Mantener un poder hegemónico en una economía mundo de dimensión planetaria es una tarea excepcional. Pretender mantener el control del planeta desde una perspectiva unilateral, con una economía endeudada y deficitaria, es una aventura peligrosa.
Mantener un poder hegemónico en una economía mundo de dimensión planetaria es una tarea excepcional. Pretender mantener el control del planeta desde una perspectiva unilateral, con una economía endeudada y deficitaria, es una aventura peligrosa.
En los últimos años hemos asistido a la difusión de la idea de que los Estados Unidos son hoy día una superpotencia cuyo poder es incontrastable. Esto le aseguraría la capacidad de ejercer una hegemonía global indiscutible. Los hechos indican sin embargo una situación opuesta. Nunca la hegemonía del sistema mundial estuvo tan amenazada a pesar de la dificultad de identificar la existencia de un poder alternativo capaz de imponer orden y lógica al conjunto.
¿Estaríamos asistiendo el final de las hegemonías sobre el sistema mundial? ¿Estaríamos caminando en forma de sobresaltos hacia un nuevo tipo de sistema mundial basado en relaciones más horizontales? ¿Serían necesarias varias guerras como ocurrió en el pasado para definir esta alternativa? ¿Habrá un período de transición, en el cual se establecerá una hegemonía compartida, hacia un nuevo orden que podríamos llamar una civilización planetaria?
En realidad estas son las alternativas que he barajado en los últimos veinte años en los cuales he rechazado varias modas dominantes: decadencia americana en los años ochenta con la perspectiva de una recentraje asiático; ultrahegemonía estadounidense en los años noventa; hegemonía unilateral estadounidense en los años 2000.
En realidad, creo que el escenario de seguridad mundial estará cada vez más marcado por la retomada del hinterland, formado por la interacción creciente entre Europa, los países de la antigua Unión Soviética y sobretodo la China, sin despreciar el rol de la India y del llamado Oriente Medio en una retomada del papel central de la masa terrestre euroasiática que abrigó la ruta de la seda durante milenios de historia universal.
El cambio hacia el poder marítimo como centro de la estrategia mundial se inició en el siglo XV con las descubrimientos marítimos y se consolidó en el siglo XIX con el barco a vapor y la superioridad tecnológica europea a partir de la revolución industrial. Sin embargo caminamos hoy día hacia el dominio del espacio extraterrestre, de la aviación y de los transportes terrestres que dependan lo menos posible del petróleo en extinción. Esto puede asegurar también una posición importante para continentes que fueron excluidos de los poderes hegemónicos del siglo XIX hasta nuestros días como América del Sur y África.
Un nuevo factor que deberá influir significativamente en la reordenación geopolítica del mundo es la biodiversidad, que se concentra en los países tropicales y semi tropicales. La importancia de esta biodiversidad se hará cada vez más crucial en la medida en que se hagan necesarias las fuentes energéticas basadas en materiales renovables o biomasas. En realidad no estoy hablando de perspectivas seculares sino de décadas.
Debemos incluir en esta revisión geopolítica los fenómenos demográficos, cuando la población mundial se concentra en los países del sur, particularmente en Asia. Sin dejar de señalar que América Latina y Asia serán también partes significativas de la población mundial en los próximos 20 años.
En este cuadro planetario es difícil creer que los Estados Unidos y la perspectiva de poder atlántico a través de la cual se consolidó su hegemonía puedan sostenerla. Y no solamente por la importancia del Océano Pacífico, como se insistía en los años ochenta, sino también por la incorporación de la dimensión euroasiática, como lo señalé.
Pero la limitación más grave para el proyecto hegemónico se encuentra en el plano económico. Estados Unidos pasó, en los últimos veinte años, de una economía superavitaria y acreedora hacia el resto del mundo hacia una economía deficitaria y deudora. Este cambio no es una cuestión coyuntural, es un resultado necesario de la condición brutal de ejercer la hegemonía mundial.
Se trata de los costos impresionantes que representan las investigaciones y el desarrollo de productos y procesos para mantener una fuerza militar capaz de intimidar todo el mundo. Sin contar los costos de mantener una moneda mundial sobrevaluada para garantizar el dominio monetario y financiero sobre el planeta.
Después de la lucha del gobierno Clinton para bajar el déficit fiscal (que se convirtió en superavit fiscal al final de su gobierno) y su poco exitosa lucha para bajar el déficit comercial con el resto del mundo, el gobierno Bush, al intentar imponer una superioridad estratégica mundial unilateral, retomó en niveles insanos el déficit fiscal y el déficit comercial de los Estados Unidos.
Una economía en déficit colosal no puede mantener una moneda fuerte. El dólar está en caída, que deberá continuar hasta el final de la próxima década. Mientras tanto el euro se consolidará como moneda de circulación regional y ya apunta hacia la condición de moneda de reserva que lo elevará a la condición de moneda mundial.
En Asia, a pesar de la importancia de los dólares asiáticos, asistimos a una creciente integración continental en torno de los mercados japonés y chino, con el despertar del mercado hindú, entre otros.
El costo de la hegemonía es demasiado elevado para ser asumido por un solo país o una sola economía. En los próximos veinte años la economía mundial vivirá cambios colosales que pocos se han atrevido a pensar. En este cuadro, el factor más estabilizador del orden colonial existente son las políticas recesivas recomendadas por el Fondo Monetario Internacional. Ellas retiran de la escena económica internacional países tan importantes como Brasil , condenados a la recesión y a la regresión de sus exportaciones hacia la vieja economía agro o mineral exportadora. ¿Por cuánto tiempo sus pueblos aceptarán este destino?
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