Dejando de lado la corrupción empresarial, se quiere combatir la corrupción de la élite gobernante con más corrupción, para que gatopardezcamente “todo permanezca igual”. Y sin duda alguna: mucho peor. Por eso el peñismo se quiere lavar las manos embarradas de corrupción en las aguas del desagüe excrementoso de los Duarte, los Padrés, los Aguirre, los Medina, los Borge. Es, otra vez más de lo mismo. Y se le va a revertir al mismo Peña, por su corrupción (y la de su esposa); la corrupción de Videgaray. La corrupción de la secretaría de Comunicaciones y Transportes… y la corrupción política del régimen, en cuya cúpula ya no hay funcionarios ni burócratas, sino solamente puros rateros.
La nación mira con desprecio el dizque combate a esas ratoneras sin ratones ni queso. Y el peñismo con sus senadores y diputados insiste en seguir pervirtiendo la democracia representativa que ya no representa a los ciudadanos; por lo que los electores ya no esperan su participación en las urnas para calificar el desempeño de estos truhanes, y han salido a las calles a ejercer la democracia directa, en crecientes movimientos para protestar contra el mal gobierno presidencial y el de sus cómplices, vistos estos en la figura de los desgobernadores, los presidentes municipales y los delegados y jefe de Gobierno de la Ciudad de México.
Y contra la violencia gubernamental, está ya en gestación la violencia popular a medida que arrecian las injusticias judiciales, los abusos de la política económica del peñismo y, con la pobreza y el desempleo, los graves asuntos irresueltos de Nochixtlán, Atenco, los 43 de Ayotzinapa, Tlatlaya, las omisiones de la Procuraduría General de la República (PGR), las complicidades con el narcotráfico y la creciente militarización que asfixia la vida pública, por la clausura de los derechos y garantías para el ejercicio de los derechos humanos.
Impera ya la “democracia sin el pueblo” (que analiza-Maurice Duverber en su libro con ese nombre) y, “así las cosas, ha habido un desplazamiento hacia una república del centro, que no permite emerger la figura del adversario; el antagonista y ahora existe solamente un competidor cuya lugar se trata simplemente de ocupa*, sin un verdadero enfrentamiento de proyectos”, nos advierte la politóloga Chantal Mouffe, en su libro El retorno de la político, que no parece llegar al sistema mexicano. Y no llega porque las élites dirigentes, de los sectores privado y público, se han corrompido y son ya incorregibles. Se van o hay que echarlos, para buscar, al menos, un político que asuma la ética democrática de la responsabilidad y con proyecto de estadista. Esto o el país con su Estado, se precipitarán a una crisis que se puede desbordar por la violencia social para reestructurar al régimen postulando la honradez, la capacidad política y económica, desterrando el neoliberalismo económico que ha enfilado al capitalismo a su etapa salvaje de explotación desigualdades (Anthony B Atkinson, Desigualdad; FCE) y la creación de todas las manifestaciones delincuenciales cuyo remate es el narcotráfico.
Pero combatir la corrupción con más corrupción o sea los Peña, contra los Padres, los Medina, los Borge, los Aguirre, los Duarte, etcétera, es no hacer nada. Al pueblo no lo engañan con esas tretas. Lo de “al ladrón”, gritando por el ladrón es una maniobra ya vista. Los corruptos conocidos de Veracruz, Guerrero, Nuevo León, Quintana Roo, Sonora, Puebla, Morelos, etcétera, no son todos y faltan los peñistas. No es Peña contra los desgobernadores, sino la corrupción de éstos y del peñismo. Combatir a unos y dejar fuera a los demás es para dejar que el contagio siga. Los mexicanos queremos la extirpación del mal canceroso. Limpiar al máximo. Pero no que los corruptos combatan a los corruptos, porque es una trampa.
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