Mire joven. Yo no sé explicarme, pero usté
procurará comprenderme. Pa entender eso que a usté le parece tan difícil, hay que ser bruto. Porque eso de hombres inteligentes y brutos tiene su según y cómo. Inteligente es el que comprende unas cosas y bruto el que no entiende sino otras, que puen ser las mismas, aparentemente. Usté se empeña en
explicarse lo que no está a su alcance, porque, convénzase: ni el agua corre parriba, ni el inteligente aprende a ser bruto. Usté oye el zumbido de las aricas, ya que las ha mentado, y nosotros también, mejorando la compaña; pero usté nunca escuchará el rezo del Ánima Sola
porque lo supirita su inteligencia.
<p align=right Crisanto Báez, en Cantaclaro, II, de Rómulo Gallegos
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Caracas (Venezuela) |
Debo a un fotógrafo alemán de la casa Hugo Boss haber descubierto el secreto cubano. A esta empresa de vestimentas très à la mode le dio por hacer un catálogo fotografiado en La Habana, como contraste con sus modelos relucientes y olvidables. Lo que no es olvidable es La Habana y especialmente el secreto que reina por sus callejuelas.
El fotógrafo es alemán y sabio, tanto que en esos días de trabajo, como quien dice matando un tigre para cobrar unos marcos de ocasión, se dio cuenta de algo que no es nada fácil captar: el secreto cubano.
Tal vez lo halló en una niña que vi en La Habana Vieja en 1975, negrita, trenzas, no sé por qué endomingada un miércoles, cinco o seis años, caminando por los corredores techados de esa ciudad, como los de El Silencio en Caracas. Llevada por su secreto cubano, porque no es cuestión de edad, canturreó inesperadamente algo, bailó de extremo a extremo y saciada su sed de proclamar su incógnita, continuó su camino sin coreografía.
Curioso para un secreto, los cubanos no lo ocultan, pero tampoco lo dicen. No te revelan, por ejemplo, que en su música está anidado ese secreto, pero te la cantan y te la bailan en tus narices, con el secreto al aire. Si tienes que preguntarme en qué consiste es porque no lo conoces y tal vez, ay, no estás en capacidad de conocerlo, sea porque no te interesa, sea porque no estás en condiciones de reconocerlo.
No gruñas: esas cosas nos pasan a todos.
Hay culturas exotéricas, fáciles de captar. Hechas para eso, para que entiendas a McDonald’s de un solo bocado. Hechas para que el tiempo las barra en segundos, para que sus cultores las execren apenas aparece otra moda. Solo producen escombros, como las toneladas de basura que diariamente McDonald’s vierte sobre la Madre Tierra. Por eso eran olvidables los esplendentes modelos de Hugo Boss, porque eran chatarra apenas se inauguraron. Eran chicos McDonald’s. ¿Dónde están ahora? No sé dónde están ni me interesa. Pero sí sé de dónde son los cantantes.
Cuando captas el secreto cubano no hay quien te lo borre porque es cultura espesa, densa, insobornable, imprescriptible. Muchos cubanos no saben de ese secreto, es decir, no lo perciben, tal como los árboles no dejan ver el bosque. Por eso es tal vez más fácil para un alemán comprobar ese secreto, porque el contraste ayuda, como saben los radiólogos.
Desde hace años viene fraguándose en mí la sospecha de que hay también un secreto venezolano. Pocos lo han descubierto, ni siquiera mayormente sus usuarios, porque la inocencia es una de sus sustancias y su mayor fuente de poder. Está allí para quien lo quiera ver. Campea por doquier, pero sobre todo en el barrio.
La clase media apenas sabe de esas cosas porque vive en su mayor parte de la cultura adventicia y efímera de McDonald’s y todo lo que no gira alrededor de eso no tiene valor. Si no percibe la presencia tutelar de la peor cultura estadounidense o del Opus Dei se siente desamparada, amenazada y se vuelve como loca y capaz de los peores excesos.
Hemos visto sus excesos y sus peores chabacanerías desde 1998. Sí, la clase media venezolana es chabacanísima y la clase alta peor aún. Anduvo dos años por estas calles dando lástima, sin saber bien por qué, vociferando sinrazones, disparates y alucinaciones. Se llama síndrome de abstinencia. Su intolerancia se hará legendaria siglos abajo.
Ese secreto es la clave de bóveda de toda acción comunicativa dirigida con éxito a esa masa invisible de 60% de venezolanos que ahora se compacta alrededor de Hugo Chávez. ¿Por qué? Si no sabes siquiera de la existencia de ese secreto es tal vez inútil explicarte ese 60%, que ni siquiera ves.
Ese secreto es un monolito cultural que no ha penetrado nadie desde que se formó siglos atrás. No hay barbarie que lo carcoma porque está hecho de una sola pieza sin fisuras. Eso explica cómo los medios de comunicación han fracasado en ocho años de campaña monomaníaca contra Chávez. Sus seguidores no tienen grietas por donde entrarles. Por eso nosotros, que no formamos parte del monolito, no soportamos siquiera segundos de la Globovisión que los monolitos aguantan durante horas y años, cuando la ven.
Algo avizoró Julio Borges cuando dijo que los chicos de Primero Justicia debían salir a enamorar chavistas. Pero primero en justicia tienen que salir de los McDonald’s y tal vez no volver a ellos sino accidentalmente. Uno entra en una arepera, una cauchera, un estadio de béisbol, en gradas, y ahí están blandiendo sus códigos secretos que ni ocultan ni dicen. Su modo de masticar, de usar la ropa, como si le sobrase, su hospitalidad despreocupada, su franqueza, su darse a todo y con todo, sin odio, sin rencor a pesar de lo que han sufrido, amado y esperado, como decía Rómulo Gallegos en el final de Doña Bárbara y también en el acto de instalación de Acción Democrática en el Nuevo Circo de Caracas en 1941: "En nombre de ese pueblo que ama, sufre y espera, Acción Democrática invita a todos los demócratas venezolanos a sentarse aquí, nosotros entre ellos" [1]
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Acción Democrática entendió ese secreto porque él era parte de ella, porque ella nació de él, pero su clase media lo dilapidó como hemos visto y de él solo le queda la caricatura que rápidamente construyeron de él, el adeco panzón y acomplejado que tomaba whisky con agua de coco y acabó con el país y con el partido. A Acción Democrática solo le quedó de Rómulo Gallegos un retrato descolorido en la casa del partido y un homenaje de circunstancia, ahorrativo, el año pasado en el Ateneo de Caracas, por su 120º aniversario. Más lo celebró el gobierno.
Hubo, aparte de Gallegos, muchos hombres que se aplicaron en elucidar el secreto y lo volvieron su esencia, Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, Ezequiel Zamora. Hubo otros que solo entendieron su caricatura, como Rómulo Betancourt, que ni sufrió, ni amó ni esperó.
La clase media venezolana se asoma a veces a ese precipicio y entonces causa toda clase de estropicios políticos en parodias de revolución porque no entiende de qué va el secreto. Lo malinterpreta como color local, exageración, remedo, como ridiculez. Últimamente ni sabe que hay secreto, por eso se le cae encima como una placa de concreto y se siente atacada, perdida, extraviada, marchando sin saber por dónde porque marcha sin mapa por un Centro de Caracas que jamás visitó porque estaba lleno de ese secreto, oponiéndose a un gobierno porque se lo ordenó Globovisión.
¿Entiendo yo el secreto? Eso espero algún día. Por ahora solo sé que está allí, esperándome. Y sospecho que cuando al fin lo entienda completo, no podré expresarlo. Por dos razones: porque es secreto y porque es inútil. Y es inútil por dos razones: porque si no lo entiendes no hay quien te lo explique y si lo entiendes no hace falta.
Los que no lo entienden están condenados a vivir su pequeño infierno de aire acondicionado, aterrorizados. Nerviosos, cualquier evento los sobresalta, se despiertan con pesadillas y terrores nocturnos, esperando el asalto de las "hordas" detentadoras del secreto. Ese "mismo lumpen de siempre" que, como dice Laura Nazoa, les va a quitar su tostiarepas. Tienen razón de estar aterrados porque estamos viviendo momentos singulares en que cualquier evento atroz, como el magnicidio que anuncia Orlando Urdaneta cómodamente desde Miami, puede desatar panoramas peores que un saqueo de tostiarepas o que la muerte de Jorge Eliécer Gaitán. Mejor se quedan tranquilos mientras no sepan qué habló Gustavo Cisneros con Hugo Chávez.
Puede también que esa masa secreta se repliegue, como casi siempre, esperando el momento de lo que sea que tenga que venir. No estoy en condiciones de predecir ni de garantizar nada, pero si de algo te sirve, mira lo que pasó el 13 de abril que los que no saben del secreto aún no entienden.
Y como no quieren entender ese secreto, tampoco quieren entender nada.
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