En estos tiempos de desencanto con la política y los políticos, vale la pena prestar atención a la voz de un hombre que estuvo en el fondo del pozo, vio el infierno de cerca, conversó con las ranas y las hormigas y se mantuvo vivo.
Montevideo. La política anda en baja. Hace algún tiempo. El sentido común acostumbra a asociarla a las prácticas de pragmatismo, oportunismo. Los medios de comunicación reflejan y refuerzan esta percepción, destacando las peripecias de nuestros parlamentarios y gobernantes. La reciente elección en Brasil de Severino Cavalcanti para la presidencia de la Cámara de Diputados y su escandalosa propuesta de aprobar inmediatamente un nuevo aumento de salarios para los parlamentarios, es apenas un capítulo más de esta historia. La izquierda tuvo siempre un compromiso histórico programático con otro tipo de prácticas políticas.
Cuando tuvo la oportunidad de llegar al poder, muchas veces este compromiso se reveló frágil, sucumbiendo a las prácticas que pretendía combatir. En honor a la verdad hay que decir que muchos políticos conservadores mostraron (y todavía muestran) más coherencia y decencia que muchos políticos de izquierda, quienes una vez que ocupan un espacio de poder, sufren una metamorfosis y se transforman en figuras tradicionales, encarnando los vicios que deberían combatir.
Hasta ahora, el gobierno de Lula no ayudó mucho a alterar este cuadro, acumulando un peso adicional para la izquierda. Ha crecido la peligrosa percepción de que los políticos son todos iguales, sean de derecha, centro o izquierda. Y esta percepción es peligrosa, sobre todo porque representa una amenaza concreta a la democracia y a la idea de república. Si los políticos y los partidos son todos iguales, poco importa quien esté en el poder, o sea que en última instancia poco importa que existan diferentes partidos.
Hay además un peligro adicional, específicamente para la izquierda, que es el de la deslegitimación de las banderas históricas que apuntan a la necesidad de construir una sociedad dónde el lucro y el mercado no tengan el estatuto de divinidades. Y esto en un momento dónde el mundo camina peligrosamente hacia las sombras, sea por la militarización de la agenda política de las naciones, sea por la destrucción creciente del medio ambiente o por la proliferación de un modo de vida donde la idea de ciudadanía es devorada por la idea de consumo, dónde la mercantilización alucinada de nuestros días transforma la vida, cada vez más, en una banalidad desechable.
Por eso, cuando encontramos un político, cuya vida está marcada por la coherencia entre sus ideas, su lucha cotidiana y su forma de vida, esta voz merece ser oída con atención especial. Porque estas figuras están amenazadas de extinción, porque el proceso de mercantilización descrito arrastra también la política a un rasero común, dónde todos los gatos son pardos y dónde la propia forma de representación es transformada también en mercadería.
El uruguayo José Pepe Mujica, de 69 años, es una de esas voces que merecen y deben ser oídas por todos aquellos que todavía creen que la política es una condición de sentido para la vida en común. Mujica fue uno de los líderes de la guerrilla tupamara que se alzó en armas contra la dictadura que gobernó el Uruguay de 1973 a 1985. Junto a los principales dirigentes tupamaros estuvo más de doce años preso en cuarteles uruguayos. Descendió al fondo del pozo, literalmente.
Fue parte de un grupo conocido como «los rehenes». Los miembros de este grupo fueron sometidos a un régimen de destrucción física, moral y mental, que incluyó dos años de encarcelamiento en el fondo de un pozo (aljibe). Fueron prácticamente enterrados vivos. Aislamiento total.
En este período aprendió a conversar con las ranas, a oír el grito de las hormigas y a galopar hacia adentro de sí mismo, como una forma de no enloquecer. Sobrevivió. Salió de la prisión con su compañera de vida y de lucha, Lucía Topolanski. Fueron a vivir a un pequeño sitio en las afueras de Montevideo, dónde viven hasta hoy en un régimen de comuna, con un pequeño grupo de otras familias. En las elecciones del 2004 Mujica se transformó en una de las figuras más poderosas del Uruguay. Senador más votado, fue escogido para asumir el ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca.
Y mantuvo su misma forma de vida. Pepe Mujica contó un poco de esa historia y expuso algunas de sus ideas para ayudar a reconstruir el país. Lo más significativo de esta entrevista es la ejemplaridad que revela. Un ejemplo de que la política no es necesariamente el reino de la incoherencia, del pragmatismo y del individualismo. Un ejemplo de que las cosas pueden ser diferentes. En estos tiempos de desencanto con la política y con los políticos, vale la pena destacar algunas lecciones de un hombre que estuvo en el fondo del pozo, que vio el infierno de cerca y que salió de ahí fortalecido, otra vez hacia la vida.
Las palabras reproducidas a continuación fueron sacadas de la entrevista mencionada y de otras conversaciones que él tuvo con periodistas uruguayos. Ellas tienen un valor especial para la izquierda brasileña que atraviesa un momento de duda y perplejidad con los rumbos del gobierno de Lula. Tiene además y sobretodo un valor para todos aquellos que creen que la política es indisociable de la vida y que si las cosas van mal en la política es porque algo va errado también en la vida. Son entonces palabras programáticas, para la política y la vida.
Trabajo y valor: El problema central que necesitamos resolver es el trabajo, un problema de estabilidad fundamental. Si no resolvemos este problema fracasaremos. Nuestro problema es generar trabajo, pero trabajo auténtico, que genere algún valor, que tenga un mínimo de productividad y que agregue algún tipo de conocimiento. No se trata de quedarse abriendo huecos, empleando algunas personas para abrirlos y otras para cerrarlos. Para enfrentar este tema tenemos que utilizar todos los instrumentos que estén a nuestro alcance, aprovechando los mecanismos más heterodoxos que existan.
Conocimiento, la gran batalla: Lo que más me asusta en verdad es la desventaja tecnológica que sufrimos (los países de América Latina). El recurso más inagotable es la inteligencia. La gran batalla que tenemos que enfrentar no es la batalla por la propiedad, sino la de la propiedad de la inteligencia. Se trata de una batalla en el campo de la universidad, en el campo del conocimiento, de la generación de conocimiento y tecnología. Si no conseguimos liberarnos en esta área, estamos errados. Podremos andar de alpargatas, con la ropa remendada, lo que necesitamos en meter cosas en la cabeza. O hacemos eso o fracasamos. Es preferible que nuestros hijos vivan con ciertas dificultades materiales, pero que tengan la ventaja en la cabeza, en el conocimiento.
La cuestión de la deuda:Estamos amarrados por el problema de la deuda. Yo me veo viejo, gritando contra el Fondo Monetario Internacional. Pero esto no cambia nada. La gente grita, pero el fondo continúa igual, sigue ahí. Lo que es preciso cambiar es nuestra actitud. A mí nunca me colocaron una ’45 en la cabeza para obligarme a pedir dinero prestado. Y ellos generosamente nos prestan. No podemos cambiar el mundo con gritos, lo que es preciso cambiar en primer lugar es nuestra conducta. El día que aprendamos a vivir con lo que tenemos, seremos libres.
El proyecto de socialismo:Creo que el socialismo es como una necesidad de carácter histórico. Si esto no ocurre pienso que el mundo camina hacia su destrucción. En este momento histórico estamos trabajando dentro de las leyes del sistema capitalista. Vamos a pedirles a los burgueses que trabajen, no que sean socialistas. Queremos que trabajen, inviertan y se endeuden menos. No les vamos a pedir lo que no pueden dar. Como dije, creo que se trata de una necesidad histórica, pero no creo que se pueda crear una sociedad mejor con una población analfabeta, o casi analfabeta, embrutecida en el campo del conocimiento y de la vida. No se puede crear una sociedad mejor con un pueblo primitivo y bárbaro, degradado. En esto creo que estoy más cerca del viejo Marx que de Lenin. La izquierda necesita enfrentar y resolver este problema.
Los vicios históricos de la izquierda: Una de las características de la izquierda en cualquier parte del mundo es su tendencia a la atomización. Cada organización de izquierda cree que posee la verdad revelada y que debe luchar contra otras organizaciones de izquierda. Y esto es visto como una cuestión de principios, capaz de hacer correr la sangre. Entonces es horrible tratar de juntar a la gente de izquierda en cualquier parte del mundo. Es bueno tener una humildad de carácter estratégico delante de los compromisos que tenemos enfrente, que no son exactamente sencillos, del tipo de aquellos que permiten la arrogancia y la soberbia como formas de conducta.
El otro problema que necesitamos resolver es que la izquierda tiene el mal hábito de crecer y perder de vista el pensamiento estratégico, quedando inmersa en movimientos tácticos de corto plazo, perdiendo la capacidad de pensar. Precisamos tener la inteligencia de superar nuestras pequeñeces y nuestro chovinismo o no vamos a hacer nada. Si estos vicios continúan, estamos fritos. Una última cosa, como militantes necesitamos recordar que las credenciales envejecen y deben ser constantemente renovadas. Cada coyuntura histórica exige que sean renovadas. No hay ninguna garantía de nada. Por eso es importante mirar el pasado, pero también es importante perderle el respeto. Es necesario que haya nuevos partos, es preciso que venga gente nueva.
Las heridas del pasado: La vida tiene muchas cosas amargas, pero también ofrece reparaciones y revires. El desafío es saber vivirla con continuidad y tener la capacidad de levantarnos cuando nos caemos. Nosotros tuvimos esa experiencia (de la prisión), no la buscamos, no la planeamos, sucedió, de una manera que supera la imaginación de cualquier escritor. Pero no vivimos para cultivar una memoria, mirando para atrás.
Creo que el ser humano tiene que saber cicatrizar sus heridas y caminar en la perspectiva del futuro. No podemos vivir esclavizados por las cuentas pendientes de la vida. Si hacemos eso, no viviremos el porvenir de la vida, no viviremos lo que está por venir. Yo tengo una memoria y sus recuerdos, como todo el mundo. No podría ser diferente. Y la memoria es fundamental, los que no cultivan la memoria no desafían el poder. Pero dejo una cosa bien clara, el libro de mis cuentas pendientes, lo perdí. Es importante no olvidar nada, pero es preciso ver el mañana, porque sino quedamos presos de los recuerdos.
Caminos imprescindibles: Yo no estoy de acuerdo con Bertold Brecht porque no creo que existan hombres imprescindibles, pero sí causas imprescindibles, caminos imprescindibles. La historia es una construcción tremendamente colectiva, hecha por la continuidad de esas causas y de esos caminos. Es así que andamos, cada uno colocando su piedra.
Compromiso con la vida y con la lucha: En los años que estuve preso, nunca dejé de ser libre. En ese período siempre tuve esta sensación porque suponía que mis compañeros de cautiverio estaban en la misma situación. Yo los conocía y sabía que íbamos a seguir en la lucha. Puede parecer una monstruosidad lo que voy a decir, pero doy gracias a la vida por todo lo que viví. Si no hubiese pasado todo lo que pasé y aprendido el oficio de galopar para dentro de mí mismo, para no volverme loco de tanto pensar, habría perdido lo mejor de mí. Me obligaron a revolver mi suelo y eso me hizo más socialista que antes.
El hombre es hijo de sus luchas y de sus adversidades. Algunos de nosotros tuvimos la suerte de que la vida nos apretó, pero no nos fulminó. Nos dio el permiso para seguir viviendo y en alguna medida recoger la miel que pudimos en el marco de las amarguras que pasamos. Si no hubiera sido así, nunca hubiéramos producido esa miel. En este sentido es que digo que nunca estuve preso, porque no me pudieron derrotar, del mismo modo que no pudieron derrotar a otros compañeros que no abdicaron de sus ideas. Ellos triunfan cuando consiguen hacernos bajar los brazos. Por eso, les guste o no, el futuro es nuestro, porque no pudieron derrotarnos.
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