Además de ser una agresión sexual, el stealthing es una grave violación contra la dignidad y autonomía de las mujeres: el abuso consiste en que el hombre se quita el condón durante la relación sexual sin consultar a su pareja. En el Inmujeres capitalino, las víctimas reciben ayuda psicológica, y en la clínica Condesa, atención médica para prevenir embarazos y enfermedades de transmisión sexual.
Aída Muñoz García/Cuarta y última parte
A sus 19 años, Carolina resultó embarazada porque su novio, de manera oculta, decidió quitarse el condón mientras mantenían relaciones sexuales en dos ocasiones.
A esa edad, la joven sólo tenía un deseo: seguir estudiando, así que decidió no ser madre. Carolina no imaginó jamás que ese abuso sexual del que fue víctima (y que se conoce como stealthing) trajera tantas consecuencias: un embarazo no deseado, un proceso quirúrgico y un caos emocional.
En abril de 2017, la abogada e investigadora Alexandra Brodsky publicó un estudio en la revista estadunidense Columbia Journal of Gender and Law, en el que nombra stealthing debido a ese daño. Se trata de una práctica sexual que implica que el hombre se retire el preservativo sin el consentimiento de su pareja, cuando antes habían acordado usarlo.
En la legislación de países europeos, como Suiza y España, el stealthing está tipificado como un delito de agresión sexual contra la mujer. En el caso de Suiza, la primera condena que se imputó fue de 12 meses de cárcel a un hombre de 47 años. Mientras que en España ya está considerado como una forma de abuso sexual con la pena de prisión de 1 a 3 años.
Carolina tiene actualmente 29 años y se define con una palabra: feminista. De ojos grandes, oscuros; pestañas largas, estilizadas; tez blanca; labios en tono carmesí, alargados; cabello a la altura de la cintura, ondulado, despeinado; voz grave, un poco ronca; cuerpo delgado, producto de su práctica de danza contemporánea, cuenta que hace 10 años, cuando tuvo la certeza de estar embarazada, platicó con su novio.
Su sorpresa fue que él “ya lo sabía”. Sin reparo, su pareja de entonces le explicó que una situación así era de esperarse, porque se había quitado el condón en dos ocasiones. Las palabras fluyeron por su boca como si se tratara de cualquier cosa.
Ese noviazgo había comenzado cuando ella recién entró a la preparatoria. “Él fue mi novio los 4 años que estuve en la prepa. Era súper machista pero yo también estaba muy chiquita. Él era un fósil porque ya había salido pero iba con sus amigos a la escuela”, cuenta Carolina, mientras sostiene en su mano derecha su café.
Desde el principio de la relación había mucha violencia: él la engañaba constantemente. “Nunca me pegó porque tenía muy claro que nunca me iba a pegar un güey: sí lo intentó pero puse un límite muy claro en ese aspecto”.
Aunque Carolina era una alumna muy irregular, en el último año –cuando ingresó al área cuatro de humanidades y artes– empezó a amar la escuela. Recuerda que en esa época una de sus maestras era feminista y simpatizó mucho con esa filosofía: “Me encontré a mí misma”. En ese momento, asegura, su novio comenzó a sentirse inseguro por todo lo que estaba aprendiendo.
Cuando ella pasó los extraordinarios de matemáticas, le dijo a su novio que festejaran y se fueron a un hotel. “Me sentí súper rara cuando estábamos teniendo relaciones. Cuando terminó sentí algo muy feo: seguía pensando que traía el condón, pero sentí como si me hubieran apretado el pecho. En ese momento no le dije nada porque ni siquiera pude visibilizar qué pasaba, no sabía que se lo había quitado”.
Pero su novio reincidió. “La siguiente semana se lo quitó, pero esta vez sí me di cuenta. No le di importancia en ese momento porque es de esa cosas, como la violencia en el noviazgo, que está tan normalizada que ni siquiera pude ver que era violencia; sólo pensé: ‘ay, es que no le estaba gustando, por eso se lo quitó’. En esa educación patriarcal de siempre estar cediendo tus límites como mujer para que él esté bien, pasé esto por alto, ni siquiera lo pensé hasta hace algunos años”.
El Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP) registra que ocho de cada 10 víctimas de delitos sexuales son mujeres: 26.9 por ciento son estudiantes, 22.8 por ciento empleadas y 12.2 por ciento amas de casa.
Carmen Saavedra Zaldívar, directora de Coordinación del Sistema de Unidades del Instituto de las Mujeres Ciudad de México, califica al stealthing como violencia de género, debido a que se está imponiendo la voluntad del hombre sobre la de la mujer.
La experta en el estudio de violencia de género agrega que “hay consentimiento en el acto sexual pero no en la decisión de una sola de las partes de quitarse el condón, que se supone es un acuerdo”.
Asimismo, considera que es una agresión sexual contra la mujer, y una grave violación contra su dignidad y autonomía, además de exponer a las víctimas a riesgos físicos, como son los embarazos o enfermedades de transmisión sexual (ETS).
Después de 1 mes de sufrir stealthing, Carolina estaba embarazada. “Mi mamá fue la primera que se dio cuenta… Mis papás se portaron súper chidos: me dijeron que en lo que yo decidiera ellos me iban a apoyar, y yo quería seguir estudiando”.
La joven decidió abortar y su novio la hizo sentir sumamente culpable. Aunque en un principio le dijo que ella lo decidiera, luego hizo que toda la responsabilidad recayera sobre Carolina.
“Afortunadamente desde antes de eso había estado apoyando las propuestas para que se legalizara el aborto [en la capital]; de hecho, fue en ese año cuando inició el programa de ILE [interrupción legal del embarazo], y a pesar de que estaba chavita sabía que era mi derecho. Para mí fue un momento muy doloroso porque no había esos espacios feministas donde te apoyan para no sentirte culpable”.
Carolina fue a la clínica cuando tenía 4 semanas de embarazo, pero los doctores dejaron pasar más de 1 mes para realizarle el aborto. Ella piensa que pudo haber sido más rápido el proceso y no esperar hasta la semana 10. Además, asegura que el trato que recibió en la clínica fue denigrante: “Desde la policía de la entrada que me decía: ‘yo quiero tener hijos y no puedo, y mira tú’, hasta la enfermera que, cuando estaba tirada en la camilla, me dijo: ‘ay, mira tu fetito’”.
Pasando todo este proceso, Carolina entró a la universidad, en la Facultad de Estudios Superiores Aragón, y al final del primer semestre se dio cuenta de que su novio andaba con otra mujer con quien ya llevaba 1 año. Cuando lo encaró, él se justificó diciendo que ella había “tirado algo que era de los dos”. En esa ocasión terminaron definitivamente.
Hasta hace 2 años, cuando decidió publicar en Facebook, la joven no le había contado a nadie que la razón de su embarazo fue que él se había quitado el preservativo.
Edith Ramírez, abogada especialista en temas de violencia de género, explica que las mujeres podrían no declarar haber sufrido esta agresión por pena o simplemente porque no la identifican como una forma de violencia.
“No conozco ningún caso; es muy difícil que se denuncien este tipo de prácticas porque el ejercicio de la sexualidad para las mujeres es un ámbito muy privado desde la cuestión social.”
De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, se estima que cerca del 94 por ciento de los delitos sexuales contra mujeres no se denuncia o no se registra la denuncia.
Carolina cuenta que el aborto al que se sometió no sólo le generó depresión en ese momento, sino que también afectó sus futuras relaciones de pareja. “En un país como México, que es súper machista y donde las mujeres siempre tenemos que estar cumpliendo expectativas muy específicas, porque si ya tienes un pasado de tal manera no eres válida para la ‘heteronorma’, pues afectó mis relaciones en el sentido de que con unos novios a quienes les dije que había tenido un aborto eso cambió completamente la relación”.
Lo mismo pasó con su novio-agresor de la prepa, de quien comenta ya tiene una hija de 4 años. “Él quería eso conmigo [embarazarme]: hizo a propósito eso de quitarse el condón. Era muy chistoso porque su mamá era de ésas que le dice a su hijo: ‘Cuidado, esa te va a embarcar’, y era su hijo el que estaba buscándolo”.
A través del feminismo Carolina se dice segura de sí misma y firme para establecer ciertos límites en sus relaciones; un contraste de cuando estaba en la preparatoria: “En ese entonces estaba tan desposeída de mí misma que pensaba que el sexo era así: él puede hacer esas cosas porque me quiere y porque somos novios y entonces la confianza implica eso. Pero ahora sé que no es así, que hay cosas de consenso importantes”.
El reto legal en México
En el caso de México no hay un respaldo legal para las víctimas de esta práctica. Carmen Saavedra considera que el stealthing debería estar tipificado legalmente; sin embargo, al no estarlo, es angustioso enfrentarse a los vacíos de ley.
A pesar de que a todas luces es una violación contra los derechos de la mujer –afirma la directora de Coordinación del Sistema de Unidades del Instituto de las Mujeres Ciudad de México–, deben hacerse grupos de estudio para saber cómo tipificarlo al ser en el terreno totalmente de lo íntimo, si aun con violaciones existe la mentalidad patriarcal acerca de que la víctima tiene que dar pruebas, en este caso solamente existe la palabra de la mujer: ni siquiera hay una prueba física de violencia, a menos de que a partir de determinada fecha hubiera contagio de alguna enfermedad de transmisión sexual.
“Si alguien esta pensando en denunciar es cuestión de buscar en qué categoría legal existente podemos meter esta situación; va a ser muy difícil, no es por desanimar pero hay que prepararnos: parte de nuestro apoyo es decirle a las víctimas a lo que se van a enfrentar, porque de entrada no te van a creer. ¿Quién me asegura que tu palabra vale más que la de él?, en un sistema en el que aún nosotras como Instituto estamos luchando permanentemente en capacitar a los funcionarios”, advierte Saavedra.
La historia de Carolina tiene parentesco con la de Mara: en que la agresión ocurrió en un hotel; no obstante, la asimilación personal y las consecuencias fueron completamente opuestas.
“Estábamos en un hotel y él llevó los condones. Teníamos todo apagado, porque soy muy penosa con mi cuerpo y casi no veía nada; entonces le pedí que se pusiera el condón y actuó como si se lo colocara. Después sentí algo extraño y le pregunté si se lo había puesto y respondió que sí. Posteriormente me di cuenta que desde un principio nunca lo usó”, narra Mara, serena y con gran seriedad, mientras en ocasiones acaricia las mechas azules de su cabello.
Al percatarse de ello, Mara se enojó mucho porque antes habían acordado que iban a usar preservativo: “Él me mintió, porque me dijo que se lo había puesto. Me enojé y después se disculpó; luego lo volvimos a hacer pero ya con el preservativo”.
Su noviazgo duró 1 año 8 meses. “Desde que empezamos la relación, él me decía que se sentía mejor sin condón e intentaba convencerme, pero yo le decía que no; ya después cuando llevábamos casi 1 año, comencé a ceder algunas veces”.
Carmen Saavedra, socióloga egresada de la UNAM, enfatiza la importancia del proceso cultural y reeducativo de hombres y mujeres desde niños para tener prácticas distintas.
“Si una chica tiene una relación con alguien que la obliga a tener relaciones sexuales sin condón a pesar de que ella no quiere absolutamente es violencia; el tema aquí es que muchas veces ellas no quieren dejar a su pareja, eso va mucho mas allá de los ámbitos legales; nosotros tenemos un taller muy largo que se llama Amores sin Violencia: aquí entra toda la parte psicológica y emocional de muchas mujeres, porque ellas saben que no les conviene pero siguen. Por eso nosotras ofrecemos el apoyo psicológico para que reflexionen.”
En las primeras ocasiones que lo hicieron sin protección, Mara usaba pastillas anticonceptivas, pero el día de la agresión –cuando ya llevaban juntos 1 año 3 meses– no las estaba tomando porque ya no tenía dinero para comprarlas.
“Aun cuando usaba las pastillas me sentía muy insegura: en dos ocasiones llegué a hacerme pruebas de embarazo sanguíneas porque se me atrasó demasiado mi periodo. También una vez que lo hicimos sin protección y que eyaculó, tuve que tomar la pastilla del día siguiente; pero ya no quería volver a tomarla porque a la que daña es a mí. Por esa razón, ese día estaba muy segura de usar preservativo”.
Mara tenía 18 años y su pareja 26 cuando sucedió el stealthing. “Mi primera vez fue con él, fue por amor; creo que eso era lo que me ataba a él: sentía una unión muy grande de mi parte hacia él, pero no de él hacia mí. Sé que él sí había tenido muchas experiencias antes de mí, por lo mismo que es más grande que yo”.
La especialista Carmen Saavedra dice que un fenómeno a estudiar está en si la mujer sigue con su pareja después de lo ocurrido, pues se le debe proporcionar la ayuda necesaria para decidir por ella misma salir de esa relación.
Para la directiva del Inmujeres CDMX, sería interesante investigar qué tipo de hombres son los que incurren en este acto. Sobre todo, observa, porque se da en el ámbito de los jóvenes como una práctica de riesgo temeraria. “Un hombre que hace esto es un suicida, es alguien que puede pasar de esto a algo mayor”.
Mara sostiene que no se siente preparada para estar con otra persona todavía, a pesar de que ya pasó 1 año de la agresión sexual. “Después de que terminamos ya no he vuelto a tener intimidad con nadie; sí he salido con personas que han sido muy directas, que me dicen que les gustaría tener una noche conmigo, pero no me imagino estando con otra persona ahora. Me costó mucho trabajo mostrarle mi cuerpo a él”.
Después de lo que ocurrió aquel día, Mara asegura que se lo contó a algunas de sus amigas para que tuvieran cuidado y no les fuera a pasar lo mismo. Pero no considera que fue una agresión sexual, pues para ella los dos fueron responsables.
La joven se recrimina haber confiado al ciento por ciento en su pareja. “Fue culpa mía por no supervisar que se lo hubiera puesto y culpa de él porque no me dijo la verdad. En el momento sí me enoje pero ya después no lo sentí tanto como un abuso”.
En el Instituto de las Mujeres capitalino, el seguimiento que se le puede dar a una mujer que fue víctima de esto es, primero, la atención psicológica; pero si le acaba de suceder, podría ir a la clínica Condesa para tomar las medidas necesarias de una relación sexual riesgosa, es decir, la píldora del día siguiente o la revisión de cualquier probable infección de transmisión sexual.
La coordinadora del Sistema de Unidades del Inmujeres, Carmen Saavedra, reconoce que la atención para estos temas aún no es integral: “No podríamos saber con exactitud cómo orientarla en términos legales porque la palabra es nueva, aunque no dudo que tenga años ocurriendo esta práctica y apenas está saliendo a flote como muchos tipos de violencia. Aquí más bien tenemos ese reto con la ley para saber fundamentarlo”.
Ahora, a sus 21 años, Mara concluye que va a tener mucho más cuidado en sus próximas relaciones: “Creo que una vez que te pasa ya lo piensas y eres más responsable en ese aspecto”.
En su Diagnóstico sobre la atención de la violencia sexual en México, la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) determina que se producen al rededor de 600 mil delitos sexuales por año, siendo el género femenino el principal afectado, con el 80 por ciento de las víctimas.
La abogada Edith Ramírez califica esta práctica como una agresión y abuso contra la mujer que encuadra en la definición de violencia de género: “es una forma de violencia sexual; además hay engaño porque la mujer cree que está teniendo relaciones sexuales con protección, y en la parte del hombre hay una condición de poder en la que se ve inferior a la mujer. Desde la masculinidad y el machismo, se pone el argumento de que se pierde la sensibilidad con el condón, pero realmente es un abuso de poder.”
A pesar de ello, Ramírez no considera que el stealthing debe estar tipificado como un delito. “Más bien se trata de darlo a conocer como una forma de violencia contra la mujer. Si legisláramos cada forma de violencia tendríamos un sin fin de delitos de violencia en el Código Penal. Pienso que no debe legislarse, mejor hacer un proceso preventivo”.
Por ley, en el Instituto de las Mujeres de la capital tienen la obligación de creer a quien acusa. Pero para proceder jurídicamente, esta agresión se debe encuadrar en otros delitos.
De acuerdo con las abogadas de Inmujeres, el riesgo de contagio es un elemento legal para denunciar, pero sería complicado hacerlo delito si no existiera ninguna evidencia física. En caso de tratarse de víctimas menores de entre 12 a 18 años, se podría tipificar como estupro, debido a que en la ley se menciona la “cópula mediante engaños”.
Saavedra recalca que se necesitan hacer pruebas médicas o de daño psicológico, sin embargo, el proceso puede llevar meses o años para comprobarlo.
Por su parte, la abogada Ramírez explica que a pesar de no existir un artículo específico para sancionar el stealthing, dependiendo de la circunstancia específica se puede encuadrar en violencia de género.
El artículo 6 de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia establece que la violencia sexual “es cualquier acto que degrada o daña el cuerpo y/o la sexualidad de la víctima y que por tanto atenta contra su libertad, dignidad e integridad física. Es una expresión de abuso de poder que implica la supremacía masculina sobre la mujer, al denigrarla y concebirla como objeto”. Y el stealthing encuadra en esa descripción.
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