Desde hace algunos sexenios, el 20 de noviembre es una fecha que busca ocultarse. Los gobernantes en turno, obligados a referirse a la efeméride, “celebran” la Revolución mexicana casi a escondidas, con malabares discursivos para reivindicar la lucha que estalló contra el régimen de Porfirio Díaz y, sin sonrojarse, decir que el actual gobierno es heredero de aquella lucha emancipatoria.
Traición sobre traición, la Revolución mexicana (“interrumpida”, señala Adolfo Gilly) fincó su desaparición desde el mismo momento en que se consolidaba. Aquellos logros (apenas algunos de los que demandó todo el movimiento armado) plasmados en la Constitución de 1917 siempre fueron letra muerta (nada más hay que ver lo que el texto constitucional dice acerca del salario mínimo) o, bien, fueron erradicados de la carta magna mediante las reformas estructurales de corte proempresarial (disolución de los ejidos, fin de la propiedad comunal, retroceso en materia de derechos laborales, privatización del petróleo…).
El desmantelamiento del país, ha implicado que hoy como Constitución exista un engendro con más de 700 reformas. Los presidentes más “reformadores” han resultado ser los dos últimos: Felipe Calderón hizo 110 cambios; Peña Nieto, en lo que lleva en la Presidencia, ha decretado 147 reformas. Conociendo las capacidades de estos gobernantes y los intereses que defienden, ya podemos imaginar el desastre cometido en el texto Constitucional.
Para muchos, la Revolución está muerta y no hay manera de recuperarla. Y es que resulta menos difícil, por ejemplo, redactar una nueva Constitución que tratar de recomponer la actual. Por ello, esta revolución, políticamente, ya está bien muerta y enterrada… El asunto es que al finalizar un proceso, surge otro. Y para este otro ya hay camino andado. De hecho, el movimiento social y el movimiento armado de hoy se nutren de las epopeyas magonistas, zapatistas y villistas, principalmente: los revolucionarios que perdieron y cuyas demandas y postulados sólo fueron reivindicados tibiamente en algunas partes de las leyes y en el discurso político de los jilgueros del sistema. Los “revolucionarios” que ganaron no cuentan con el respaldo popular: ¿alguien reivindica en las calles, en las marchas, en el movimiento social a Carranza, Obregón o Calles? Por supuesto que no.
Se estima que el Partido Liberal Mexicano que protagonizó las huelgas e insurrecciones de 1906, que desembocaron en la Revolución de 1910, llegó a tener más de 20 mil combatientes. Anarquistas (además de Ricardo y Enrique Flores Magón, también figuraban Práxedis G Guerrero y Librado Rivera, entre muchos otros), perdieron pronto militarmente pero constituyeron el principal referente teórico y social de todo el movimiento armado.
El Ejército Libertador del Sur, encabezado por Emiliano Zapata, llegó a contar con más de 30 mil combatientes y cientos de pueblos insurgentes: comunidades indígenas y campesinas de Morelos, el Estado de México, el Distrito Federal, Puebla y Guerrero. Se enfrentaron directamente al ejército porfirista, al que derrotaron en el sitio de Cuautla. Influenciados por el magonismo, redactaron el Plan de Ayala, que se resume en dos frases: “La tierra es de quien la trabaja” y “Tierra y Libertad”, de influencias anarquistas.
El otro movimiento armado cuyo legado pervive hasta nuestros días es el de la formidable División del Norte, con un número indeterminado de decenas de miles de combatientes y 20 cuerpos militares entre estado mayor, dorados, brigadas, tercias y fracciones. Probablemente este ejército irregular encabezado por Francisco Villa ha sido la guerrilla más numerosa en la historia del Continente, que además podía recorrer grandes distancias y sostener batallas fuera de los territorios de los campesinos que lo nutrían: Chihuahua, Durango, Coahuila, Sonora, Zacatecas.
El triunfo esporádico de la Revolución fue captado por la cámara de Casasola, cuando el 6 de diciembre de 1914 las tropas villistas y zapatistas ingresaron a la Ciudad de México, entraron al Palacio Nacional y Pancho y Emiliano pudieron bromear entorno a la silla presidencial. Lo que vino después para la Revolución fueron pérdidas, fracasos y traiciones.
Otra oleada de revolucionarios vendría después, en la década de 1950, con el movimiento del zapatista Rubén Jaramillo, en Morelos, y para las décadas de 1960 y 1970 las decenas de guerrillas que irrumpieron en el escenario político y social, entre las que destacamos al Grupo Popular Guerrillero (encabezado por Arturo Gámiz y Pablo Gómez), la Unión del Pueblo (fundada por Tiburcio Cruz Sánchez, Héctor Eladio Hernández Castillo y José María Ortiz Videz), el Partido de los Pobres y su Brigada Campesina de Ajusticiamiento (cuyo principal líder era Lucio Cabañas), la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (encabezada por Genaro Vázquez) y, entre muchas otras, la Liga Comunista 23 de Septiembre (la organización revolucionaria de tipo urbano más importante de los últimos tiempos y de la cual Arturo salas Obregón fue uno de los principales dirigentes).
En las páginas de Contralínea hemos dado cuenta de que para los organismos de seguridad y defensa nacionales hoy existen cinco movimientos insurgentes (guerrillas) y alrededor de 50 grupos y células de insurrección anarquista. Cada uno, por su lado, hace la revolución, aunque por tal concepto tengan proyectos muy distintos.
Las guerrillas son el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, la formación más numerosa y con mayor impacto desde la Revolución; el Partido Democrático Popular Revolucionario-Ejército Popular Revolucionario (evolución de la Unión del Pueblo); la Tendencia Democrática Revolucionaria-Ejército del Pueblo; el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente, y el nuevo grupo del que dimos cuenta en semanas pasadas y que, según los órganos de inteligencia, aglutina a exintegrantes de otras guerrillas y nuevas generaciones de combatientes con mayor “radicalidad de lucha”. En efecto, no son los únicos movimientos armados. Otros no han desaparecido del todo pero se encuentran en un periodo de silencio y retraimiento. Algunos más están en proceso de integrarse o reintegrarse a alguna de las formaciones citadas.
En otro carril avanzan los grupos anarquistas de corte insurreccionalista, aquellos que han optado por combatir frontalmente y ahora al capitalismo y al Estado. Hoy representan una “amenaza” mayor, según los organismos de seguridad nacional.
Sirva el aniversario del inicio de la gesta de la década de 1910 para reflexionar acerca de la lucha armada y la Revolución: la muerta y la latente, aquella que hoy se construye lentamente y que casi siempre se antoja lejana, pero que, por momentos, parece estar a la vuelta de la esquina.
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