Muchos pueblos y nacionales musulmanes de la Rusia soviética lucharon valientemente contra el invasor nazi durante la Segunda Guerra Mundial en el Ejército Rojo. Crónicas históricas de estas hazañas.
A comienzos de mayo, en todas las mezquitas de Rusia se dedican solemnes prédicas al 60 aniversario de la Victoria sobre el nazismo. «Todos nosotros conmemoramos a nuestros seres queridos que peleaban en los frentes de la Gran Guerra Patria o trabajaban en la retaguardia», dice Radik Amirov, jefe de la oficina de prensa de la Dirección de los Musulmanes de la Parte Europea de Rusia.
La Gran Guerra Patria ( 22 de junio de 1941 - 9 de mayo de 1945) formó parte de la Segunda Guerra Mundial. El abuelo de Radik, Abdullah Amirov, desapareció en esa guerra en otoño de 1941. Quedaron sin padre cuatro hijos, el menor de los cuales tenía un año de edad. «El abuelo no quiso evadir el servicio militar, porque la defensa de la Patria es un deber sagrado de todo hombre musulmán», dice Radik Amirov.
Durante un largo tiempo la familia sólo sabía de un paisano - quien lo vio con sus propios ojos, pero no pudo ayudar en nada - que Amirov fue gravemente herido. Las tropas soviéticas retrocedían hacia el interior del país bajo atroces ataques de la artillería enemiga.
Los datos sobre quienes habían perecido en aquel combate fueron entregados solamente hace poco a Rusia de un archivo alemán. Sólo en vísperas del 60 aniversario de la Victoria, los Amirov supieron dónde está enterrado su pariente, y el 9 de mayo irán a visitar su tumba.
Los nazis agredieron a la Unión Soviética el 22 de junio de 1941, asestando uno de sus primeros golpes contra la fortaleza de Brest, que se encontraba cerca de la frontera y opuso una eficaz resistencia. Allí combatieron representantes de 30 nacionalidades de la URSS, que supieron mantenerse durante casi un mes. En ese tiempo los alemanes ya se apoderaron de una considerable parte del territorio soviético.
A uno de los defensores de la fortaleza, el tártaro Piotr Gavrilov, le fue otorgado el título de Héroe de la Unión Soviética, la más alta distinción militar. Junto con él combatían muchos inguches y chechenos. Poco antes de comenzar la guerra, a Brest fue enviado un batallón integrado por jóvenes procedentes del Cáucaso del Norte. Muchos de ellos perecieron, algunos cayeron prisioneros.
Pasados 40 años después del fin de la guerra, el checheno Eki Uzuev se dirigió a Brest para aclarar el destino de sus hermanos mayores. El director del museo "La fortaleza de Brest" le dijo: «Su hermano Magomed Uzuev murió como un héroe, su nombre está grabado en la estela conmemorativa del 333 regimiento de fusileros. De su segundo hermano, Visait, no disponemos de ninguna información, lamentablemente». Eki llevó esa noticia a su poblado, donde a Magomed lo estuvo esperando durante 40 años su novia.
Con la defensa de la fortaleza están relacionadas muchas leyendas. Una trata del último de sus defensores. Su nombre se ignoraba durante mucho tiempo. Hace poco, en Ingushia fueron publicadas las memorias de Stankus Antanas, un lituano que era oficial de la SS. En julio de 1941, su regimiento recibió la orden de liquidar a los pocos soldados del Ejército Rojo que quedaban en la fortaleza.
Cuando se creó que ya ninguno de ellos estaba con vida, y un general de la SS hizo formarse en la plaza a los soldados para entregarles condecoraciones por la toma de la fortaleza, de una de las casamatas subterráneas salió un oficial del Ejército Rojo, alto y gallardo.
«Estaba ciego a causa de una herida y caminaba con el brazo izquierdo extendido y puesto el derecho sobre la pistolera. Su uniforme estaba roto, pero él avanzaba por la plaza con aire de orgullo.
Los alemanes lo contemplaban petrificados. Al llegar al borde de un embudo dejado por proyectil, él se paró y se volvió de cara al Oeste. El general de repente dirigió saludo militar a este último defensor de la fortaleza de Brest, e inmediatamente lo siguieron los demás oficiales de la división. El ruso sacó la pistola y se pegó un tiro contra la sien, cayendo de cara a Alemania. Un suspiro recorrió la plaza. Lo contemplábamos pasmados, admirando la valentía de aquel hombre», escribe Antanas.
En sus documentos figura el apellido de Barjanoev. Pasados decenios se pudo averiguar que se trataba de Umatguirey Barjanoev, oriundo del poblado checheno de Yandare.
Las causas por las que los nombres de muchos héroes se llegan a conocer sólo actualmente consisten en que en 1944 los pueblos checheno, inguche y otros fueron sometidos a represiones y deportados a Siberia o Asia Central. Durante largos años no se mencionaba lo que hicieron por la Victoria representantes de esas nacionalidades. Es de señalar que hubo traidores entre muchos pueblos, incluido el ruso. El tema de quién y por qué razones aceptaba combatir del lado de los nazis después de haber caído prisionero no está estudiado cabalmente hasta hoy día. Pero todo ello no justifica la deportación ni la humillación de aquellos hombres que lucharon heroicamente contra el nazismo.
La mayoría de los representantes de los pueblos sometidos a represiones fueron revocados de los frentes y privados de las condecoraciones y los grados militares recibidos. En total, dentro de los desplazados se vieron 5943 oficiales, 20209 sargentos y 130691 soldados rasos.
Para seguir permaneciendo en las filas, muchos indicaban otra nacionalidad en los documentos. Sabiendo que a los inguches y los chechenos no les daban condecoraciones, algunos de los jefes militares también les indicaban otra nacionalidad al nominarlos. Por ejemplo, 46 inguches fueron nominados al título de Héroe de la Unión Soviética. Pero lo recibieron sólo tres de ellos, además al cabo de 50 años solamente.
El checheno Movlid Visaitov recorrió los caminos de guerra del Terek al Elba, tuvo bajo su mando el 255 regimiento especial de caballería checheno-inguche y el 28 regimiento de guardia. Fue el primero entre los oficiales soviéticos en apretar la mano en el Elba al general Bolling, comandante de las unidades de vanguardia estadounidenses. Figuró entre un reducido número de los oficiales soviéticos que recibieron una de las más altas condecoraciones estadounidenses: la Orden de la Legión del Honor.
Cuando en un local entraba un caballero de esa orden, tenían que levantarse y saludarlo de pie todos los estadounidenses, incluido el presidente de EE UU. Al final de la guerra, Visaitov fue nominado a recibir el título de Héroe de la Unión Soviética, pero a causa de su nacionalidad éste no le fue otorgado. La justicia se impuso sólo en 1990, cuando él ya no estaba entre los vivos.
Durante la guerra, a la gente sencilla no le importaba la nacionalidad de las personas que la rodeaban. Una mujer ucraniana, Galia, cuidó de Visaitov después de haber quedado él gravemente herido cerca de Taganrog. Él la halló después de terminada la guerra, y las dos familias -la chechena y la ucraniana - mantenían amistad hasta la muerte de Movlid.
Musulmanes soviéticos salvaban durante la guerra a sus compatriotas judíos y gitanos, los que, según las órdenes nazis tenían que ser exterminados. «Al caer prisioneros junto con unos judíos y gitanos, los oficiales musulmanes los hacían pasar por los "suyos": tártaros, azerbaiyanos, chechenos, etc. También en las zonas ocupadas salvaban a los judíos. En un poblado bielorruso, una tártara escondió a dos judíos que se habían fugado de los alemanes. Ella no los entregó ni cuando los nazis entraron en su casa, y al irse éstos, les indicó un camino seguro entre la ciénaga, para que ellos pudiesen llegar allá donde se encontraban unidades soviéticas", refiere Radik Amirov. "Tales historias nos unen a todos en las épocas difíciles para el país», dice él.
Es imposible saber hoy día cuántos musulmanes en total pelearon en los frentes de la Gran Guerra Patria. Nadie se dedicaba a reunir tales datos estadísticos. Eran centenares de miles. Sólo en Rusia viven cerca de 40 etnias que profesan el Islamismo. Hay que añadir a ello a los musulmanes de las ex repúblicas soviéticas. Y cuando hoy día los pueblos intentan calcular a sus héroes, no resulta fácil reunir los datos. La única institución que sería capaz de hacerlo son las Direcciones Religiosas de los Musulmanes. Pero éstas dicen: No queremos dedicarnos a la repartición de la Victoria, ésta fue una para todos los pueblos de la Unión Soviética. Y tienen razón al afirmarlo.
Pero pese a ello conviene aducir ciertos datos. Solamente por la liberación de Bielorrusia, fue concedido el alto título de Héroe de la Unión Soviética a unos 130 musulmanes, entre los que también hubo tártaros. En total, durante la guerra lo recibieron unos 170 tártaros, ocupando el cuarto lugar, después de los rusos, los ucranios y los bielorrusos. Los aviadores Musa Gareev y Talgat Biguildinov (éste último era hijo de los pueblos tártaro y kazajo) llegaron a ser dos veces Héroes de la Unión Soviética.
Este título fue otorgado póstumamente a Alexander Matrosov. El 23 de febrero de 1943, en el momento decisivo de un combate, él topó con su cuerpo un punto de fuego del adversario. Al sacrificar su vida, Alexander, de 19 años de edad, salvó las de decenas de sus compañeros. Todo el mundo en la URSS conocía el apellido de él. Pero hace poco se averiguó que Matrosov no era su apellido verdadero. En realidad él se llamaba Shakir Muhametjanov, nació en Bashkiria, en una familia tártara. Siendo pequeño, perdió a los padres, y cuando lo mandaron a un hogar infantil, se inscribió con otro nombre y apellido, para no distinguirse entre otros chicos.
El checheno Khanpashi Nuradilov pereció en la batalla de Stalingrado en 1942. He aquí lo que decía una octavilla sobre la proeza realizada por él:
«Un hércules, un águila, un paladín: es así como se debe llamar al ametrallador Khanpashi Nuradilov, nuestro heroico sargento. De su ametralladora él mató a 920 nazis, se apoderó de 7 ametralladoras del adversario, tomó prisioneros a 12 alemanes. El héroe pereció como un paladín de su entrañable Patria. El Gobierno distinguió con las órdenes de la Bandera Roja y la Estrella Roja los méritos combativos del héroe».
La batalla de Stalingrado llegó a ser momento crucial en la historia de la Gran Guerra Patria y la Segunda Guerra Mundial, duró 200 días: desde julio de 1942 hasta febrero de 1943. Los nazis perdieron durante esa batalla cerca de 1,5 millones de soldados y oficiales, o el 25 por ciento de todos sus efectivos que actuaban en el frente soviético-alemán. Las bajas del Ejército Rojo sumaron
1 millón 130 mil soldados y oficiales, incluidos 480 mil muertos. Entre quienes quedaron por siempre en la tierra de Stalingrado se encuentra también el abuelo del presidente de la Dirección Religiosa de los Musulmanes de la Parte Europea de Rusia, el mufti jeque Ravil Gainutdin.
Muchos musulmanes perecieron en los combates por liberación de Leningrado. El sitio a la ciudad duró 900 días. Centenares de miles de sus habitantes murieron de hambre y bombardeos. Pero hasta el final procuraban conservar la presencia de ánimo. En la ciudad, que a diario sufría ataques de artillería, se daban espectáculos y conciertos. En 1941, allí fueron organizadas unas conferencias con motivo del natalicio del poeta azerbaiyano Nizami, que vivió en el siglo XII.
Los musulmanes combatían en todos los frentes de la Gran Guerra Patria, los hubo también entre grupos de reconocimiento y destacamentos guerrilleros. En 1942 fue formado uno de caballería inguche al mando de Tousi Shadiev. Más tarde, en 1943, ese destacamento guerrillero llegó a formar parte de la división especial checheno-inguche.
Musa Jalil, presidente de la Unión de Escritores de Tartaria, dio una muestra de valentía, al caer prisionero siendo herido en 1942. Él supo organizar un grupo clandestino que desplegó la labor propagandística en las legiones que se formaban de prisioneros de guerra para combatir contra el Ejército Rojo. Como resultado de su actividad, ya la primera legión enviada al frente se puso del lado de las tropas soviéticas.
El grupo de Jalil empezó a preparar una sublevación general de prisioneros de guerra. Pero los nazis dieron con la pista del grupo clandestino y arrestaron a todos sus miembros. En la cárcel de Moabit Musa Jalil escribió sus últimas poesías. Él y los miembros de su grupo, incluido el famoso escritor tártaro Abdullah Alish, fueron ejecutados. Los cuadernos de Moabit fueron conservados por otros reclusos que quedaron con vida. En 1968, en la URSS fue rodada una película sobre la hazaña de Musa Jalil.
Quienes permanecían en la retaguardia también hacían un sustancial aporte a la Victoria. Durante la guerra, en todas las mezquitas se recolectaban dinero, ropa y víveres para mandarlos al frente y prestar ayuda a las familias de los combatientes. En 1943, el entonces mufti de la Dirección Religiosa de los Musulmanes de la Parte Europea de la URSS y Siberia, Gabdurahman Rasulev, le dirigió a Stalin una carta con aseveraciones del apoyo al Ejército Rojo y los recursos reunidos por los musulmanes para la construcción de una columna de carros blindados.
Sucedió que una parte considerable del territorio soviético donde por tradición viven los musulmanes no fue ocupado. Precisamente allá se evacuaba la gente de todo el país, allí fueron concentradas las más importantes empresas industriales que fabricaban armas para el frente, allí se recolectaba la cosecha. En las fábricas y el campo trabajan fundamentalmente mujeres.
En el frente también había mujeres musulmanas, muchas eran médicas o enfermeras, sacaban a heridos de la línea delantera bajo lluvia del fuego. Algunas combatían al lado de los hombres. La inguche Lala Ujahova se fue a la guerra como una voluntaria. Durante cuatro años sirvió de apuntadora y más tarde de comandante de una pieza de artillería. La tártara Marguba Sirtlanova realizó más de 780 vuelos de combate en un bombardero nocturno.
Es infinita la lista de los héroes que combatieron en los frentes o trabajaron en la retaguardia. Muchos de ellos no recibieron condecoraciones, pero todos los ciudadanos de Rusia y de otros países de la CEI los recuerdan a todos hoy día, indistintamente de la nacionalidad o la creencia religiosa de ellos.
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