Ahí donde está tu riqueza, está también tu corazón. Nuestros ojos dan vueltas sobre las cantidades del presupuesto federal de EEUU, demasiado grandes para comprenderlas: un presupuesto anual de 2,5 billones de dólares, un déficit de 427 billones de dólares, un gasto militar de más de 500.000 millones de dólares en un año.
Pero bajo los números subyacen interrogantes acerca de qué es lo que valoramos, qué tipo de sociedad somos y cuáles son nuestras prioridades. Y en este aspecto, el presupuesto que Bush ha presentado ante el Congreso es tan vergonzoso en sus prioridades como desvergonzado en su falta de honestidad. Es el presidente más antiderechos civiles, antisindical y antipobres en 75 años. Es la antítesis de todo lo que simbolizaban Martin Luther King Jr. y Lyndon Johnson hace 40 años.
Ningún presupuesto surge del vacío. Sus prioridades deben estar de alguna manera relacionadas con los retos a los que se enfrenta el país. Durante los últimos cuatro años, en EEUU la pobreza ha aumentado en un 14%. Hoy, uno de cada ocho estadounidenses viven en la pobreza; uno de cada cinco niños. El número de norteamericanos sin seguro de enfermedad —más de 45 millones, y en alza— ha batido un nuevo récord. Cada día son más los que pasan hambre.
La vivienda a un precio asequible está fuera del alcance de cada vez más trabajadores. Los más pobres van cayendo por debajo del umbral de la pobreza mientras los más ricos obtienen cantidades mayores de la renta y la riqueza nacional.
Ahora debemos afrontar un déficit récord. La reducción de la presión fiscal de Bush —ante todo para los ricos— ha ocasionado aproximadamente la mitad de dicho déficit. El aumento del gasto en la guerra, el Ejército y la seguridad nacional ha originado más de una tercera parte del déficit. Todo el gasto para ayudas sociales y programas nacionales supone un 15%.
Esencialmente, el presupuesto de Bush pide a los estadounidenses más pobres y débiles que sigan pagando el coste de sus reducciones tributarias a los más acaudalados. Demanda la ampliación permanente de las reducciones de impuestos, ampliando incluso las lagunas de la ley tributaria que sólo benefician a los muy ricos. Los ricos no correrán con carga alguna. Bajo el mandato de Bush, EEUU va a dedicar aproximadamente tanto dinero a su Ejército como el conjunto del resto del mundo. Nuestro presupuesto para el Pentágono va a ser superior a la integridad de la economía de Rusia.
Los pobres, los débiles, los vulnerables y los jóvenes serán quienes soporten las mayores cargas para pagar la reducción de la presión fiscal de Bush a los sectores de mayor poder adquisitivo. Se reducirán las ayudas para la vivienda a las familias trabajadoras pobres. Incluso Start, el programa de alfabetización para los niños más necesitados, será eliminado. Se reducirán las ayudas para la calefacción doméstica de los ancianos vulnerables.
Los veteranos tendrán que pagar una "cuota de usuario" de 250 dólares si quieren utilizar la asistencia sanitaria. Los vales para alimentos se reducirán en más de 1.000 millones de dólares en cinco años. La atención médica para los pobres, los discapacitados, los ancianos y los jóvenes —Medicaid— sufrirá un recorte drástico de 44.000 millones de dólares a lo largo de 10 años.
La Administración es comprensiblemente sensible a esta realidad.
Como los fariseos sobre los que advierte la Biblia, sus portavoces pretenden que, como ha dicho el vicepresidente Cheney, "no se les está dando la espalda a los pobres". No, les están pisando el cuello.
Las inmorales prioridades de este presupuesto se reflejan en la insensible deshonestidad que lo envuelve. El presidente insiste en que todos estos sacrificios son necesarios para reducir el déficit a la mitad en cinco años. Pero en el presupuesto no incluye su principal iniciativa en política exterior, las guerras en Irak y Afganistán (a unos 100.000 millones de dólares por año), ni su principal iniciativa en política interior, la privatización de la Seguridad Social, que requerirá 4,5 billones de dólares en 20 años para empezar. Y no incluye el coste que comportará que su reducción de la presión fiscal sea permanente. Los pobres serán pisoteados, pero los déficits seguirán creciendo.
Ésta era, desde el primer momento, la estrategia manifiesta de los fanáticos de la derecha como Grover Norquist. Reducción de la presión fiscal para los más adinerados. Hacer subir los déficits. Obligar a los pobres y a los trabajadores a pagar las reducciones de impuestos con recortes de los programas vitales. Ocultar estas realidades tras un velo de retórica moralista. A un árbol no hay que juzgarlo, dice la Biblia, por la corteza que lo envuelve sino por el fruto que da.
Desde este punto de vista, tiemblo por mi país si el Congreso acepta el presupuesto de Bush.
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