El definir las políticas agroalimentarias para un país como el nuestro, latinoamericano, pasa por entender que en la actualidad las propuestas de hacer agricultura dependen de visiones diametralmente opuestas. Por un lado, tenemos la agricultura campesina familiar del pequeño y mediano productor, frente a la agricultura corporativa-rentista-industrial-transgénica. Esta última, desde los tiempos de la colonia y con sus relativos avances científicos y técnicos, progresivamente, ha venido desplazando a los pequeños productores.
La historia agraria de nuestra Patria Grande nos demuestra que las mejores tierras las han concentrado la razón de ser latifundista. Es sistemático encontrar a lo largo y ancho de Latinoamérica que esa expansión de tierras latifundistas en lugar de producir alimentos para las poblaciones locales, se convirtieron en extensas haciendas ganaderas o plantaciones dedicadas a la explotación de cultivos de alto valor mercantil.
Desde la mitad del siglo pasado todavía subyace entre los latifundistas y los productores de intensas y extensas escalas de producción, la relativa lógica de la competitividad, con la grata ilusión de consolidar un espacio en el mercado internacional.
Ley de rendimientos decrecientes
Esta lógica o racionalidad productiva de la agricultura corporativa, basada y sostenida en la renta, se ha amalgamado a los preceptos de las políticas económicas neoliberales engullidas por las perspectivas de la globalización, exigiendo un desarrollo científico-tecnológico agrícola-pecuario propio de las crecientes demandas por producir afanosamente alimentos para saciar las gulas agroalimentarias de las sociedades del alto consumo. Destinando sus excedentes de productos agrícolas subsidiados hacia las agriculturas de puertos en los países con problemas estructurales de producción de alimentos y severos padecimientos de hambre y pobreza como es el caso de Venezuela.
La agricultura rentista transgénica además de mantenernos dominados a su propio devenir económico-científico-tecnológico, no sólo nos sigue ocasionando severos e irreversibles daños al ambiente y a nuestra salud pública [1] también las tecnologías de dicha agricultura siguen causándole a sus grandes productores (incluimos, los Estados y Políticas Gubernamentales que la promueven) la disminución en la productividad y los rendimientos, producto de la aplicación de la Ley de Rendimientos Decrecientes, la cual implica, aumentar progresivamente cantidades de algunos insumos (agroquímicos-herbicidas u otros) pretendiendo incrementar los rendimientos y la productividad en los cultivos específicos en el sistema productivo.
En Venezuela en el Municipio Pedro Zaraza en el estado Guárico, 11.000 productores se quejan del rendimiento promedio de la cosecha de maíz. En el 2004, se ubica entre 800 y 1500 Kg/ha, no alcanzando los rendimientos necesarios de 2500kg/ha para cancelar los créditos y que les de alguna ganancia. En el café apenas llegamos a 12 quintales/ha, la caraota de Arauquita le cuesta sobre pasar los 700kg/ha; la papa andina, variedad Granola, en el 2003, presentó un rendimiento inferior del 16,4% al promedio del 2001, de 21467Kg/has. En algunos sectores del Sur del lago, los rendimientos de plátanos han disminuido en un 60% de un rango entre 6.000 a 21.000 Kg/ha/año. El arroz de Turén de 8000 kg/ha ya llega a la baja cifra de 1.800 kg/ha.
La sabiduría campesina nos dice que esta ley comienza a ejecutarse después de 3 a 4 años dependiendo de los cultivos como por ejemplo la caña de azúcar, algodón, sorgo entre otros. Es así como finalizan año tras año los cacareados planes de siembra de la IV y V Republica.
La ley en mención también se manifiesta en siembras de cultivos transgénicos, en países como Estados Unidos y Argentina. La productividad y los rendimientos se han vistos sustancialmente disminuidos en las cosechas de maíz y soya. Además del exceso de contaminación producidos por los agroquímicos-herbicidas acoplados a esta tecnología, no es verdad que los cultivos transgénicos reducen el consumo de herbicida, todo lo contrario, lo aumenta entre un 11% y 32%.
Agricultura de pequeños y medianos
El desplazamiento del latifundio incidió en que los pequeños y medianos productores se ubicaran en zonas marginales o frágiles para la producción. Tierras quebradizas de poca retención de materia orgánica, terrenos en pendientes, cuestas y zonas de difícil acceso y poca fertilidad de suelo con lluvias irregulares e inexistente riego, han sido los espacios en que los pequeños productores han levantado su producción. Además, estos productores siguen siendo víctimas de las políticas agrícolas nacionales y globales, las cuales no los toman en cuenta para ser incorporados a los procesos productivos.
A pesar de estas condiciones sociales y productivas los pequeños y medianos productores han logrado innovar y adaptar tecnologías sencillas, abiertas, blandas, ecológicamente, apropiadas a sus micro-regiones superando las limitaciones físico naturales propias de su región. Aunque ustedes no lo crean se ha dado un uso sustentable en los sistemas de producción, producto del orden establecido entre los componentes del sistema productivo, sus funciones y manejo. Al parecer se da un encuentro de las estrategias agroalimentarias definidas por los agricultores, propias de las distintas condiciones agroecológicas de las latitudes del trópico. Vale la pena que los centros de investigación, de producción de conocimientos y de diseño de políticas agrícolas venezolanas, evalúen dichos procesos productivos.
Corroborando lo anteriormente expuesto una publicación de la FAO (2002) sistematiza la mayor encuesta conocida sobre la agricultura sustentable considerando 45 proyectos en Latino América, 63 en Asia, 100 en África. En estos 208 proyectos/iniciativas, cerca de 8,98 millones de agricultores han adoptado las prácticas agroecológicas y los principios de la agricultura sustentable cubriendo 28,92 millones de hectáreas. Considerando que hay 960 millones de hectáreas bajo cultivo- cultivo arables y permanentes- en África, Asia y Latino América, la agricultura sustentable está presente en, por lo menos, 3% de esas tierras (las tierra arables comprendían 1.600 millones de hectáreas en 1995/1997, de las cuales 388 millones de hectáreas se encontraban en los países industrializados, 267 millones en los países en transición y 960 millones en los países en desarrollo, según la FAO, 2000).
Reflexiones por considerar
Los resultados precedidos nos evidencian que detrás de los mismos existe una racionalidad productiva sustantiva y técnica que produce y reproduce los vínculos sociales y operacionales entre los objetivos sociales y las bases materiales del desarrollo sustentable a través de medios y técnicas que orientan los procesos productivos.
Es social y económicamente significativo como los principios de la agricultura sustentable apoyados en sus técnicas agroecológicas, se han venido aplicando con eficiencia y eficacia entre ese gran número de pequeños productores. Técnicas como la aplicación de abonos verdes para regenerar y aumentar la fertilidad del suelo; la aplicación de cultivos de coberturas y barbechos, fajas de gramíneas, camellones de piedras, abonos de animales y usos de diferentes tipos de fertilizantes orgánicos, asociaciones, diversificación y rotación de cultivos, labranza mínima y cero; incorporación de sistemas de captación, conducción y cosecha de agua; conservación de microcuencas a través del uso múltiple de cultivos; las técnicas de campos elevados; el manejo biológico de plagas, cultivos intercalados, y cultivos trampas; colocación de cenizas, estiércoles, biofertilizantes, control del malezas por inundaciones, las prácticas agrosilvopastoril reproducción de entomófagos y entomopatógenos, entre otras técnicas.
Estos avances científicos y tecnológicos en área de la agricultura sustentable nos conllevan a varias reflexiones, entre las más connotadas sobresale; que las semillas de los cultivos transgénicos son totalmente desconocidas por los pequeños productores y técnicamente incompatibles con las prácticas agroecológicas y los principios de sustentabilidad.
Lo otro que desataca es, que si dichas técnicas agroecológicas aplicadas en frágiles agroecosistemas donde los mismos han sido recuperados y demuestran cómo se han rescatado, revalorado, redefinidos y redimensionados diversas estrategias agroalimentarias. ¿Qué sucede con nuestra dirigencia política agroalimentaria que no se arriesga en iniciar, en dar los pasos firmes para avanzar en la sustitución de los tantos insumos técnicos-tecnológicos que las agricultura corporativa-rentista nos demanda? Sobrados recursos económicos-financieros han tenido, tienen y tendrán.
De lo aprendido en el movimiento internacional agroecológico campesino, enérgicamente afirmamos que es perfectamente posible, casi en su totalidad, sustituir los insumos técnicos-tecnológicos que la agricultura rentista transgénica nos tiene sujetado. Exceptuando; las semillas campesinas que hacen la diferencia.
Este proceso de sustitución de técnicas y tecnologías pasa porque las facultades de Agronomía de los tecnológicos y universidades nacionales, ll Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas, el INCE, los Ministerios de Agricultura; Ambiente; Economía Popular; Ciencia y Tecnología y sus institutos de investigación, las organizaciones campesinas diversas y otras, con el firme propósito de revertir la pérdida de nuestra soberanía alimentaria y con coraje y disposición para el cambio, asuman acciones coordinadas y articuladas donde con seriedad, responsabilidad y constancia comiencen a introducir las nuevas prácticas científicas, derivadas de nuestros saberes ancestrales; a acelerar los apropiados cambios en los procesos de formación y lograr una mejor cooperación entre los agricultores productores dentro y entre las comunidades.
Se trata de darle el verdadero grado de acción que la endogeneidad como propuesta revolucionaria bolivariana nos está demandando para dar el gran salto por y para la verdadera transformación del campo venezolano.
[1] Ver Question Año 3, número 31
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