Desde hace dos años, los investigadores del Middle East Institute de Washington y del Al Ahram Center del Cairo trabajan de consuno para examinar las crisis existentes en las relaciones estadounidense-árabes. Con frecuencia hemos descubierto que teníamos valores y objetivos nacionales comunes. Sin embargo, nuestro diálogo suele caracterizarse por la cólera, la frustración y la incomprensión, pruebas de tensiones desarrolladas entre nuestras sociedades. Para nuestros amigos árabes, esta situación es la consecuencia de las políticas estadounidenses en Irak y en Palestina, pero en realidad no es la única causa. Nuestras culturas respectivas y nuestros estereotipos cruzados nos llevan a la desconfianza recíproca.
Se puede observar esa desconfianza en la política de democratización del mundo árabe. Los Estados Unidos piensan actuar positivamente, pero los árabes consideran que esa política trata de desarrollar más la influencia norteamericana e israelí en la región. Todas nuestras políticas en la región son sospechosas a priori para los árabes. No obstante, existen cuestiones que exigen nuestra cooperación, pero eso no podrá tener lugar en tanto los árabes nos crean sordos a sus preocupaciones, en tanto nosotros los veamos vinculados al pasado y acusando siempre a los demás de sus problemas. Esa dificultad de comprensión sólo se solucionará mediante la diplomacia pública.
Hay que multiplicar los intercambios entre investigadores, universitarios, políticos, dirigentes de ONG, etc. Los medios masivos de comunicación deberían realizar intercambios para hacer reportajes sobre cada uno de los dos mundos y de las dos culturas. Los mundos de la recreación también deberían interesar a ambas partes. De igual manera, es necesario hacer un lugar al diálogo interreligioso.
«Some ideas for better U.S.-Arab dialogue», por Edward S. Walker, Daily Star, 3 de mayo de 2005.
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