistas, anunciaban y festejaban el funeral de la OPEP, acusada de actuar como “cártel”: como una asociación que busca eliminar o reducir la competencia en el sector petrolero, con el objeto de controlar la producción, la distribución y los precios, en aras de obtener las máximas ganancias (digamos como operan Televisa y Tv Azteca en el ramo de los medios audiovisuales). La herida ocasionada por el embargo petrolero de 1973 y su periódica defensa de los precios ajustando la demanda equivalen a supurantes llagas abiertas.

La OPEP es atacada por ejercer su elemental derecho a defender sus intereses en la jungla capitalista, cuyas reglas exigen la permanente sumisión de los débiles, su aceptación eterna del fatalismo histórico. Por su infame osadía de encarecer cíclicamente el precio de la rapiña, la depredación y la dilapidación de esa materia prima que beneficia esencialmente a las naciones metropolitanas y las elites locales (dominantes hacia dentro, dominadas hacia fuera), y que, una vez que se agote, sólo dejará a los países productores su estela de miseria, destrucción ambiental y atraso económico (como ha ocurrido con los productores de la plata, el estaño, el caucho o el guano).

La OPEP es defenestrada porque, entre otras cosas, replanteó las relaciones del intercambio desigual a las que normalmente son sometidas las naciones capitalistas colonizadas y neocolonizadas. Ya sea a través de la invasión directa y la imposición de cónsules, como sucedió con Irak, Libia o Siria; o indirectamente, por medio del golpismo, como fueron los casos de Mohammad Mosaddeq, sustituido por el sha Reza Pahlavi, en Irán; o Salvador Allende, en Chile; o la imposición de programas y reformas económicas fondomonetaristas y del Banco Mundial.

Groseramente, el intercambio es justificado por la “teoría” económica tradicional del comercio internacional de las ventajas comparativas estáticas, la cual ha seducido a los nobles corazones de los tecnócratas mexicanos, de Carlos Salinas y Pedro Aspe, a Enrique Peña y Luis Videgaray.

Sus teóricos recomiendan que los países atrasados acepten el fatalismo histórico: se especialicen en la “ventajosa” producción y exportación de sus abundantes “recursos naturales” que disponen, de materias primas e importen los productos industrializados generados en las metrópolis capitalistas. Sin importarles que los precios de aquellos bienes sean más baratos, comparados con éstos, lo que redunda en una balanza comercial crónicamente deficitaria, en su adicción al financiamiento externo para ajustarla, en su dependencia estructural. Que ese desfavorable diferencial de precios implique la transferencia del excedente económico hacia los países industrializados, cuya acumulación de capital se robustece, a costa del atraso y la miseria de los primario-exportadores. Que esa asimetría capitalista reproduzca el desarrollo de las metrópolis y el subdesarrollo de la periferia.

Por cierto, ese funcionamiento del capitalismo, tan estudiado por viejos economistas como Raúl Prebisch, Samir Amin, Arghiri Emmanuel, Christian Palloix, Giovanni Arrighi o Charles Bettelheim, entre otros muchos, y el cual se hundió en el fracaso durante la gran depresión de la década de 1930, fue sacado de su sarcófago en la década de 1970 por los neoliberales, que lo convirtieron en el credo dominante actual (aún con sus reiterados desastres como el pinochetista, el salinista, el menemista o el sistémico de 2008). El peñista Chicago Boy Luis Videgaray conoce muy bien esa historia. La profesa y la aplica con sus políticas públicas. La reprivatización y la desnacionalización del petróleo mexicano son tediosos detalles.

El gozo de los precios se fue al pozo petrolero, de una profundidad digna de un productor de esquistos bituminosos o shale oil.

A finales de enero, el precio medio vuelve a desplomarse a 47.81 db; 56 por ciento menos respecto de junio de 2014. Acumula una pérdida de 60.56 dólares. El 26 de enero el WTI se ubica en 44.40 dólares y el Brent en 46.07 dólares. La canasta de precios de la OPEP en 52.22 db al 4 de febrero. En junio citado se tasaba en 110.48 db.

Entre el 26 de enero, cuando valía 42.90 db, y el 4 de marzo, el precio de la canasta recupera 9.32 dólares. Sin embargo, quienes supongan que esa mejoría indique que los precios ya tocaron fondo y, quizá, se está en vísperas de una tendencia ascendente, pueden llevarse una sorpresa desagradable. El alza también puede ser un respiro. Antes de seguir su curso hacia el fondo incierto donde se estrellará estrepitosamente, en una fecha desconocida.

Un punto de inflexión implicaría la modificación de las condiciones adversas.

Pero aún se desconoce si se ha reducido la sobreoferta total. Si ha aumentado la demanda. Si existe la combinación de ambos factores.

El 18 de enero, Abdullah al-Badri, secretario general de la OPEP, aventura una respuesta: “Los precios han sido impulsados por cuestiones técnicas como eventos en Alaska y el Mar del Norte, la debilidad del dólar y la especulación”.

La AIE confirma la especulación. Los buitres financieros hicieron una apuesta alcista e invirtieron en los mercados de futuros desde finales de diciembre. Según la AIE, las posiciones en el Brent aumentaron 75 por ciento y los contratos subieron a 115 mil 571. Las posiciones largas se elevaron en 27 mil 58, y las cortas bajaron en 22 mil 540. Los fondos de cobertura y los administradores de dinero jugaron en el mismo sentido con el WTI: las posiciones largas subieron en 25 por ciento.

En su caída, los tipos de crudo líderes han retrocedido a sus cotizaciones de marzo de 2009.

Si se considera la cima y la sima de los colapsos de los precios, la baja nominal más violenta corresponde al de 2008, seguido por el de 2014. Son las más graves desde el embargo petrolero de 1973.

Entre el 3-4 de julio y el 23-24 de diciembre de 2008 el precio medio del Brent y el WTI se colapsa de 144 db a 32 db. Pierde 112 dólares o el 78 por ciento de su valor nominal. La cesta de la OPEP cae de 140.73 db a 33.36 db; pierde 107.36 dólares o 76.30 por ciento.

El colapso financiero sistémico y la subsecuente recesión económica aplastan entre sus escombros las expectativas de la creciente demanda petrolera, sobre todo de los países periféricos como China, de la producción, de los precios y la especulación de los mercados de futuros. Ese año el producto interno bruto (PIB) mundial cae en casi la mitad (a 3 por ciento de 5.7 por ciento en 2007) y en 2009 a cero por ciento. Los tres recortes en la producción de la OPEP (4.2 mbd en total), para atajar la baja de los precios, y que reducirían su plataforma de 30 mbd a 24.8 mbd, no logran eliminar la sobreoferta petrolera (1.1 mbd). La OPEP había superado su meta en 1.1 mbd en 2007 y 2.1 en 2008, debido a la sobreproducción de Arabia Saudita (que en 2009 la reduce en 1 mbd), Irak, Kuwait, Nigeria y Angola. Los esfuerzos de la OPEP son contrarrestados por el alza de la oferta de Estados Unidos, Rusia, Kazajistán y Brasil.

El choque petrolero actual guarda rasgos similares al anterior. La desaceleración económica y el recesivo abandono de la austeridad fiscal. El pánico especulativo de los mercados financieros ante el próximo fin de la política monetaria laxa estadunidense. La eurozona bordea la deflación. La mayoría de los países que integran el llamado BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y Japón están en recesión. El crecimiento de China y los países subdesarrollados de marchita. El PIB mundial es de 3.3 por ciento en 2013 y 2014. En 2015 aumentaría 2 décimas de punto más y otras 2 en 2016, según el FMI.

Estancamiento y especulación: desfase entre la oferta y demanda petrolera. Aquella aumenta 2.2 por ciento, 2 mbd más. Ésta en 1.1 por ciento, 1 mbd, lo que arroja una diferencia de 1 mbd, aunque Abdullah al-Badri, del la OPEP, lo estima en 1.5 mbd. La caída de los precios de 115.57 dólares a 45.51 dólares entre el 8-9 de julio de 2014 y 13 de enero de 2015 disminuye. Cae en 70 db o 60 por ciento.

La OPEP reconoce que Irak, Arabia Saudita e Irán amplían su producción (265 mil, 91 mil y 98 mil barriles diarios cada uno). Libia y Nigeria hacen lo mismo, aunque al cierre de 2014 la reducen. La extracción total de la OPEP pasa de 30.2 mbd en 2013 a 30.3 mbd en 2014.

En oposición, los productores independientes aumentan la oferta en 1.9 mbd, 3.2 por ciento más, equivalente al 95 por ciento del total mundial. A Estados Unidos le corresponde 1.5 mbd, el 90 por ciento del total de estos oferentes y el 85 de la producción internacional.

Así, Estados Unidos es el principal responsable del exceso mundial petrolero, uno de los factores que explica el desplome de los precios.

Ello explica que, a diferencia del pasado, Arabia Saudita y la OPEP rechazaran asumir otra vez el papel del productor de equilibrio (swing producer), por medio del recorte de su oferta. Adoptar esa medida implicaría aceptar la cesión de su participación comercial y geopolítica en el mercado petrolero a Estados Unidos y, en particular, a los productores de esquisto. Su participación en la producción mundial de crudo cae de 54 por ciento del total en 1973 a 43 por ciento en 2014; se estanca, al pasar de 29.6 mbd a 30.2 mbd en 41 años del total. En términos absolutos se estancó.

En ese sentido, la llamada revolución del esquito estadunidense tiene que asumir un doble papel:

La de victimaria. Aprovecha el alza de los precios para acelerar su extracción y contribuye a inundar al mercado y a estimular la burbuja financiera que lleva al choque petrolero.

La de víctima de su propio éxito. Las cotizaciones le caen como una guillotina que pone en entredicho su futuro.

No le queda más que asumir las consecuencias de su producción y sus costos.

Al esquisto se debe en gran medida que las reservas probadas de hidrocarburos estadunidenses aumentaran 78 por ciento entre 2008 y 2013 –de 20.6 mil billones de barriles (mmb) a 36.5 mmb; las de petróleo de 19 mmb a 33.4 mmb–. Que la extracción de crudo subiera de 4.9 mbd en 2008 a 8.5, y a 9.2 mbd en enero de 2015, lo que significa que, pese a la sobreoferta mundial, los estadunidenses no pretenden reducir su producción.

A veces la ambición es suicida.

Se estima que el costo por un barril de esquisto es de 40-80 db, por lo que, con los precios actuales, un gran número de productores no les queda más que asumir pérdidas para tratar de capear el temporal.

Y la recuperación de las tarifas por arriba de 10 dólares no se avizora en lo que resta de la década.

Según la AIE, empieza a detenerse la creación de nuevas perforaciones y algunas compañías estadunidenses cierran los pozos pequeños y antiguos, conocidos como strippers, menos productivos; estos se calculan en 400 mil. Datos de enero muestran un descenso del 16 por ciento en los “equipos de perforación en tierra activos”. La Agencia prevé que las plataformas de extracción operativas sobre tierra se reducirán hasta octubre de 2015 en un 24 por ciento, y estima que la actividad se recuperará hacia finales del año.

El problema, empero, no es exclusivo de los pequeños productores. Por ejemplo, la empresa texana Schlumberger, Ltd, el mayor proveedor mundial de servicios y equipamientos para yacimientos petroleros, recién anunció su plan de despedir a unas 9 mil personas debido a la caída del precio. Anish Kapadia, del banco de inversión Tudor Pickering Holt, señala que las mayores petroleras internacionales abandonan proyectos por valor de miles de millones de dólares y reducen las inversiones, debido a la caída del precio del crudo. El sector bancario está inquieto debido a los riesgos de insolvencia de los petroleros y que los préstamos se conviertan en deudas basura. Royal Bank of Scotland, Barclays, HSBC y Standard Chartered podrían acumular pérdidas por unos 3.4 mil millones de dólares. Wells Fargo y JP Morgan hasta 100 mil millones. Los bonos de energía eran estimados en 208 mil millones de dólares, 16 por ciento de los papeles de alto rendimiento (1.3 billones).

Fuente
Contralínea (México)