Hace tiempo que el nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sostiene que su mayor socio comercial hace trampa; por ello, decidió priorizar el cambio de las condiciones y de los términos comerciales, como parte de su estrategia para que su país “vuelva a ser grande”.
El documento sobre la política comercial de Trump fue elaborado durante la campaña electoral por Peter Navarro y Wilbur Ross; ahora el primero es el secretario de Comercio y el segundo dirigirá el Consejo Nacional de Comercio.
Para ellos, la política económica debe estar integrada e incluir recortes impositivos y menos regulaciones, así como medidas para bajar el costo de la energía y disminuir el déficit comercial crónico de Estados Unidos.
Además, en sólo 21 páginas explican cómo aumentará el crecimiento económico de Estados Unidos durante el gobierno de Trump, con la creación de millones de nuevos puestos de trabajo y billones de ingresos tributarios adicionales.
Uno de sus argumentos es que Trump podrá instrumentar la mayoría de sus políticas sin la obstrucción del Congreso legislativo ni del Poder Judicial. Y además, que a escala internacional, ningún país le hará frente por una “razón muy sencilla: los mayores socios comerciales de Estados Unidos dependen mucho más del mercado estadunidense, que lo que éste depende de ellos”.
Navarro y Ross sostienen que Estados Unidos ya perdió demasiado, principalmente por acuerdos comerciales mal negociados y porque no se cumplieron bien, lo que derivó en déficits comerciales. Además, como ese país no usa el sistema de impuesto al valor agregado (IVA), supuestamente el resto del mundo tiene una ventaja comercial injusta que, según ellos, la Organización Mundial del Comercio (OMC) debió haber rectificado.
En tanto que la más grande economía y el mayor consumidor e importador del mundo, Estados Unidos puede ejercer su voluntad y corregir la situación, por ejemplo, retirándose de la OMC, la que se volvería irrelevante y, por lo tanto, el daño sería menor.
Según su plan, con la reducción del déficit comercial habría más efectivo en los bolsillos de los trabajadores estadunidenses, lo que les permitiría comprar productos más caros fabricados en su país.
Supuestamente, como los productos estadunidenses se harán más competitivos, los precios caerán y mejorará el bienestar de los consumidores.
Mitos sobre China
La política de Trump propone aranceles defensivos para hacer frente de forma efectiva a las “trampas comerciales”. China, considerado el “tramposo más grande”, recibe una atención especial.
Para el público estadunidense, China sigue siendo el “taller del mundo” donde cientos de millones de trabajadores mal pagos producen bienes de consumo en masa, mientras el tipo de cambio artificialmente bajo y los subsidios a la producción le permiten tener precios competitivos. Si bien hace 1 década eso pudo ser cierto, la situación cambió de forma radical.
En el pico de los desequilibrios comerciales de hace 1 década, el superávit comercial era de más de 10 por ciento del producto interno bruto (PIB). Pero con el repentino enlentecimiento del crecimiento comercial mundial por la crisis de 2008 y 2009, el aumento del déficit comercial de Estados Unidos con China disminuyó de forma significativa.
De hecho, Estados Unidos todavía tiene un enorme déficit comercial con el gigante asiático, pero este también es su mayor mercado de exportación.
De hecho, en 2014, el sector de servicios superó al manufacturero como principal componente de la economía China. Las exportaciones netas representaron un crecimiento de 1.7 por ciento, ínfimo en comparación con el consumo interno y la inversión.
China querrá seguir exportando hacia Estados Unidos, pero la transformación estructural de su economía y la mayor demanda por varios servicios ahora genera más empleos nuevos, no sólo en su territorio, sino también en otros, incluido el estadunidense, según su análisis.
¿Renminbi devaluado?
Durante la campaña electoral, Trump amenazó con declarar que China manipulaba su moneda y así aumentar 45 por ciento los aranceles a las importaciones de ese país durante los primeros 100 días de su gobierno.
La legislación estadunidense permite imponer aranceles defensivos y compensatorios con el argumento de manipulación de divisa. Navarro y Ross no sólo señalaron a China, sino también a Japón y al euro, con una mención especial a Alemania.
Washington sostienen desde hace tiempo que China deprecia el valor de su moneda de forma artificial para beneficiar a los exportadores. Quizá hace más de 1 década éste pudo ser un argumento válido, pero el renminbi se ha apreciado mucho desde entonces por la gran presión de Estados Unidos, amplificada en gran medida por el Fondo Monetario Internacional (FMI).
La mayoría de los economistas serios dudan, de hecho, que el renminbi siga devaluado. Estable durante 1 década antes de 2005, y quizá devaluada por periodos, la moneda china se apreció desde entonces entre 30 y 40 por ciento, lo que llevó al FMI a declarar que ya no estaba devaluada.
De hecho, la menor demanda de exportaciones y la fuerte fuga de capitales ejercieron una presión enorme sobre la moneda china, que obligó a su banco central a usar sus reservas de dólares estadunidenses para sostener la divisa. Por lo que la última manipulación monetaria mantuvo al renminbi sobrevaluado, más que devaluado.
Todo esto sugiere que el equipo de Trump propone remedios que, en el mejor de los casos, se basan en diagnósticos desactualizados. La situación actual es muy diferente.
La incapacidad de lograr avances por medidas mal recetadas podría desembocar en esfuerzos más agresivos, que corren el riesgo de crear una guerra económica que convertiría a la mayoría, incluidos los espectadores, en víctimas. (Traducido por Verónica Firme.)
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