Mientras Thierry Meyssan interpreta la reanudación de las negociaciones entre Ankara y Moscú sobre el comercio de gas como la respuesta turca a la denuncia rusa del apoyo de Ankara al Emirato Islámico, el analista italiano Manlio Dinucci ve en ella una decisión seria de Turquía que desafía la voluntad de Washington. Manlio Dinucci interpreta el derribo del Su-24 ruso como un sabotaje estadounidense contra las relaciones ruso-turcas. En cambio, Thierry Meyssan ve en esa operación un intento turco de empujar a Rusia fuera de la zona donde Turquía pretende crear un seudo Kurdistán. Las dos hipótesis son dignas de ser tomadas en cuenta.
El misil Aim-120 Amraam que un F-16 turco (ambos Made in USA) lanzó la semana pasada contra un Su-24 ruso no estaba dirigido solamente contra aquel bombardero táctico sino contra un objetivo mucho más importante: el proyecto de gasoducto Turkish Stream, que debía llevar el gas ruso hasta Turquía y de allí a Grecia y a otros países de la Unión Europea.
El proyecto Turkish Stream es la respuesta de Moscú al sabotaje, estadounidense, contra el South Stream, gasoducto que –sin pasar por Ucrania– debía llevar el gas ruso hasta Tarvisio (en la provincia italiana de Udine) y de allí al resto de la Unión Europea, lo cual debía reportar grandes beneficios a Italia, incluso en materia de empleo [1]. Aquel proyecto, iniciado por la compañía rusa Gazprom y la italiana Eni, contó después con la incorporación de la compañía alemana Wintershall y la francesa EDF y ya había alcanzado una fase avanzada de realización (Saipem, empresa de la Eni, ya tenía un contrato de 2 000 millones de euros para la construcción del tramo a través del Mar Negro), cuando –después de haber provocado la crisis ucraniana– Washington emprendía lo que el New York Times definía como «una estrategia agresiva tendiente a reducir el aprovisionamiento de gas ruso a Europa».
Baja presión estadounidense, Bulgaria bloqueaba –en diciembre de 2014– los trabajos del South Stream, enterrando así el proyecto [2].
Pero al mismo tiempo, y a pesar del antagonismo entre Moscú y Ankara sobre Siria y el Emirato Islámico, Gazprom firmaba con la compañía turca Botas un acuerdo preliminar para la construcción de un doble gasoducto entre Rusia y Turquía a través del Mar Negro.
El 19 de junio, Moscú y Atenas firmaban un acuerdo preliminar sobre la extensión del Turkish Stream (con un gasto de 2 000 millones de dólares que asumiría Rusia) hasta Grecia, para convertir este último país en puerta de entrada del nuevo gasoducto a la Unión Europea [3].
El 22 de julio, el presidente estadounidense Barack Obama telefoneaba a su homólogo turco Recep Tayyip Erdogan, exigiéndole que Turquía se retirara del proyecto [4].
El 16 de noviembre, Moscú y Ankara anunciaban, por el contrario, próximos encuentros gubernamentales para dar inicio al proyecto Turkish Stream, con un alcance superior al del mayor gasoducto existente a través de Ucrania. Ocho días después, el derribo del bombardero táctico ruso en el norte de Siria bloqueaba la posibilidad de dichos encuentros, por no decir que anulaba el proyecto mismo.
En Washington seguramente hubo brindis para festejar el nuevo éxito. Turquía, que importaba de Rusia el 55% del gas y un 30% del petróleo que consume, se ve de hecho duramente afectada por las sanciones rusas y corre peligro de que se le escape el tremendo negocio del Turkish Stream.
Entonces, ¿quién podía tener, en Turquía, interés en derribar voluntariamente el avión ruso, sabiendo las consecuencias que podía tener ese acto? La frase de Erdogan, «no hubiésemos querido que sucediera esto. Pero sucedió. Espero que algo como esto no vuelva a repetirse», implica la existencia de un escenario más complejo que el oficial. En Turquía existen importantes centros de mando, bases y estaciones de radares de la OTAN, bajo mando estadounidense: la orden de derribar el avión ruso fue impartida dentro de ese ámbito.
¿Cuál es, en este momento, la situación en la «guerra de los gasoductos»? Estados Unidos y la OTAN controlan el territorio ucraniano, por donde pasan los gasoductos que conectan a Rusia con la Unión Europea. Pero Rusia ya no está tan obligada a contar con esos gasoductos (los volúmenes de gas que estos transportan y que antes alcanzaba el 90%, han caído a un 40% de las exportaciones rusas de gas hacia Europa) gracias a dos vías alternativas:
– El gasoducto North Stream, al norte de Ucrania, que transporta el gas ruso hacia Alemania: Gazprom tiene intenciones de agregarle una segunda tubería pero ese proyecto está siendo bloqueado –dentro de la Unión Europea– por los gobiernos de Polonia y de otros países del este de Europa, más obedientes ante Washington que ante la autoridad de Bruselas.
– El gasoducto Blue Stream, administrado conjuntamente por Gazprom y por [la compañía italiana] Eni. Blue Stream pasa por Turquía, lo cual implica cierto riesgo para Rusia.
La Unión Europea podría importar gas a bajo precio desde Irán, gracias a un gasoducto ya proyectado que pasaría por Irak y Siria. Pero este proyecto está actualmente bloqueado –y no por casualidad– por la guerra desencadenada en esos países por la estrategia de Estados Unidos y la OTAN.
Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio
[1] «De cómo Vladimir Putin invirtió la estrategia de la OTAN», por Thierry Meyssan, Оdnako (Rusia), Red Voltaire, 8 de diciembre de 2014.
[2] «Sabotaje al gasoducto South Stream», por Manlio Dinucci, Tommaso di Francesco, Il Manifesto (Italia), Red Voltaire, 12 de junio de 2014.
[3] “Greece to invest $2 bn in Turkish Stream, will sign memorandum asap - Energy Minister”, Russia Today, 1º de junio de 2015.
[4] Esta información no aparece en el comunicado de la Casa Blanca sobre esa conversión: “Obama’s Call with Turkish President Erdoğan”, The White House, 22 de julio de 2015. Ndlr.
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