El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, ha aceptado el viernes pasado las condiciones exigidas por el Consejo europeo a la apertura de negociaciones para la adhesión de su país a la Unión Europea. Ha reconocido oralmente a la República de Chipre. Las discusiones comenzarán el 3 de octubre de 2005 para una eventual adhesión en 2014 como mínimo. El camino para Ankara aún será largo, pues en algunos países que se determinarán por referéndum -Francia y Austria- la mayoría de la opinión pública es hostil a la entrada de Turquía.
Este debate testimonia de la actual angustia identitaria de las sociedades occidentales frente al Islam. Y saca a la luz la islamofobia que obsesiona a muchos partidos políticos. Algunos, para negar el ingreso de Ankara, hacen de la geografía un criterio de exclusión. Al situarse lo esencial del territorio turco en Asia Menor, no habría, según ellos, que tomar en cuenta esta candidatura. Pero el argumento no vale. ¿La Guyana francesa, situada en el continente americano, o las islas Canarias, en el africano, no forman parte acaso de la Unión Europea? ¿Es posible ignorar que la costa egea de Turquía, dónde se hallaba la antigua Troya, era el ala oriental de la Grecia clásica, cuna de la civilización europea? ¿Qué argumentos “técnicos” se esgrimirán mañana para retrasar la adhesión de otros dos Estados de mayoría musulmana -Bosnia y Albania- cuya pertenencia geográfica a Europa no da lugar a discusión ?
Otros dicen que los turcos son descendientes de tribus originarias de Mongolia. Se olvidan que los habitantes de Finlandia, Estonia y Hungría -miembros de la Unión Europea- son descendientes de los terribles Hunos de Atila, que también provenían de las estepas de Asia. Al haber sido cristianizados parecen menos ’bárbaros’ que los turcos musulmanes.
Un comisario europeo llegó a declarar que si Turquía era admitida en el seno de la Unión, “la liberación de Viena (asediada por los turcos) en 1683 habría sido vana”.
Sucesor del Imperio Bizantino, el Imperio Otomano tuvo en efecto la ambición de dominar el Mediterráneo y Europa (intención varias veces quebrada, por ejemplo en Lepanto en 1521). Otros Estados -España, Francia, Alemania- también acariciaron el proyecto de someter el Viejo Continente a su potencia. Y nadie discute su europeidad.
Como los imperios centrales -todos desaparecidos- y los imperios coloniales -todos desmembrados-, el antiguo Imperio Otomano se encontró, al alba del siglo XX, agotado por excesivas campañas militares; se le llamaba entonces “el hombre enfermo de Europa” (de Europa, no de Asia). Tras perder sus posesiones en los Balcanes y en el mundo árabe, la nueva Turquía, fundada en 1923 por Kemal Atatürk, se quiso europea.
Ningún otro país consintió en sacrificar tantos aspectos fundamentales de su cultura para afirmar su europeidad. La Turquía moderna ha abandonado su antiguo sistema de escritura (árabe) para adoptar los caracteres latinos; sus habitantes debieron deshacerse de sus ropas tradicionales para vestirse como occidentales y, en nombre de un laicisimo oficial, el Islam dejó de ser religión de Estado.
Desde 1963, se reconoció su vocación de integrar la Unión Europea. Un tratado de unión aduanera fue firmado en 1995. Desde que el Consejo europeo de Helsinki, en 1999, y el de Copenhague, en 2002, afirmaron que podía ser candidata a la adhesión, Ankara emprendió una suerte de ’revolución tranquila’ para cumplir con los criterios necesarios.
El país avanza en la vía de las reformas democráticas: los Tribunales especiales de seguridad del Estado están desapareciendo, la pena de muerte ha sido abolida, las circunstancias atenuantes para los ’crímenes de honor’ contra las mujeres han sido suprimidas, el proyecto de criminalización del adulterio ha sido abandonado. En las regiones del Kurdistán, se levantó el estado de emergencia, se autorizó la enseñanza del kurdo, se creó una cadena de televisión kurdófona y cuatro ex diputados presos políticos por su militancia a favor de la causa fueron liberados.
Queda por recorrer mucho camino en materia de respeto de las libertades públicas y de los derechos fundamentales. Será necesario también que Ankara reconozca el genocidio armenio de 1915. Y una amnistía a favor de los ex combatientes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) debe permitir la liberación de más de tres mil militantes actualmente en prisión.
Pero la perspectiva de adhesión a la Unión ya tiene como efecto principal reforzar la democratización, el laicismo y la defensa de los derechos humanos. Para los grandes países del Mediterráneo oriental, amenazados por la violencia y por corrientes oscurantistas, esta adhesión constituirá un mensaje concreto de que no hay choque de civilizaciones cuando hay esperanza de paz, de libertad, de prosperidad y de democracia.
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