A los que me apoyaron y alentaron durante la polémica de estas dos últimas semanas, les expreso mi gratitud y mi respeto.
Ustedes han visto ahora la declaración del director de la Inteligencia Nacional, Dennis Blair, diciendo que retiré mi anterior aceptación de su invitación a presidir del Consejo Nacional de Inteligencia.

Llegué a la conclusión que la lluvia de distorsiones calumniosas sobre mis antecedentes no iba a cesar con mi entrada en funciones. En vez de ello, los esfuerzos desplegados para ensuciarme y destruir mi credibilidad iban a continuar.

No creo que el Consejo Nacional de Inteligencia (NIC) pueda funcionar eficazmente si su presidente es constantemente blanco de ataques provenientes de personas poco escrupulosas con un ferviente apego a las opiniones de una facción política de un país extranjero. Acepté presidir el NIC para fortalecerlo y protegerlo de toda politización, no para someterlo a los esfuerzos desplegados por un grupo de interés especial que quiere imponer su control a través de una larga campaña política.

Como bien saben los que me conocen, me ha complacido mucho la vida desde que me retiré del gobierno. Nada más ajeno a mi pensamiento que el regreso al servicio público.

Cuando el almirante Blair me pidió que presidiera el NIC, respondí que entendía que «me estaba pidiendo que renunciara a mi libertad de expresión, a mi tiempo libre, a la mayor parte de mis ingresos, que me prestara a la colonoscopía mental de un polígrafo y que retomara un trabajo cotidiano que implica largas horas de trabajo y una ración cotidiana de maltrato político».

Agregué que me preguntaba «si el ofrecimiento no implicaba una especie de inconveniente». Estaba yo conciente de que nadie es indispensable, y no soy ya la excepción.

Necesité semanas de reflexión antes de llegar a la conclusión de que, dada la situación difícil sin precedentes en la que actualmente enfrenta nuestro país en el extranjero y en el plano interno, no tenía yo más alternativa que aceptar el llamado a regresar al servicio público.

Renuncié entonces a todos los cargos que tenía y a todas las actividades en las que me encontraba implicado. Ahora espero con impaciencia mi regreso a la vida privada, libre de todas mis obligaciones anteriores.
No soy tan pretencioso como para creer que esta polémica tenía que ver directamente conmigo y no con cuestiones de política pública.

Esas cuestiones no tienen mucho que ver con el NIC y no son esenciales para lo que esperaba yo poder hacer para contribuir a la calidad del análisis que se pone a la disposición del presidente Obama y su administración.

Me entristece, sin embargo, lo que han revelado la polémica y las vitriólicas críticas públicas de quienes se dedicaron a atizarla sobre el estado de nuestra sociedad civil. Es evidente que nosotros, los estadounidenses, ya no podemos tener una discusión pública seria o una opinión independiente sobre cuestiones de gran importancia para nuestro país, y para nuestros aliados y amigos.

Las difamaciones sobre mi persona y sus pistas de correos electrónicos, muy fáciles de seguir, demuestran con certeza la existencia de un poderoso lobby decidido a impedir que se difunda otra opinión que no sea la suya, y sobre todo a impedir que los estadounidenses entiendan las tendencias y hechos en el Medio Oriente.

La estrategia del lobby israelí toca fondo en cuanto al deshonor y la indecencia e incluye la difamación, las citaciones selectivas inexactas, la deformación voluntaria de un dossier, la fabricación de mentiras y un total desprecio por la verdad. El objetivo de ese lobby es controlar el proceso político mediante la aplicación de un derecho de veto sobre la nominación de las personas que pongan su punto de vista en tela de juicio, modificar la precisión política del análisis, y excluir de la toma de decisiones por parte de los estadounidenses y de nuestro gobierno todas las opciones que no sean las que él favorece.

Resulta particularmente irónico que quien lo acuse a uno de haber incurrido en deferencias fuera de lugar, debido a opiniones sobre sociedades y gobiernos extranjeros, sea un grupo que tiene tan claras intenciones de lograr la aplicación de una adhesión a la política de un gobierno extranjero –en este caso, el gobierno de Israel.

Pienso que la incapacidad de la opinión estadounidense para debatir o la del gobierno para examinar toda opción de política estadounidense en el Medio Oriente que se oponga a la facción que ocupa el poder en Israel ha permitido que esa facción adopte y mantenga políticas que en definitiva amenazan la existencia del Estado de Israel. Se prohíbe que alguien diga eso en Estados Unidos. No sólo es trágico para los israelíes y sus vecinos del Medio Oriente, sino que perjudica cada vez más la seguridad nacional de los Estados Unidos.

Muchos considerarán la escandalosa agitación consecutiva a la filtración de mi inminente nominación como un hecho que implica graves dudas en cuanto a saber si la administración Obama será capaz de tomar sus propias decisiones sobre el Medio Oriente y cuestiones anexas. Deploro que mi voluntad de prestar servicio dentro de la nueva administración haya acabado haciendo planear la duda sobre la capacidad de ésta para analizar, no digamos ya de decidir, cuales son las políticas que más benefician los intereses de Estados Unidos en vez de los de un lobby cuya intención es hacer respetar la voluntad y los intereses de un gobierno extranjero.

Ante el tribunal de la opinión pública, al revés de lo que sucede ante una corte de justicia, uno es culpable hasta que se pruebe lo contrario. Las alocuciones de las que provienen citaciones que fueron presentadas fuera de contexto están a la disposición de todos los que se interesan por la verdad. La injusticia de las acusaciones de las que fui objeto resulta evidente para las personas de mente amplia. Aquellos que trataron de atacarme no se interesan por los desmentidos que yo mismo u otras personas pudiéramos aportar.

A pesar de lo anterior, quiero señalar, para que quede constancia de ello, que nunca traté de obtener pagos ni acepté pago alguno de ningún gobierno extranjero, ya sea de Arabia Saudita o de China, por ningún tipo de servicio; nunca hablé en nombre de ningún gobierno extranjero, de sus intereses o de sus políticas. Nunca y por ninguna razón, extranjera o nacional, ejercí presión alguna sobre ninguna agencia de nuestro gobierno.
Soy yo mismo y nada más, y cuando regrese a la vida privada, no estaré al servicio de nadie más –y con el mayor placer– que a mí mismo. Seguiré expresándome como me plazca sobre los temas que me preocupen, a mí a otros estadounidenses.

Mantengo mi respeto y mi confianza en el presidente Obama y en el director de la Inteligencia Nacional Blair. Nuestro país debe enfrentar ahora terribles desafíos en el extranjero y en el plano nacional. Como todo estadounidense patriota, sigo rezando por que nuestro presidente pueda ayudarnos a vencerlos.

Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés realizado por MG para The International Solidarity Mouvement.