Atraparon a Saddam Hussein. Sin arreglar, con una mirada que reflejaba derrota: hasta los 750 mil dólares en efectivo encontrados en su madriguera lo rebajaban. Saddam en cadenas: tal vez no de modo literal, pero en ese extraordinario video de hoy parecía un prisionero de la antigua Roma, el bárbaro finalmente acorralado, con la mano acariciando la hirsuta barba.
Cae Hussein; sigue la resistencia
Consenso en Irak:
este hombre abatido no puede ser el jefe rebelde
Robert Fisk Enviado especial en Irak
Bagdad, 14 de diciembre. Conque al fin atraparon a Saddam Hussein. Sin arreglar, con una mirada que reflejaba derrota: hasta los 750 mil dólares en efectivo encontrados en su madriguera lo rebajaban. Saddam en cadenas: tal vez no de modo literal, pero en ese extraordinario video de hoy parecía un prisionero de la antigua Roma, el bárbaro finalmente acorralado, con la mano acariciando la hirsuta barba.
Todos esos fantasmas -iraníes y kurdos gaseados, chiítas ametrallados y arrojados a las fosas comunes en Kerbala, prisioneros muertos tras padecer terribles tormentos- debieron sin duda haber presenciado algo de esto.
’’Señoras y señores, lo tenemos’’, cacareó Paul Bremer, el procónsul estadunidense en Irak. "Es un gran día para la historia de Irak. Durante décadas, cientos de miles de ustedes sufrieron a manos de este hombre despiadado. Durante décadas este hombre cruel causó división entre ustedes.
Durante décadas amenazó con atacar a sus vecinos. Esos días se han ido para siempre (...) el tirano es hoy un prisionero."
Tony Blair dijo: "Saddam está fuera del poder y no volverá. Eso saben hoy los iraquíes, y ellos decidirán su destino".
Se necesitaron 600 soldados estadunidenses para capturar al hombre que durante 12 años fue uno de los mejores amigos de Occidente en Medio Oriente y durante otros 12 su mayor enemigo en la región. En un miserable agujero de dos metros y medio, en el lodo de una granja del Tigris, cerca de la aldea de Ad-Dawr, el presidente de la República Arabe Iraquí, líder del Partido Socialista Arabe Baaz, ex combatiente guerrillero, invasor de dos naciones, amigo de Jacques Chirac y alguna vez cortejado por Ronald Reagan, fue hallado oculto, casi con seguridad traicionado por sus camaradas, y ahora destinado -si los estadunidenses dicen la verdad- a un juicio sobre crímenes de guerra a escala de Nuremberg.
Durante semanas, fuerzas estadunidenses peinaron la zona rural a lo largo del Tigris, arrestando a ex funcionarios baazistas, interrogando a antiguos guardaespaldas, combatiendo a los guerrilleros en Tikrit y Samarra y asesinando civiles junto con ellos. Pero, sin duda alguna, la de ayer sólo será una victoria militar estadunidense, si con ella se pone fin a la insurgencia en su contra.
En Bagdad, las autoridades de ocupación mostraron una y otra vez esas imágenes -mucho más cautivadoras para las víctimas del ex dictador que para los occidentales- de la Bestia de Bagdad. Si eran los ojos del Che Guevara, la barba pertenecía a Fidel Castro. Había algo de un demente Karl Marx en el rostro. Brutal, claro.
Todos los dictadores de Medio Oriente están en un lugar en el que la crueldad puede elogiarse como valor. Tribal, sin duda alguna. Pero había una impresión que conquistaba a todas las demás: la de una revolución que regresó hasta la semilla. Las ironías eran extraordinarias. En su juventud, en 1959, Saddam Hussein había tratado de asesinar a un presidente iraquí y, con una bala en la pierna, se ocultó en la zona rural de Tikrit, no lejos del lugar donde, casi medio siglo después -este fin de semana-, fue capturado por los estadunidenses. Había intentado, por lo menos según lo que muestran las imágenes, volver a su juventud. Saddam el Monstruo había retornado a ser Saddam el Guerrero, luchando con abrumadoras probabilidades en contra, un patriota iraquí en vez de un dictador.
"Dispuesto a hablar y cooperar", lo caracterizaron los estadunienses después de la captura. No me sorprende. De pronto era importante de nuevo: un criminal de guerra, sin duda, pero ya no un hombre en un agujero. Y era difícil hoy, viendo esas imágenes del León de Irak -así le gustaba que lo llamaran-, recordar el trato majestuoso que se le dispensaba en el pasado. Este era el hombre que fue invitado de honor de la ciudad de París cuando Chirac era alcalde y cuando los franceses podían reconocer a los jacobinos en su régimen sanguinario. El hombre que negoció con los secretarios generales de la ONU Javier Pérez de Cuéllar y Kofi Annan, que alguna vez charló tomando café ni más ni menos que con el hoy secretario estadunidense de Defensa Donald Rumsfeld, que se reunió con el legendario jazzista inglés Ted Heath, con el decano líder laborista Tony Benn y con una porción de estadistas europeos.
Pero ¿realmente es el fin de la pesadilla? A no dudarlo, la destrozada criatura que muestran los videos estadunidenses no va a poder correr la película hacia atrás. Su tiempo, como dicen, ha terminado. Había una especie de alivio en su rostro. El drama ha concluido. Está vivo, a diferencia de sus decenas de miles de víctimas. ¿Había acaso un libro de memorias en su mente fatigada? La indignidad final de que un médico estadunidense le jalara el pelo quizá se vio amenguada por el recuerdo de todos esos cirujanos franceses que alguna vez atendieron a su familia. Porque jamás un médico iraquí se atrevió a operar a los Tikrit.
Claro, esta noche vimos celebrar a los combatientes, lluvias de balas en el cielo de Bagdad. El asesino de sus padres, hermanos, hijos, esposas, madres, estaba al fin en cadenas. Yo me encontraba entre las chozas de Ciudad Sadr -alguna vez Ciudad Saddam- cuando una cascada de fuego de fusil barrió las calles. Estaba sentado en el piso de concreto de la casa de un clérigo chiíta que fue arrollado y muerto por un tanque estadunidense, entre iraquíes que no sienten amor por los invasores, cuando el fuego arreció. Un chico salió corriendo de una habitación con la noticia de que la radio iraquí anunciaba la captura de Saddam. Y los rostros que habían estado transidos de dolor, que no habían sonreído en una semana, resplandecían de placer. El fuego creció en intensidad, hasta que racimos de balas subieron al cielo entre estallidos de granadas. En la calle principal, los autos chocaban en el caos.
Pero fue un rapto de júbilo, no una celebración. No hubo multitudes en los bulevares de Bagdad, ni fiesta en las calles, ni expresiones de alegría de la gente común y corriente en la capital. Porque Saddam Hussein ha legado a este país y a sus supuestos "libertadores" algo singularmente terrible: una guerra continua. Y había una conclusión con la que todos los iraquíes con los que hablé hoy estaban de acuerdo: ese hombre sucio y patético de cabello hirsuto y sucio, que vivía en un agujero en el suelo en compañía de tres ametralladoras y una porción de dinero en efectivo, no era quien comandaba la insurgencia iraquí contra los estadunidenses.
De hecho, antes de la captura de Saddam cada vez más iraquíes decían que una razón por la cual no se unían a la resistencia era el miedo de que, si los estadunidenses se retiraban, Saddam volvería al poder. Así que la pesadilla terminó... y la pesadilla está a punto de comenzar. Tanto para los iraquíes como para nosotros.
Una vez me encontré con él, hace casi un cuarto de siglo. Nos estrechamos las manos antes de una conferencia de prensa en Bagdad, en la cual trató de explicar los puntos finos de la fisión binaria. En esa época estaba empeñado en desarrollar armas nucleares. Llevaba entonces amplios trajes cruzados, como los que alguna vez usaron los líderes nazis: sacos demasiado holgados que brillaban en exceso. Todo lo que puedo recordar es que tenía las manos frías y húmedas.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
Opositores al depuesto líder
festejaron con disparos al aire en Ciudad Sadr
La noticia de la captura de Saddam Hussein llegó con fuego de armas
Robert Fisk The Independent
Ciudad Sadr, 14 de diciembre. Todos recuerdan dónde estaban cuando Kennedy fue asesinado o cuando los aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas. Todos recordaremos dónde estábamos cuando Saddam Hussein finalmente fue capturado. El ruido de disparos me dio la noticia. Yo me encontraba sentado sobre el suelo de concreto del hogar de un clérigo chiíta -asesinado por un tanque estadunidense- cuando empezaron los disparos. Al principio pensé que se trataba de balas disparadas sin blanco y desde lejos, quizá en la celebración de una boda. Ciertamente no se trataba de un combate, pues se escuchaba cómo los cargadores de munición soltaban tres balas cada dos segundos.
Me encontraba en una conversación con la familia doliente del clérigo Sayed Abdulrazak Salman Alami, quien fue arrollado por un tanque estadunidense hace nueve días. Era un prelado chiíta de 42 años cuya oposición a Saddam Hussein lo envió a prisión -y a la tortura- en dos ocasiones. Era muy querido en los barrios pobres de Ciudad Sadr, o Ciudad Saddam, como se llamó durante el anterior gobierno, porque se dedicó a negociar valientemente con la policía secreta de Saddam para liberar a hombres condenados.
Salvó a su gente de los verdugos de Saddam. Entonces, ¿por qué tuvo que morir? Se escuchaban más disparos, cada vez más cerca, y el estallido de granadas en el cielo. Me asomé por la puerta y sentí la brisa helada. Ahora el fuego de rifles estaba tan cerca que dos mujeres y un niño venían corriendo por la calle para ponerse a salvo. El hermano del clérigo, también religioso, se acercó a mí con su túnica negra y blanca. "Dijeron en la radio que el talbani (el líder kurdo) afirma que Saddam fue caturado", dijo. Las balas comenzaron a llover del cielo. "¡Ya métanse!", gritó otro pariente. Pero éste no era momento de perderse la primera reacción a la captura de Saddam -si era verdad- por la gente que fue aplastada, golpeada y ejecutada, para luego ser sepultada en fosas comunes por obra de este hombre atrapado en Tikrit.
Nos sentamos de nuevo y el maestro del religioso muerto quería hablar sobre la educación de su alumno en Najaf, pero varios de los hombres de la familia empezaron a exigir el fin de la ocupación estadunidense; demanda que seguiremos escuchando en los próximos días. Ya nadie escuchaba.
Un adolescente llamado Karim, de quien yo tenía la sospecha de que era miliciano de la resistencia, se puso de pie, salió de la habitación y regresó corriendo segundos después. Se anunció por la radio que el procónsul estadunidense, Paul Bremer, había dicho a un miembro del llamado Consejo del Gobierno iraquí que Saddam Hussein estaba en poder de los estadunidenses.
En toda la habitación, y por primera vez desde la muerte de Sayed Alami, los rostros de dolor se transformaron en sonrisas. El hermano del fallecido me tocó el hombro alzando las cejas. Fuimos a la calle. Un muezzin, hombre que anuncia el horario de las oraciones en la mezquita, se dirigía a la gente desde su alminar con un altavoz pidiendo que se dejara de disparar. "Esta no es forma de celebrar, poniendo en peligro la vida de inocentes", gritaba.
Pero de nada le sirvió. Las balas seguían cayendo en racimos del cielo, mientras continuaba el fuego de pistolas y las granadas explotaban. En la calle principal del barrio varios autos chocaron en medio del caos.
Nos despedimos. Nunca había visto semejantes sonrisas en una familia en duelo. Me disculpé por haber roto todas las reglas de la corrección ante su luto, y dije que el jeque fallecido era una persona mucho más importante que Saddam. Todos entienderon a qué me refería. "Cuídese, buena suerte", dijeron y me acompañaron a la calle de los disparos. Los clérigos, los tíos y los niños miraban las nubes grises de humo de granada.
En toda Ciudad Sadr los jóvenes que habían luchado clandestinamente contra el régimen de Saddam disparaban al aire sus rifles AK-47. Lentamente, el tiroteo se fue extendiendo por toda Bagdad.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
La lucha no era por Saddam, sino contra los invasores, el sentir
Robert Fisk Enviado especial en Irak
Bagdad, 14 de diciembre. ’’Paz’’ y ’’reconciliación’’ fueron las palabras que el domingo compartieron tanto Downing Street como la Casa Blanca. Pero no se cumplirá la esperanza de que se derrumbe la resistencia contra la ocupación. Hussein no era el guía, ni espiritual ni político, de la insurgencia que ahora cuesta tantas vidas -más vidas de iraquíes que de occidentales, cabe agregar- en Irak. No importa lo contentos que puedan estar Bush y Blair por la captura de Saddam; la guerra continúa.
En Fallujah, en Ramadi, en otros centros del poder sunita en Irak -y no, no es un triángulo sunita, por cierto, sino más bien un rectángulo que contiene a otra nación-, la resistencia contra la ocupación seguirá en aumento.
La sistematización de los ataques y el cada vez mayor y más temible refinamiento de los insurgentes están unidos al comité de la fe, grupo sunita musulmán con bases wahabitas que ahora planea los ataques contra las tropas de ocupación estadunidenses entre Mosul y la ciudad de Hilla, 80 millas al sur de Bagdad.
Incluso antes del derrocamiento del régimen del partido Baaz esos grupos -tolerados por Saddam con la esperanza de que desgastaran la militancia islámica sunita- ya planeaban la resistencia contra la ocupación extranjera.
La matanza, este domingo, de 17 iraquíes en un atentado con bomba contra una estación de policía, ocurrido horas después de la captura de Saddam, de la cual los atacantes pudieron no haber estado enterados, es muestra de la sangrienta agenda que prevalece en Irak.
Ahora será mucho más difícil sostener la argumentación angloestadunidense. Los "remanentes" de Saddam o los "leales" a éste serán mucho más difíciles de señalar como enemigos cuando ya no pueden ser leales a Saddam. Su identidad iraquí se volverá más obvia y se incrementará la necesidad de culpar a miembros "extranjeros" de Al Qaeda.
No obstante, las aseveraciones de los comandantes de la infantería estadunidense, especialmente los desplegados en torno de Mosul y Tikrit, de que la mayoría de los atacantes son iraquíes, no extranjeros, demuestran que al menos el comando militar estadunidense en ese nivel de división conoce la verdad.
Aquel capitán de la 82 división aerotransportada en Fallujah, que aseguró que sus hombres son asediados por "combatientes iraquíes por la libertad, apoyados por terroristas sirios", está más cerca de la realidad de lo que quisiera admitir Ricardo Sánchez, comandante estadunidense en Irak. La guerra no es por Hussein, sino contra la ocupación extranjera, y los soldados profesionales lo enfatizan desde hace tiempo.
Este domingo, por ejemplo, un sargento de la primera división de artillería que cumplía su guardia en un puesto de control en Bagdad explicó la situación a The Independent en términos particularmente tajantes: "No vamos a regresar más pronto a casa porque Saddam haya sido capturado; todos vinimos aquí a buscar armas de destrucción masiva, y después ya nadie prestó atención a eso. El arresto de Saddam no importa; todavía no sabemos a qué hemos venido".
Existen numerosos grupos entusiasmados con los ataques a los estadunidenses, pero nunca hubo ninguna especie de amor hacia Saddam Hussein. Están los Kataeb al Mujaidin fi al Salafiya al Irak (Batallones del Grupo Salafi de Irak), cuyo guía espiritual es el islámico palestino Abdullah Azzam, quien combatió a los rusos en Afganistán. Está Al Harakat al Islamia fi al Irak (el Partido Islámico de Irak), cuyas Brigadas Farouk fueron creadas en junio pasado, y sus "escuadrones" tienen nombres islámicos.
También está el Frente para la Unificación y Liberación de Irak, que en su momento se opuso a Hussein y ahora llama a sus miembros a combatir la ocupación estadunidense.
The Independent ha identificado en total 12 distintos grupos guerrilleros, los cuales tienen algún contacto entre sí, debido a nexos tribales, pero sólo uno está conformado por "leales a Saddam" o miembros del partido Baaz.
Cuando estalló la primera bomba y mató al primer soldado en una carretera de Khan Dari, el verano pasado, el atentado fue seguido por muchas minas fabricadas de idéntica manera -con tres morteros atados con alambre- tanto en Kirkuk como en Mosul. Al cabo de una semana, otra mina copiada explotó cerca de las tropas estadunidenses en las afueras de Nasiriya.
Es claro que los grupos insurgentes han estado recorriendo el país, compartiendo habilidades en el manejo de explosivos, organizados bajo una suerte de mando común que aún no alcanza magnitud nacional. El cargamento de misiles tierra-aire tipo Strela incautado en la ruta a Basora, que presumiblemente iba a ser usado en ataques contra aviones que despegaran del aeropuerto controlado por los británicos, evidentemente fue enviado a Bagdad de alguna otra parte.
En muchas zonas hay iraquíes que se identifican como miembros de la resistencia, pero alardean públicamente de que se han unido a la fuerza policial financiada por estadunidenses con el único objetivo de ganar dinero, aprender sobre armas y reunir información acerca de sus "aliados" en el ejército invasor.
La ocupación podría correr exactamente la misma suerte que los israelíes en Líbano, cuando su Ejército del Líbano Sur empezó a colaborar con sus enemigos de Hezbollah.
Los mismos individuos que seguirán atacando a los estadunidenses, desde luego, celebrarán secretamente en su corazón la captura de Saddam. Preguntarán por qué no habrían de regocijarse por el fin de su máximo opresor al mismo tiempo que planean la humillación del ejército de ocupación que lo apresó.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
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