La impopularidad es una predestinación para los gobernantes que se subordinan incondicionalmente a las políticas neoliberales. Estas llevan a la inconformidad generalizada contra el régimen existente, que puede manifestarse mediante la insurrección civil -los casos de Argentina, Bolivia y tres veces Ecuador- o canalizarse electoralmente como en Brasil y Uruguay.
Otro ejemplo es Perú, donde la popularidad del presidente Alejandro Toledo ha menguado a tal extremo que circula un chiste calificándola de “margen de error”. Pero no es chiste que podría ser derribado en cualquier momento por una rebelión de masas.
Por eso es tan elocuente la alta aceptación de Hugo Chávez entre los venezolanos. Chávez ganó el referendo revocatorio del 2004 con casi el 60 por ciento de los votos a pesar de tener en su contra a los medios de (in)comunicación de su país y del mundo, a la oligarquía criolla con sus inmensos recursos económicos y al gobierno de Estados Unidos, que entregó sumas millonarias a la oposición golpista.
Pues bien, un sondeo divulgado recientemente nada menos que por Datanálisis, encuestadora muy ligada a la contrarrevolución venezolana, muestra que Chávez -después de siete años en el poder- goza de más del 70 por ciento de popularidad, por encima de cualquier otro mandatario en América continental.
El sondeo atribuye con razón el alza en su popularidad a los programas sociales que ha puesto en práctica, pero se abstiene de analizar que estos serían imposibles de llevar a cabo por la mayoría de los gobiernos de América Latina -tengan o no petróleo- por la simple razón de que su compromiso con el neoliberalismo los obliga a restringir cada vez más el gasto público a no ser para subvencionar banqueros u otros magnates.
La incidencia de las “misiones” -nombre con que han sido bautizadas- sobre la calidad de vida de la mayoría de los venezolanos ha sido muy benéfica, una vez que, entre otros logros, han proporcionado atención médica gratuita a quienes nunca tuvieron acceso a ella, educación a cerca de dos millones de analfabetos y capacitación pagada a cientos de miles de desempleados, precios muy por debajo del mercado para la canasta básica y disminución del desempleo a través de los programas de desarrollo endógeno.
Y está por iniciarse un gran impulso a la reforma agraria que trasformará radicalmente el campo. Pero más allá de su incidencia en las condiciones de vida material las misiones cobran significado por su impacto espiritual, liberador del ser humano, al estar unidas a una voluntad política de promover su activa participación en la toma de decisiones por el poder.
Esto se manifiesta claramente por los cientos de movimientos de raíz popular que se levantan en Venezuela: de vecinos, de trabajadores, de campesinos, de indígenas, de mujeres. De modo que no sería aventurado afirmar que las misiones llevan en sí semillas de ese socialismo del siglo XXI que Hugo Chávez ha afirmado que es necesario inventar.
Chávez, además, le ha dado un vuelo inédito a la política exterior venezolana, fraguando alianzas en el ámbito latinoamericano y mundial con gobiernos que se niegan a aceptar la unipolaridad que pretende Washington en la esfera internacional y dando pasos muy concretos en la integración económica, política y cultural de América Latina, valorada por Bolívar y Martí como un asunto de vida o muerte para los pueblos de la patria grande ante la existencia de un Estados Unidos agresivo y expansionista.
Máximo exponente de esta idea son los acuerdos cubano-venezolanos como parte de la Alternativa Bolivariana para las Américas(ALBA), que sientan sólidas bases de una fraterna interrelación y unidad entre los dos Estados. Más que una suma, constituye una multiplicación de las fuerzas y recursos de ambos.
La política de justicia social, equidad y participación popular en lo interno y de independencia en lo externo ha elevado enormemente la autoestima de los venezolanos como colectividad humana, reforzada por su decisivo concurso en la derrota de los planes imperialistas y oligárquicos contra la revolución bolivariana.
Todo ello explica la popularidad de Chávez y a la vez el odio visceral que siente hacia él el gobierno de Bush II, que ahora pretende negar a los venezolanos el sagrado derecho a armarse para defender su patria. Pero vivimos nuevos tiempos latinoamericanos y prueba de ello es que la reciente arremetida de Washington para aislar a Caracas ha resultado un rotundo fracaso.
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