Durante las ceremonias de toma de posesión del nuevo presidente uruguayo, Tabaré Vázquez, pudo advertirse entre los asistentes a un complacido Mario Benedetti. Es comprensible: El histórico triunfo de Tabaré Vázquez abre una etapa de cambios y esperanzas. Es un eslabón más enana cadena de transformaciones cuya enumeración va siendo estimulante: Chávez, Lula, Kirchner.
Con tres millones y medio de habitantes, Uruguay emerge de una profunda crisis económica causada por el desgobierno del incapaz Jorge Batlle. El peso fue devaluado, muchas fábricas cerraron, los bancos quebraron y el capital inversionista huyó. Aunque la tasa oficial de desempleo es del 13.6% en realidad asciende, en algunas zonas al 40%. La deuda pública se remonta al 110% del producto interno bruto, la inflación aumenta hasta el 40%. Un tercio de la población urbana vive en el umbral de la pobreza. El 20% de los niños no asiste a la escuela. El consumo de drogas, el aumento de la mortalidad infantil, la desnutrición y el incremento de la criminalidad son otros saldos adversos del régimen de Batlle.
El triunfo de Tabaré concluye la alternancia en el poder de los partidos Blanco y Colorado, dos caras de la misma moneda, del peor conservadurismo. Ese fue el escenario que condujo al golpe de los militares en 1976, al gobierno de los catorce generales, a la lucha heroica de los Tupamaros, a la represión brutal encabezada por el verdugo de la CIA, Dan Mitrione y a la clausura del periódico Marcha.
Mario Benedetti ha venido denunciando esta situación desde hace años. Ha dicho que en América Latina siempre han existido autores de filo único y de doble filo, siendo estos últimos los que remueven la conciencia de sus lectores. Ese es el tipo de escritor que comparte lo que decía Rodó a Unamuno: "Luchamos por poner ideas en circulación"; ése es el paradigma intelectual que encarna Benedetti: un escritor de doble filo, un escritor de esta época que exige de sus hombres de letras una ubicación por encima de los políticos profesionales que han perdido su autoridad moral.
Ante la crisis social de América Latina, agudizada en la década del sesenta por los enfrentamientos y definiciones a que obligaron aquellos tiempos, Benedetti fue de los que afirmó que concluían los años del escritor puro. Ya en su primera obra importante de narrativa, "Montevideanos", caracterizó la rutina cotidiana del burócrata, su frustración perspectiva, que no era otra que la de todo Uruguay. Usando el microcosmos de la oficina, del negocito, de las apetencias tronchadas de la pequeña burguesía. Benedetti demolió la falacia de los lemas que en aquellos años mostraban al Uruguay como "La Suiza de América" o que proclamaban "Como el Uruguay no hay".
Benedetti afirmó, en uno de sus ensayos, que Uruguay era la única oficina del mundo que había alcanzado la categoría de república. Esa misma atmósfera asfixiante puede hallarse en su novela "La tregua" donde un hombre de mediana edad, abrumado ante el escritorio de un oficio, con expedientes, tinteros y planillas, donde todos vegetan confusos y abúlicos, como en una trampa, destruye con su timidez la posibilidad de emanciparse mediante una pasión.
Benedetti ha sabido asimilar las crisis y tensiones del prójimo, reflejando con excelencia artística la realidad de su país. El propio autor ha confesado que el libro que más le interesa de su obra prolífica es "El país de la cola de paja", un ensayo donde medita amargamente sobre el Uruguay de la década de los años cincuenta, cuando la gente temía comprometerse por el mejoramiento del destino patrio.
Esa pesadilla ha quedado atrás.
El país respira libre de ataduras y de sometimientos vergonzosos como la supeditación servil adonde le condujo el fantoche de Batlle. El triunfo del Frente Amplio y de Tabaré abre perspectivas. Con Tabaré ya Uruguay no tendrá cola de paja sino plumaje de águila. Ya lo demostró con sus primeras medidas, con su coraje al restablecer las relaciones con Cuba, con el anuncio de una nueva conducta política ajena a los decretos del imperio.
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