En la noche del 6 de junio de 1944 - hace 60 años -la poderosa armada anglo-norteamericana se dirigió a la costa norte de Francia. El cielo sobre La Mancha quedó sordo por el ruido infernal de dos mil bombarderos. El canal, bautizado por los súbditos de Su Majestad como Inglés, se agitó bajo el peso de siete mil barcos de guerra, remolcadores, naves de desembarco y apoyo. La costa de Normandía se estremeció de los potentes golpes aéreos como si hubiera acaecido un terremoto. Con el amanecer llegó el esperado Día D que en Oriente se aguardaba con nerviosismo y esperanza. Mientras que en Occidente el sentimiento era de alarma y recelo.
Sin lugar a dudas, la operación de desembarque en Normandía suponía grandes dificultades y el riesgo de grandes pérdidas, tanto humanas, como técnicas. La potente artillería costera del adversario prometía recibir a los huéspedes con un huracán de fuego y hierro. La espectacular película Salvando al soldado Ryan, muestra sin exageración la ráfaga que recibió a las tropas de desembarque.
Hoy en día, este es el filme más importante acerca de la apertura del Segundo Frente y por eso es preciso aclarar algunos detalles. En términos generales los acontecimientos se dieron antes del amanecer y la idea era aprovechar la luna llena. Sin embargo, el Canal de La Mancha, como presintiendo cuánta sangre se derramaría en él, empezó a llorar con una lluvia torrencial. El tiempo se echó a perder, dificultando ostensiblemente la operación. No obstante, el paso de la barrera acuática se desarrollaba según el plan.
Un error regalado por Dios
«A las 03h09, fue cuando el radar alemán, finalmente, se percató que miles de barcos alcanzaron las regiones señaladas para el desembarque de los transportes» - escribe el autor del libro La Invasión de Francia y Alemania, Sammuel Morrison. A grandes rasgos se puede decir que los alemanes sencillamente dejaron escapar el comienzo de la operación, pues hasta el último momento ellos la esperaban en otra plaza, cerca del angosto estrecho Pas-de-Calais. Los historiadores alemanes no esconden este hecho.
Ya al amanecer los aliados habían desembarcado exitosamente, por mar y aire, ocupando en muchos sectores las posiciones requeridas. A la luz del día los combates se desarrollaban fundamentalmente tierra adentro y no en las costas. Además, el éxito de la operación estuvo condicionado por el hecho de que la aviación pudo infligir destructivos golpes en todas las fortificaciones costeras del enemigo, eliminado sus principales baterías. «El fuego artillero y los bombardeos aéreos obligaron a nuestra gente a pegarse al suelo y nadie podía entender a ciencia cierta qué sucedía» - escribía en el libro Francia 1944, el general alemán Bodo Ziemmermann.
Los participantes de la operación recuerdan que la suerte estaba de su lado. Muchos remolcadores de desembarque llegaron hasta la costa bastante alejados del objetivo indicado. Algunas veces el error fue de hasta dos kilómetros. Pero fue justamente eso lo que los salvó. «Así la bendita providencia corrigió el error del plan de la operación - nos dice Morrison; si el desembarco se hubiera producido exactamente según el plan, uno de los batallones del primer escalón habría desembarcado en el segmento del litoral que se encontraba bajo el fuego de flanco de las baterías acuarteladas de los alemanes».
Los episodios heroicos del principio de la película Salvando al soldado Ryan, lo más probable, es que reflejen los sucesos del sector de cinco kilómetros conocido por el apelativo de Omaha, entre Vièreville y Cabure. ¡Dos lugares descritos por Marcel Proust con tanto amor!
El desembarco norteamericano comenzó a las seis y media de la mañana. Los soldados tuvieron que moverse cerca de cien metros con el agua por la cintura y a veces por el cuello, evitando el fuego que venía de la playa. Los cañones alemanes de 105, 88 y 40 mm, junto con lanzaminas y ametralladoras, no escatimaban proyectiles. Hay que reconocer el heroísmo de estos firmes soldados, pues aunque perdieron a casi todos los comandantes, muertos por el fuego, ellos cumplieron la tarea que les habían asignado.
Al mediodía Churchill ya le anunciaba a Stalin: «Todo comenzó bien. Las minas, barreras y baterías costeras, en términos generales, están superadas. Las tropas aéreas desembarcaron exitosamente. Igual de rápido desembarcó la infantería; ya hay gran número de tanques en la costa. El mal tiempo es soportable y tiende a mejorar». Stalin respondió que a mediados de junio comenzaría el avance de verano de las tropas soviéticas previsto desde la conferencia de Teherán.
«El día de Neptuno» y la estadística mundial
En la tarde del Día D los aliados ya habían ocupados tres plazas, donde habían desembarcado ocho divisiones y una brigada blindada de tanques con un total de 150 mil soldados y oficiales. Todo fue un indiscutible éxito, teniendo en cuenta las relativamente pequeñas pérdidas: en cifras generales algo más de diez mil personas entre muertos, heridos y desaparecidos.
Y bien, el desembarque de las tropas de los aliados en Normandía, finalmente se realizó. Comenzó entonces la operación Neptune-Overlord (cuya traducción es Neptuno-Señor Supremo). Es obvio que se infería que el soberano de los mares al entrar en el combate decidiría el resultado de las hostilidades. Desde ese momento comenzaría la destrucción del enemigo por parte de las potencias marítimas, muy superiores a las terrestres.
Nos gustaría corregir respetuosamente a nuestros amigos de allende los mares. Incluso en el panteón de los dioses paganos, el dios supremo no era Neptuno, sino el dueño de los rayos Júpiter. El éxito de los combates marítimos y de las operaciones costeras, sin duda alguna, puede en mucho determinar el subsiguiente desarrollo de las acciones bélicas. Con todo, los destinos de las guerras globales no se deciden en mar, sino en tierra. La II Guerra Mundial es claro ejemplo de ello.
Como es de suponer, el enemigo principal de coalición anti-hitleriana no era ni Japón, ni Italia, sino Alemania. En las batallas navales en contra de ese enemigo principal Gran Bretaña y los Estados Unidos demostraron no poco heroísmo, firmeza y valor. Venciendo o perdiendo la URSS nunca tuvo un encuentro marítimo de envergadura con Alemania o Japón.
No obstante, se ganó los lauros del principal vencedor de la II Guerra Mundial. Podemos buscar las más sencillas en las fuentes de la estadística, una ciencia indiferente a los nombres grandilocuentes o expresivas cintas propagandísticas.
Si en la I Guerra Mundial el perjuicio principal sufrido por Alemania fue resultado de las actividades de Gran Bretaña y Francia, en la II Guerra Mundial, más del 80% de la fuerza humana y de la técnica militar de la Alemania fascista, se perdió en el Frente Oriental.
En los campos de batalla en Rusia, Ucrania, en el Volga, en el Cáucaso Norte, en el Arco de Kursk, en Bielorrusia, Polonia, en Prusia Oriental, Hungría, Moldavia y Rumanía, es decir por doquier, la potencia mayor de los años 40 del s. XX, enfrentó la resistencia de las Fuerzas Armadas Soviéticas.
Nuestras pérdidas también fueron colosales. Basta con aportar las cifras que aparecen en el libro Rusia y la URSS en las guerras del siglo XX (escrito por un colectivo de autores, bajo la dirección del profesor de la Academia de Ciencias Bélicas, capitán general G. F. Krivoshéyev y editado en Moscú en el 2001) en los años de la Gran Guerra Patria, así como en los 24 días de la guerra en el Lejano Oriente en 1945, murieron y desaparecieron 8’668,400 militares. Como promedio el país perdía a diario 6,053 militares. Si sumamos a esto a la población civil, las pérdidas diarias ascienden a 18,758 ciudadanos de la URSS.
Las ofensas a Sir Winston
Nuestros aliados constantemente hacían de cuenta que estaban plenamente satisfechos con lo que sucedía en el Frente Oriental. En las afueras de Moscú en 1941, de Stalingrado y en el Cáucaso en 1942, en el Arco de Kursk en 1943. En realidad ellos sabían todo perfectamente. Veían dónde era que sucedían las principales y más decisivas batallas de esta guerra global. Y rápidamente determinaron cuál sería su tarea de primer orden: demorar lo más posible inmiscuirse en la trifulca de los dos titanes. Querían que ambos se desgastaran mutuamente en una lucha sangrienta y solamente intervenir cuando uno de los dos se tambaleara y estuviera a punto de caer de rodillas.
Quién mejor para describir esta intriga que el propio Sir Winston Churchill. Su fundamentada obra La Segunda Guerra Mundial constituye una concluyente reseña acerca de la habilidosa diplomacia atlántica. En un sinfín de páginas Churchill reconoce con honestidad que comenzando el año 1941 se hizo evidente que la II Guerra Mundial sólo era con Rusia.
Los encontronazos en el resto de los puntos del planeta no influyeron cardinalmente en los resultados de la confrontación. Se podría haber destruido completamente a Japón, que esto no conduciría a nada. Sin embargo, a la opinión pública mundial, se le estuvo inculcando la idea de que los norteamericanos y los británicos, peleando con los japoneses en mar y con los alemanes en los desiertos africanos, cargaban el peso fundamental de la guerra.
En Europa Occidental se venía hablando de la apertura del Segundo Frente ya a finales de 1941, pero Churchill hacía todo lo posible para que el Segundo Frente se abriera lo más tarde posible. Esto, sin lugar a dudas, es una política muy sabia con relación a su propio pueblo.
Los británicos, canadienses, australianos, neozelandeses, indios tienen que guardarle eterna gratitud a Churchill, pues éste salvo cientos de miles de vidas de sus prisioneros en 1942, 1943 y la primera mitad de 1944. Si no fuera por él, sus pérdidas serían equivalentes a las de la I Guerra Mundial. Pero debemos ser fieles a la verdad histórica y siempre recordar a quién le tocó pagar el mayor precio por la victoria en esa guerra.
En el otoño de 1942 la avalancha de ejércitos alemanas se dirigía indetenible hacia el Cáucaso y Stalingrado. En Rusia estaba en juego la suerte de toda la humanidad. Fue en esa época que Churchill llegó a Moscú para demostrarle a Stalin, haciendo uso de todo su natural histrionismo, que era imposible abrir de inmediato el Segundo Frente. Gran Bretaña y los Estados Unidos no pueden (¡¿cómo sería esto posible?!) cruzar el canal de La Mancha con más o menos seis divisiones listas para el combate.
Stalin al principio se irritó y trató de protestar. Pero finalmente se dio cuenta que el Segundo Frente no llegaría por ahora y comenzó a burlarse abiertamente de los británicos y norteamericanos, pinchando venenosamente a Churchill. Veamos una versión matizada del propio Churchill de los acontecimientos: «Stalin comenzó a ponerse nervioso; dijo que él se atenía a otro tipo de opinión en cuestiones militares. Un hombre que no sea capaz de asumir riesgos, no puede ganar una guerra.
¿Por qué ese miedo a los alemanes? Él no lo puede entender. Su experiencia demuestra que las tropas deben ser probadas en combate. Sin esto es imposible tener alguna noción acerca de su valor... Él considerada que si el ejército británico hubiera combatido tanto como el ruso, no tendría tanto miedo de ellos». Pero Churchill, próximo a su 70 cumpleaños, era más diplomático que soldado. Él aguantó las indirectas del ‘tío Jo’ y mantuvo su línea. «De las cosas que se hablaban en nuestras reuniones, muchas me ofendían.
Yo justificaba todo con la posible tensión que vivían los líderes soviéticos, que se veían precisados a entablar combates sangrientos en un frente que se encontraba a dos mil millas, mientras que los alemanes se encontraban a cincuenta millas de Moscú y se iban acercando al Mar Caspio». Gracias Sir Winston por no ofenderse tanto...
«El frente conservado»
Nuestros ejércitos se echaron a las espaldas toda la responsabilidad de una guerra mundial en los combates de Stalingrado y Kursk en los años 42 y 43 respectivamente. Los «señores supremos» del mar observaban con contemplación deportiva una lucha sin precedentes.
El Segundo Frente tampoco fue abierto en el año 43, pero Stalin ya no se irritaba tanto. Luego de Stalingrado estaba claro que «la misión que cumplíamos era la correcta ¡y la victoria sería nuestra!» De todos modos era desagradable tener a esos aliados. Claro, hay que reconocer el heroísmo de los marines aliados que protegieron las cargas del lend-lease en el Ártico. ¡Una respetuosa reverencia en memoria de aquellos héroes que se fueron a los fondos del Atlántico Norte! Nunca olvidaremos ni a los «Willies», ni los «Studebackers», ni los «Shermans», ni la carne de res. Pero ninguna ayuda material puede sustituir de forma plena en la lucha el hombro de un compañero.
Churchill repitió más de una vez que si la confrontación hubiera sido entre Alemania y Gran Bretaña, los bolcheviques también se habrían puesto a contemplar alegremente cómo unos mataban a los otros. Es posible. Pero como es conocido, la historia no aguanta los «si hubiera pasado esto, si hubiera pasado lo otro...». Nuestros soldados bautizaron como ‘segundo frente’ la carne de res norteamericana, que era entregada por lend-lease.
Por tanto, para ellos, lo sucedido el 6 de junio de 1944, es decir la apertura del Segundo Frente, no significaba un desembarque heroico, sino equivalía a abrir con un cuchillo militar una lata de conservas. Por cierto, cuando hablamos de lend-lease no piensen que estamos hablando de «coman, please». Lend significa prestar, mientras que lease es arrendar.
Durante la guerra, los gastos de los Estados Unidos por concepto de lend-lease ascendieron a 46 mil millones de dólares. De ellos, 30 mil millones para Gran Bretaña, 10 mil millones para Rusia y 6 mil millones a otros países. Después de la guerra los países tuvieron que satisfacer los créditos concedidos en ese sentido por los Estados Unidos.
Y bien, en la segunda mitad de 1943 se hizo evidente que Alemania estaba perdiendo. Mientras que en la Conferencia de Teherán los aliados prometían, ya sin bromas, abrir el Segundo Frente, pronto, muy pronto. Sólo habría que esperar medio año, un año tal vez.
Es hora de dividir el pastel europeo
En la primavera de 1944, las tropas soviéticas liberaron la Margen Derecha de Ucrania (se habla en relación al río Dniepr, N. del T.), levantaron el bloqueo de Leningrado, ocuparon Crimea, destruyeron los grupos de ejércitos «A», «Norte» y «Sur», cruzaron la frontera y entraron en Rumanía. Próximos estaban las ofensivas en Bielorrusia, Polonia y Prusia Oriental. Demorar la apertura del Segundo Frente sería peligroso. ¿Qué pasaría si Stalin se decidiera a ocupar Berlín en otoño? Ya era hora de dividir el pastel europeo.
La Operación Overlord comenzó el día 6 de junio. Días después de la exitosa operación de los aliados en Normandía, Stalin telegrafió a Churchill: «Por lo visto, el desembarco, pensado en escala colosal, fue exitoso. Mis colegas y yo no podemos dejar de reconocer que la historia de las guerras no había visto semejante empresa, desde el punto de vista de sus dimensiones, la amplitud de su concepción y su maestría en la ejecución.
Como es sabido, Napoleón, a su tiempo, fracasó vergonzosamente con su plan de cruzar el canal de La Mancha. El histérico de Hitler, que hace dos años fanfarroneaba con hacer lo mismo, ni siquiera trató de realizar su amenaza. Los únicos que fueron capaces de llevar a cabo este grandioso plan con honor fueron Uds., nuestros aliados. Este hecho quedará en la historia como un logro del más alto nivel». ¡Una valoración así tiene su peso!
Al unísono con la operación Neptune-Overlord se llevaba a cabo la operación Plutón, que también merece nuestra admiración. ¡En el plazo más corto se construyó en el fondo del canal de La Mancha un oleoducto entre Gran Bretaña y Francia, para garantizar el combustible a las tropas! En ese tiempo Londres tuvo que soportar el bombardeo de los aviones-proyectiles Fau-1. Fueron destruidos 23 mil edificios y murieron más de 6 londinenses.
Pero Hitler no podía frenar con ello la operación Overlord. A partir de ese instante los ejércitos de los aliados, bajo el comando del general norteamericano Dwaine Eisenhower y el mariscal de campo británico Bernard L. Montgomerry, tuvieron que probar qué era la verdadera lucha en tierra firme con los alemanes. Antes de Normandía, las tropas hitlerianas habían expulsado a los ingleses de Grecia, Dünker y Noruega. Para finales de junio la plaza de los aliados en Normandía alcanzaba los 110 kilómetros por el frente y fluctuaba entre los 12 y los 40 kilómetros de profundidad.
El total de las tropas expedicionarias alcanzaba los 875 mil efectivos. Pero en los combates por la ciudad francesa de Cannes este potente grupo encontró una férrea resistencia por parte de los alemanes. El señor supremo Neptuno tuvo que pedir ayuda al paciente dios Marte. Churchill, a través de los diplomáticos, pidió a Stalin incrementar la ofensiva en el Frente Oriental. Todo sucedió al revés de lo planificado, pues a la Unión Soviética le tocó amarrarse el cinturón para salvar al Segundo Frente y no al contrario como se suponía.
En el camino de los aliados todavía quedarían otras difíciles batallas, sobre todo en invierno en las Ardenas. Pero a pesar de todo, con el comienzo de la operación Overlord la guerra entró en una nueva etapa A las tropas soviéticas les fue más fácil completar su victoriosa misión, arrancada de manos del enemigo en las afueras de Moscú, en el Volga, en las afueras del Bélgorod y Oriol, en Ucrania y en Bielorrusia.
Razones hubo para sentirnos ofendidos, pero luego del 6 de junio, éstas disminuyeron. Una vez, estando en Moscú, en un instante de inspiración, Churchill recordó que fue él, justamente, el que instigó a Lloid George a entrar en guerra con Rusia. Y entonces preguntó a Stalin: ¿Me ha perdonado Ud.? A lo que Stalin respondió: Eso pertenece al pasado y el pasado pertenece a Dios.
Este artículo apareció originalmente en:
Revista Militar Rusa
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