Ya que en su primer periodo no pudo intimidar a Europa, George W. Bush ha decidido intentar otra táctica. Primero Condoleezza Rice, luego Donald Rumsfeld y después Bush mismo viajaron a Europa en una ofensiva de encanto. Los tres dijeron en esencia las mismas tres cosas: olvidemos nuestros pleitos acerca de Irak; Estados Unidos considera a Europa su aliada; discutamos qué quiere Estados Unidos ahora y qué podemos hacer juntos. Pero añadieron todos un cuarto propósito: si los europeos no están de acuerdo, Estados Unidos seguirá haciendo lo que quiera. Durante una conferencia de prensa, el presidente estadounidense abordó el debate con los europeos en torno a Irán y dijo: “La noción de que Estados Unidos está a punto de invadir Irán es simplemente ridícula. Habiendo dicho eso, todas las opciones están sobre la mesa”.
La lista de asuntos en que disienten de modo importante Estados Unidos y Europa impresiona por su longitud: la guerra de Irak y las actuales relaciones con el régimen iraquí; el trato a los prisioneros en Guantánamo; la política que debe impulsarse en Israel-Palestina; cómo manejar el asunto de la proliferación nuclear en Irán y Corea del Norte; mantener o no un embargo de armas en China; el embargo a Cuba; si la Organización del Tratado del Atlántico Norte debe continuar siendo la principal estructura en donde ocurran las relaciones Estados Unidos-Europa, en vez de que Estados Unidos trate con la Unión Europea; cuál debe ser el sistema navegacional por satélite, ¿Galileo o GPS?; la urgencia impuesta por el cambio climático y el Protocolo de Kyoto; el respaldo a la Corte Internacional de Justicia; las quejas (y amenazas y represalias) recíprocas acerca de los subsidios industriales; las modificaciones genéticas de semillas agrícolas; la rivalidad entre Boeing y Airbus; y, por último pero no menor en importancia, el surgimiento del euro como divisa con potencial de ser reserva mundial.
Hay muchas cosas que resaltar en esta lista. Incluye prácticamente todo los asuntos geopolíticos importantes en lo inmediato. Incluye un buen número de aspectos centrales de la economía-mundo. Casi todos son puntos en que el desacuerdo se remonta a muchos años. Son puntos en los que la divergencia es grande. Son puntos muy sentidos por ambas partes, y sobre los cuales es muy difícil hacer espacio para un arreglo. Y una última cuestión que hay que resaltar. Si uno pregunta cuál es la posición de Rusia sobre estos asuntos, en la mayoría de los casos Moscú asume la misma posición que Europa.
¿Entonces en qué sentido puede uno decir que Estados Unidos y Europa continúan siendo aliados? Bueno, comparten algunos importantes intereses en común. Ambos son centros principales de acumulación de capital. Ambos se preocupan por mantener la estabilidad de la economía-mundo. Ambos son precavidos acerca de las demandas de países del sur en las negociaciones Norte-Sur dentro del contexto de la Organización Mundial de Comercio. En suma, ninguno quiere una transformación radical del sistema-mundo en que vivimos. Estas preocupaciones fueron la base de la alianza histórica entre Estados Unidos y Europa y no han desaparecido. Así que podría argumentarse que cualquier desacuerdo es simplemente una discusión relativa a lo estratégico, donde ambos bandos comparten objetivos comunes. Y, en cierto sentido, es esto lo que los líderes europeos vienen arguyendo de un tiempo para acá. Pero no parece que hayan persuadido a Estados Unidos, que no suele debatir de estrategia con sus aliados. Está acostumbrado a decidir su estrategia y discutir meramente aspectos marginales de táctica con aliados a los que consideraba seguidores leales y no verdaderos aliados.
La combinación de declive económico en Estados Unidos, el fin de la guerra fría y el fiasco en Irak minaron el poder de negociación de Washington. El gobierno de Bush todavía no puede creer que algo así ocurriera. La ofensiva de encanto fue sólo eso: palabras dulces. Un prominente observador lo vio con claridad. William Cohen, antiguo senador republicano por Maine, de mucho tiempo, y secretario de la Defensa en el gobierno de Bill Clinton, asistió a una de las tantas ocasiones en que Estados Unidos promovía su nueva línea en Europa, y dijo: “El tono era diferente, pero la tonada es la misma”. Tampoco se engañan los europeos. El presidente francés, Jacques Chirac, le sonrió con recato a Bush y aceptó una de las demandas importantes de Estados Unidos, aquella de que los militares que entrenan a las fuerzas iraquíes estuvieran bajo el comando de la OTAN: Francia designó a un oficial para esta tarea. El mandatario ruso, Vladimir Putin, respondió al gentil regaño de Bush confirmando el compromiso de su país con proporcionar material nuclear enriquecido a Irán y brindándole cohetes tierra-aire a Siria.
En septiembre de 2004, escribí un comentario titulado “¿Ni temido ni querido?”, donde sugería que Estados Unidos tal vez tenga que negociar realistamente sin disponer de ninguna de estas ventajas. Me da gusto informar que este tema fue abordado ahora por una de las revistas establecidas en Estados Unidos, Time Magazine. En su número del 21 de febrero de 2005, Tony Karon escribe: “la realidad es que el gobierno del presidente Bush no es ni querido ni temido por crecientes sectores de la comunidad internacional; lo que ocurre, más y más, es que simplemente lo ignoran”.
Ni Europa ni Rusia o para el caso China pretenden involucrarse en luchas sangrientas con Estados Unidos. Pero ninguno de ellos desea conceder asideros importantes a las bizarras posiciones de Estados Unidos. Europa se asienta en una posición de cuasi aliado, un primo indulgente que anima a Estados Unidos cuando es debido pero lo ignora casi todo el tiempo. Estados Unidos debe decidir si reaccionará con petulancia (y peligrosamente) atacando para demostrar que sigue teniendo peligrosos juguetes militares, si se replegará dentro de un caparazón o si considerará con madurez cuáles son las opciones reales para el siglo XXI.
Con George W. Bush en el gobierno, yo no le apostaría a que Estados Unidos asuma la última opción.
LA JORNADA
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