La locura del poder hace a los hombres seres imprevisibles, tristes y dañinos.
Javier Reverte, Todos los sueños del mundo, Alfaguara, Madrid, 1999.

En tanto Vicepresidente de la Nación, Carlos Chacho Álvarez, presidía la Cámara Alta, pero su función tenía mucho de decorativa. No era senador electo, y eso lo amordazaba. Su papel se limitaba a escuchar y dirigir las sesiones, y a desempatar si las votaciones eran parejas. Para tener voz en los debates, u opinar sobre las ideas de los demás y hacer valer las suyas, dependía de terceros. Con la Ley de Reforma Laboral se supuso de parabienes porque su punta de lanza desde el FREPASO era Flamarique, precisamente el Ministro de Trabajo que empujaba el proyecto.

Yo también estaba de parabienes. Mi hermano me había invitado a una degustación de tintos Lagarde, vinos cuyos precios eran inimaginables para mi presupuesto. Aromas sutiles, sabores aterciopelados, rojos de gran redondez y cuerpo mediano, corrían por mi garganta al ritmo del placer. Entre conversaciones huecas para llenar el tiempo, codeándome con empresarios encorbatados, tuve la grata sorpresa de encontrara uno de mis contactos privilegiados en el entorno delarruista.

En un costado de la sala enmoquetada alquilada por Enrique Pescarmona, dueño de la bodega, y picado por el alacrán de la política, fui directo al grano. "¿ No te parece un tanto vidrioso el papel de Álvarez y Flamarique?", pregunté. El cabernet sauvignon era para los quesos Cheddar Mi interlocutor dio cuenta de dos trozos y tras un sorbo del Lagarde adecuado procedió a una incisiva recapitulación: "Estoy convencido de que todos sabían todo. Es una sensación que, obviamente, no podría demostrar pero, por la infinita cantidad de testimonios que he escuchado de los protagonistas directos, yo creo que Flamarique supo que de Santibañes manejaba dinero pero Flamarique no tocó un centavo. Chacho también supo".

Mientras fantaseaba con que ese cabernet sauvignon iría muy bien con un plato de sabrosas salsas rojas, le pregunté: «¿Entonces, por qué no lo denunciaron? ». Me miró con conmiseración. «Bueno, ese es el problema -dijo. ¿ Conocés ese famoso proverbio chino que dice ’Si no quieres que se sepa, no lo hagas’? Si lo hacían abrían la cala de Pandora. Se hicieron los boludos. Miraron para otro lado, dejando que otros hicieran la parte sucia, pero nadie ignoraba ».

Chacho Álvarez es un hombre pulcro y de ojos preocupados. Se percibe una cierta alarma en sus pupilas, como si estuviera en fuga permanente de sí mismo. A lo largo de sus 51 años de vida ha experimentado muchas disidencias. Desde los suburbios de la guerrilla peronista en los setenta hasta el FREPASO a fines de siglo, sus dotes de comunicador fueron perfeccionándose. Oriundo del barrio del Spinetto, el viejo mercado porteño, a los veinte años, en 1968, comenzó a militar en la juventud para la Emancipación Nacional (JAEN), cuyo mentor fuera el luego montonero Rodolfo Galimberti.

Al año siguiente se alejó, en disidencia, y creó el Frente de Organizaciones Revolucionarias Peronistas (FORPE), que a poco andar se integraría en la Mesa del Trasvasamiento Generacional, siempre dentro del movimiento justicialista.

En 1973 Álvarez se alineó con la juventud Peronista sector Lealtad, opuesta a la JP adscripta a los Montoneros. Cuando los militares derrocaron a Isabel Perón en 1976 Chacho Álvarez, que ya se había licenciado en Historia, estaba al frente de la cátedra de Historia del Pensamiento Político de la Universidad del Salvador, en Buenos Aires. Desde la revista Unidos dirigió la polémica por la renovación del peronismo, que resultaría derrotado en las elecciones nacionales de 1983 por el candidato radical Raúl Alfonsín.

Álvarez fue electo diputado nacional por el PJ en 1989, pero formó su grupo parlamentario propio, el de los llamados 8 (Juan Pablo Cafiero, Darío Alessandro, Luis Brunati, Franco Caviglia, Jorge Ramos, Moisés Fontella y Germán Abdala), cuando el presidente Menem indultó a los militares genocidas en 1990.

En 1993 fundó el FREPASO y acompañó a José Octavio Pilo Bordón en la fórmula presidencial que fue derrotada por la dupla Menem-Ruckauf en 1995. Constructor de poder, estructuró afinidades y asociaciones dentro y fuera del justicialismo. Artesano de la Alianza con Graciela Fernández Meijide y Federico Storani en 1998, rompió finalmente con todos por desavenencias irremontables. Popular, simpático y de lenguaje llano, Álvarez transpiraba premura por no despegarse del pensamiento del pueblo de a pie.

Estábamos degustando un merlot cuando mi interlocutor se anticipó a mis pensamientos. "Mirá, Álvarez es como esos tipos que más que a la muerte misma, le temen a la lucidez del momento final, Se meten en la política y cuando tienen que chapalear en el barro, se dan cuenta de que salpica, y ante la imperfección, escapan..."

En materia de vinos teníamos gustos distintos, pero en algo sí estuvimos de acuerdo: si la ruptura entre Chacho y Flamarique había sido tan frontal era porque tal vez hubiesen compartido algo más que el conocimiento del pecado estatal por la ley laboral,

El periodista Martín Granovsky, que hurgó en el «divorcio" que separó a Álvarez de Fernando De la Rúa en su libro sobre el tema publicado en diciembre de 2000, dio por cierta "la percepción" de sus colaboradores: que «Chacho había cambiado la relación con Flamarique la noche misma que se aprobó la ley laboral». Nadie salió a desmentirlo.

"Cada cual debió elegir la vereda que le acomodaba", pensé, deseando que mi interlocutor no se bajara del tren de confidencias. Magro fue mi consuelo: "No sé si hubo algo más... Te dejo, me tengo que ir», anunció intempestivamente. Abandonamos las copas can las borras de malbec sobre los manteles blancos y nos estrechamos las manos. Antes de despedirnos convinimos en que ese tinto de Lagarde, uno de los tradici . onales de la bodega afincada en Mendoza desde 1897, era frutado y con un final de boca espectacular, idealpara asados o guisos de invierno.

"Si llega a correr guita, yo no quiero saber nada." Eso había dicho Álvarez antes de asumir la Presidencia del Senado, según ha quedado registrado en el libro de Granovsky. Y, previsor, puso a la SIDE en la mira de una férrea vigilancia parlamentaria. Entre otras cosas, le encomendó al diputado del FREPASO Darío Alessandro que elaborara algunos borradores. En el fichero PIE de su computadora estaban los documentos para un "Programa de Inteligencia Estratégica Nacional". Álvarez quería que el Congreso tuviese la facultad de entender en la elaboración y control de los presupuestos y los planes de espionaje de la SIDE, y capacidad de veto sobre las operaciones. Y que se prohibiera la incorporación a su personal de «quienes hayan sido dados de baja de las Fuerzas Armadas, de Seguridad o del Servicio Penitenciario Federal por delitos o faltas relacionadas con el desempeño de sus funciones en dichos organismos

A los seis meses de estar en funciones, llegó a la oficina de Álvarez un informe del juez federal Jorge Urso a través del correo oficial. Se le notificaba que durante mayo de 2000, la Dirección de Observaciones de la SIDE, apodada la «OJOTA», tenía bajo escucha 3.780 líneas telefónicas, pero que solamente obraban 2.380 autorizaciones judiciales para «pinchar» teléfonos. La extralimitación irritó al Vicepresidente. Levantó el auricular y mandó incorporar al borrador de su plan de reformas de la SIDE, el traspaso de las escuchas telefónicas a la esfera de la Corte Suprema. Y pidió de urgencia otro borrador: un proyecto que permitiera llenar el vacío legal del artículo 253 bis del Código Penal, que no contempla sanciones para quienes intervengan comunicaciones sin autorización de jueces.

Álvarez se protegía a sí mismo con esas iniciativas, pero todavía no lo sabía. Su propuesta de racionalizar los efectivos del Senado, había erizado las antenas de la SIDE, cuyas redes inalámbricas en el Congreso se verían conmovidas por los vientos de limpieza. La publicación de los nombres y apellidos de las 3.261 personas que revistaban en la Cámara Alta, a fines de junio de 2000, sonó como un despertador. El flamante senador por el FREPASO, Pedro del Piero, había convencido a Álvarez de que "otro Senado" era posible. El sobredimensionamiento administrativo aconsejaba un recorte de 600 empleos, y una drástica reducción de viáticos. La pelea contra el clientelismo en el Senado desataría la venganza de la SIDE contra Álvarez, una sospecha que se haría certeza en el Vicepresidente a los pocos días.

El viernes 28 de julio de 2000, Álvarez cayó en la cuenta de que lo habían estado siguiendo, y de que la SIDE le escaneaba sus teléfonos. Abrió la revista La Primera, de Daniel Haddad, y los flashes que ponían a la luz pública episodios de su vida privada, lo llenaron de indignación. La nota venía firmada por un seudónimo: Juan Martín Balcarce. Diciendo sin decir, la cobertura informaba al lector entre sobreentendidos y medias palabras, que el Vicepresidente de la Nación, que vivia en pareja con Liliana Chiernajovsky, había sucumbido a la seducción de una de sus colaboradoras en el Senado, Vilma Ibarra, hermana de Ambal Ibarra, quien el domingo siguiente se apoltronaría en la jefatura de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El semanario, distinguido por su xenofobia hasta en el Comité contra la Discriminación Racial de la ONU, subía las dos mujeres al ring. Aseguraba que ambas aspiraban a ocupar la Subsecretaría de Descentralización en el gobierno porteño.

El martes 1 de agosto, Chacho tuvo la confirmación por parte de «no menos de cuatro o cinco fuentes" de que detrás de La Primera estaba la SIDE. Y se sintió invadido por el rencor. Se comunicó con Fernando de Santibañes y bramó: "Es una maniobra de los servicios, o la hicieron desde la SIDE, o la SIDE no hizo nada para evitarla". El Señor 5 no abrió la boca. «... Yo salgo a pelear por el Gobierno en todos los frentes y no recibo apoyo cuando me agreden. Todos dicen que hay que cuidar la imagen presidencial pero nadie cuida la mía...!!» Y colgó.

Al día siguiente, sus adláteres Flamarique y Alessandro parlamentaron con Fernando De la Rúa en Olivos. Pactaron eyectar al número 3 de la SIDE, Román Albornoz, el Señor 8. jefe de contrainteligencia y mano derecha de Fernando de Santibañes, hubo otro hecho más que motivó su cese: había utilizado la electrónica de la Presidencia para escuchar conversaciones privadas del Ministro del Interior, Federico Storani. Con los ánimos caldeados, el domingo 6 de agosto, en la asunción de Ibarra como jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, todos comentaban los filosos editoriales de Joaquín Morales Solá en La Nación, y de Eduardo Van der Kooy en Clarín. Involucraban a la SIDE a dos puntas: en el espionaje de la vida privada del Vicepresidente y en el pago de las coimas del Senado. A la información que le revelaron al ex presidente Raúl Alfonsín en la Embajada de Francia en Buenos Aires, y de la que el atribulado Terragno se enteró apenas llegó de Europa -según la cual la SIDE estaba hasta el cuello en las coimas, se agregaba el hecho de que el organismo husmeaba en las alcobas del Presidente de la Cámara Alta.

Ya no había ninguna otra variedad de vino para degustar, así que tomé la heroica decisión de instalarme otra vez, aunque no fuese más que por unas horas, en el departamento de mi cuñada y continuar el informe. Por supuesto, seguía pensando en el extraño destino de Chacho Álvarez, a quien veía hundirse en las arenas movedizas de la política de los políticos, muy distinta de la que conectaba con la gente, que era la que él prefería practicar. De todos modos, había otros protagonistas en la historia, y a ellos debía dedicarles al menos algunas páginas.

El senador Antonio Cafiero (Buenos Aires) peregrinaba esos días por los domicilios particulares de Raúl Alfonsín y Rodolfo Terragno, insistiendo en su convicción de que entre varios de sus compañeros de bancada había corrido dinero a la hora de sancionarse la Reforma Laboral. Alfonsín no lo creyó y se lo dijo a Chacho en su despacho, el 24 de agosto de 2000. Álvarez no compartía el análisis. Tenía otros datos, que aún hoy protege de la justicia. Horas antes, en un sinceramiento, Flamarique le hizo saber que en enero de ese año Fernando de Santibañes y Enrique Nosiglia se habían reunido en el Hotel Elevage con los senadores Tell (PJ) y Genoud (UCR), mientras se debatía la Reforma Laboral en Diputados, "aunque esa vez no se habló de dinero". El Vicepresidente de la República cargó la munición y se encaminó a la residencia de Olivos. Era la tarde del viernes 25 de agosto: "Fernando, te voy a repetir lo que le dije ayer a Alfonsín: pueden pedirme mil solidaridades pero nadie me puede reclamar quedar expuesto al ridículo o a la sospecha en un caso de supuesta corrupción dentro del mismo edificio que comando. Está en juego la médula misma de mi condición política".

La grieta en el techo de la República no era reparable. Los relámpagos anunciaban la tormenta.

Ya en el departamento, abrí la computadora, miré una vez más mis notas, y vi la secuencia del derrumbe.

Desde el 15 de agosto de 2000, un anónimo se propagaba como reguero de pólvora por todos los rincones de la Cámara Alta. Y uno de sus ocupantes trastabillaba en la confidencia periodística: Emilio Marcelo Cantarero, senador por Salta.

Cantarero debió de sentirse menospreciado en el reparto de las coimas. Para más de un analista, ése era el móvil de la confesión que susurraría al oído de la periodista María Fernanda Villosio, de La Nación. Los 200.000 dólares que habría recibido, según el anónimo que encendiera la mecha en el Senado, no impidieron que se rompiera como el eslabón débil de la maquinación, reventando las ataduras de la confabulación.

Distribuido por la Asociación del Personal Legislativo (APL) su contenido se ha ido confirmando poco a poco por los hechos que se fueron conociendo. Sólo falta que Augusto Alasino dé a conocer por radio y televisión su grabación de aquella reunión a la que asistió en la Casa Rosada, a solas con Fernando De la Rúa, Alberto Flamarique, José Genoud, y Alberto Tell, y todo el mundo escuche por fin la frase fatídica: "Adelante con lo de la plata".

Esa carta que Alasino guarda bajo la manga podría funcionar como prenda de intercambio y asegurarle una designación en alguna embajada latinoamericana para cuando deba dejar su banca en diciembre de 2001. Quienes la han oído dicen que la cinta es corta. En ella alguien le encomienda a Flamarique que resuelva lo atinente al contenido de la ley, y a Fernando de Santibañes "las otras cosas". Una vez en extramuros de Balcarce 50, Alasino y Tell trasmitieron a sus compañeros de bancada Remo José Costanzo (Río Negro) y Ricardo Branda (Formosa) que lo pactado eran 10 millones de dólares.

De estos justicialistas, Branda fue el único que no participó en el festín del reparto, dos días más tarde, en el que un puñado decidió por todos. Se apersonaron a cenar Flamarique, Genoud, Tell, Alasino y Costanzo, y cayeron en paracaídas los inefables Femando de Santibañes y Enrique Nosiglia. Éste ofreció 500.000 dólares "por barba", y Alasino, que llevaba la voz cantante, le refrescó que lo concertado eran 5 millones de dólares para los peronistas, y 5 millones para los radicales.

Las modalidades de la entrega quedaron bajo responsabilidad de Costanzo por el PJ (Peugeot 405), y Mario Pontaquarto por la UCR (Peugeot 406), Secretario Parlamentario de la Cámara Alta, que a pesar de no ser senador se equiparaba en rango a la hora de delinquir. La distribución en el interior de cada bloque sigue en una especie de nebulosa. Todo es más hermético en el radicalismo. Con Genoud cobraron Moreau, Agúndez, Meneghini y Pontaquarto. Entre los justicialistas las desigualdades fueron enrevesadas. En semejante desorden hay senadores que se quejan porque no les tocó nada, pese a que un listado inicial fijaba un piso de 75.000 dólares como mínimo per cápita, y una pirámide en cuatro categorías, a tenor de la situación económica, la trayectoria, peso político y trascendencia pública de cada uno. Alasino y Tell se fijaron un millón cada uno. Costanzo acaparó 600.000 dólares y, al menos 200.000 por cabeza fueron a Branda, San Millán, Pardo y Cantarero. Los montos embolsados por Ramón Ortega, Eduardo Bauzá y Eduardo Menem no se han podido precisar con exactitud.

"El que lo sabe es Tell, que se los traspasó". me dijo alguien., Y agregó: «Lo demás, es aún mucho, y todavía no se conoce ». Mis fuentes apuntaron, eso sí, a Jorge Cosci, secretario del senador peronista Carlos Verna (La Pampa), atareado en la compaginación y tránsito de las rutas del dinero entre pasillos, ordenanzas, chóferes y despachos del Senado.

Entre el montón de anécdotas vertidas por Alasino a sus colegas acerca de estas correrías que guardo entre mis notas, las divisorias de aguas se agitan. Se le atribuyen 110. 000 dólares a la cordobesa Beatriz Irma Raijer, presidente de la Comisión Parlamentaria que controla a los servicios de inteligencia, pero, jocosamente, parece que sólo le llegaron 28.000, porque el secretario de Tell, que coordinaba la colocación de los envoltorios, se quedó con 70.000; y un cadete que entregó el paquete se guardó 12. 000. «Andá y deciles: Me parece que me cagaron». le aconsejó Héctor Maya (PJ, Entre Ríos) quien ha reiterado en varias oportunidades ante fuentes diversas que él siempre se opuso a la ley, pero que cuando Ricardo Mitre, el Secretario Administrativo del Senado, lo supo, le ofreció 500 mil dólares para que no bajara al recinto. Maya lo apartó con un ademán desdeñoso. Bajó y voto en contra. Amigo íntimo desde la adolescencia de Carlos Álvarez, Mitre era, junto al Secretario Parlamentario Marzo Luis Pontaquarto, uno de los dos brazos ejecutores con los que el Vicepresidente de la Nación gobernaba el Senado. La pregunta que me había hecho mi mujer goteaba como una retahíla sobre las teclas de mi computadora mientras yo seguía escribiendo: « Y Chacho ¿no sabía nada de todo eso? ».

Cantarero, seguro, sí sabía. El martes 29 de agosto de 2000 soltó las amarras y la lengua. "Tengo algo que no te puedo mostrar", susurró en ese tono suyo de diálogo intimista que le valiera el apodo de El Obispo. Se lo decía a María Fernanda Villosio, soltera, nacida en 1968, acreditada como cronista parlamentaria por La Nación. Campechano, el senador Cantarero tenía por hábito generar en sus charlas un clima de estrecha confianza. Villosio recogió el guante y lo invitó a tomar un café.

Bajaron del cuarto piso al segundo, y entraron al despacho del legislador. Eran las tres y veinte de la tarde. Cantarero marcó en su celular el número de su colega San Millán: quería avisarle que se retrasaría porque iba a reunirse "con una periodista peligrosa". Atravesaron la antesala, donde los empleados del senador, Liliana del Carmen Cuesta y Pablo Roberto Silva, los vieron pasar. Se acomodaron en sillones distantes de cuero negro. Cantarero esperó que sirvieran los cafés, tiempo suficiente para que la reportera desenvainara su bloc de notas. El diálogo arrancó a los tropezones.

 Yo no cobré, no sé si otros lo habrán hecho, pero yo...

 Senador, y usted, ¿cómo se siente cuando ve que sus compañeros están cobrando?

 ...flaquita, vos estás errando el vizcachazo, en esto estamos todos, aunque hubo algunos boludos que quedaron afuera y hablaron...

Villosio sintió que se le aparecía la Virgen. Dio un respingo en el asiento. Y tuvo la pregunta justa para el momento de inflexión:

 ¿Cuánto cobró?

 Eso no se lo voy a decir. Si le digo me va a mirar con cara de asco.

 ¿Qué hizo con la plata?

 Y, la guita... se gasta...

Villosio alucinaba en colores. Aquello no era dinamita. Era nitroglicerina pura. Apuntó con la lapicera e hizo impacto.

 ¿Sabe si hay funcionarios del Gobierno involucrados?

 No... hay un Santo... que viene hoy. Cámbiele una letra...

Fernando de Santibañes comparecía en esos momentos un piso más abajo con Flamarique, haciendo de respondedores telefónicos ante la Comisión de Asuntos Constitucionales del Senado, reunida en el Salón Rosado. "Nunca." "Jamás." "Imposible", respondían en seguidilla a una media docena de senadores acurrucados en mesas ratonas jugando al tribunal. "¿Recibió Ud. alguna orden presidencial de pagar coimas?" "¿Se pagaron prebendas, ya sea económicas o mediante planes Trabajar?" "¿Se negociaron favores personales?".

Un piso más arriba, Villosio escribía y a Cantarero no había cómo hacerlo callar.

 No estoy dispuesto a hacer una denuncia ni un arrepentimiento público. Si hice algo me la tengo que bancar. Ésos son los códigos. Disculpame un minuto...

El Obispo estaba preocupado por lo que podía acontecer en el Salón Rosado. Llamó por el intercomunicador a su asesora, la abogada Liliana Cuesta, y le pidió que se pusiera en movimiento,

 Necesito saber qué pasa en Asuntos Constitucionales...

Mario Alberto Flamarique y Fernando de Santibañes seguían con el piloto automático. No había nada que temer. Liliana Cuesta entró para decírselo sin reparos delante de la periodista. Cantarero suspiró y extendió la frase como mancha de tinta en papel secante.

 Esto es como los códigos de la mafia. El sistema está pervertido. Todo el mundo viene y te pone la mosca. ¿Las empresas privadas? Claro. Dos de cada diez leyes, más o menos, se cobran. Pero esta es la primera vez que lo hace un gobierno con la oposición.

Cantarero es un erudito en la materia. Integró órganos diversos del Congreso que lo llevaron a frotarse con la corrupción y el tráfico de influencias: la Comisión Bicameral de Control de Privatizaciones, la Comisión Mixta Revisora de Cuentas y la de Energía del Senado. «Hay plata de las petroleras para aprobar un despacho único de la ley de hidrocarburos», le había secreteado El Obispo a su colega del Movimiento Popular Neuquino, Silvia Sapag, cuando la Cámara Alta pusiera en observación si Repsol podía quedarse con el 85 por ciento de YPF por 13.439 millones de dólares en efectivo. La compra debía sortear la Ley de defensa de la Competencia, conocida como Antimonopolio, y la Ley de Hidrocarburos. El anuncio de Sapag sobre la oferta de Cantarero volteó el proyecto original de ley de hidrocarburos. El 24 de noviembre de 2000 el Poder Ejecutivo envió uno nuevo, que aguarda su turno para ser analizado por la Cámara Alta. Fiel al tráfico de influencias, Cantarero intentó ir más allá en 1999, avanzando un peón. Estuvo a un tris de colocar a su asesor en el Ministerio de Economía de Salta en años anteriores, José Barone, como Director del Banco Central. En materia de esparcimientos, Cantarero montó en los malolientes tours pagos a Francia para ver el Mundial ’98, y allí compartió tribuna con el Procurador General de la Nación, Nicolás Becerra, a cuyo costado posaba para la foto el prófugo de la justicia mendocina, Guillermo Peroni.

 ¿Por qué me cuenta todo esto? Sigui preguntando Villosio.

 Vos sos muy simpática, rubita, y porque tengo una hija de tu edad y además, no te olvides que yo también trabajé en un diario...

Cantarero, ex presidente del directorio del diario El Tribuno de Salta, quedó suspendido de su sonrisa. Lo carcomía el deseo por llevarse a la cama a su interlocutora. Avispada, María Fernanda Villosio avanzó hacia la definición periodística.

 Bueno, qué hacemos con esto...

Se entabló el regateo y, elíptico, el senador le buscó la vuelta a la publicación.

 Si mi nombre no sale para nada, hacé tu trabajo. ¿Te ofende que llame a la abogada para que te palpe y vea si tenés algún grabador escondido? para que averiguara de qué quería hablarle Villosio, sino para que le entregara un sobre. En su interior, un papel blanco mecanografiado decía: "Rubita, estuvimos cinco minutos en los pasillos, me van a hacer un careo contigo". En su momento una pericia de la Policía Federal determinó que aquel papel había sido escrito en la máquina de escribir del Senador.

 Quiero hablar con Cantarero, comunicame ya mismo con él... -insistió la periodista. 1

 No creo que sea posible. El senador ya te atendió.

 ¿Vos quién sos ... ?. Decile a Cantarero que cumpla...

Silva volvió al despacho de Cantarero para trasmitir el mensaje de Villosio, y un momento después volvía a bajar a la sala de prensa.

 María Fernanda, el senador ya te atendió, no va a poder ser..

 ¡Ya te dije que quiero hablar con él y no por teléfono, sino personalmente! ¿Me entendés ... ?

 No grités, tranquilizate...

 Mirá, si Cantarero firma ese papel que piensa sacar el bloque me va a desmentir, y yo no soy ninguna mentirosa... Si él rompe el off the record yo voy a publicar su nombre. A mí no me va a joder.. Si quiere guerra la va a tener. Tengo el respaldo de mi diario. Yo cumplí. Espero que él cumpla. Tengo elementos para demostrarlo, yo tengo armas. Quiero hablar con Cantarero y si él no quiere que se atenga a las consecuencias...

A esa altura, Silva ya había comenzado a registrar el diálogo con un micrograbador que portaba oculto entre sus ropas, sin que Villosio lo supiera. Minutos después, la cinta rodaba en el escritorio de Cantarero.

A las cuatro de la tarde de ese 30 de agosto de 2000, María Fernanda Villosio se encontró por segunda vez, a solas, con Cantarero en su despacho. El tono de la conversación era de complicidad: los dos sabían lo que estaba sucediendo. Cantarero suplicó:

 Qué estás diciendo... ¿por qué me vas a mandar al frente? Bancate la desmentida del bloque...

 Senador, si es así no entiendo por qué habló conmigo...

 Porque soy un boludo, maldigo el día en que abrí la boca... Si mis hijos se enteraran me cagarían a patadas...

 ¿El bloque lo está presionando, senador?

 ¿Y a vos qué te parece...?

 Pero entonces no firme el comunicado que van a presentar los peronistas y así, si usted no me desmiente, yo sigo manteniendo la reserva...

Pero Cantarero ya había inclinado la cerviz. Por el intercomunicador pidió a su secretario privado, Luis Maroco, que le acercara una copia del documento que Augusto Alasino se aprestaba a anunciar en forma inminente.

 Ves que no dice nada...

 Si no dice nada, no lo firme, no quiero que participe en nada...

 Bueno, retiro mi firma...

Una hora después, el senador Augusto Alasino (Entre Ríos), flanqueado por sus pares Remo José Costanzo (Río Negro) y Osvaldo Rubén Sala (Chubut), desmintió "categóricarnente» en una multitudinaria conferencia de prensa, lo publicado por María Fernanda Villosio. Pomposamente, aseveró que "Ningún senador de la Nación, dialogó con esa señorita periodista sobre el tema que nos ocupa. Creo que se inventaron todo...". En ese instante, Emilio Cantarero, sentado a la derecha de Sala, interrumpió el monólogo de Alasino. Sin que nadie le preguntara nada, miró a las cámaras de televisión que hasta ese momento lo ignoraran, y manifestó:

 Quiero decir públicamente que ayer estuve con la periodista de La Nación, María Fernanda Villosio. La encontré, no sé sí en el tercer o cuarto piso. La saludé y creo que bajé dos pisos conversando sobre varios temas. Lo publicado hoy por el diario no tiene nada que ver con lo conversado con la periodista Villosio.

El titular de la portada de La Nación del jueves 31 de agosto de 2000, fue a cuatro columnas: CANTARERO ES EL SENADOR QUE ADMITIÓ EL SOBORNO. Firmaba María Fernanda Villosio. Cantarero recogió aparejos y se acogió a la verdad publicada: Yo no digo que mienta el diario La Nación, el más serio y confiable diario del país. Simplemente digo que yo no me reuní con ningún periodista para hablar de la Reforma Laboral". Subliminalmente Cantarero confirmaba la es

especie porque no había concedido entrevista a Villosio para hablar de la Reforma Laboral, sino de las coimas del Senado.

Si en la degradación humana sólo hay que dar el primer paso, los que Cantarero dio a continuación clamaban el desprecio de sus semejantes. Con la grabación realizada por Silva, el senador salteño presentó una denuncia por coacción contra Villosio. Al ser indagado por Liporaci, Cantarero se amparó en esa denuncia para negarse a responder lo que le preguntaron el juez y los dos fiscales. Su enmarañada versión hay que detectarla en un farragoso escrito elaborado por sus abogados, Diego Sánchez y Andrés Marutian, ex defensor de militares en el juicio a las juntas conocido por sus inclinaciones antisemitas. Cantarero reafirmó que nunca recibió a Villosio en su despachoyque jamás abrió la boca para proferir los extremos publicados en La Nación. No obstante, bajo juramento de decir la verdad, su asesora Liliana Cuesta, que entrara a la oficina cuando Cantarero recibía a la cronista, y la había visto llegar y salir, dijo que los vio reunidos el 29 de agosto de 2000. Llamada a dirimir, vino a resolver la Sala I de la Cámara Federal de Buenos Aires, en el sonado fallo del viernes 20 de julio de 2000, cuando dictara la falta de mérito para los once senadores en la picota y deslavara a la SIDE. Los camaristas no tuvieron en cuenta el testimonio de la asesora Liliana Cuesta. Archivaron, con un "Es la palabra de uno contra la del otro".

Quedará para los historiadores el descubrir si los haberes de Cantarero merecieron alguna responsabilidad penal. En el Juzgado Federal 3 de Buenos Aires se apolillan los comprobantes y remitos de una precaria declaración de bienes, a falta que el Senador o sus abogados se dignaran presentar información al respecto.

Nacido en Salta el 4 de septiembre de 1943, casado y con tres hijas, Cantarero es dueño del departamento de la Avenida Callao 1983, séptimo piso, de la Capital Federal, cuyo precio no pudo ser valorado por las autoridades judiciales o policiales. Periodista y director del diario salteño El Tribuno desde 1958 a 1983 -el matutino era liderado por el fallecido caudillo local peronista Roberto Romero- y presidente del Club Atlético Central Norte de Salta entre 1976 y 1983, Cantarero incursionó en el quehacer social y político de su provincia. Detenta en parte iguales con su esposa, María del Huerto Eletti, la propiedad de una mansión fuera de la capital salteña, edificada sobre un lote de 205 metros cuadrados, a la vera de la Avenida Golf, por la que se pagaron 135.000 dólares el 17 de septiembre de 1986. El 9 de octubre de 1990, la construcción fue declarada bien de familia en favor de las tres hijas de la pareja, por lo que es inembargable y, consecuentemente, no sirve como garantía, ni hipotecaria ni simple. Para esas fechas Cantarero ya se había desempeñado como Ministro de Economía y Obras y Servicios Públicos de Salta, y como diputado provincial por el PJ, acuñando su primer antecedente conocido en el tráfico de influencias. En 1988 fue grabado tratando de. persuadir por teléfono a un miembro de la Suprema Corte de justicia de Salta de que frenara una demanda de restitución de 600.000 dólares contra Horizontes S.A., una mesa de dinero que regenteaba su padrino político, Roberto Romero, un caso en que se acusaba a Cantarero de desfalco. En 1992 fue secretario de la Comisión de Presupuesto y Hacienda del Senado salteño, y en 1995 juró como Senador Nacional con mandato hasta el 10 de diciembre de 2001. En la década pasada tuvo que ir a explicarse a los tribunales por un crédito reembolsable en 360 días que le otorgara el Banco Provincial de Salta en 1984 violando la ley que prohíbe plazos mayores a los 180 días. La justicia no lo sancionó, y a los cuatro meses de conseguir el préstamo obtuvo una refinanciación que lo dispensaba de pagar el 30 por ciento del importe adeudado. Y el 15 de mayo de 1985, se lo benefició con un plan de regularización, por el cual se le extendía el plazo de amortización a cuatro años, en dieciséis cuotas trimestrales, abriéndole nuevamente la canilla de otros créditos.

Con un financiamiento tan holgado no le debió de ser complicado amasar una fortuna. Cantarero es dueño del ciento por ciento de la finca La Candelaria, unas 500 hectáreas por las que pagó 100.000 dólares el 21 de octubre de 1997; y en sociedad con el actual gobernador de Salta, Juan Carlos Romero -hijo del extinto caudillo Roberto Romero- y con el empresario periodístico e ingeniero Jorge Federico Méndez, titular de El Diario de Salta, compartieron la compra de cuatro departamentos en propiedad horizontal en Tartagal, por los que pagaron 60.000 dólares el 19 de julio de 1983. Méndez y Cantarero terminaron peleados por diferencias insalvables en los negocios y en materia periodística, porque compiten en el mercado salteño con dos diarios enfrentados. Cantarero maneja siete vehículos a su nombre. Entre ellos dos Peugeot. Un 406 SV 2.0 modelo 1998, y un 505 SRD modelo 1990. El segundo lo vendió el 15 de junio de 2000. La marca francesa tiene la muesca de las coimas del Senado. Fue tildada en el carrusel del calificado anónimo, que convirtió en historia oficial los sobornos de la SIDE para la Reforma Laboral en la Cámara Alta.

Fuentes

Martín Granovsky, El divorcio, Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 2000.

Causa 9900/00 "Ortega, Ramón B. y otros s/cohecho", declaración testimonial de Raúl R. Alfonsín, del 21 de septiembre de 2000, Tomo iv, follos 787-788.

Clarín, Página 12 y La Nación, 7 y 3 0, 31 de octubre de 2000; y Clarín, 22 de junio de 1998 y 17 de agosto de 2000 y 21 de marzo de 2001.

Causa 9900/00 «Ortega, Ramón B. y otros s/cohecho», declaración testimonial del 31 de agosto de 2000 de María F. Villosio, Tomo ii, folios 324-330. Declaración testimonial del 6 de octubre de 2000 de Liliana del Carmen Cuesta, Tomo vii, folios 1241-1245. La abogada Cuesta admitió haber visto a Cantarero y Villosio reunidos, pero negó haber registrado a la periodista.

Causa 9900/00, "Ortega, Ramón B. y otros s/cohecho", declaración testimonial del 6 de octubre de 2000 de Pablo R. Silva, Tomo vii, folios 1226-1234.

Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal número 4, causa 10373/00 "Cantarero, Emilio Marcelo c/ Villosio, María Fernanda s/coacción». Causa 9900/00, "Ortega, Ramón B. y otros s/cohecho», declaración indagatoria del 29 de septiembre de Emilio M. Cantarero en presencia de sus abogados Andrés Marutián y Diego M. Sánchez, Tomo iv, folios 1041-1055. Informe del 22 de septiembre de 2000 firmado por la Directora General de Inmuebles de la Provincia de Salta, Virginia M. Diez Gómez, Tomo x, folios 19701991. Informe del 29 de septiembre de 2000, firmado por María Esther Bruzzo, jefa del Departamento Técnico Registral de la Dirección Nacional de los registros Nacionales de la Propiedad Automotor y Créditos Prendarios, copia en el archivo de los autores. La Nación, Buenos Aires, 19 de septiembre de 2000.