No estoy entre los asombrados, porque en Irak haya votado más del 50 % del electorado, tampoco entre los que creen que al votar la población respaldó la ocupación.
La pregunta que me sirve de título y de excusa, no se refiere a los candidatos en tanto que individuos, sino al proceso electoral como hecho de masas, opción histórica y expresión de una estrategia política, en la cual se enfrentaron la opulencia del poder del ocupante y la astucia del pueblo, que posee un fino instinto que, aun en la mayor indefensión, le permite orientarse en las coyunturas más complejas.
Las masas, con frecuencia más sensatas que quienes pretenden liderarlas y más sabias que aquellos que desde miles de kilómetros, especulan acerca de sus alternativas, combaten con los medios a su alcance. Eso han hecho los iraquíes: combatir.
En lo único que hay consenso hoy en Irak es en que los norteamericanos deben marcharse, posición en la que coinciden la resistencia, el pueblo y los propios norteamericanos. Las elecciones pueden ser asumidas como un paso en esa dirección.
Para los iraquíes debe resultar obvio que los estadounidenses no reducirán su presencia, ni se marcharán hasta haber creado las estructuras políticas que consideran apropiadas y hayan dejado instaladas autoridades que respondan a sus intereses.
Ante la alternativa de participar en unos comicios espurios para elegir autoridades bastardas y de ese modo iniciar un camino que, aunque lleno de incertidumbre y probablemente de frustraciones, pudiera iniciar el proceso que conduzca a la moderación de la presencia norteamericana y luego a la retirada de sus tropas, o abstenerse y cerrar esa posibilidad, muchos iraquíes eligieron lo primero.
Talvez los guió la convicción de que siempre habrá tiempo para repudiar estas elecciones y elegir a otras autoridades. El pragmatismo es un indicador de madurez política, no de debilidad.
La lucha de los pueblos y sus vanguardias por la independencia y la democracia es eterna, mientras las tácticas y las estrategias, así como los métodos y las formas varían de un lugar y un tiempo a otros. En ese empeño liberador hay también etapas y metas intermedias e incluso mínimas y las fuerzas que marchan en la dirección del progreso se comportan con diferentes grados de radicalismo.
En la presente etapa, la lucha de masas en Irak es punto menos que imposible. A la brutal ocupación norteamericana, hay que sumar el hecho de que el antiguo régimen no permitió la existencia de las estructuras organizativas, sindicales y políticas, a las que ahora se hecha de menos.
La sociedad civil iraquí, la elite política, su clase obrera, la juventud, las mujeres e incluso el clero, deberán comenzar prácticamente desde cero y con siglos de atraso a recorrer el camino que conduce a la creación de instancias de participación política y acción social elementales, para lo cual se requiere de tiempo, un mínimo de estabilidad, seguridad y normalidad.
De la conjunción de muchos factores y circunstancias, dependerá que se forme en Irak un liderazgo político y una vanguardia con suficiente arraigo popular y capacidad de convocatoria para encabezar una nueva lucha de liberación nacional.
La resistencia armada que, al menos en esta etapa es más eficiente mientras más clandestina sea, asume formas de lucha violentas y sumamente cruentas, aunque crea a los invasores una situación insostenible que los obliga a la búsqueda apresurada de alternativas para salirse del atolladero y, por su naturaleza, no aspira a constituirse en hecho de masas ni a suplantar las estructuras y métodos imprescindibles en la lucha política.
Como casi siempre ocurre el pensamiento maniqueo que sólo ve blanco o negro y omite los matices, yerra.
Se equivocan los ultra al estimar que a falta de un candidato de perfil progresista, los iraquíes debieron haberse quedado en su casa y se equivocan los funcionarios de la administración Bush y sus tanques pensantes, que por arrogantes y alejados de la vida real, carecen del entrenamiento y la visión necesaria para comprender la resistencia pasiva y la lucha de masas y son incapaces para decodificar el mensaje que le han enviado. Allí donde ellos ven respaldo tal vez dice: lárguense.
No sería la primera vez que un pueblo, sin concertarse, movido por instinto, utiliza el código de Fuenteovejuna, que en su tiempo resultó ininteligible para el poder y la arbitrariedad.
En muchas ocasiones, aunque la razón y la meta este en un extremo, la mayoría busca el centro para avanzar un trecho, aun cuando ello implique hacer concesiones, a veces importantes. Cualquier gobierno es mejor que el ocupante extranjero, entre otras cosas, porque los gobiernos van y vienen y un títere puede ser lo mismo pasado por las armas que por las urnas.
Las recientes elecciones se inscriben en el panorama político iraquí, sumamente complejo, entre otras cosas, por el peso que en el comportamiento político tienen la religión y los fenómenos étnicos y por la naturaleza misma del régimen de Saddan Hussein.
No debiera extrañar que los kurdos y los chiítas, con una dosis de oportunismo aprovechen la coyuntura. Los primeros para obtener un territorio en el cual reunificar una población de alrededor de 30 millones de personas, dispersas desde el siglo XI en más de diez países donde se les excluye, persigue y maltrata; mientras los chiítas que siendo el 60 % de la población nunca tuvieron participación en el gobierno, aspiren ahora a alguna migaja.
No obstante, nadie debe perder la oportunidad de no decir idioteces. Es de género tonto suponer que los chiítas y los kurdos aprecian o admiran a los gringos y mucho menos que están dispuestos a ser sus amanuenses.
A mi mismo me resulta difícil responder a la pregunta de: ¿Por qué votaron los iraquíes? Mas no tengo dudas y ser categórico al definir por quién no votaron.
No votaron por los ocupantes norteamericanos, contra su país ni contra ellos mismos.
Siempre hay más de un camino y más de una forma de luchar. Las elecciones son un capitulo. La historia está por escribirse.
Aquello es Babilonia. No os asombréis de nada.
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