«Canadá rechaza petición de asilo de venezolana que alega ser discriminada y perseguida en Venezuela por su obesidad»(noticia del Nacional Post).
La solicitud fue calificada de frívola y ridícula por el Comité de Inmigración y Refugio y por el consulado venezolano. La misma noticia reseña que fueron aceptadas las solicitudes de: «una mujer de Tanzania regularmente golpeada por su marido al oponerse a la circuncisión femenina y a la poligamia, una Albana que fue obligada a casarse con 10 años y recibió una feroz retribución al negarse, y una Iraní que fue sentenciada a 74 latigazos y a quedarse sin su hijo por no usar la prenda de vestir adecuada».
La aceptación de estas solicitudes implica la condena de situaciones de discriminación inaceptables desde el punto de vista de la cultura dominante. La solicitud de la gorda, con los visos tragicómicos que la descalifican y niegan, revela otra forma de exclusión y dominación, no abiertamente reconocida por la cultura que la construye y sostiene.
En Democracia, se supone que las gordas, las feas, las flacas y las bonitas tenemos iguales oportunidades y derechos. El problema es calificado de «frívolo», pero, bien examinado, pone de relieve los mecanismos de la cultura del consumo, y los sutiles medios de opresión de un sistema de dominación que se ejerce globalmente.
La publicidad y los medios de comunicación han construido ideales de belleza y de culto al cuerpo que se han instaurado como valores de éxito social. Poderosos intereses económicos se construyen alrededor de la moda, los productos de belleza y adelgazantes, la cirugía estética, etc., que tienen, en la mujer, su principal mercado.
Según la Sociedad Americana de Cirugía Plástica y Reconstructiva (ASPRS), la cirugía estética se incrementó en más de 50% del 97 al 98 en EEUU y Canadá. Los tratamientos más frecuentes son: lipoescultura y prótesis mamarias (306% de incremento entre 92 y 98). El 90% de los usuarios de cirugía estética son mujeres.
En Venezuela, aunque no existen datos precisos, el auge de la cirugía estética ha sido evidente. La mamoplastia, una de las operaciones más frecuentes, cuesta entre 1.000 y 3.500 dólares. Mujeres de todas las edades, pero sobre todo jóvenes, entre 17 y 35 años, generalmente de clase media, exhiben, con escotes pronunciados, vestimentas ceñidas al cuerpo y sostenes de realce, sus erguidos y duros senos de silicón, para todos los gustos.
No es raro encontrar en los vestuarios de los gimnasios a una mujer que enseña su reciente adquisición. «¡Qué lindas te quedaron!... ¡No, niña, si no es tan caro!... ¡Déjame tocarlas, a ver como se sienten!.... Papá prometió que si apruebo el curso, me paga las mías...»
La presión cultural por encajar dentro de patrones estéticos que vienen del Norte, no perdona estratos sociales. Muchas venezolanas destinan recursos importantes a productos y tratamientos de belleza (20% del presupuesto, según estudio de 1999), realizando grandes sacrificios económicos para adquirirlos.
El fenómeno merece atención y no debe ser tratado con ligereza. Venezuela produce más premios de belleza que otros países, incluyendo cinco Miss Mundo y cuatro Miss Universo en los últimos 50 años. Paralelamente, nuestra «democracia» ha visto crecer las brechas que nos separan del Primer Mundo, y la pobreza (80%), con esfuerzos infructuosos de inserción en la economía global.
La exclusión de las gordas y las feas pone de relieve la situación de la mujer en la cultura occidental. En Venezuela, podría considerarse un fenómeno ridículo, frente a otros graves problemas existentes, sino fuera porque con él se revela, en cambio, con cuánto éxito nos hemos insertado en la globalización de formas de exclusión ajenas, con patrones estéticos y culturales que no nos corresponden, pero que nos dominan sutilmente.
Es un tema de reflexión más, especialmente para las muchas mujeres de clase media que engruesan las marchas por «la libertad y la democracia», ciñendo orgullosas, sobre sus senos de silicón, apretadas franelas con el tricolor nacional.
Caracas, Alia2
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