Más allá de la picaresca oficial que soporta paladinamente la sociedad nacional bajo la administración de Lucio Gutiérrez, reflejada a últimas fechas en la injerencia en el Tribunal Constitucional, Tribunal Supremo Electoral y Corte Suprema de Justicia, así como en el anuncio de una parodia de reforma política, tres escenarios se vislumbran para el futuro previsible del Ecuador.
El primero, la continuidad del proceso de reestructuración subordinada por el que transita el país desde hace varios lustros, lo cual significaría la profundización de los ajustes y reformas liberales que han extendido la pobreza y la indigencia al 70-80 de la población y han forzado al éxodo a cientos de miles de compatriotas. Este rumbo se inscribe en lo que Darcy Ribeiro denomina "modernización refleja" ("la globalización" a secas, para utilizar la categoría central del discurso hegemónico).
En el tornasiglo que vivimos, y en el propio caso ecuatoriano, esta estrategia ha recibido el potente espaldarazo de la dolarización decidida por Jamil Mahuad e instrumentada por Gustavo Noboa, y se radicalizaría con la firma del TLC con Estados Unidos. El poder del Imperio, la dependencia tecnoeconómica, la servidumbre de la deuda externa-interna, el uso irracional de la renta petrolera, el intocado poder de las distintas fracciones de la oligarquía criolla y, en fin, la crisis intelectual y moral de la "clase política" remarcarían ese camino y extremarían sus consecuencias.
Una mayor incorporación del país al Plan Colombia/IRA/Plan Patriota, al tenor de las presiones de Bush y Uribe, aceleraría la liquidación del Estado-nación ecuatoriano. Por cierto, estos elementos configuran -deliberadamente o no- la estrategia/modelo del actual inquilino de Carondelet.
Un segundo escenario conjeturable surge de ciertos "retoques" a la estrategia anterior y se inscribiría en el denominado "desarrollismo democrático", la "tercera vía" que proponen los teóricos de la socialdemocracia. Se sustentaría en políticas gatopardianas -cambios para que todo siga igual- como las siguientes: reformas institucionales epidérmicas, acciones marginales de fomento productivo preservando la actual estructura de la propiedad y de la distribución de ingresos, régimen de "joint ventures" para las empresas estatales, educación funcionalizada,
reestructuraciones convencionales de la deuda, programas ambientalistas más
o menos inocuos, subsidios focalizados...
La adhesión "bien negociada" al TLC andino-estadounidense complementaría la panoplia de políticas terceristas, cuyo propósito cardinal no sería otro que disimular los efectos más devastadores del patrón de "acumulación por desposesión" (Raúl Zibechi) que viene implantando la globalización corporativa. Este desarrollismo democrático - asimilable también a la "modernización refleja" de Ribeiro - supondría, en el mejor de los casos, una recuperación de algunos de los postulados de la CEPAL de los años 50 y 60.
El tercer escenario resulta más difícil de diseñar, tanto porque presupone una confrontación con las fuerzas sustentadoras del establecimiento internacional y nativo, como porque sus referentes históricos se encuentran aún en status nascendi. En todo caso, resulta previsible que tendría por ejes la crítica ideológico- práctica al agotado paradigma del Progreso/Crecimiento, la denuncia de las deudas financieras, el bloqueo al frenesí consumista de las élites, el desarrollo nacional relativamente autodeterminado, la democracia concebida como un proceso cultural político continuo, la adhesión a proyectos de integración-integradora, el veto al armamentismo, la oposición a guerras fratricidas.
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