En terriotrio zapatista se ha logrado edificar, con escasos recursos, clínicas y escuelas
A 11 años del levantamiento armado del EZLN, reivindicando las demandas más elementales de los por entonces (1993) invisibles pueblos indios, ¿ha cambiado la vida en los territorios zapatistas (o "de influencia zapatista", como procuran decir los académicos del ramo y los funcionarios gubernamentales)? Desde cualquier punto de vista, la respuesta sólo puede ser afirmativa.
En poco más de una década, la transformaciones de los pueblos indios de Chiapas, zapatistas y no, ha sido tan profunda como grande se ha vuelto su importancia política en la nación mexicana del nuevo siglo.
A la puesta en práctica de un modelo inédito de autonomía indígena en clave comunitaria, el poder ha respondido con inversiones récord en obra pública, programas de subsidios y proyectos colectivos que con frecuencia estimulan una verdadera reconversión productiva, con la cual se pretende hacer a los campesinos meseros o guías de turistas, o a meter ganado en la selva con fines comerciales, como en los aciagos años de la ganadería extensiva. Baste mencionar por ahora el discurso conservacionista del gobierno, contradicho por sus propios planes depredadores y la entrega de los recursos naturales al capital foráneo, que ocurre a ojos vistas.
Por donde se le vea, la vida es ya distinta. A la acción indígena de 1994 el salinismo reaccionó con una militarización abrumadora, consolidada por el zedillismo y sostenida intacta durante el foxismo. Esta reacción llevó por delante la construcción de una inmensa red carretera en los Altos, la selva y la zona norte, muchas veces de mala calidad pero efectiva para militarizar el territorio y de paso combatir el "aislamiento" de los pueblos mayas de Chiapas.
Esta militarización incluyó de origen programas de contrainsurgencia armada que, como tales, han resultado un fracaso, no obstante los éxitos temporales del programa paramilitar de Desarrollo, Paz y Justicia en Sabanilla, Tila, Salto de Agua, Palenque y Tumbalá, y el experimento genocida en Chenalhó, que el 22 de diciembre de 1997 abortó en Acteal (a un costo elevadísimo de vidas).
En tanto, decenas de municipios autónomos han moldeado una manera alternativa de vivir, sin el uso de la fuerza ni la violencia, y con un limitado uso del dinero. Esta combinación pareciera desventajosa, y en cierto modo lo es.
Sitiados sistemáticamente por cuarteles y campamentos del Ejército federal, los municipios rebeldes establecen formas de gobierno que funcionan y sin las cuales sería impensable la gobernabilidad de estas regiones. Que son por cierto de mucho menor criminalidad e incidencia delictiva que otras partes de Chiapas, cuyas zonas urbanas del centro y la frontera del Soconusco ocupan hoy un lugar destacado en la competidísima nota roja nacional.
Cuando las juntas de buen gobierno zapatistas (JBG) presentaron sus primeros informes anuales en agosto pasado, se pudo comparar el presupuesto de cualquier municipio oficial del territorio indígena con el de una JBG. La de Oventic, por ejemplo, recabó 4 millones 547 mil pesos, de los cuales gastó o entregó para su gasto 3 millones 501 mil pesos.
Si ese fuera el ingreso para siete u ocho municipios, vaya que saldría barata la autonomía. Dichos números no consideran la economía de producción y subsistencia de los campesinos indígenas, sin la cual la resistencia sostenida resultaría inexplicable. Sumas similares financian uno solo de los muchísimos proyectos gubernamentales para comunidades individuales o pequeños grupos de ejidatarios oficialistas.
Aun así, los municipios autónomos han edificado clínicas, casas de salud y escuelas por todas partes, y casi de milagro si se compara, otra vez, con las inversiones en infraestructura escolar del gobierno, con apoyos adicionales de Coca Cola Company y otras empresas de prestigio internacional.
Según escribe la periodista Concepción Villafuerte, "la autonomía zapatista avanza en silencio" y pone como ejemplo la impartición de justicia en zonas "donde no hay cárceles, pero sí presos" (Contralínea Chiapas, número 2, diciembre de 2004).
Tres estampas de la otra globalización
Una: 18 jóvenes daneses caminan, mochila al hombro, por las montañas de la selva tojolabal. Regresan de una visita de dos días a la comunidad X, donde el comité de solidaridad al que pertenecen financiará la construcción de otra escuela autónoma. Tal vez no vuelvan, o lo hagan sólo el día de la inauguración. La obra y el manejo integral de dicha escuela correrá a cargo de la comunidad, del municipio autónomo San Pedro de Michoacán y de la JBG "Hacia la esperanza", en ese orden.
Nada que ver con las agresivas inversiones totalmente interesadas de Ford Motor Company, el Banco Mundial, USAID o la Comunidad Europea en la misma selva Lacandona, apadrinadas por los gobiernos federal y estatal en lugares como Lacanjá Chansayab, Zamora Pico de Oro o Ixcán.
También se pueden mencionar los patéticos "centros turísticos" que construye el Estado a lo largo del río Lacantún en Las Nubes (Jerusalén), Sueño Prometido y otros puntos de la programada ruta ecoturística que arrebatará la selva a los indígenas donde éstos lo permitan.
O bien el puente que se tiende en Amatitlán sobre el río Lacantún, que unirá la laguna de Miramar (y Montes Azules en general) a la red carretera federal, y es obra millonaria del mismo gobierno que se proclama "protector" de la selva virgen.
Dos: llega a La Realidad, para celebrar el año nuevo en el caracol Madre de los caracoles del mar de nuestros sueños, una caravana de 45 estudiantes procedentes del Distrito Federal. Vienen a la fiesta, pero se muestran también ansiosos por trabajar y ser útiles. Insisten ante los representantes de la comunidad y el municipio autónomo, hasta que por fin les permiten ir a San José del Río para colaborar en la construcción del puente de acceso para la nueva clinica autónoma (pues hay de puentes a puentes).
Tres: desde hace unos años, todas las noches (o casi) la luz eléctrica ilumina las casas y los patios de La Realidad. Es electricidad generada por la turbina autónoma que los realideños instalaron junto con trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas, con el respaldo de la organización Ya Basta y otros grupos italianos que apoyan la resistencia zapatista.
Unas noches, pocas, la turbina se descompone o es apagada para limpiarla y evitar que se descomponga. Otras noches, unas pocas más, la Comisión Federal de Electricidad suspende el suministro de luz a lo largo de la selva fronteriza y la cañada de Las Margaritas por servicio ineficiente, o una falta genalizada de pago a las elevadas tarifas de la paraestatal que raya en la resistencia civil de priístas, petistas, perredistas, además de los zapatistas que de por sí se oponen. En tales ocasiones La Realidad es la única población iluminada en cientos de kilómetros a la redonda.
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